Partida Rol por web

Asentí a lo del vestido marrón, sin duda era excepcional y el precio irrisorio si comparábamos lo que costaba todo hoy en día. No es que estuviera muy al tanto de la moneda americana, pero hacer cuentas era bastante fácil para mí. Si ella tomaba el marrón yo cogería el azul. Así no teníamos por qué discutir. Además seguro que el azul iba mejor con mi tono de piel.

Casi tuve que aguantarme una risa por la forma en que Sophie saludó al recién llegado. La verdad es que el tipo estaba para saltarle encima directamente. Por lo menos estaba más limpio y aseado que la media en este lugar, incluyendo varios de nuestros compañeros de viaje. Casi dudaba que ese tipo que hablaba tan raro, el negro, se duchara con asiduidad.

Y miré al recién llegado, obvio que le miré. Esos pantalones le quedaban más que bien y la camisa se ajustaba a un cuerpo que merecía más que un vistazo de pasada. –A eso justo me refería…

Ardía, gigante, el sol en el firmamento límpido de nubes.

La gente, en coro rodeando a modo de procesión al nuevo sheriff que había llegado al andén del tren dejando tras de sí una polvareda que sus pasos levantaban.

Un murmullo generalizado le seguía pues el pueblo presente especulaba respecto a cómo iba a actuar frente al desalmado asesino que acababa de ultimar al buen maquinista que dejaba ahora una viuda e hijos en el hostil entorno de un SweetWater perdido en el culo de la nada misma.

¿Qué sería de ellos?, decían algunos, ¿Cuál sería la justicia del sheriff?, los otros.

Recortaba el horizonte la maquina y sus vagones en cuyo interior habían llegado recientemente los forasteros y frente a esta, tendido en el suelo y con la cabeza destrozada.

El maquinista.

No se había apartado mucho de su lado el desalmado asesino que ahora decía a viva voz:

Archer:

—Esto parece una película. Diez segundos y ya está aquí el Sherrif... —Miré al cielo y grité —¿Es que no habéis visto "El último gran Héroe"? ¡Vuestra incultura cinematográfica es inmensa! —Seguro que esos cabrones nos estaban viendo.

Esto era genial, probablemente el Sheriff tendría algún sitio donde no me diera el sol y pudiera beber agua, me acerqué a él, con las dos pistolas enfundadas —Sheriff, me rindo, con una condición, que me de una botella de agua. Esa escopeta no es necesaria, sólo un poco de fresca y clara agua. Su primer caso resuelto.

—Mire lo que le pasó a ese, no quiso darme agua. ¡Y quiero agua que no sea una maqueta! —Clavé mis ojos en los suyos. Debía tenerlos rojos no, lo siguiente—. Si el agua es una maqueta no respondo de mis actos. 

Tensión.

Silencio.

Intriga respecto a lo que respondería el sheriff.

Y en el rumor constante de todos los que rodeaban a los dos – quizás – duelistas, susurros o gritos donde se podían oír los:

¡Cobarde cabron!.

¡Mátelo sheriff haga justicia!.

¡Que lo cuelgue la horca!

Y muchos, muchos dedos acusadores y miradas inquietas…

Se me dibujó una sonrisa en los labios cuando aquel hombre me guiñó un ojo y cuando me di cuenta de que me miraba de nuevo a pesar de estar tratando con los de la tienda, la que le guiñé el ojo fui yo. Tenía que reconocer que aquello sí que era divertido.

Tampoco quería que se le subiera a la cabeza todo eso de que una mujer le estuviera haciendo caso, así que tras aquello, centré mi atención en el vestido y me lo coloqué sobre el cuerpo.

- Sí, yo creo que me va a quedar bien.

La dependiente había dicho que me lo podía probar, así que eso mismo pensaba hacer.

- Perdone, ¿dónde podemos probarnos los vestidos?

Luego escogería también algo de ropa cómoda, pero este vestido tenía que ser mío sí o sí.

