Partida Rol por web

Tobías enarcó una ceja, divertido.

¿Recuerdas el puente colgante? preguntó a la sacerdotisa. Vika era voluntariosa, y estaba dispuesta a correr riesgos, pero no siempre era consciente de cuáles eran sus aptitudes. Si al otro lado del portal había media docena de gnolls vigilando, Tobías no albergaba dudas de que la mujerona pudiera matarlos a todos antes de volver. Sin embargo, si era una situación que requiriera de sigilo o sutileza, Eldrid o él estaban más preparados.

Para que merezca la pena el riesgo de ir solo, tenemos que hacer que sea un riesgo menor que lanzarnos los cinco al portal, dijo Tobías. Debería ir yo. Seré más cuidadoso que ayer. Nos bastará con ver si el lugar al que llegamos está vigilado, y encontrar una o dos rutas de huida seguras.

Mayra asintió. 

—De nada serviría volverte invisible si vas haciendo un ruido tremendo con tu armadura —apostilló la maga de la Torre—. Ten cuidado, Tobías.

Mayra se acercó al explorador y se puso de puntillas para depositarle un fugaz beso en los labios. Después, conjuró un manto de invisibilidad a su alrededor.

- Bien. - Confirmó Vika. - Ve con cuidado. Y que no te maten. - Dijo muy seria. Entonces dibujo media sonrisa en su rostro. - Estoy segura de que irá bien. Eres bueno en lo tuyo. - Le dio una palmada en la espalda y asintió con la cabeza.

La invisibilidad camufló el calor que subió a las mejillas del explorador. Hubiera deseado apartar a Mayra de los demás y quedarse solo con ella un momento, un momento largo. Quién podía aventurar si tendría otras ocasiones. Inspiró profundamente, contuvo la respiración y soltó el aire lentamente. Lo repitió dos veces, concentrándose en la tarea que tenía por delante, en ser rápido y sigiloso, en darse coraje y en sobrevivir.

Estad preparados para cualquier cosa, advirtió. Empezó a contar hasta tres, en silencio. Antes de llegar al tres, había atravesado el portal.

Después de destruir la estatua, mis compañeros inician una sesuda conversación acerca de la conveniencia de usar el Portal que hemos hallado y el mejor modo de descubrir lo que hay al otro lado. Este no es un campo en el que mi dilatada experiencia vital me permita aportar mucho y dejo que sean ellos quienes determinen lo que es mejor para todos. A fin de cuentas, tampoco es que acostumbren a pedir mi opinión en esta o en cualquier otra materia.

Así pues, salgo del templo y me postro ante la estatua de Rashiel erigida en el exterior. Rezarle a mi dios siempre me da sosiego. Solo espero que los jóvenes estén tan entretenidos con su nuevo descubrimiento que no se les ocurra destrozar esta escultura también.

—... para cualquiera cosa —asintió Mayra en un leve tono de desmayo viendo que San Dámasor se iba a rezarle a un ídolo de piedra en vez de estar apoyando a sus amigos de carne y hueso. Se puso muy seria y trató, sin éxito, de buscar los ojos ahora invisibles de Tobías —. Cuenta conmigo.

El viaje a través del portal duró un par de segundos, largos e inciertos para el explorador. Cuando llegó al otro lado, le costó media fracción volver a poner sus sentidos en alerta, los músculos en tensión, preparado para combatir cuando, en realidad, era totalmente invisible a los ojos de quiénes hubiese al otro lado.

Pero lo que había al otro lado del portal no era caverna, sino un deslumbrante vergel iluminado por una esfera solar en lo alto de... ¿un cielo abierto? ¿La bóveda de una caverna de kilómetros de altura? El tono azulado y el brillo directo del sol le hicieron pensar que había salido en alguna parte de la jungla exterior que llevaban días atravesando. Sin embargo, ni los sonidos, ni la temperatura, ni el ambiente ni los olores que le llegaban le recordaban lo más mínimo a los de la selva.

No había nadie esperándole, tan solo árboles altos de una gran variedad de colores: intenso verde oscuro, pálido rosa y rojo otoño, mezclados entre sí formando un radiante bosque allá dónde alcanzaba la vista y que no le dejaba ver más allá. Bajo sus pies estaba el pedestal, el fulgor de las runas se apagaba lentamente, centelleando con un pálido azul hasta extinguirse como una estrella en el cielo. El olor que llegaba era un intenso aroma a resina, hierba fresca y... ¿fresas? Sus capacidades olfativas estaban aumentadas y lo que más destacaba por encima del olor de los árboles eran las frutas, muchas ni siquiera las podía reconocer porque no las había probado en su vida, pero le recordaba vagamente a las moras, las frambuesas y las bayas dulces.

Cuando el embeleso dio paso a la realidad, Tobías corrió a esconderse tras uno de los muchos arbustos que poblaban el bosque. Alrededor del pedestal, de piedra extremadamente antigua, de color gris, rodeada de espinas y hiedras, había tocones cortados de árboles y parecía que hubiesen despejado dos senderos. Los arbustos eran diversos, la hierba alta, flores de color blanco y amarillo alfombraban las zonas a los pies de los grandes árboles, de especies mezcladas que probablemente no deberían coincidir en el mismo espacio. Y menos si, como le parecía, se encontra bajo tierra y no sobre ella.

