Partida Rol por web

Me incorporo y levanto la vista hacia el castellano. -Hola.- Digo con una sonrisa. -Mi padre me ha dado permiso para irme de aquí, así que intentaba salir pero había demasiada gente.-

Escucho atentamente las palabras dichas a mi oído por Nathan, no estoy segura de ello, pero creo poder decir que sí que lo era, es lo primero que pensé al ver al Caballero Desconocido. -Creo que sí.- Contesto con un delgado hilillo de voz para que nadie más pudiera enterarse, parecía que Samuel había hecho algo mal, yo no quería que participase pero nuestro padre le había dejado.

-¿Por qué?- Mascullo entre labios. -¿Ha pasado algo?- Digo algo nerviosa por como lo había preguntado el Castellano.

Chasqueo los labios con desagrado. Maldita sea. Con gesto imperioso empujo para abrirse paso y salir de la muchedumbre, llevando a Myria consigo. No era lo mas gentil, pero no había tiempo a delicadezas ahora.

-Si queda involucrado como ayudante involuntario será malo. Quiero que vuelvas con tu padre y le pidas que me alcance en las tiendas de los heridos. Luego Rickard y tú busquen a Samuel y regresen a las gradas. Esto puede complicarse pronto.

Libero a la muchacha ni bien el gentío se descomprimió a su alrededor.

-Apresúrate. +le insto con ansiedad, para luego volver a colarse entre la gente y encaminar sus pasos hacia zona donde habían llevado a ser Greggor. Ojala el maldito no hubiera muerto todavía…

Mientras Nathan me arrastra entre la multitud, digo quejándome. -¡Ay! ¿Pero qué pasa? No he hecho nada, mi padre me ha dejado ir.- Pero una vez nos detenemos y se detiene un segundo para revelarme un poco de la información que poseía.  Lo miro, extrañada. ¿Por qué iba a ser el malo? Esa era la razón por la que no quería que participara, se podía hacer daño, pero había sido al revés y esperaba que cualquiera que se presentara conociera ese riesgo.

Asiento levemente. -Vale, iré… pero no sé donde está ninguno de mis hermanos. Solo mi padre.- Salgo corriendo en busca de mi padre, nerviosa por lo que me habían trasmitido las palabras del castellano y a la vez preocupada por mis dos hermanos.

¿Qué está pasando?

Atravieso de nuevo el gentío, por el mismo camino que había venido. Estoy nerviosa por las palabras que ha dicho el castellano y ahora necesito encontrar urgentemente a mi padre. Doy algún empujón cuando la gente se apelotona evitando así que pueda llegar a mi destino.

Una vez lo veo, me acerco a él y tomo aire, cansada por el esfuerzo. Ha pasado un rato desde que me he ido, pero realmente creo que no ha sido demasiado. -Papá.- Digo entre jadeos, miro a los lados, intentando ver quién nos está observando. Luego me acerco a él para susurrarle unas palabras.

-Nathan te necesita, en la tienda de los heridos. Es urgente.- Me incorporo para mirar de nuevo a los lados y buscar a mis hermanos, vuelvo a agacharme. -¿Sabes dónde están mis hermanos? Tengo que encontrarlos.- Pregunto esperanzada por la posibilidad de que los haya visto durante mi ausencia.

Cleesten inclinó la cabeza ligeramente para escuchar lo que su hija tenía que decirle. Al retirarla, asintió una sola vez. 

—Suponía que con Nathan...— Respondió refiriéndose obviamente al mayor. Se puso entonces en pie para comenzar a moverse en dirección a la salida. —Quizás puedas hablar con Samuel en las tiendas...— 

La tienda de los heridos en la liza distaba mucho de  lo que se solía estilar en el campo de batalla... Allí donde había gritos lastimeros y olor a heces, sangre y muerte; en la tienda de los heridos en liza había chanzas y alcohol malo corriendo por doquier. 

