Partida Rol por web

Volví a atacar a las ratas, se estaban haciendo fuertes a mi alrededor y parecía que no podía hacer nada por evitarlo. Los constantes ataques de Ingela parecían en vano, pues de vez en cuando salía alguna rata volando, pero ésta misma volvía a la contienda.

La contienda seguía en punto muerto, ni espadazos ni mordiscos.

Ingela abrumada entre tantas ratas, se la ocurre una idea. Pone la espada paralela al suelo, a la altura de las ratas y da una vuelta sobre sí misma, con el filo de la hoja sesgando las vidas de las que se pusiesen en medio de su hoja.

¡Has hecho mal menospreciando unas simples ratas! Te muerden decenas de ellas una y otra vez. Pero tus ansias de vivir pueden más que unos animales infectos y manejas el acero como una guadaña, barriendo la sala de alimañas hasta que solo queda un ser vivo: tú.

Echas un vistazo a los antros de la esquina más concurrida. Te llaman la atención dos tabernas: una cuyo cartel tiene un caballo rampante al que se le ha roto la cabeza y otra cuyo nombre, La Mofeta, está escrito en un rótulo con letras herrumbrosas.

Tras la lucha con las ratas, Ingela iba a necesitar un trago. Se dirigió hasta la otra taberna, La Mofeta, pues no quería ver por ahora al contratista ese que estaba en El Caballo Rampante y tentar a la suerte de otro enfrentamiento.

-¡La Mofeta, vaya nombre para un lugar en el que puedes comer y beber!

Cuando accedes a su interior comprendes que el nombre le viene como anillo al dedo. La tufarada de la muchedumbre reunida se mezcla con el hedor que destila la mugre del suelo, paredes y mobiliario de la taberna. Empiezan a venirte arcadas y la visión de los cuerpos relucientes de sudor de los parroquianos y sus acompañantes no te ayuda a mantener el estómago a raya.

Dicen que los mejores manjares se sirven en los sitios más nauseabundos… bueno, eso dicen la gente de las calles… que se podía esperar Ingela de ellos.

Buscó un sitio donde sentarse. Rápidamente lo encontró y se sentó despacio, mirándolo con asco. Habers que la ofrecían.

Recorres el angosto espacio sorteando comensales y fluidos de diferente consistencia que ensucian el suelo embaldosado. Te sientas en un rincón y te pones a observar todo aquello. El júbilo atruena hasta el techo bajo de vigas de madera manchadas de humo. Se congregan todo tipo de granujas que lucen una variada gama de harapos: carteristas, secuestradores, ladronas de dedo veloz, bravucones con sus mozas, mujeres de voz estridente cubiertas de chabacano oropel. Dominan la gente zamoria de piel morena y ojos oscuros, con dagas enjoyadas en sus cintos y malicia en sus corazones. Pero también hay lobos venidos de media docena de naciones extranjeras. Te llama la atención un gigante hiperbóreo renegado, taciturno y peligroso, con una hacha sujeta a su enorme y atlética espalda. También ves una falsificadora shemita de nariz ganchuda y cabello de rizos negro-azulados. Y una fulana britunia de mirada descarada sentada en las rodillas de un gunderés de cabello rubio y encrespado como el de los leones. Y una mercenaria errante, desertora de algún ejército vencido. Y no falta el villano gordo y bruto cuyas bromas obscenas motivan gritos de alborozo.

Prestas atención a las bravuconadas del bruto. Se presenta como un secuestrador profesional que ha llegado desde Koth a Hazor para enseñar el arte de raptar mujeres. Retuerces la boca para reír. El muy zopenco es tan presuntuoso que no sabe que la gente de zamoria ha nacido con más conocimiento del latrocinio del que posiblemente él nunca podría alcanzar. El kothio hace una pausa en la descripción de los encantos de una de sus presuntas víctimas y bebe cerveza espumosa de una enorme jarra. Luego, limpiándose la barba, dice:

-Por Bel que yo os enseñaré cómo se rapta una furcia: la llevaré a la frontera de Zamora con Koth antes de que amanezca y allí me estará esperando una caravana para recibirla. ¡Trescientas monedas me prometió un conde de Ofir por una brituna joven y pulcra de primera clase! He pasado semanas deambulando por ciudades fronterizas, haciéndome pasar por mendigo, hasta que he encontrado a la adecuada aquí, en vuestra pequeña ciudad de ladrones. ¡Y sí que es hermosa, la golfa!

Lanza un beso lujurioso al aire y la concurrencia estalla en carcajadas.

-Conozco a nobles en Shem que darían por ella el secreto de la torre del Elefante. Dice, y vuelve a su cerveza.