Un camino hacia el noreste, cubierto de hierba, transitaba entre flores. Hacia el oeste, el camino parecía haber sido pisado recientemente por el barro y alguna que otra huella.

Tobías contuvo, apenas, una exclamación de sorpresa. No estaba seguro de qué esperaba encontrarse a este lado del portal, pero estaba seguro de que no era aquello.

Cuando se sintió a salvo y a resguardo, observó atentamente a su alrededor. El sol —si es que realmente lo era, y no una ilusión— brillaba en lo alto, entre el tapiz de ramas y follaje. La vegetación era tupida y frondosa, como en la jungla de Thracia, pero para sus sentidos, no era la jungla. No necesitaba ser un naturalista para notar la diferencia en la humedad en su piel, en los vibrantes colores, los sonidos de la naturaleza y, sobre todo, en los aromas. Casi podía saborear las frutas, bayas y frutos del bosque.

El portal que habían atravesado para iniciar el viaje los había conducido muy lejos de la Torre de la Espiral Negra. ¿Se encontraba ahora al otro lado del mundo, en lugar desconocido para las gentes del Imperio? La idea le hacía sentir incómodo. Si el portal no funcionaba como había dicho Mayra, cómo podría escapar.

Las runas del portal se apagaron. Si había algún vigilante oculto, sabría que había sido utilizado, aunque no hubiese visto por quién. Sin embargo, no captaba los característicos olores de los hombres bestia, ni de los hombres, así que se dijo que debía estar solo.

Se planteó regresar. En ausencia de peligro inmediato, los demás podían seguirle a través del portal y proseguir con la exploración. Antes de hacerlo, empero, quiso comprobar que ambos senderos estaban expeditos. Se acercó, en primer lugar, al camino que conducía a lo que, si el portal estaba orientado simétricamente a su origen, sería el norte. Avanzó unos metros por la hierba, pegado a los árboles.

El camino parecía poco transitado, una alfombra de hierba se extendía por dónde alcanzaba la vista y salvo el paso de los animales, nadie había caminador por allí hacía poco. En cuanto se pegó a los árboles, escuchó algo sobre las copas y se escondió. Recordó que era invisible, pero aún así era mejor ser precavido, por lo que pudiera encontrarse allí. Sonido de voces. Y de risas. Provenían de lo alto de los árboles. El arbusto en el que se había escondido estaba cargado de fresas, grandes como melocotones.

Tobías desapareció por el portal y durante unos segundos solo hubo silencio. La luminiscencia de las runas se amortiguó hasta desaparecer y el grupo se quedó expectante y lleno de incertidumbre. Truxz se acercó al portal y lo tocó con una ramita desde lejos, curioso.

-¿A dónde ha ido? -preguntó a Mayra.

Unos minutos después, el pequeño gnoll comenzó a impacientarse y se puso a dar vueltas por la caverna, revisando cada piedra, cada grieta, cada palmo de muro. Todo lo que encontraba de su gusto, se lo guardaba en la mochila.

-Por ahí hay una araña gigante -señaló al norte del templo-. A veces me acerco a ver si alguna de sus presas tiene algo bonito. ¿Queréis ir a verla?

- ¿Una araña? - Preguntó Vika. - ¿Es muy grande? - Dijo llevándose la mano al mentón.

Si tenía algo valioso podía ser interesante ir a hacerle una visita, aunque realmente aquella alimaña no les había hecho nada. No obstante, si tenía víctimas, podía ser que fuera un ser maligno y que estuviera mejor muerta. La sacerdotisa mantenía un debate moral interno. Hasta ahora todos los seres contra los que habían peleado y matado habían atacado en primer lugar o eran abiertamente malignos, en cambio ahora serían ellos quienes irían con ánimo hostil en busca de un ser que nada les había hecho.

- ¿Qué decís? - Les preguntó al resto. - Si es un peligro para inocentes, supongo que... - No acabó la frase, aunque supuso que ni Mayra, ni el hombre santo querrían arriesgarse a ir a ver a aquella criatura y mucho menos para acabar con ella.

Mayra enarcó una ceja en dirección a Vika, preguntándose si lo decía en serio.

—Estamos esperando a Tobías —le recordó, por si se le había olvidado—. ¿Y si vuelve por el portal con enemigos pisándole los talones mientras nosotros estamos peleándonos con la araña gigante? No. Tenemos que esperarle.

- Zorra... - Pensó Vika y en cambio mostró una sonrisa forzada. - Tienes razón, cariño... - Le dijo a la arcana. - Esperemos entonces...

Tobías se quedó muy quieto al escuchar las voces y risas sobre su cabeza. ¿Qué tipo de criatura se escondía entre las ramas? Los gnolls reían, como las hienas con las que debían estar emparantados, pero algo le decía que no eran hombres bestia. Las enormes fresas eran tentadoras, pero no era ese momento para alomorzar. Desde su escondrijo, levantó la mirada, buscando movimiento entre el follaje.