Un brazo entablillado un par de vendajes aquí y allá. Así eran todas las gloriosas heridas sufridas a lomos de los caballos por una simulación de lanza. El peor caso estaba al fondo, recién vendado y aún postrado en la cama.

-Ser... Deberíais beber leche de amapola para el dolor. -Dijo el maestre que se encontraba encorvado, ofreciendo una copa con el opiáceo-. Podréis descansar y será bueno para vos.

-Que te he dicho que no me sale de los cojones beber esa bebida de moribundos- Protestó el honorable caballero propinando un empellón al anciano de las cadenas que provocó que la copa se cayese con un estruendo fuerte y el líquido blanquecino se desparramase para acabar siendo parte del barro y la paja que tenían por suelo.

-Déjame descansar como siempre he hecho. Tráeme el odre de vino del que tanto oigo hablar y déjame descansar.

En aquel momento, tal vez por la herida, tal vez por aquella actitud senil; Ser Greggor parecía más viejo que nunca.

Más aliviado ante la escena, Nathan sereno su prisa, inspiro lentamente y adopto una postura cercana a la calma que lucia habitualmente.  Descansando una mano sobre el pomo de la espada y la otra relajada, se aproximo a ser Greggor. Lo examino con una mueca que simulaba una media sonrisa en el rostro.

-Maestre, vaya por ese vino por favor; creo que le sentara mejor... +dispenso al hombre, buscando privacidad+ Las prisas no le han sentado bien, ser. +comento parsimonioso una vez el hombre de las cadenas comenzara a marcharse+ Seguramente ese desconocido no habría tenido tanta suerte de cruzar lanzas estando fresco… ¿Cómo se encuentra?

A pesar del tono cortes y amistoso mientras hacia tiempo, Nathan también busco con la mirada algo; el trozo de lanza que debían de haberle sacado a ser Greggor. ¿Ya lo habrían limpiado?

-Cago en la puta de oros... -maldijo ser Greggor ante la pregunta del castellano-. Si no os hubierais empecinado con la batida y la puta, sería otro el desgraciado que estaría aquí...

Agradeció con un gesto en cuanto el maestre le entregó el odre y le invitó a marcharse. A continuación le mostró al castellano la bebida como diciendo: "a tu salud" y se llevó el líquido peleón a los labios. Momento que el castellano aprovechó para fijarse en un cubo próximo que le había llamado la atención, el mismo contaba con trapos manchados de sangre y en el fondo se distinguía una astilla sanguinolenta.

-Nunca he sido buen caballero, estas mierdas de simulaciones de combate no son lo mío. Polvo, sudor y hierro, ese es el campo de batalla que conocemos.

Después de varias disculpas y algunas excusas improvisadas, ambos, padre e hija, se dirigían a sus destinos. Uno de ellos a la enfermería mientras que la hija esperaba encontrar a su hermano tras la tienda donde se había retirado el Caballero desconocido. Cuando de pronto, el público empezó a jalear más ruidosamente que nunca, la voz del Maestro de Ceremonias buscaba alzarse sobre el estruendo sin embargo la voz no llegaba nítida a donde se encontraba la pareja:

-Una vez más... Privilegio... Caballeeeeeeero Desconociiiiidoooo!.... otro lado... experimentado... azote... ¡Kevan!

Desde donde se encontraban no podían contar con la misma vista privilegiada que habían disfrutado unos instantes antes, así que tenían que juzgar lo que sucedía por las reacciones del público... El jaleo y los vítores permanecían, no solo no fueron silenciados en cuanto ambos contendientes galoparon para encontrarse en medio de la liza si no que el tono subió varias octavas hasta que repentinamente varias astillas volaron por encima de sus cabezas.

Entonces se hizo el silencio: ¡El favorito había caído aparatosamente!

Aquello hizo que padre y hermana buscasen obtener rápidamente una vista privilegiada a base de empellones. El hedor a sudor y mugre se intensificó más aquello era secundario ante la preocupación que sentían.

