Partida Rol por web

Me hierve la sangre ante la visión de esta atrocidad gratuita. ¿Cómo gestionarán esto en la central? Nos dijeron que podíamos hacer lo que quisiéramos ¿no? Pues esto es lo que me pide el cuerpo: justicia salvaje. ¿Qué puñetero tipo de psicópata ha entrado aquí con nosotros? 

Levanto el rifle para cruzarle la cara a Archer con la culata porque estoy seguro de que las balas no le harán nada. Si logro dejarlo inconsciente dormirá en una celda y me sentiré mucho más seguro.

Poco a poco, mientras la conversación se sucedía, iba sintiéndome ligeramente incómoda. Una cosa era que me hiciese una broma, o un guiño, pero cuando John se había acercado a susurrarme al oído me había quedado claro que las cosas no iban por el camino que me gustaría. O más bien, que si me iba unos días con él por ahí de expedición, bueno... Empezaba a estar claro con qué intenciones iría él. Y no es que yo fuese una mojigata, pero no quería ir ya pensando en eso, ni me parecía justo acompañarle y hacerse ilusiones. Yo no había venido buscando sexo, como otros, y desde luego no creía que el romance llegase de esa manera.

Con sus últimas palabras sólo acabó de confirmar lo evidente. Le sonreí como pude, pero al momento empecé a pensar en excusas para librarme de aquella excursión. Me sabía mal por el señor Jones... Pero de todas formas él no me necesitaba para nada, necesitaba a hombres que lo escoltasen, no a una mujer que ni siquiera estaba vestida de manera acorde. Y verle aparecer no mejoró la cosa. Carraspeé mientras volvía a sonrojarme, sin saber muy bien qué decir... Y pensándolo bien tampoco podía irme quién sabía cuántos días sin avisar siquiera a Ethan. Podía ser un memo, pero eso no habría estado nada bien.

Al escuchar la respuesta de John volví a sonrojarme, sin saber muy bien qué decir. Al escuchar su retahíla de preguntas carraspeé un poco antes de contestar, pero antes de que pudiera llegar a hacerlo llegó el señor Jones. Lo miré, sorprendida por su rapidez, y me bajé del taburete para ponerme a su altura y presentarlos.

—Este es el señor Smith —lo presenté antes de señalar al fotógrafo—. Señor Smith, este es el señor Jones, el hombre del que le he hablado.

En ese momento hice una pausa.

—El señor Smith estaba ahora mismo preguntándome por los preparativos de la expedición —le dije—. Quiere saber si necesitamos caballos, y... —miré entonces al chico, recordando sus preguntas—. Cuándo se parte, aunque creo que ya está claro —sonreí—. Cuanto antes.

Cambié entonces el peso de una pierna a otra, como si acabase de recordar algo.

—Yo... —enuncié—. Si me disculpan hay algo que tengo que hacer y había olvidado. Por favor, no me esperen: busquen ayuda si necesitan a alguien más, pero tampoco creo que yo les sirviera de mucho. Señor Smith, señor Jones —me despedí rápidamente y de manera apresurada, inclinando la cabeza—. Un placer. Tengan mucho cuidado y espero verles a la vuelta, a ustedes y a los daguerrotipos que traigan.

Y tras esas palabras me preparé para abandonar el local.

Entró un curioso hombrecillo, me encajaba totalmente en el perfil de la persona de la que me había hablado mi acompañante. Y parecía que además de estar todo listo tenía prisa por comenzar.

Sarah se encargó de las presentaciones pero al poco salió con algo que no esperaba, bueno, uno ya había pasado por mucho y tampoco iba a decir que me fuese a angustiar por ello. Mis experiencias hablaban por si solas y… lo que pensé me lo guardé para mi mismo.

- Que vaya bien – Me limité a decir y luego di otro trago a mi vaso. Ahora replantearía de nuevo todo, tal vez simplemente me quedase aquí bebiendo, veríamos.

Agarro su mano y me dejo ascender al lomo de caballo. Nunca había subido a un puto caballo, por lo que en el fondo me impone bastante, pero trato de no mostrarlo. El grito me pilla desprevenida y el tiró del caballo cuando comienza a trotar a velocidad acojonante, también. Me llevo una mano al sombrero para que no se vuele y con la otra me agarro al cazarrecopensas para no volarme yo.

No tenía porque saber, todavia, que no sabía montar a caballo. Todo a su tiempo, oye.

- Si llego a acertarte justo en la oreja, puedes esperar cosas buenas de mi punteria, dulzura - le digo en tono ácido, alzando un poco el volumen para que me escuche por encima del trotar de la bestia. 

