Partida Rol por web

Su martillo descendía hacia el siguiente enemigo, sin pausa, movido por la rabia, como su dueño.

Ayron continuaba intentando hacerle entrar en razón, pero su voz sonaba difusa, las palabras perdían su significado en el campo de batalla, cediendo su lugar a los gritos y el entrechocar del acero.

El tiempo era ahora muy valioso como para perderlo en contestaciones vanas, era tiempo de batalla y muerte, una danza macabra que encandilaba con su ritmo a quienes se unían al baile, y que sembraba el campo con quienes no eran capaces de seguir sus pasos.

El soldado afianzó su escudo y se revolvió contra los enemigos. Buscó a los dos que rodeaban a la mujer mientras ella daba buena cuenta de uno. ¿Buena cuenta? A pesar de haber sido gravemente herido, ese loco se revolvía y la atacaba.

Olvidó todo lo que no fuera combate y disciplina. El asombro y la sorpresa no son buenos amigos de un guerrero en combate, sólo la observación fría para calcular el sino de un combate. Ya vendrían los cómos y los por qué, ahora sólo importaba matar. Matar para vivir.

Se situó de forma que uno de los dos contrarios quedara algo a su izquierda para estar más protegido de él con su escudo y atacó al de la derecha. Movió su tobillo lo menos posible, apretando los labios, aunque sabía que esos seres no iban a usarlo en su contra. Apenas eran carcasas con forma humana. Atacaban sin cabeza, y eso era una ventaja que debía saber aprovechar.

Por lo tanto, su ataque fue quirúrgico, con su espada buscó el lugar más factible, una estocada o tajo en la cabeza, buscando destrozársela o dejarle al menos ciego, o a sus manos, si es que las exponía más, para cortárselas...cualquier ataque que imposibilitara a su enemigo de un golpe, aunque fuera insensible a las heridas.

Era como intentar contener un desprendimiento de rocas por la ladera de una montaña: imposible.

Deron Nisha y los soldados que le acompañaban comenzaron a perder terreno conforme el empuje y el número de atacantes aumentaba. Una lanza cruzó entre el entramado de escudos e hirió a uno de los hombres en la pierna. Sus ropas se tiñeron de sangre, aunque pudo mantener la formación. Retrocedían paso a paso, metro a metro. Tras ellos se mantenían los sonidos del combate dentro del semicírculo, que cada vez era más reducido y se encontraba más próximo a las puertas de la empalizada. En breve sobrevendría el desastre, simplemente el empuje sería demasiado y la formación se rompería.

Detrás de ellos, y a pesar de las heridas de los defensores, la situación por momentos parecía controlada. Un nuevo giro de martillo del poderoso minero pelirrojo envió a otro de los atacantes a varios metros de distancia, cual si de un muñeco de entrenamiento relleno de paja se tratase. A su lado Ayron consiguió detener los ataques de los otros dos enemigos, no obstante el hombro le dolía como mil infiernos y la vista comenzaba a nublársele. Nhadia atacó nuevamente al hombre que ya había herido con anterioridad, en esta ocasión su espada abrió un tajo transversal sobre su abdomen que dejó al descubierto las entrañas del desdichado. Cayó al suelo sosteniendo sus propios órganos. Dammeryn por su parte, aún muy aturdido y dolorido, consiguió herir lateralmente a uno de los atacantes, sin embargo éste no evidenció reacción alguna ante la herida. Por el momento los ataques de sus adversarios habían fallado.

Más atrás, dentro de los límites de la población, Illianna volvió a gritar. Un alarido de pudo dolor, de puro pánico. Se diría que alguien la estuviese torturando con algún tipo de instrumento que provocase un dolor irresistible… si no fuese porque la joven se encontraba a solas sobre el parapeto.

Poco a poco, comenzando tan sólo como un murmullo, una voz se fue imponiendo a los sonidos de la batalla, el dolor, la muerte y el fuego. Aumentaba de fuerza e intensidad conforme ganaba en firmeza. Sonaba como un cántico, una letanía repetitiva y cargada de poder.

La voz era de hombre y su origen se encontraba en las puertas abiertas de Conira.