Para cuando lograron distinguir algo, se tranquilizaron al descubrir que el caído había logrado incorporarse y se alejaba de allí cojeando, aún con el yelmo puesto como prometió. En cuanto logró alcanzar su montura, se incorporó sobre la misma y se marchó de aquel lugar provocando las risas entre el populacho. 

Tan rápido crean héroes para al poco reemplazarlos aún más rápidamente por nuevos héroes. 

Cuando de pronto, el público empezó a jalear más ruidosamente que nunca, la voz del Maestro de Ceremonias buscaba alzarse sobre el estruendo sin embargo la voz llegaba amortiguada por la tela de la tienda:

-Una vez más... Privilegio... Caballeeeeeeero Desconociiiiidoooo!.... otro lado... experimentado... azote... ¡Kevan!

El jaleo y los vítores permanecían, no solo no fueron silenciados en cuanto ambos contendientes galoparon para encontrarse en medio de la liza si no que el tono subió varias octavas hasta que repentinamente varias astillas volaron por encima de sus cabezas.

Entonces se hizo el silencio: ¡El favorito había caído aparatosamente!

Alguien salió al exterior abriendo la tela que servía como entrada. Entonces los que se encontraban en el inferior pudieron confirmar cómo el caído había logrado incorporarse y se alejaba de allí cojeando, aún con el yelmo puesto tal vez por la vergüenza. En cuanto logró alcanzar su montura, se incorporó sobre la misma y se marchó de aquel lugar provocando las risas entre el populacho. 

-Fue suerte -confirmó el derrotado-. Fíjate tan rápido encuentran alguien a quién seguir como rápidamente le defenestran. Por eso los señores son poderosos... -El alcohol le estaba aflojando la lengua y hacía que midiera aún menos sus palabras.

No pasó mucho cuando por el hueco que se había dibujado en la entrada de la tienda (desde donde los más leves cotilleaban lo que sucedía en la liza) se dibujó la augusta figura de Lord Cleesten Thalassos.

Al entrar, no pudo si no arrugar el rostro aunque la tienda de los heridos en la liza distaba mucho de lo que se solía estilar en el campo de batalla... Un brazo entablillado un par de vendajes aquí y allá. Así eran todas las gloriosas heridas sufridas a lomos de los caballos por una simulación de lanza. El peor caso estaba al fondo, recién vendado y aún postrado en la cama y a su lado, la extraña compañía del castellano de la Casa Thalassos.

El campamento estaba muerto, tal vez aquel apelativo sonase trágico pero nada describía mejor aquel lugar casi desierto a excepción de unas pocas patrullas que hace mucho que abandonaron sus deberes marciales.

Uno de los que estaba de guardia se irguió en cuanto se dio cuenta de que la joven se estaba acercando. Acostumbraban a cuando les ponían firmes cumplir el mandato con la suficiente diligencia durante la semana siguiente, además más de una vez habían comprobado en sus propias carnes que siempre se revisaba que los mandatos se cumplían por lo que convenía aquella diligencia durante los primeros días, únicamente en aquel momento había flaqueado aquella persistencia que se les presuponía.

No tardó mucho la joven, en localizar a Egil quién la llevó a su vez al campamento del comandante, no sin antes verificar que no había ojos indiscretos en las proximidades. El interior de la tienda apestaba a sudor y a hombre. Allí se encontraba su hermano en paños menores, más allá permanecía la armadura completa que reconoció. Su tobillo estaba fuertemente hinchado y morado.

Aquel joven se había esforzado por probar su valía y en cierta manera había fracasado pues no hubo rastro de la joven que le animó a ello.

-¿Myr? -Preguntó con el nombre familiar y cariñoso que a veces optaba por dedicarle, al tiempo que luchaba por protegerse los ojos del resplandor del astro rey. Presumiblemente veía una figura femenina a contraluz -¿Eres tú? 

En cuanto la lona terminó por cubrir la entrada dejando a los dos hermanos solos, Samuel sonrió.

-¿Lo hice bien no? ¿Lo vio Gretchel? ¿Qué te dijo?