- ¿A eso? - Pregunté a Lydia. - ¿Te estás refiriendo al hombretón?

Al menos coquetear con un hombre guapo era una forma estupenda de pasar el rato hasta que pudiéramos volver a nuestras vidas de siempre.

Agarró las llaves y se las enseñó al borracho. Había cumplido con su parte de decirle dónde encontrar un caballo, y él cumpliría con la suya. Abriría la celda.

– Apártese, voy a abrir. No me toque.

Le daba asco, simple y llanamente, y con los años se había acostumbrado a que la gente que le rodeaba le tratara con cierta distancia.

Esperé la respuesta del cantinero, pero este debía estar o bien a sus cosas o bien haciéndose el interesante. No creía que hubiera dicho algo así para ahora callar, más sabiendo que esto no era un saloon de verdad sino una especie de atracción. E incluso se dibujó en mi rostro una media sonrisa tenaz al pensar en tirar de aquel hilo que habían colocado para nosotros ahora que lo ocultaban. Esto me gustaba, sin duda, más que ir encontrando cadáveres.

Que mientras tanto el chico se acercase a mi oído me sorprendió un poco. Me giré para mirarle, y me sonrojé de inmediato en cuanto me di cuenta del doble sentido con que podían interpretarse sus palabras.

—Yo... —empecé, dubitativa, insegura sobre cómo se contestaba a algo así a un desconocido y, aún más, cómo lo contestaría Eva. Poco a poco el color habitual empezó a volver a mis mejillas y bajé un instante los ojos hacia la barra para tomar aire—. Le estoy ofreciendo la oportunidad de acompañarnos, de ganar un dinero y de conocer nuevos lugares —dije con seguridad y los ojos brillantes—. Si desea emprender el viaje la decisión es suya, señor Smith.

Me hizo mucha gracia que se sonrojara, me pareció tierno y especial. Pero tampoco la quería turbar en exceso, así que tenía que tratar de contenerme que a veces conseguía ser demasiado pícaro, por decirlo de algún modo. Aunque estas cosas solían ser síntoma en mi, de que estaba a gusto.

Sonreí buscando sus ojos e intentando reconfortarla con la mirada. Escuché lo que tenía que decir de su propuesta, por fin parecía haber algo que podría engancharme, además de la buena compañía – Me encantaría participar en algo así – Y decidí hacer otro de mis comentarios – Si usted es una de las participantes, claro – Y le guiñé un ojo.

Lo que no tenía es mucha información y quise averiguar más - ¿Y cuando empezamos con eso? ¿Necesitaremos caballos o alguna otra cosa?

Le claro la mirada cuando se ríe por lo que le digo. No es que le mire mal, lo hago con humor. Como le pasa a mucha gente, debía reconocer que me gustaba la marcha y este  tipo tenía pinta de darla. Bueno, el personaje que interpretaba este tipo. Pero sigo el juego, y lo hago alzando una ceja en su dirección.

- Ya... - con cierto recochineo e incredulidad, "reto en cierto ámbitos" decía... Una no podía evitar pensar mal. Piensa mal y acertarás, decían por ahí.

Le sigo  a paso perezoso, como el suyo. Sin prisa, al fin y al cabo, estaba de vacaciones. La visión de su corcel me da un poco de vértigo. Digo, era una bestia parda. Imponente. Esperaba no matarme en uno de esos... No es que me de tiempo a seguir profundizando en se hilo de pensamiento, porque como imaginé, lo de saber o no disparar trae su cierta polémica. 

- Oye, aprendo rápido - alzo un dedo con cierta seriedad - Quizá tengo una puntería que te cagas y después debas tragarte tus palabras....

- Oh, venga ya, ¿lo mataste por un poco de agua? 

