Partida Rol por web

Una sonrisa confiada asomó a sus labios mientras esquivaba, uno a uno, los fútiles ataques del tsathar. Su enemigo sabía que estaba acabado, y no iba a dejar que recobrara la esperanza. Aquél era su último aliento. 

Con la agilidad que le caracterizaba, volvió a retroceder evitando un zarpazo a la desesperada. En cuanto estuvo a la suficiente distancia, disparó. Y uno menos. Ya solo quedaba aquella rana.

La rana faltante poco podía hacer pero aun así seguía intentando traspasar la ferrea defensa de su compañero sin éxito, entre tanto Gerald con dos cortes certeros con su espada la deja al borde de la muerte, chorreando sangre atravez de sus heridas.
El juicio de Heironeus habia sido dictado y administrado atravez de los inquisidores, Gerald estaba mas que seguro que Damrod había cumplido con su parte pero aun así faltaba un largo camino para salir.

(ostras no me di cuenta que Damrod no tiene luz para perseguir al azote, hummm, en fin, cosas del destino)

La rana apenas aguanta con dos enormes cortes en su cuerpo, la sangre le sale a borbotones. Pero no parece darse cuenta, la furia asesina la hace combatir hasta la muerte. Aunque la pérdida de sangre hace que no pueda alcanzar a su presa, perdiendo todos los ataques.

Asalto 13

Damrod 15

Ranas terribles asesinas 13

Harold 9

Gerald 7

Los jadeos y los intentos de recuperar la respiración se abren paso tras la rápida confrontación, los fluidos vitales y los cuerpos de los enemigos rodean vuestra posición, ningún nuevo enemigo emerge de la oscuridad de la gruta y por ahora no ha sido activada la alarma al haber eliminado al único que podía avisar a los suyos, 6 ranas terribles asesinas yacen desmembradas por el suelo de la gran gruta, al igual que sus entrenadores, dos de los Azotes yacen sin vida, mientras que el tercero, aquel que dio mayores muestras de inteligencia, el cual yace desangrado y atravesado por dos flechas en las escaleras que ascienden al nivel superior.

Aquella rana estaba ya acabada, pues nadie podía sobrevivir a los temibles golpes de la monstruosa espada de Gerald. La sangre le salía a borbotones del cuerpo, oscura y viscosa, y en sus ojos se veía la rabia del animal que se sabe muerto pero que luchará hasta el final. Era hora de acabar con aquello. Harold apartó sus garras con el escudo y blandió la espada azul, cortando en diagonal y seccionando su cabeza en dos mitades limpias que cayeron sobre el suelo de la caverna en medio de un charco de sangre negra. En cuanto lo hizo, la sagrada espada ya estaba renovándose, limpiándose como hacía el hielo azul, metáfora de la Pureza de su señor y de su misión. 

-Vamos, Gerald-le dijo, y ambos avanzaron hasta el túnel. Allí, como no podía ser de otra forma, encontraron a Damrod, ileso, y a la rana abatida por flechas precisas como agujas, muerta en un charco de sangre. No había presa que escapase a aquel cazador. 

-Bien hecho, compañero-dijo, envainando la espada, ya limpia-Apartemos ese cadáver de ahí. Tenemos que salir de aquí rápido, antes de que se den cuenta de lo que ocurre. Damrod, ve delante, comprueba si hay enemigos cerca. 

Lanzó un suspiró que, esperaba, no se hubiera escuchado tanto como le parecía a él. Bajo aquella tenue luz que no parecía venir de ningún lado pero a la vez dejaba todo a la vista, podía distinguir a un número considerable de enemigos. Aquello, si jugaban mal sus cartas, tenía toda la pinta de volver a convertirse en una huida a la desesperada. Empero, no tenían otra opción que intentarlo.

—Dejadme investigar —susurró, concienciándose—. Estad alertas.

Después, comenzó a caminar hacia sus enemigos con cuidado de no delatar su presencia, listo para ocultarse entre las sombras de la irregular pared si cometía un error y llamaba la atención.

Damrod avanza 15 pies en completo silencio. En seguida se da cuenta que el enemigo está vigilando sobre todo las escaleras de descenso, sobre los primeros escalones parecen haber colocado parte del hongo que cubre la zona haciéndola resbaladiza, al parecer han colocado algún tipo de trampa para quien descienda por ella. El azote más cercano a ti, parece más pendiente de lo que pueda ver al sur que de tu zona, lo único que puede alertarle es una de sus ranas asesinas las cuales como perros guardianes, no paran de olisquear y otear todo a su alrededor. Cuando afinas lo más posible tu vista en esta zona de penumbra eterna parece que avistas los cuernos colgando al menos de uno de los azotes.

Las ranas tienen escuchar 11-5: 6 y avistar 22. 