Después, salió con cuidado y avanzó unos metros más, para ver qué le esperaba más allá. No tenía sentido aventurarse lejos, pero tampoco traer a sus amigos a una trampa.

Tobías mantuvo un rato escuchando y observando, la luz que iluminaba el lugar era brillante y cálida, pero era distinta a la luz del sol y no sabía definir por qué. Siguió el sonido de la risa, por fin, entre las ramas altas de un árbol de hojas rosadas, vio movimiento. No se trataba de un gnoll, sino de otra criatura.

Tenía apariencia femenina. Se había sentado sobre una rama, con las piernas colgando, y conversaba con otra criatura, también femenina, que estaba encaramada a una rama y se dedicaba a hacer piruetas sobre ella. La que estaba sentada comía una de esas fresas gigantes con las manos. Sus cuerpos eran largos y delgados, como elfos, aunque su piel tenía el aspecto de las cortezas de los árboles. Sus cabellos, largos, eran un entramados de hojas, la que estaba sentada tenía el color de los almendros en primavera, arboledas comunes en todo el Imperio, y la otra tenía el cabello verdoso.

Más allá había una pendiente de tierra que descendía un desnivel y más árboles.

Tobías enarcó una ceja. Las mujeres parecían elfas, pero las que había visto antes no eran muy diferentes a las mujeres humanas. Esas dos parecían mimetizadas con el bosque. Fueran lo que fueren, su actitud era muy distinta a la que mostraban los gnolls; no imaginaba que fueran hostiles. Sin embargo, decidió no revelarse.

Con paso cuidadosos, el joven explorador desandó el camino y se adentró en sendero de oeste, que guardaba las huellas del tránsito de criaturas en el barro.

Tobías no pudo saber qué eran esas mujeres, pero una vez escuchó su risa, no dejó de escucharla en ningún momento. Y es que, en otros árboles, mientras transitaba por el camino oeste, halló a más. Contó hasta un total de cuatro elfas con piel de roble y hojas en el cabello deambulando por entre los árboles y las copas, comiendo fresas, y otras frutas, balanceándose entre las ramas y charlando en un idioma que no entendía.

Justo al sur, entre la maleza, descubrió las ruinas de un pedestal, seguramente parte del edificio en el que estaba el portal por el que había llegado. Estaba cubierto de hierba y enterrado bajo siglos de tiempo. El suelo en aquella zona estaba embarrado y removido, pisadas recientes, la hierba chafada. Se detuvo cuando captó el olor de los gnolls. Los encontró en una arboleda sur, aunque no estaban armados. Eran media docena de mujeres y vestían túnicas blancas holgadas de lino, ricamente ornamentadas con hilos de oro, y un velo en el hocico, como la maga que había atacado en el templo. Parecían estar... ¿de picnic? No solo eran gnolls, había también una fémina con el rostro felino y de pelaje blanco, y otra que tenía aspecto de zorro, con el pelaje rojizo. Sobre la hierba habían colocado una sábana y un par estaban sentadas encima, haciendo labores, junto a tres enormes cestos de mimbre. Las demás llevaban cestos más pequeños colocados en la cadera y recogían las fresas de los arbustos, seleccionándolas con mucho cuidado. También habían recopilado un buen montón de frambuesas y moras, y otras frutas, que guardaban en los enormes cestos. Se turnaban para descansar y recoger las frutas, mientras charlaban de forma relajada, riendo y contándose confindencias.

Las extrañas elfas encaramadas a los árboles eran sorprendentes. La escena en el claro, sin embargo, lo dejó boquiabierto. Aquellas mujeres podrían haber sido cualquier grupo de mujeres de medios, ociosas, disfrutando de un día alejadas de las obligaciones mundanas. Podrían haberlo sido, pero eran mujeres bestia, como la maga a la que había matado. Y no solo había gnolls entre ellas, sino representantes de otras razas híbridas.

Cuando consiguió arrancarse del estupor, volvió sobre sus pasos sin hacer ruido, para adentrarse en el portal mágico. De vuelta al templo y las cavernas, a un mundo que parecía tener muy poco que ver con ese. Contuvo la respiración al dar el paso, preguntándose si Mayra estaba en lo cierto, o el encantamiento no iba a funcionar en ese sentido.

Seis largos segundos tardó el portal en volver a iluminarse, los suficientes para pensar que no funcionaba en dos direcciones. Sin embargo, un centelleo después, Tobías regresó a la oscuridad de la caverna. Ninguno de sus compañeros podía verle, era completamente invisible. De modo que para ellos, el portal se iluminó, y no apareció nadie cuando la magia del portal crepitó en su entorno.

- ¿Tobías? - Preguntó Vika impaciente mientras agarraba con fuerza la empuñadura de su fiel y letal mandoble. - ¿Eres tú? 

A Tobías le convenía responder y hacerlo pronto, pues Vika no estaba para bromas y otras tonterías y sabiendo lo peligroso que era ese lugar, soltaría un espadazo al aire si no obtenía una rápida respuesta.