-Suniat levei an egrein, hadius filea Zharain…
-Suniat levei an egrein, hadius filea Zharain…

Su fuerza era sobrecogedora. Se extendía por el llano, el bosque y la montaña. Rebotaba en las nubes, cargándose de eco y haciéndose eterna.

-SUNIAT LEVEI AN EGREIN, HADIUS FILEA ZHARAIN…
-SUNIAT LEVEI AN EGREIN, HADIUS FILEA ZHARAIN…

El pelo de quienes la escuchaban se elevaba en el aire. Un crepitar invisible rodeó la aldea y las zonas circundantes.

-SUNIAT LEVEI AN EGREIN, HADIUS FILEA ZHARAIN…
-SUNIAT LEVEI AN EGREIN, HADIUS FILEA ZHARAIN…

Ónemar, el sacerdote de la Diosa de la Justicia, se encontraba delante de las puertas que daban acceso a la empalizada. Tenía los brazos abiertos, los ojos cerrados y entonaban el cántico sumido en la más profunda concentración. Su voz se imponía a cualquier otro sonido. A su alrededor volaban las flechas, algunas llegando incluso a rozarle, al percibir los atacantes el poder que el hombre comenzaba a desencadenar. Se había convertido en el objetivo principal de los arqueros.

-SUNIAT LEVEI AN EGREIN, HADIUS FILEA ZHARAIN…
-SUNIAT LEVEI AN EGREIN, HADIUS FILEA ZHARAIN…

Un rayo alcanzó a un árbol en la espesura y el fuego cubrió sus ramas. El trueno que le siguió apenas consiguió amortiguar la intensidad del cántico.

Y de repente ocurrió.

Respondiendo a la petición del sacerdote, una bruma semitransparente cubrió el campo de batalla, a excepción del semicírculo situado tras los escudos de los defensores. Dentro del mismo todo parecía normal, pero fuera de él el tiempo se ralentizó de forma sorprendente. Los atacantes se movían lentamente, de forma pesada. Las flechas surcaban el aire despacio. Las piernas apenas lograban avanzar sobre la hierba. Todo transcurría como en un sueño, mansamente.

Aún intentaba reponerse del encuentro anterior cuando Illianna volvió a sentir la presencia del Monje en su interior. Una vez más notó la intrusión y sintió repugnancia. Tenerle dentro de ella la asqueaba.

Pero aquel iba a ser el menor de sus problemas.

Esta vez nada detuvo al servidor de la Diosa Oscura. El Monje se adentró en su conciencia, se ancló a ella y comenzó a destruir todo cuanto encontraba a su paso. Como armado con un cuchillo su fuerza de voluntad destruía recuerdos, emociones, sentimientos. Illianna lo notaba… sabía y no era capaz de detenerle. Gritó aterrorizada y lloró sin poder hacer otra cosa.

Pudo sentir el placer y el regocijo que la criatura experimentaba mientras destruía la mente de la joven. Se dedicó a dañarla lentamente, paladeando la tortura antes de acabar con su vida. Sin embargo, tal cosa no llegó a ocurrir. Una vez más la conexión invisible que les unía se cortó.

Cuando Illianna abrió los ojos se encontró a sí misma cayendo al vacío. Había retrocedido sobre la plataforma de la empalizada y caía a plomo hacia el suelo. Se golpeó bruscamente con el mismo, pero el dolor que sintió no hizo sino recordarle que estaba viva, que seguía con vida. Pero... ¿por qué?

-¡¡¡MELEGAT!!!- gritó Deron -Si no retrocedes con Ayron, morirá. Si no retrocedes tú mismo, para que podamos volver, moriremos todos. ¡Rapido!- ordenó tajante el veterano, antes de volverse hacia sus hombres, justo cuando la magia comenzaba a hacer efecto.

Su mente no estaba para buscar explicaciones; suficiente tenía con la muerte sobre sus cabezas:

-¡Ahora! Prendedles fuego y retroceded. Si el incendio se aviva, tal vez no estemos perdidos.- ordenó seguidamente a sus hombres, mientras blandía su propia antorcha contra tantos enemigos como pudo a su frente.

¡¡¡KROCKKKK!!!

Un nuevo enemigo salía disparado por los aires tras hacerse añicos su tórax bajo el tosco martillo del minero.

