Partida Rol por web

Arniëk

Con Desmond maniatado y sus ojos vendados, avanzáis en silencio sobre las Marismas de Sangre. Eranor os guía por una ruta invisible, distinta a la que han seguido los squálidos, imposible para cualquiera que no haya transitado los desiertos del Yermo. La pestilencia del agua, korrompida con la sangre de cientos de miles de sacrificios, asciende hasta vuestras fosas nasales. La muerta naturaleza, muy lejos de la Diosa Madre, olvidada, y las ruinosas sombras de las devastadas ciudades, apenas ya un irónico esbozo de lo que un día fueron, rompen la monotonía del tedioso avance por un paisaje desolador, cuya simple visión haría enloquecer al más firme de los eruditos.

En ocasiones las sombras os acechan, los spektros os abordan y os atacan. En ocasiones otras kriaturas, nacidas del mismo Kaos, arremeten contra vosotros, turbando vuestras mentes y rasgando vuestra carne. A veces, vuestra sangre cae a la tierra, y al agua, uniéndose a ella, como un sacrificio involuntario a este lugar, a esta tumba.

Aquí ya no queda nada, este mundo es sólo un recuerdo, un suspiro, un último latido de algo que ya no podrá recuperarse, de algo que se ha perdido en el tiempo. Nuanta sería la más absoluta nada, la inexistencia, el olvido absoluto, si no fuese por esos finos y erráticos ríos luminosos, que recorréis con gran esfuerzo. Esos reductos de esperanza que surcan las planicies hasta el horizonte, que os acompañan, lentos y cansados, como cualquiera que guíe sus pasos por esta negra tierra. Su Luz os alienta, su calor os consuela.

Moviéndoos como sombras en la oskuridad, arrastrándoos, habiendo perdido toda noción del tiempo, abrazados por la penumbra, avanzáis. Sólo la espada de Alantar, y los ríos de Luz, iluminan el camino. Sólo vuestra voluntad os impide desfallecer. El estandarte de Obad-Hai no parece ya más que una boba y naif representación de un pasado consumido. Los dioses os han abandonado. El mundo se ha olvidado de vosotros, almas que vagan por un yermo inerte. Sois insignificantes ante la vasta magnitud del universo, ante el poder omnisciente de la Oskuridad.

En vuestra deriva, alguien, algo, os observa. En vuestro avance, entre ataques de spektros y fantasmas, algo os atrae, una voz os llama, hacia el lugar en que confluyen los ríos, hacia el abismo donde la magia se precipita. Hacia el lugar hacia el que los dioses no se atreven a mirar. Allí, donde la certeza muere, donde la Luz se diluye en las tinieblas, termina Nuanta. Allí, donde se alza la aristada fuente, se encuentra el nacimiento de todo, el origen del Kaos.

Habéis caminado durante días, en los que el cielo se ha mantenido siempre oscuro. Habéis sido atacados por spektros y fantasmas. Sin comer, sin beber, sin descansar. Nuanta os lleva al límite de vuestras fuerzas. Nuanta os pone a prueba antes de mostraros sus secretos.

Nuestro camino había sido largo y lleno de complicaciones.

Y cuando nos encontrábamos al pie de la fuente, me detuve un momento para poder ver cómo el kaos materializaba su poder en semejante espectáculo. Había tomado la grandiosidad de la fuerza de la naturaleza para extenderse y arrollarlo todo a su paso, hizo que sintiera decepción a la vez que rabia. Esos ríos de magia eran la sangre de seres a los que se les arrebató su luz para expandir la oskuridad.

El desencanto fue tal, que cayó sobre mí produciéndome un inmediato cansancio. Me dirigí a mis compañeros -Necesito detenerme un instante y recuperar el aliento antes de lo inevitable-

Rebusqué en mi bolsa hasta encontrar las hierbas que necesitaba, las hice un pequeño bouquet y me las puse bajo mi lengua a la vez que tomaba un poco de agua de mi odre.