En realidad no se me había ocurrido ponerme aquel vestido para llamar la atención del vaquero, sino que para eso había abierto la boca, esa que tenía y que no sabía tener cerrada la mayoría de las veces. De todas maneras, cuando me miró así vestida, supe que había sido la mejor "no idea" que había tenido en mucho tiempo. Parecía que el vestido me sentaba bien.

En cuanto escuché sus palabras sonreí y le miré de manera divertida, aunque no sabía si aquello lo iba a poner más nervioso, porque aquella forma de amasar el sombrero ya me había hecho gracia.

- Me agradaría mucho cenar acompañada. - Dije aceptando su propuesta. - Por cierto, soy Sophie Madison - Me presenté.

No sabía cómo se saludaba la gente en esta época y aunque estuve tentada en saludarlo como hacían en Europa, a base de besos, le tendí la mano que sería menos interesante, aunque seguramente, menos incómodo para él.

Sobre eso de los otros compromisos no dije nada, pues así como yo desaparecería si Lydia encontraba compañía, estaba segura de que ella tampoco se vendría a cenar conmigo.

—¿Por un poco de agua lo maté? No, por un poco de agua me entrego, lo maté porque quise irme de aquí y pasaron de mí y el tren es una maqueta, todos ellos son maquetas... ¡Todo esto es una maqueta! ¡El que murió antes también es una maqueta! Y estamos encerrados aquí, no hay salida... somos simples cobayas...

Jaja, todo era una gran función, todo es un escenario en el cual no hay agua y debo matarlos a todos. 

Se acerca a pegarme con la culata del rifle ¿Es que es idiota? Estamos nosotros contra el horrible lugar. 

—¿Viene a pegarme? ¿A pegarme? Debe saber que soy cinturón negro en tres artes marciales diferentes... y no dudaré en usarlas contra usted. ¡Ja! Aunque debí estudiar más la postura del mono borracho... o más bien del mono mareado.

Sabía que pasaría algo así. Quizás debí apuntarme también a aquel curso de kung fu que anunciaron en el trabajo. Hasta teníamos descuento. ¿En qué momento me quitó la escopeta y me puso la zancadilla? ¡Vaya comienzo más humillante para ser el nuevo sheriff!

- Espera, espera...- levanto una mano desde el suelo antes de que Archer me devuelva un culatazo bien merecido - ¿Nosotros contra ellos? ¿Cobayas? ¿Es qué te has vuelto loco? ¡Esto es un parque de atracciones! Se supone que estamos aquí para divertirnos... supongo que para irnos habrá que... 

Pensándolo bien yo también he estado a punto de noquear a este tío hace unos segundos. ¿Qué está pasando? Este sitio nos está sacando de quicio.

- Escucha... vamos a calmarnos un momento. Vayamos a las dependencias del sheriff y hablemos con calma. 

Todo eran dificultades y escollos.

– Mire, tengo que irme. Ya he hablado con sus jefes, está todo arreglado, no hace falta que siga con su papel. Hagámoslo fácil, por favor. Le doy 100 dólares, es todo lo que tengo.

Dormí de puta madre... Hasta que el jodido calor empezó a dejarme la piel pegajosa y a sofocarme. Hacía calor, un montón. Y mi primer pensamiento fue para el aire acondicionado que debería haber saltado automáticamente y no lo había hecho. No estaba acostumbrado a que el ambiente no se regulase por sí solo y esa extrañeza fue la que me hizo abrir los ojos y hacerme plenamente consciente de dónde estaba. 

Joder. Esa gente estaba de la puta olla. El rollo de la recreación histórica se les había ido de las manos en algunos detalles, como el polvo que cubría la calle, y ese calor era otro de ellos. Tomé nota mental para quejarme de eso cuando saliera, vaya que sí, y poco a poco me fui liberando del abrazo de las señoritas, sin preocuparme por si se despertaban con mis movimientos. 

Ya de pie me estiré desnudo, sintiendo el cuero de la funda de la pistola colgando de mi cintura, y miré hacia la cama. Fruncí el ceño. ¿Dónde estaba la pelirroja? Me habían dado el cambiazo de una chica por otra y aunque la mulata era una monada, le había cogido el gusto a la pelirroja ausente. 