Le golpeo en la cara con la culata de la escopeta, con la intención de derribarlo inmediatamente para atarlo. Si el tío se resiste no tengo inconveniente en descerrajarle un tiro. Aunque por su forma de hablar tengo la sensación de que este cabrón es otro invitado al parque. ¿Cómo gestionarán esto en la central? Nos dijeron que podíamos hacer lo que quisiéramos ¿no? Pues esto es lo que me pide el cuerpo. Justicia salvaje.

La corte de los payasos habían ido ahí a ver como el Sheriff hacía el idiota, antes no estaban, antes cuando les había necesitado... bah.

Esperó a ver que hacía el tipo, a ver que le pasaba ¿le daría agua?

El borracho levantó las manos de inmediato, como un gesto de rendición, cuando Rick le dijo de no tocarle. La verdad es que ser tocado no era lo peor sino el olor. Olor a humanidad y alcohol rancio. Con ambas manos en el aire, al borracho le dio cierto mareo y casi cayó al suelo de un traspiés. Se notaba que estaba usando los barrotes para sujetarse y no caerse de culo antes de soltarlos.

La llave abrió fácilmente la celda y el borracho aplaudió y rio como un retrasado, con una sonora carcajada. –Muy bien, muy bien, señor Adams- volvió a agarrarse a los barrotes antes de dar con sus huesos en el suelo y salió de la celda dando tumbos.

-Venga, sígame. Vamos a buscar a Clay para que nos venda un caballo. Va a cagarse en los pantalones cuando vea la cantidad de oro que nos espera, amar… Señor Adams- se corrigió a tiempo.

Sus pasos les llevaron a una pequeña cabaña con herramientas y trastos varios en su interior. Sobre la misma estaban las letras “PAWN” pintadas en un madero.

El sitio no estaba muy lejos de la oficina del sheriff, por lo que solo hubo que cruzar la calle y poco más. A su alrededor seguían pasando cosas, pudo ver a lo lejos como Ruby salía de la ciudad con el cazarrecompensas, embarcándose en la aventura que había elegido. Todos sentían que debían aprovechar aquello de alguna manera, excepto Rick. Él estaba cansado de aquel lugar y de sus gentes. Quería irse costara lo que costara.

Al entrar a la casa de empeños vio del otro lado del mostrador a un tío flacucho, desaliñado y llevando una especie de pijama de cuerpo entero con churretones de a saber qué. El borracho le saludó contento. El lugar parecía una cacharrería, literalmente. Aquel tipo tenía de todo.

Tras exponer Samuel lo que querían, Clay sonrió mostrando su no-dentadura –solo le quedaba un diente vivo y sin podrir- y salió para la puerta, señalando un caballo atado en el poste más cercano.

-Ciento cincuenta dólares, lo que es casi regalado, amigo- dio un par de palmadas sobre el hombro de Rick, con confianzas. –Ni un dólar menos, ni un dólar más.

Declan no profundizó más en el tema de dónde podía ser interesante lidiar con Ruby, pero seguramente no había mucho más que imaginar. El tipo no parecía de ser de los que hablaba con segundas, si insinuaba algo es porque lo hacía de verdad. Claro que lejos estaba de saber él las preferencias sexuales de la joven, nada que reprochar, pero él tampoco se negaba a hembra alguna si era lo que le apetecía en el momento.

-"Quizás" es una palabra de la que no soy amigo, dulzura- extendió la mano y el animal buscó su olor de inmediato, como si fuera algo conocido y que le apaciguara. –Solo espero que en tu aprendizaje no me vueles una oreja.

Desató las bridas del caballo y subió casi de un salto a su lomo. El animal se dejó hacer, sabedor que era su amo y compañero quien tenía sobre él.

El cazarrecompensas extendió la mano para ayudar a Ruby a subir. –Solo tengo un caballo, por lo que tendrás que cabalgar conmigo hasta que te encontremos una montura, dulzura.

Tan pronto como Ruby estrechó su mano, se encontró a la espalda del corpulento mestizo. Con un grito de él, el caballo comenzó a cabalgar saliendo de Sweetwater a una velocidad envidiable.

