Partida Rol por web

- Cuando todos los campesinos estén en el campo y los artesanos en su taller no quedará mucha gente en la calle, podría comprarte pronto algunos de los ungüentos y que pudieras resguardarte por hoy. Éstos cicatrizantes - digo señalándoselos.

- Creo que os habla a vosotros porque mi bastón no necesita ser afilado.- dijo en broma la mujer al escuchar al Herrero como quería sacarse unas buenas monedas con un trabajillo extra. 

- ¿30 monedas? ¿Si se que me van a tocar los huevos tan temprano me los hubiera afeitado! Ve bajando ese precio, voy a luchar contra el puto ogro y si no acabamos con él vas a vender una mierda, asi que ya estás bajando el precio. - Waldo no tardaba nada en encenderse - Aparte ya estás buscando unos abrojos de verdad, no ese alambre que se doble con sólo mirarlo y una buena cadena, por si estoy de buenas y ese bicho viene vivo.

Hay unos segundos de silencio. Sus labios se arrugan mientras examina con disimulo tu exótica armadura: tal vez buscando un precio justo, tal vez el límite de tus posibilidades. — ¡Claro! ¡Dos monedas de oro por cada uno, y te los estoy regalando! — Improvisa, antes de que el silencio se tornara incómodo.

Sheldor piensa que necesitaría comprar materiales para curar y algún ungüento ya que seguro que sus acompañantes necesitarán curas mientras luchan con ese ogro.

- Venga hombre, haga el favor de afilar le ese arma gratis. Piense todo el negocio que va a ganar si acabamos con ese Ogro. La gente tendrá más monedas, estarán más borrachos y lucharán más entre sí. Creo que es un buen negocio a largo plazo.

intento animar al herrero a que les regalará unos minutos de su tiempo. 

- Jajaja - el elfo relaja su habitual rigor con una risa fresca y cantarina - ¿no me harías un descuento por comprártelas todas? 5 monedas de oro por las cinco que tienes. He podido oler que es tu mejor receta y aun así es muy mejorable. Si regreso de mi viaje podríamos charlar algún día sobre propiedades de plantas.

Tan rápido caen las primeras gotas, el papiro ofrecido se halla a tus pies. La misteriosa figura ha desaparecido totalmente, y tu sangre mancha la fragmentada piel del pergamino con certera lentitud. Escuchas una risa insidiosa resonar en tu interior. Quedas inmóvil, incapaz de articular palabra o mover un solo músculo. El tiempo parece detenerse - o acelerarse. - y el espacio se dobla en pliegues que tus ojos no saben interpretar. Intentas cerrarlos, pero no puedes. El cielo cambia caprichosamente sus colores: primero verde: intenso como un veneno, luego amarillo: podrido como una enfermedad, finalmente rojo: igual que tu sangre.

Mientras intentas comprender lo que te ocurre sientes náuseas, ganas de vomitar y desfallecer. La maldición de la que habló "Jevic" te está afectando a ti mismo. Tus recuerdos del pasado se transforman en arrepentimiento y las ilusiones del futuro en una quimera inalcanzable. Pero todavía hay una parte de ti dispuesta a luchar. Te asola una fuerza terrible y desconocida, pero no puedes rendirte a ella. Debes dominarla.

La primera parte no me sorprende, la parte de la sangre es igual a todos los mitos y cuentos que te cuentan de niño a la hora de no hacer un pacto con un mago sin saber que haces. Pero lo que me hace sentir impotente es el momento en el que comienzo a sentirme bloqueado y mi visión se altera mas que cuando he fumado unas buenas hierbas...

Cada acción reprobable de mi pasado vuelve a mi, unido a un gran dolor. Me siento mal por muchas cosas de las que hice, incluso de matar al padre de Cataria pero es entonces cuando Derick me recuerda que lo correcto no siempre es agradable, me recuerda que para que otros no tengan que hacer esas cosas tengo que hacerlas yo y eso me llena de fuerzas de nuevo. Me devuelve a la realidad de mi sitio en este mundo, no puedo abandonar a Cataria, al elfo, al gruñón de Waldo incluso al clérigo que se atrevió a unirse a la causa.