Por un momento las contemplé ladeando la cabeza y valoré en mi mente la idea de volver a la cama y repetir lo de antes hasta saciarme de la nueva también. Pero joder, hacía calor y me sentía pegajoso. Y quería probar cosas nuevas en el parque. No sé, emborracharme, salir a dar un paseo para ver el pueblo ese por la noche, buscar alguna otra atracción... Algo habría seguro que hacer en el parque. También podría ir al bosque y pegar algunos tiros al aire, sólo por el gusto de oler la pólvora. 

Como fuese, metí la mano bajo la almohada para rescatar mi peacemaker y empecé a vestirme. 

—Eh, chicas... —llamé, dedicándoles una sonrisa encantadora de oreja a oreja, como si sintiese tener que despertarlas aunque en realidad me importaba poco—. ¿Dónde está la ducha? 

No había visto que hubiese un cuarto de baño en el dormitorio y quería ducharme y echar una buena meada. Sólo esperaba que no me dijeran que en esas épocas la gente no se lavaba o alguna chorrada así. Al fin y al cabo, ellas estaban limpias, ¿no?

Ya con la ropa puesta metí la mano en el bolsillo de los pantalones, en busca del dinero que me habían dado los de la organización, para pagarle a las señoritas. ¿O se pagaría todo abajo? Como fuese, ellas se merecían una propina. Me habían hecho pasar un rato épico.

No quería pegar al tipo este, este no era una maqueta, era una persona, o eso parecía. No había que tomar la culata y transformar su cabeza en calabaza. En zumo de calabaza. Las artes marciales eran geniales, tanto tiempo entrenando e iban a salvar vidas. Debería pagarle dinero a mi profesora. Aunque la había contratado porque estaba buena. Ella se tomaba todo en serio. 

—¿Para divertirnos? ¿Te parece que me estoy divirtiendo? ¿Que me gusta vomitarme encima y no poder beber agua? Escucha... —Le aupé, le acerqué a mi y comencé a hablarle al oído—. Esto es una mierda, mira, hace unos años con una pistola maté a... todo fue un accidente ¡UN ACCIDENTE! y cuando murió el otro Sheriff con un disparo en el ojo me lo recordó todo y vomité...

Respiré ¿Qué hacía contándole anda a aquella maqueta? Ah, que este no era una maqueta... ¿Y cómo lo sabía? Porque lo había visto en el tren, sí, en el tren maqueta. Putas maquetas. 

—Vamos a donde digas, sobre todo si hay agua... pero date cuenta de una cosa, yo quiero irme, y cuando lo he intentado, no había por donde y el tipo ese trató de impedírmelo... quizá me pasé un poco...

—¿Pero no es justo lo que quieren los que han hecho esto, que follemos y matemos como queramos? La pregunta de verdad es... ¿Por qué no me dejan irme? —susurré. Le estaba diciendo de todo, demasiadas ideas, me iba a reventar la cabeza, como a la maqueta. 

Hasta ese momento Douglas lo estaba viendo todo como un enorme parque de atracciones. Diversión, posibilidad de ser un héroe. Una especie de realidad aumentada a la máxima potencia. Pero había gente que no llevaba bien aquello. Le había hecho mucha gracia la intensidad con la que Rick quería salir de allí. Pero el caso de este tipo era muy diferente. Este tipo lo estaba pasando realmente mal. Tenía la sensación de que aquella experiencia estaba recordándole otras menos placenteras y que lo que debería ser un fin de semana de diversión podía devenir en algo bastante peor.

Y además tenía razón. Si se querían ir ¿por qué no podrían hacerlo? Como en esos juegos de paintball en los que levantas la mano y sales del juego. Estaban en su derecho.

Se levantó con cuidado. No intentó recuperar su rifle. 

- Tienes razón. Quizás esto se está saliendo de madre. Escucha: Rick también quería largarse y habló con alguien por teléfono desde la oficina del sheriff. Vayamos allí. No sé si hay agua o no, pero intentaremos hablar con quien demonios esté aquí al cargo para que os evacuen.

Utilizó esa palabra porque le parecía la más adecuada. Evacuar. No se querían simplemente ir. Tenían que salir de aquel sitio antes de que les pasase factura.

- Pero sígueme el juego. Ven con calma, como si te hubieras entregado. No voy a atarte ni mierdas de esas. Simplemente avanza delante de mí hasta que lleguemos a la oficina. Son maquetas pero son muchas maquetas. Por lo que hemos visto las armas de fuego no nos hacen daño pero no quiero arriesgarme a que una turba te intente ahorcar aunque sea un juego. Y a estas alturas - miró el cuerpo con la cabeza aplastada - ya no me hace gracia esa parte del juego.