Mientras la pareja charlaba sobre un supuesto viaje, las puertas del saloon se abrieron de nuevo. Dentro del lugar puso sus pies un hombre menudo, pálido y con unas gafas que empequeñecían sus ojos en su rostro. Llevaba una maleta voluminosa consigo, que además parecía pesada. 

Buscó con la mirada, esperando dar con la persona que deseaba. Aquel lugar siempre le había parecido hostil, él no bebía y no deseaba pasar tiempo con mujeres de mala reputación.

Su cara se iluminó cuando encontró a Sarah, acercándose con pasos pequeñitos y rápidos. -Señorita- comenzó con un tono de alegría. -Ya empaqueté todo, me preocupé que os hubiera pasado algo y vine a buscaros. ¿Estáis lista? ¿Hablasteis con vuestro compañero?- dijo mirando con recelo al barman.

El sueño fue dulce, como no podía con aquellas bellezas rodeándole y aportándole su calidez. Para ser meretrices olían bien y no parecían ser mujeres de “mala calidad”. Un joven que ha pasado noches y fiestas rodeado de escorts sabía bien de eso.

El calor le despertó, observando que por el ventanuco entornado no entraba luz, pues era de noche. Las mujeres eran buena compañía, excepto cuando te encontrabas en el salvaje oeste y hacía el calor suficiente para que los cuervos cayeran fritos y sofocados contra el suelo.

Al abrir los ojos pudo ver que alguien había encendido una vela en la mesita, dejando la habitación en penumbra. A su alrededor se encontraban las tres mujeres. O casi. Seguía habiendo tres mujeres, pero la pelirroja ya no era pelirroja. En su lugar se encontraba una mulata de piel aterciopelada que se había unido a la pila hecha un ovillo. De la pelirroja ni rastro.

Lydia asintió con una sonrisa pícara, al tiempo que en encargado de la tienda señalaba una cortina opaca tras la que podrían cambiarse ambas si lo deseaban. Lydia decidió esperar su turno, pues aunque el vestido azul le había enamorado, prefería seguir mirando hasta acumular algo más de ropa antes de ir al cambiador.

El vestido le sentaba a Sophie como un guante y para cuando salió de probadores a buscar un espejo, los ojos de aquel hombre la miraban notablemente interesado en lo que veía.

Dio un par de pasos en su dirección, mientras que entre sus manos hacía girar su sombrero. Era como si quisiera tener las manos ocupadas para concentrarse en lo que quería decir. –Disculpe, señorita, no quisiera sonar descarado… Pero me parecéis una mujer muy hermosa y me preguntaba si os gustaría acompañarme a cenar- sonrió de forma encantadora y luego miró de reojo a Lydia. –No querría interrumpir tampoco si se encuentra ocupada o con otros compromisos…

Lydia era evidente que estaba al tanto de todo, con una sonrisa divertida en sus labios. Debía entretenerle ver a aquel tipo tan grandote haciéndose el medio tímido ante una mujer. Más bien parecía el tipo del hombre con el que uno no se metería en un sitio así, con poder aparte de un arma en sus cartucheras.

El sheriff se acercó, con intenciones de golpear a Archer para detenerlo. Al fin y al cabo es lo que pedía el pueblo. Porque todos habían cogido cobertura para no salir heridos si volaban las balas, pero las pullas se oían de un lado y de otro.

¡A la horca!

¡Debe morir!

¡Justicia por el pobre Thomas y su familia!

¡Muerte al asesino!

 - Oh, venga ya, ¿lo mataste por un poco de agua? 

Archer seguía a la espera, cubierto aún de la sangre que comenzaba a secarse sobre sus facciones y sobre su ropa. El olor aún no era fuerte, pero aquel tejido líquido no tardaría en comenzar a pudrirse.

La tensión se notaba en el ambiente. Los gritos y el calor hacían todo más cargado, como una bomba de relojería dando los últimos segundos de una cuenta atrás antes de que la bomba estallara.