La muerte en su más cercana visión...a su izquierda, la mujer de cabellos rubios liberaba a un adversario de su pesada carga intestinal, desparramando esta por los suelos.

Mirase a donde mirase sólo hayaba sangre, caras desencajadas por el odio, otras muchas llenas de terror... todo ello acomparsado por los escalofriantes llantos provinientes de la empalizada, que se fundían en un cántico siniestro al sumarse a ellos lo que parecía ser una extraña plegaria.

La línea defensiva que se había situado ante él iba retrocediendo poco a poco, como un escudo al que le quedaban apenas dos golpes para quebrar...y arrastrarlos a todos a la perdición.

De pronto los truenos, seguidos por las llamas y una insólita bruma que se adueñaba velózmente del campo de batalla. Un aura tan mágica como tenebrosa parecía rodearlo todo más allá de los hombres de Deron.

Deron...pudo escuchar su voz gritarle desde delante, eran gritos propios de un hombre a punto de la extenuación, desesperado, clamando a gritos el fin del mundo...un fin que llegaría pronto si Mélegat no hacía algo para remediarlo.

Ahora lo comprendió, había sido necesario clavarle las palabras en la cabeza mediante gritos para que el enloquecido hombretón entendiese que si no comenzaba a retroceder ahora que era posible, todos caerían como hojas en otoño, y con ellos, el pueblo de Conira.

Se autoconvenció a si mismo de que todo dependía de su decisión, miró a su derecha, vió a un hombre que moriría por él si su deseo fuese continuar peleando, miró a su izquierda y también al frente, más de lo mismo a su alrededor.

Entonces rugió su garganta , secundada por sus pulmones:

-¡¡¡FORMEMOS UNA PIÑA PARA RETIRARNOS ORDENADAMENTE Y CERRAR LOS PORTONES!!!

Por separado tan sólo serían guijarros ante la riada, pero si se unían conseguirían ser duros y resistentes como una gran roca...todo buen minero hubiese llegado a esa conclusión.

En lo alto de la empalizada un grito. Sólo eso, un grito de terror puro, pero persistente. Prolongado.

Nadie la vió, probablemente. Pero Illianna se llevó las manos a la cabeza mientras aullaba de dolor y miedo, de agonía. Empezó a retroceder.

Y cayó, cayó desde lo alto, a plomo, como un fardo informe. Sólo en el momento en el que chocaba contra el suelo, abrió los ojos. Y así se quedó, muda, desencajada. Con los ojos abiertos. Destrozada.

Reconocía esa voz. La había escuchado casi de forma permanente durante los últimos años, casi siempre junto al cálido fuego de una hoguera, y sin embargo, en aquel momento destilaba una fuerza que nunca hubiese esperado de Ónemar, pues sin duda era él. Ni siquiera necesitaba girar el rostro para comprobarlo, pero aún así lo hice, miré un momento hacia mi espalda, pudiendo observar su figura frente a las puertas, como si fuese inmune a los posibles flechazos que pudiese recibir, como si en aquel momento no pudiese afectarlo nada de lo que le rodeaba.

Un instante después, capté un movimiento en el límite de mi visión, y al intentar centrar la mirada en aquel movimiento, pude observar cómo una figura caía desde la empalizada, perdiéndose de vista en el interior de Conira...tampoco habia duda posible, era Illianna la que había caído, aunque no había podido ver ninguna flecha hundiendo su afilada punta en el cuerpo de la joven. Otra baja más, no, no podía ser. Aquello era el infierno.

Y sin embargo, algo ocurría, pues la lluvia de flechas y golpes se detuvo bruscamente. ¿Qué ocurría? Volví a centrar mi atención en el campo de batalla, aunque sin poder quitar de mi mente el recuerdo de la caída de Illianna, para observar cómo todo parecía haberse realentizado de una forma que no llegaba a comprender, e incluso alcé mi mano para averiguar si también me afectaba....no, no lo hacía, sólo ocurría en el exterior de la defensa que había formado Deron con sus hombres.