Era mentira. La adrenalina le corría como nunca. Esperaba que Archer y Rick pudieran irse con la misma intensidad que él mismo deseaba quedarse. Aquello no se parecía a nada que hubiera visto nunca y tenía la sensación de que no encontraría jamás algo parecido. No iba a desaprovechar la oportunidad de vivirlo a fondo. Él no tenía ningún recuerdo traumático que lo pudiese frenar.

La gente alrededor se remolinaba, para saber cómo acabaría aquella disputa. La verdad es que en la cara de todos se veían las expectativas de que el asesino cayera de forma violenta. El pobre Thomas era padre de familia y dejaba una viuda y niñas. Cierto es que su viuda no era todo lo fiel que debiera, pero a veces una mujer debe hacer lo que debe hacer cuando está indefensa y sola por temporadas largas. Más si era en un lugar salvaje como el oeste.

Miraban el rifi-rafe, como si de una partida de tenis se tratara. Hablaban y se respondían y no les quedaba claro cuándo iban a empezar los disparos. Otra voz repitió de entre la multitud.

¡Acaba con el asesino de Thomas, sheriff!

Y tras ello hubo vítores y gritos que animaban al nuevo agente de la ley a hacer justicia. Sin embargo, Douglas no parecía querer llegar ahí. De hecho el sheriff había parecido quedar en desventaja e incluso había soltado su rifle.

¡Ánimo, sheriff! ¡Usted es la ley!

Gritó otra voz, esperando que este sheriff durara más que el último. Desde la distancia que guardaban no oían del todo la conversación entre los dos hombres, la marabunta que les rodeaba en la distancia solo quería una cosa: sangre y justicia.

El hombre miró a Rick, sin saber qué contestarle con lo de los cien dólares. Sin duda no se fiaba. No tenía ni pajolera idea de con qué jefes decía haber hablado, pues el único jefe de la casa de empeños era él y se alegraba de serlo. Era un negocio que había pasado de generación en generación. No muchas tampoco, fue su abuelo el primero en abrir aquel lugar cuando Sweetwater era apenas un cruce con cuatro casas.

-De acueeeerdo- dijo alargando la palabra y mirando con curiosidad a Rick. –Vamos a hacerlo así, si me enseña que tiene cien dólares en efectivo aquí, el caballo es suyo. Con silla y todo. Una ganga de verdad, que ni una pepita de oro encontrada al darle una patada a la piedra.

A la vista de aquella cantidad de billetes el hombre le señalo el caballo de inmediato con una mano, mientras que cogía aquella fortuna con la otra. -No se arrepentirá, le aseguro que es el mejor corcel que hay ahora mismo en Sweetwater.

La cara del borracho fuer harto graciosa cuando Rick subió al caballo y se marchó sin más, tomando la dirección que le habían indicado por teléfono. La verdad es que en el fondo él seguía pensando que iban a buscar ese oro ambos juntos, cosa que no pasaría.

Así Rick se alejaba y el hombre miraba con tristeza su marcha, como un cachorro abandonado. En ese momento poco le importaba ser libre, pues su oportunidad de ir a buscar el oro se había visto truncada. Al final tendría que ahogar las penas con un trago o dos, algo en lo que el bueno de Clay siempre estaba disponible para ayudar.

Cabalgó y cabalgó, sin saber hacia dónde iba realmente. El caballo no era tan bueno como le habían prometido, debía ser viejo o estar cansado, porque la velocidad a la que se movía dejaba mucho que desear. Por lo menos pudo ver que el parque realmente sí era grande, más de lo que cabía esperar. Porque desde en el tren quizás se podía haber hecho una idea, pero verlo a caballo era otra cosa. Te hacía sentir pequeño.

Tras un tiempo indeterminado y notando su trasero resentido de la montura, pasó al lado de una granja vieja y desahuciada, oyó un galopar detrás de él. El ruido pertenecía a varios caballos. Los que le perseguían eran bandidos, lo supo enseguida al verlos con su revólver en la mano y galopando en pos de él.

Su caballo se negó a ir más deprisa y pronto ocurrió lo que debía ocurrir. Un mordisco en el hombro. Dolor. Un líquido espeso y cálido que afloraba y empapaba su ropa. Otro mordisco más, en el pecho, que le hizo doblarse sobre la silla y casi perder el equilibrio.El dolor era lacerante y notaba como el caballo aminoraba poco a poco, incapaz de tomar distancia de sus perseguidores.

Enseguida comprendí lo que pasaba y no necesitaba ni una palabra de Sophie para saber que no iba a meterme ahí. El macizo la invitaba a cenar e iba a ser algo de dos. Sonreí a la pelirroja, le guiñé un ojo y me hice la loca mirando ropa por otro lado. Sabía captar esas cosas.