El camino resulto muy duro, el paisaje muerto y desolador, sin comida ni bebida, se hizo muy largo y difícil. Aquel mundo estaba acabado, más allá de toda posible ayuda, si esto era lo que le esperaba a su mundo, más les valdría salir victoriosos de la difícil misión en la que estaban gastando sus últimas fuerzas, y su última oportunidad de salvar su querido mundo.

A las penalidades de la dura marcha sin provisiones, se le unió pronto los continuos ataques e incursiones de las oskuras criaturas que habitaban aquella desolación. En más de una ocasión pensó que desfallecerían, que no podrían lograrlo, pero siempre terminaban por encontrar fuerzas, donde ya no pensaban que habría nada. Tan solo la desesperación, la extrema necesidad en la que se encontraban, y todo lo que estaba en juego, les hacía seguir adelante, no había más opciones, y aunque lograsen su objetivo, era seguro que se trataba de un viaje solo de ida, no habría retorno. Las heridas y la fatiga se iban acumulando, tan solo esperaba que le quedasen fuerzas para ayudar a cambiar las cosas. Aunque su principal papel era el de conducir al grupo hasta la fuente, y esto, aunque con muchas dificultades, parece que lo había logrado.

Algo o alguien les observaba, seguía sus movimientos, estaba alerta y preparado para un inminente ataque. Militsa necesitaba detenerse un momento, y el le dijo al grupo:-Podemos descansar un momento, y prepararnos para un nuevo enfrentamiento, nos están observando y creo que ya nos han evaluado, así que en cualquier momento tratarán de acabar con nosotros. Estamos cerca, y tal vez tengamos una oportunidad, estemos preparados para cualquier cosa, pues nos acercamos a nuestro destino, que también será el de nuestro mundo.- Y aprovecho para tratar de curar y vendar sus heridas, como mejor pudo. Así como para acariciar a su querido lobo. 

El camino hasta la fuente ha sido arduo. Sentir como el Kaos se siente cada vez presente. Sentía como si mi Armadura de la Luz se volviera cada vez más y más pesada bajo el influjo de la Oskuridad.

¿Cuánto caminamos? No lo sé...Al menos Desmond y Rupert no han dado señales de resultar peligrosos durante este camino, pero temo que la cercanía de la fuente active en ellos algo latente.

- Gracias, Eranor- digo con la respiración un poco entrecortada por el esfuerzo- No lo habríamos conseguido sin ti. Y sí, necesitamos un momento.

Me aparté unos pasos del grupo, aunque sin perderles de vista. Me arrodillo, apoyo la punta  la espada en el suelo y repito mi juramento como Paladín Pelorian a modo de oración a Pelor.

Que Pelor ocupe mis pensamientos y me guíe mi mirada siempre hacia la Luz. 

Al igual que este escudo me protege de la Oskuridad, juro proteger de ella a todos aquellos que se acogen a la misericordia del Padre Sol.

Que esta espada guíe mi mano y no al contrario. Que su fuego abrase la Oskuridad. Que sea Luz y Justicia.

Que se cumplan los designios de El Brillante, que el mundo se llene de su Luz, que acoja en su seno a los puros y perdone a los impuros que vuelvan la mirada hacia él.

La confianza que me habían dado, o al menos Militsa, hizo que pudiera hacer el camino sin dudar ni un solo instante de mis fuerzas. En los ataques de los spektros y fantasmas, prefería ponerme delante, como un reclamo, como si en ese momento no me importara morir. No sabía la razón por la que lo hacía, pero en el largo trayecto, me hice más daños físicos que cansado me sentí. Aquel mundo quizás me daba fuerzas, o las penurias por las que había pasado hacían que hasta las heridas me hicieran hacerme fuerte y continuar caminando. 

Desde luego, todo el entorno era desolador, y la sensación, inquietante. De peligro que acecha, pero a la vez, de temor reverente. Al final, cuando el bastón que había sido mi orgullo lo usaba para dar los pasos siguientes, pareció que estábamos frente a las fuentes de todos aquellos ríos, de aquella magia. Impresionaba. Di una palmada a Eranor y acaricié a su lobo, expresando gratitud por habernos llevado hasta allí. Ahora se libraría mi batalla. Miré como Alantar se alejaba unos pasos, e hice lo mismo, no sin antes observar lo que hacía Militsa y ver que Desmond estuviera bien tras la dura caminata atado. 