Ingela saltó de su asiento y llamó la atención de aquel hombre.

- ¡Eh! ¿De quién hablas? Yo también quiero entrar en la Torre del Elefante. Te prestaré mi ayuda... a cambio de ese favorcillo, claro.

Estaba llena de ganas de tener aventura, y aquella oportunidad parecía la indicada.

Te levantas y te acercas al kothio. Tiras de la manga de su túnica y se gira hacia ti con el ceño fruncido.

Al verte tan decidida y cerca, el kothio retrocede involuntariamente.

-Has mencionado la Torre del Elefante. Mucho he oído hablar de esa torre. ¿Cuál es su secreto?

Procuras que tu actitud no parezca amenazante y el kothio se envalentona a causa de la cerveza y de la evidente aprobación de su audiencia. Se hincha de vanidad.

-¿El secreto de la torre del Elefante? Vaya, ¡cualquier idiota sabe que allí mora Yara, el sacerdote, con la gran joya que en los oscuros callejones de la ciudad de los ladrones llamamos el Corazón del Elefante y que dicen que es el secreto de su nigromancia.

-He visto la torre. Dices. Está emplazada en el lugar más elevado de la ciudad, rodeada de altos muros. ¿Por qué no ha robado nadie esa gema secreta?

El kothio contempla boquiabierto tu ingenuidad y estalla en un rugido de júbilo desdeñoso al que se unió la confluencia.

-¡Escuchad a esta insensata! Brama. ¡Pretende robar la joya de Yara! Escúchame, calientacamas, supongo que has salido del huevo hace poco, pues presta entonces atención y aprenderás algo que te dará alguna posibilidad de envejecer. Debes saber que en Zamora, y más específicamente en esta ciudad, hay más ladrones audaces y atracadoras resueltas que en ningún otro lugar del mundo, Koth incluido. Si alguien mortal pudiera haber robado la gema, guardada en algún lugar de la torre, ten por seguro que ya habría sido sisada hace mucho. ¡Ni tan siquiera lo ha conseguido Taurus de Nemedia, el rey de los ladrones! Hablas de robar la gema... ¡Ja! La torre está rodeada por un doble jardín amurallado en la que deambulan peligros mortales.

-Pero si alguien pudiese atravesar los jardines... Alegas. ¿Qué problema hay para entrar en la torre? Seguro que se puede acceder por la parte superior.

-¡Escuchadla! Grita el kothio mofándose de ti. ¡La muy estúpida es un águila capaz de volar asta el borde enjoyado de la torre, situado solo a doscientos pies del suelo, con paredes redondeadas más lisas que el cristal pulido!

Miras furiosamente a tu alrededor, alterado por el estruendo de las risas burlonas que acompañan a aquel comentario insultante. El kothio decide seguir picándote.

-¡Vamos, vamos! Exclama. ¡Cuenta a esta gente, que ha sido ladrona desde antes de que te engendraran, cuéntales cómo robarías la gema!

-Siempre hay un modo, si el deseo se acompaña de valor. Respondes, irritada.

El kothio se lo toma como un insulto personal y su rostro se pone morado de ira.

-¡Qué! Vocea. ¿Te atreves a enseñarnos nuestro oficio y a insinuar que somos cobardes? ¡Vas a ver lo que hace una buena tranca kothia!

Te empuja violentamente.

-¿Te mofas de mí y luego me pones las manos encima? Gruñes.

Respondes el empujón con un puñetazo que lanza al kothio contra una mesa, derramando las jarras sobre los comensales. Se incorpora hecho un energúmeno y coge su hacha.

-¡Perra sarnosa! Brama. ¡Te voy a arrancar el corazón!

Te maldices por ser una bocazas impetuosa y saltas por encima de mesas y personas para salir de la taberna.

-¡No huyas, cobarde! Grita el kothio. ¡Tengo que enseñarte mi pieza!

Ingela salió corriendo mientras esquivaba como podía los objetos que le lanzaba el matón.

Consigues esquivar los hachazos del kothio y sales de la taberna saltando por una de las ventanas que dan a la plazuela.

Echas un vistazo a los antros de la esquina más concurrida. Te llaman la atención dos tabernas: una cuyo cartel tiene un caballo rampante al que se le ha roto la cabeza y otra cuyo nombre, La Mofeta, está escrito en un rótulo con letras herrumbrosas.

Viendo que ya había agotado todas las posibilidades de la plazuela, Ingela decidió marcharse de ésta para ver si encontraba algún sitio mejor que el anterior, del que tuvo que salir por patas.