Los Tsathar No escuchan ( están hablando entre ellos -5 a escuchar de los demás ) y avistar 21

Los Azotes escuchar 11-5: 6 avistar 20

El sacerdote Escuchar éxito crítico 23-5: 18 y avistar 18

Maldijo por lo bajo al notar la mirada escrutadora del sacerdote, intentando distinguir algo entre las sombras en las que se había escondido; no le había visto, pero sin duda había escuchado sus pasos. Tenía que tener cuidado.

Con calma, conteniendo la respiración y comprobando dónde ponía los pies, se acercó un poco más, atento: debía asegurarse de cuantos llevaban los cuernos. Las conversaciones, en cambio, empezaron a perder interés, pues no entendía aquél idioma y su extraña cadencia.

El combate era ineludible y a pesar que los enemigos no eran gran cosa la cantidad de ellos suponía un problema, su compañero Harold había gastado gran parte de sus poderes curandolos anteriormente asi que este combate no debía demorar mucho tiempo ni costarles más sangre de la que ya habían derramado.

Gerald buscó dentro de si las fuerzas necesarias para hacer cumplir la voluntad de Heironeus y hacer llegar a esos herejes el juicio divino. Tomó una gran bocanada de aire relajando sus músculos y enfocando su mente para hacer salir sus poderes que se encontraban escondidos en lo profundo de su subconsciente, una luz tenue lo fue recubriendo y poco a poco fue haciendo honora su raza creciendo tanto como sus ancestros, un grueso pelaje marrón oscuro le fue creciendo por todo el cuerpo, le crecieron largos y filosos colmillos y al mismo tiempo las facciones de su rostro se fueron asemejando a las de un oso y a pesar de que Gerald ya de por si era una montaña de músculos, estos se negaban a creer que habian llegado a su limite y deciden seguir creciendo. La imagen del inquisidor había cambiado del cielo a la tierra pareciendo más una bestia de un cuento de terror a la de un servidor de la ley y del bien.

Las ranas tienen escuchar 23 y avistar 17. 

Los Tsathar escuchar 18 y avistar 18

Los Azotes escuchar pifia y avistar 7

El sacerdote Escuchar 17 y avistar 17

En el asalto anterior el sacerdote cree escuchar algo y hace callar a los habladores Tsathar con una orden seca, tras unos segundos oteando en dirección a Damrod, uno de los Azotes grita y señala hacia el sur lo que hace que todos miren en esa dirección para localizar al intruso ruidoso, lo que le sirve a nuestro explorador para acercarse un poco más al grupo. Su aguda vista hace que pueda percatarse de los dos cuernos de guerra que portan los dos Azotes, nadie más parece llevar instrumentos para dar la alarma.

Ahora tenía más claro quienes eran los enemigos a los que debía batir de primeras. El problema era lograrlo. Dos eran demasiados... Excepto si lograba ser más rápido que ellos. Entonces si podría. La cuestión era si sería capaz.

Harold oía la asquerosa lengua de los malditos anfibios herejes inundando la caverna al otro lado, donde el valeroso Damrod se había adentrado sin más ayuda que su sigilo y su ingenio. Había muchos allí, incluyendo uno de sus sacerdotes, que blandía una perversa y retorcida versión del sagrado hilo que le unía a él a Aengrist. Aquellos que usaban el poder de las deidades para el mal, para el caos, eran la mayor de las aberraciones. Habría que luchar, y Harold notaba su espada vibrando en su mano, el sagrado hielo limpio ansiando la sangre de los herejes y la justa ira con la que sería blandido. Sin embargo, sería una lucha dura, ya que solo eran tres, por lo que debían usar sus recursos. 

Vio a Gerald empleando sus extraños poderes psiónicos, derivados de su mente, una forma extraña de poder que no se parecía ni a su magia ni a la Arcana de los hechiceros. Sin embargo, Harold no albergaba más que admiración por él, ya que era un poder que destinaba al bien. Así quedaba claro en Aspiraciones 5:21, De Haldor Amungsten: Benditos sean aquellos que usan el poder que poseen, sea cual sea su fuente, si es para la causa del Bien y si es siguiendo los preceptos de la Ley. 

A la vista de la bestia en la que Gerald se había convertido, y sabiendo el tremendo poder y fuerza de los enemigos que les esperaban, le pareció estar de vuelta en el Glaciar de Hierro, hacía años, cuando era apenas un adolescente que acababa de iniciar su entrenamiento. Había visto entrenar a los Caballeros, y sabía que no poseían la desatada fuerza de los berserkers, la agilidad y astucia de los exploradores ni el entrenamiento brutal de los guerreros. Así que le había preguntado a su mentor, con toda la ingenuidad de sus pocos años, cómo podían enfrentarse a los peligros del Norte. ¿Cómo podía un hombre normal medirse con un gigante del hielo de cinco metros, o con un gusano de la escarcha capaz de comerse un carro entero de un bocado? 