Ese era el momento adecuado para poder retirarnos, y así al parecer lo comprendieron todos, pues incluso Melegat parecía haber abandonado sus ansias de sangre e intentaba formar una retirada ordenada, a la cual me uní rápidamente.
Allí quedaban los cuerpos de amigos y enemigos, juntos en la muerte como no lo estuvieron en la vida. Allí quedaba también mi espada junto con parte de la sangre que circulaba por mis venas, pero al menos no dejaba tras de mí el último suspiro.

¡Vamos! - coincidí con el hombretón pelirrojo - ¡Tras la empalizada!

Congiéndo aire profundamente y descargándolo en forma de ira Nhadia le dió el golpe mortal a uno de sus enemigos, sus ojos llenos de ira, parecían fuego, era como si estubiese vengando una vez más la muerte de sus padres, para ella el no resultaba tan duro como se parecía a simple vista. Toda una vida peleando por sobrevivir entre los peores bárbaros, no era nada nuevo el calor de la batalla, aunque si el poco alma con el que el contrarío se batía, era como si careciesen de corazón, eran como peces muertos siguiendo la corriente...

Buscó el caballo de la curandera para montar sobre él, un grito llamó su atención y vió como el cuerpo de una mujer caía desde lo más alto, ¿será ella? no puede ser, que le ha pasado, ¿alguna flecha le habrá alcanzado?.

Pudo ver como todos retrocedían poco a poco, y ella se dispuso a lo mísmo, eran demasiados y no podrían contra todos ellos, lo más lógico era protegerse tras la empalizada, aunque dudaba de su resistencia.

-Nadhia, ayuda a Dammeryn.- dijo la profunda voz de Deron sobre el fragor del combate, mientras seguía quemando cabellera tras cabellera, harapo tras harapo, de enajenados.

-¡¡¡APARTAOS!!! ¡DETRÁS DE NOSOTROS! ¡OS CUBRIREMOS! – el grito de Brúnil precedió al inconfundible sonido de una carga de caballería. A través del hueco que aún permanecía abierto en las puertas de la empalizada ocho jinetes se lanzaron al galope contra la vanguardia del enemigo. Los dirigía criador de caballos, hermano de Illianna, enarbolando su espada al frente. El resto eran hombres de la aldea, muchachos jóvenes en su mayoría, que empuñaban horcas, rastrillos y alguna lanza, armas largas en su mayoría que les permitirían hacer retroceder a los atacantes.

Los defensores que acompañaba a Deron se abrieron y dejaron paso a los jinetes. El impacto fue inhumano, los corpachones de los gruesos caballos del norte lanzaron hacia atrás despedidos a la mayoría de los hombres que ocupaban las primeras filas. Debido a la considerable lentitud con la que éstos se movían, los jinetes no tenían dificultad en mantener a raya con sus armas de asta a aquellos que intentaban acercarse más de la cuenta.

Este momento de calma permitió a los soldados reagruparse tras sus escudos y retroceder en formación. Mientras durase el efecto de la plegaria de Ónemar el enemigo jamás podría alcanzar la empalizada antes que ellos.

Mientras todo ello ocurría, los cuatro atacantes que se encontraban dentro del círculo de escudos, a despecho de su propia vida, mantenían su acoso sobre Nhadia, Mélegat, Ayron y Dammeryn.

Si deseaban retirarse ellos suponían el primer problema.

Nhadia se alejó unos pasos, tratando de alcanzar al caballo de Illianna, lo que aprovecharon dos de sus enemigos para tratar de golpearla. El otro centró su atención en un ya bastante vapuleado Dammeryn.

En el otro combate, el hombre que aún se mantenía en pie dejó de lado a Ayron para enfrentarse a aquella mole que acababa de convertir a sus dos compañeros en un amasijo de carne y huesos.

El soldado vio caer a la joven curandera y apretó los labios. Su tobillo le impedía correr, y en el mejor de los casos iría a la misma velocidad que sus hechizados enemigos. La mujer que lo acompañaba hizo ademán de apartarse para alcanzar una montura.

Un mal necesario. Les desorganizaría su marcha, pero debían encontrar la manera de llegar al otro lado de la empalizada, y un caballo era la mejor opción.

El soldado se afianzó y procuró atraer la atención de los enemigos. Adoptó portura defensiva y aguardó los ataques, procurando no perder de vista a ninguno. Si algún idiota se confiaba, se lo haría pagar caro.