Partida Rol por web

Un tremendo espadazo del semigigante partió en dos a la última rana, dejando tan solo a los azotes frente a ello, y dejándole claro que hacer. Dio un único paso, acercándose más, y volvió a hincar la rodilla en el suelo, sacando tres flechas que dejó junto a él para, justo después, ajustar a sus oponentes. Una tras otra, las saetas se clavaron en los tsathar, matando a uno e hiriendo al otro.

La última rana cae muerta por el golpe de Gerald, mientras que Damrod traspasa el cuerpo de uno de los Azotes, cayendo este último muerto en el acto al suelo, dejando un charco de sangre en el frío suelo volcánico. El azote que queda sabiendo que va a morir da todo por su Dios gritando a todo pulmón consigue dañar a Gerald con sus garras y al intentar morderle acaba saltándose un diente contra la armadura del inquisidor.

El azote que está al final de la gruta, viendo que el combate está perdido, da un grito a sus ranas y tras lanzarlas hacia vosotros, el sale corriendo escaleras arriba. 

Asalto 9

Azotes 17

Damrod 15

Ranas terribles asesinas 13

Harold 9

Gerald 7

Las dos ranas corren hacia vosotros dispuestas a saltar en carga en el próximo asalto.

I el juicio caerá sobre los impíos!! proclama en voz baja mientras baja con fuerza su enorme espada cortando en dos a la rana que aún seguía en pie desparramando sus tripas sobre el suelo rocoso de la caverna, obviamente Heironeus estaba de su lado  casi que podía sentir su presencia guiandolo en cada movimiento que hacía.

El tsathar que quedaba tras gritar algo incomprensible clava sus garras en el costado del semigigante, el ataque no es grave pero poco a poco, herida tras herida iban sumando dejándolo maltrecho  pero su determinación y convicción seguían intactas; su contraataque no se hizo esperar empuñando su espada y girando su torso en dirección hacia el único enemigo que seguía en pie la hace zumbar en una horizontal cortando todo a su paso, el tsathar no alcanzó a darse cuenta y en un instante había perdido la vida.

La batalla ya era de ellos pero uno de sus enemigos había salido corriendo seguramente a avisar a sus superiores y eso era algo que no podían permitir, justo cuando corta en dos al anfibio grita A POR EL DAMROD!! ni Harold y mucho menos él podía darle alcance al fugitivo y estaba más que seguro aunque no habían cruzado palabras de que su compañero tenía pensado darle caza.

—Confío en vosotros. —No era necesario decir más, ni a que se refería; aquellas dos ranas de aspecto salvaje daban una idea aproximada. También de lo que iba a hacer.

Rápido como una centella, salió corriendo tras el tsathar que intentaba huir, decidido a darle alcance y acabar con él antes de que pudiera dar la alarma. Tal vez no antes, pero confiaba en que el muro ilusorio mantuviera ocupado a su enemigo el tiempo suficiente para matarle.

Esa era su fuerza, el poder de la Inquisición y de la Ley: como el Gran Reloj del Templo de la Ley del continente, cada uno tenía su lugar, cada pieza su función y cada engranaje encajaba con los demás. Juntos, complementándose, podían hacer cualquier cosa. 

Cada uno sabía lo que tenía que hacer sin necesidad de palabras, pues los años juntos y la innata conexión que compartían era suficiente. Si aquel anfibio escapaba, volverían a verse en la misma situación que antes, y aquello podría suponer su fin. Al instante, todos se movieron como las piezas bien engrasadas del Reloj: Gerald descargó su espada, que, como el poderoso martillo de la ley, cayó destrozando al cuidador que quedaba, partiéndole en dos como si le hubiera caído encima el rastrillo de una fortaleza. Inmediatamente, Damrod salió disparado, esquivando a las ranas y corriendo ligero casi sin ruido sobre el suelo de roca. Era como el Juicio de la Ley: rápido, seguro, certero. Letal. 

-Que el Lobo te asista en tu caza, compañero. 

Sabiendo lo que debía hacer, avanzó por encima del cadáver del anfibio, con sus acorazadas botas resonando en la caverna. Antes de que las ranas pudieran saltar, se puso delante de ellas, alzando su escudo como un muro de acero. 

distancia entre Damrod y Azote 55 pies, el azote corre torpemente con sus grandes pies más preparados para saltar o nadar que para correr, alejándose escalones arriba hasta separarse a 175pies. A esa velocidad el enemigo llegará al nivel superior en 12 asaltos, pero Damrod al final de este asalto queda a tan solo 15 pies de distancia a la espalda del Tsathar. 

Asalto 10

Azote 17

Damrod 15

Ranas terribles asesinas 13

Harold 9

Gerald 7

Las ranas terribles comienzan el combate mortal contra el férreo inquisidor, arañando su armadura, mordiendo su escudo, pero sin llegar a encontrar un hueco entre tanto metal.

Las ranas chocaron contra su escudo y su armadura como lluvia, como los animales descerebrados que eran. Aunque eran fuertes y tenían un poderoso veneno, no eran nada contra el poder de la Inquisición, y mucho menos iban a ponerse en el camino del Juicio que aquel anfibio huido merecía y que Damrod con su implacable caza le daría. Ninguno de los ataques pudo atravesar sus defensas, y los dientes resbalaban sobre el acero sin arañarlo siquiera. Vio a Damrod desaparecer por el túnel corriendo a toda velocidad tras el torpe anfibio, que no parecía un corredor muy veloz. En todo caso, nadie era más rápido que las flechas de su compañero. 