Su mentor se había inclinado junto a él, y le había hablado mientras abría un libro dorado sobre el altar. 

-Nosotros no combatimos con la fuerza, como los bárbaros, ni con la percepción, como los exploradores. De hecho, no combatimos ni siquiera con la espada, aunque la usemos. 

-Pero... entonces, ¿con qué combatimos?

-Dímelo tú. Pon la mano sobre este libro y lee. Dime cuál es el arma de nuestra Orden. 

Harold había hecho lo que decía, y había puesto la mano en el libro, que estaba extrañamente cálido al tacto, y allí, subido sobre el pedestal del altar, con la luz filtrada por el hielo inundando azul la capilla, había leído. Era un pasaje del Aspiraciones, en el que se leía: Sea la muerte por hielo, por fuego y por hielo, por roca y por acero: así la recibimos, en paz pero no presurosos, pues su toque nos trae el alivio del trabajo bien hecho y la ascensión a la Montaña Blanca. 

Y allí, lo había sentido. De pronto, todos sus músculos se habían tensado, y se había sentido tan fuerte como para mover una montaña, tan valeroso como para cruzar un lago helado, tan sabio como para dirimir una disputa entre reinos, tan magnánimo como para entregar su comida a los necesitados y soportar el hambre. Fue una sensación fugaz, pero le dejó un poso cálido y reconfortante en el corazón. Y lo había comprendido. 

-Con la fe. Combatimos con la fe. 

Y así era. Con cuidado de no hacer ruido, aunque había una pared de piedra entre él y sus enemigos, Harold se arrodilló en el suelo, y apoyó la frente sobre la cruz de su espada, notando el frío del hielo sagrado. Allí, incluso allí, tan lejos de aquella capilla, sentía la conexión. Sentía aquella esquirla de poder divino que había dejado ese día en él. Y, con un solo impulso, la llamó. La llamó como llamaría a un amigo, a un hermano, pidiendo ayuda. Y, como siempre, respondió. El hilo que le unía con su deidad se sacudió, repleto de pronto de fuerza, de poder, y Harold susurró, susurró con pura fe. 

-Aengrist, a Ti me debo. Aengrist, en Ti confío, solo en Ti. En tu credo me reflejo, en tu alma hallo consuelo. Guía mi hoja, que no es más que un instrumento de Tu voluntad. Permite que mi espada halle el camino hasta el corazón de los herejes, el camino hacia su purga y su destrucción. 

Un leve brillo recorrió la hoja, como si una linterna la iluminara brevemente desde dentro, y Harold notó su brazo firme y preciso, el cansancio desaparecido. Siguió orando. 

-Aengrist, eres la roca bajo la que me cobijo. Mi alma es tuya, mi cuerpo es tuyo. Cuando llueve en el interior de mi alma, tu eres mi refugio, cuando zozobro en aguas oscuras, tú eres mi barco y mi luz y mi puerto. Eres el faro que me protege de las afiladas y negras rocas del acantilado. No dejes que el Caos me toque, no dejes que mancille Tu Pureza. 

Su armadura destelló por entre las junturas, como si dentro de él hubiese una llama azul, una esquirla de fuegofrío. El acero del Norte se cubrió de una capa de escarcha, pese a la temperatura de las cuevas volcánicas, y pareció que su armadura estaba hecha de hielo por completo. Y siguió orando. 

-Aengrist, tú me abrazas con tus alas, me otorgas la fuerza de tu Heraldo, el Lobo, y la resistencia de tu arma, la Rompehielos. Así como tu espada atraviesa la oscuridad, así como tu mirada perfora roca y hielo, mar y lluvia, así mi mano, bajo Tu Guía, halla su propósito y su objetivo, incluso en la oscuridad de la noche sin estrellas ni luna. Entrégame la fuerza de la Batalla del Glaciar, la fuerza de tu poder divino, para eliminar a los herejes y a los impuros, para salvar a los inocentes y a los puros de corazón. Cúbreme con tu égida, así como yo cubro con la mía a los demás... y concédeme la fuerza para aplastar los enemigos de la luz. 

De pronto, fue como si su armadura creciera de tamaño, como si el propio Harold creciera, como si sus hombros se volvieran más anchos. Se levantó, y en sus ojos había fuegofrío, pues brillaban azules de puro poder contenido. Harold sentía en él la fuerza de los gigantes de la piedra, la fuerza de los aludes de las montañas nevadas. Ahora era suya, para su misión. Y no iba a desperdiciarla. 

Miró a Gerald, y le indicó con un gesto que estaba preparado. 

La zona resbaladiza llena todo el complejo subterráneo hasta donde alcanza la vista, excepto las escaleras y la zona 2a, la cual gracias a la ligera corriente de aire, hace que el moho no crezca con soltura.

Asalto 1

Tsathar 21

Gerald 13

Sacerdote de Pyaray 12

Azotes y Ranas 9 

Harold 2