-Esto y esto…- dije al tendero, señalando un par de cosas que vi y fueron de mi gusto. Así evitaba de paso que él fuera a molestar en este momento también. A mí me gustaría que hicieran lo mismo por mí si se daba el caso, no era una cortarrollos.

La sonrisa del hombre fue evidente ante la respuesta positiva de Sophie. Dejó de dar vueltas a su sombrero y manosearlo, sintiéndose más relajado de saber que podría pasar un tiempo a solas con aquella mujer. Cortejar no era a lo que estaba acostumbrado normalmente, era un hombre ocupado, pero al verla supo que no podía dejar pasar aquella oportunidad. Se arrepentiría siempre que se acordara.

Tomo su mano cuando la tendió y se inclinó a besarla. Fue un beso suave y leve, no quería ser descortés, ni molestarla demasiado con ese gesto. –Ian Flanagan. Encantado de conocerla- volvió a sonreír, buscando con su mirada los bonitos ojos de la joven que tenía delante.

La sonrisa no se le borraba del rostro. –Enfrente está el restaurante The Old Man House- señaló hacia fuera del establecimiento, pero sin apartar sus ojos de ella. –Podemos cenar ahí- sonrió de nuevo, dando la cita por fijada.

Besó de nuevo su mano antes de retirarse. –Hasta la cena, señorita Sophie. Ese vestido le sienta muy bien- dijo de forma educada y se acercó al dependiente, el cual le dio una pequeña cajita con el supuesto regalo que había ido a buscar. Tras eso se marchó.

Sarah salió del Maripoosa y no había recorrido más de diez metros sobre el entablonado suelo de madera cuando se detuvo sin un porque aparente dejando a sus ojos recorrer libremente el paisaje que la rodeaba.

De esta forma pudo apreciar, allá en la lejanía  y en uno de los extremos de la calle principal, como Ruby y el hombre al cual se había unido se marchaban de SweetWater a lomos de un caballo pardo. El equino era una bestia briosa, de cabellos oscuros y que solo llevaba una simple manta como silla de monta a la cual sumaba unas bridas de cuero trenzado y de diseño sencillo. Al parecer, quien guiaba el caballo – Declan era su nombre -, gustaba de montar su corcel al estilo de sus ancestros indígenas de los cuales el era mestizo.

Sobre una de las calles laterales, mucho más cerca a donde ella ahora se encontraba, Sarah pudo ver un edificio achaparrado con un establo adosado en un lateral y un corral donde retozaban unos cuantos animales flacos y viejos.

Allí estaba Rick quien ahora parecía conversar con un tipo de aspecto desalineado que gesticulaba excesivamente como si estuviera discutiendo sobre algo de vital importancia.

Unos pasos por detrás de Rick había un hombre de color de ropas desalineadas y sucias – como las del que gesticulaba -, que señalaba una  de las jacas famélicas como si explicara algo en relación al moribundo animal.

Del resto de visitantes ni una pista, aunque ya sabía “quién” quedaba dentro del saloon y dónde había ido el nuevo sheriff.

En estas cosas pensaba mientras miraba todo lo que había a su alrededor, cuando notó un pequeño empujón a su espalda. –Disculpe…- dijo una voz conocida y en tono tímido.

Al volverse no vio a otro que la fotógrafo, con su maleta de nuevo cargado. –Oh, señorita… Gracias por intentar buscar a alguien para el viaje, una pena que no acabara todo como esperaba. Que pase buen día- dijo, sin saber qué más añadir. Casi dudó un segundo antes de retomar su camino hasta su local.

Declan soltó una carcajada que Ruby pudo sentir reverberar por la totalidad de su pecho al estar agarrada a él. Cabalgar no parecía coser y cantar, menos sin silla como lo hacía el cazarrecompensas. Por suerte para ella no tenía que hacer sus pinitos de momento. Seguro que dolía caerse de culo desde esa altura, por no decir lo que pasaría si te vieras arroyado por una de esas bestias.

Así ambos se alejaron de Sweetwater, comenzando poco a poco el sol a dar tregua mientras se escondia por el horizonte. Pronto vendría la noche, la oscuridad, el intenso frio y los peligros. Peligros que ya sabían los viajeros que serían más cuanto más se alejaran de la zona de partida. Pero Ruby quería sumergirse en una buena aventura y había dado con el tipo apropiado para escoltarla, guiarla y acompañarla.