— ¡Eres un bravucón insolente, chaval! ¡Se me ocurre un mejor uso para mi martillo! ¡Deberías aprender modales de tu amiga! — Al igual que Waldo, Tundar también era conocido como hombre de mecha corta. — Pero si es verdad que tenéis intención de plantarle cara al bestiajo de Blogg, reconozco que tenéis agallas. Os regalaré los abrojos que os faltan. — Escupe al suelo. — ¡Pero por nada no puedo trabajar! Esto es una herrería... ¡No un convento de la caridad! — Recapacita brevemente echándose la mano a la barbilla. — Lo dejaremos en 15 monedas, y no perdamos más tiempo. ¡Trae para acá ese espadón, he dicho!

No habéis terminado de tratar con el herrero cuando otro mercader se inmiscuye en la conversación. 

— Perdonadme que me entrometa en vuestros asuntos. Mi nombre es Aebon. Desde mi negocio he escuchado que pensáis iros de excursión hasta la cueva de un ogro. Bueno, eso no se oye todos los días... — Casi podéis palpar la desesperación que tienen los comerciales por vender. — ¡Da la fortunosa casualidad de que eso es mi especialidad...!

El hablar de Aebon es más culto y refinado. — Vuestras mercedes, en mi establecimiento encontraréis con facilidad cualquier objeto del que necesitéis proveeros: herramientas de los mejores materiales, suministros de calidad exquisita, antorchas y lámparas con garantía, vendajes idóneos para primeros auxilios, cuerdas para escalada, municiones para cualquier arma a distancia... — A punto de enrojecer, toma aire y prosigue. —  Mi política para aventureros es simple: un artículo cuesta dos monedas. ¡Aprovechad la oferta! No encontraréis otra mejor en todo Dundraville. — Se frota las manos, anticipando un intercambio jugoso.

- ¡Tienes pelotas viejo para meterte con Waldo! Pero la oferta es buena, toma el espadón y déjalo brillante. - enseguida aparece otro de esos vendedores vendehumos - de las cosas que no valen para matar se encarga la chica.

Justo Aebon era lo que estaba buscando entre el gentío.

- Quiero 3 antorchas, dos cuerdas, una yesca y pedernal y, si tienes, algunas raciones de viaje. Como son muchas cosas espero que hagas una buena oferta por tanto objeto. Piensa que si no acabamos con el Ogro, pronto no habrá ni mercado donde puedas venir a vender. No se va a poder cumplir con el siguiente pedido y ten por seguro que vendrá el mismo a cobrárselo. - le explicó la muchacha, confiada de que el hombre viera que era mejor negocio ayudarles que tratar de engañarles. 

La sonrisa desarma completamente a Ann, que probablemente no conocía otros elfos más que aquellos tan rígidos y serios que narran en las historias. — Está bien, las tomaré. No puedo decir que no sea la mejor oferta que me han hecho hoy. — Admite a regañadientes entregándote con sumo cuidado los ungüentos. Completado el intercambio, dispones a partir en busca de tus compañeros.

— Espera. — Cuando estás a punto de marchar, la chica te retiene del brazo. — Tengo algo más que puede interesarte. No estoy orgullosa de ello, pero por favor, comprende mi situación. — Te muestra tres viales pequeños y bien sellados con tan solo unas pocas gotas de líquido. — Es tarántula. Veneno. Muy doloroso. Mortal para muchos. — Por el tono de su habla, parece desear desprenderse de ellos. — Eres un elfo. Debes haber viajado mucho. Tendrás enemigos poderosos, y también el oro para pagarlo. — La chica abre la palma de su mano esperando una respuesta afirmativa. — No puedo dejarlos ir por menos de 10 monedas... ¿Los quieres?