Ahora su único deber era confiar y resistir. Confiar en Damrod, y resistir contra las ranas. Su veneno podría ser un problema, pero no desde que su Señor le proveía con los dones necesarios para evitarlo. Alzó la espada y canalizó el poder de Aengrist por su cuerpo, por sus venas, hasta que lo sintió corriendo por su sangre e inundando su carne, fundiéndose con él. 

-Aengrist, es mi cuerpo tu templo, mi sangre tu hidromiel. Nada puede dañar la Pureza que tú me otorgas, nada puede manchar el hielo que tú has santificado. 

después de acabar con el tsathar Damrod sale disparado como un rayo en caza como un lobo tras su presa mientras que Harold bloquea a las dos ranas restantes que solo logran rasguñar su armadura. el salir vivos de esa situación le correspondía al cazador así que se olvidó del otro tsathar y se enfocó en los enemigos a los que sí podía alcanzar con su espada.

se adelantó hasta llegar a donde se encontraba Harold y sin vacilar descargó toda su fuerza en una de las ranas, decir que la cortó es poco ya que mientras esta se alzaba para atacar con sus garras a su compañero el semigigante la castigo cortando desde el hombro derecho hasta la parte baja de la pata izquierda, la herida es tan profunda que el animal queda atontado sin saber que hacer.

La rana 1 queda atontada debido a la terrible herida que le ha infligido Gerald, las vísceras caen de su abdomen abierto y aunque aún le queda un hálito de vida, el dolor no la deja actuar, la otra rana aunque ataca con todas sus armas naturales encuentra en su objetivo un muro sólido, difícil de traspasar.

Asalto 11

Azote 17

Damrod 15

Ranas terribles asesinas 13

Harold 9

Gerald 7

El azote se da cuenta que no va a poder escapar de su enemigo, así que sorprendentemente en vez de seguir corriendo, se da la vuelta de repente desciende 10 pies y salta sobre su enemigo desde lo alto de las escaleras. El salto aunque acelerado consigue al final su objetivo y cae sobre Damrod con garras y dientes. La maraña que eso supone de uñas y dientes al final no consigue traspasar las defensas del ágil explorador, el cual al avanzar rápidamente estaba preparado para el repentino ataque.

Y ahí estaba: inevitable y poderoso como el Juicio de la Ley, la enorme espada de Gerald surcó el aire silbando hacia los inmundos anfibios venenosos. Harold acababa de desviar el último mordisco con el borde del escudo cuando el arma cayó como el poderoso martillo de la Ley, casi partiendo en dos a una de las ranas. El golpe fue tan poderoso y la herida tan enorme que el animal quedó confundido, cegado por el dolor. Harold no lo dudó: blandiendo su brillante espada de hielo azul, atravesó el cráneo de la bestia, que se quebró como un huevo ante la gélida punta, más dura y afilada que el acero. Atravesó el cerebro de parte a parte, matando instantáneamente al animal, y se volvió hacia la otra rana, el último enemigo que se interponía entre ellos y su compañero. 

No lo había esperado, y aquél movimiento por sorpresa, debido a su descuido, podía haberle costado caro. Por suerte, era casi tan hábil esquivando a sus contrincantes como matándoles desde la distancia, y aquella estúpida rana humanoide iba a descubrirlo en unos segundos; que hubiera tenido el valor de luchar en vez de correr no significaba nada para el resultado de aquél combate.

Con un grácil paso hacia atrás salió del rango de amenaza de aquél ser, lo justo para poder retroceder después sin peligro alguno y, desde la posición que eligió, disparar. La saeta surcó el corto espacio entre ellos y se clavó en el tsathar, dejándole a un solo flechazo de su fin.

El Azote desesperado y al darse cuenta de que el fin está cerca, este decide darlo todo en un último ataque, en su clan el fracaso es la muerte, por lo que mejor morir en combate que bajo el yugo de su amo, el ataque resulta vacío de estrategia, de finura en el combate, es un solo cuerpo lanzado en carga contra su enemigo, las garras, los dientes, todo dispuesto a matar o morir en el intento, años de entrenamiento para ser uno de los mejores, años, para acabar a manos de un rápido arquero.

Asalto 12

Azote 17

Damrod 15

Ranas terribles asesinas 13

Harold 9

Gerald 7

La rana superviviente, herida de bastante gravedad, apenas se da cuenta de ello, los años de entrenamiento feroz por parte de los Azotes hace que cuando se le ordena solo piensa en cazar, cazar hasta el final, su pequeño cerebro solo tiene un objetivo, morder y desgarrar. Sus garras arañan la dura coraza, pero su boca encaja finalmente en zona blanda, dejando su afilados dientes marcados en la carne del sacerdote e inoculando su veneno en el cuerpo del protegido inquisidor, anulando los efectos del peligroso suero.

Harold alzó la espada para asestar un golpe sobre la rana, pero esta, viéndose superada y con la ira irracional de un animal acorralado que lucha a muerte, se revolvió y superó el borde de su escudo, acertando con sus dientes entre las junturas de su armadura. El dolor fue como un relámpago y le hizo perder momentáneamente la concentración, por lo que su tajo pasó por encima del animal sin hacerle daño. Sin embargo, Harold no tardó en recomponerse, y volvió a alzar su arma de nuevo. No temía al dolor, pues en su mente resonaba clara, como una cascada de montaña pura y plateada que arrastra y limpia el barro, una de las frases de los salmos de Aengrist: 

-El dolor en combate es fe inundando el cuerpo. 

Su compañero no tardaría en eliminar a aquel enemigo, y Damrod haría lo propio. Solo habían llegado tan lejos por eso: todos podían confiar totalmente en los demás.