- Bien, descansemos, pero quedémonos dispuestos y cerca, por si nos atacan esas visiones, spektros o lo que sea que ahora nos esté observando. - Me senté, y saqué la flauta. No sabía si tendría que usarla, pero en ese momento tan solo la acuné en mis manos, recordando de quien la había heredado. Aquel lugar me quería quitar hasta esos recuerdos, pero mientras pudiera aun tocarlos, no los habría perdido. 

Desmond había mostrado una sonrisa torcida con las últimas palabras que Alantar le había dirigido antes de partir. Sabía perfectamente lo que había visto en sus ojos, y también sabía perfectamente que no merecía la pena discutirlo. Estaba entre una espada literal y una pared figurativa, y lo quisiera o no, colaborar con aquel grupo era no solo si no única opción, si no también la correcta. No había olvidado su promesa, por mucho que su perspectiva sobre sus circunstancias hubieran cambiado. Incluso si Zulira se había equivocado, tenía el deber de intentarlo.

Pero aunque ir atado y ciego no le habría supuesto un problema en una situación normal, aquello no podía estar más lejos que serlo. Allí todo era traicionero, desde las criaturas que vivían allí hasta el propio terreno por el que moraban. Todo parecía diseñado y moldeardo para que su tarea fuera más complicada. No tuvo que pasar mucho tiempo antes de que insistiera para que lo liberaran: Confiaran poco o mucho en él, era cuestionable que fueran a pasar aquella prueba con un peso muerto a su cargo.

Y mientras estuvo desatado, Desmond no los traicionó. Puede que el paso del tiempo hubiera teñido su estilo de una particular brutalidad, pero todavía podía verse el estilo refinado de un guerrero con experiencia en la forma en la que adaptaba su postura. Aun así, eso no quitó que saliera mal parado en más de una ocasión, sobre todo, por su temeridad. Y eso era sin contar que aquel lugar parecía afectarlo.

Pero mantuvo la cordura y, de hecho, se dejó apresar una vez más cuando el peligro pasó, incluso si no estaba del todo contento con la idea. Suponía que en ese momento, herido y cansado, lo último que necesitaba era antagonizar a los únicos aliados que iba a tener.

Eranor buscó un lugar adecuado, resguardo de miradas indiscretas, y de las inclemencias de aquel terrible lugar, y una vez allí, se dispuso a descansar un rato. Necesitarían recuperar el máximo posible de fuerzas antes de alcanzar la fuente.-Este parece un lugar apropiado, para que descansemos un rato. Pero creo que lo mejor será que lo hagamos en dos turnos, de forma que mientras que la mitad descansan, la otra mitad este alerta, ya que en este lugar, no hay ningún sitio seguro.-Y aunque se encontraba muy fatigado, se ofreció como voluntario para la primera guardia.

Asentí ante la propuesta de Eranor de descansar, realmente me sentía al límite y me vendría bien recuperar fuerzas antes de proseguir.

-Sinceramente, me encuentro bastante fatigada, si no tienen inconveniente, me uniría al segundo turno- manifesté con un hilo de voz.

Me posicioné cerca del grupo que descansábamos primero y coloqué una piedra a modo de respaldo, situé mi bolsa entre ella y mi espalda para descansar semi tumbada y agarrada a mi báculo.

Cuando vuelvo de mis oraciones, encuentro al grupo organizando turnos para descansar. 

- Bien, Militsa. Hace bien en descansar- digo a la druida, quien parece al límite de sus fuerzas- Yo puedo formar parte del primer grupo de vigilancia junto con Eranor. 

Miro a Rupert y Desmond:

- ¿ Quién de vosotros se unirá al primer grupo?

Prefieriría que aquellos dos tocados por la Oskuridad no compartieran turno...

La verdad, tener que formar parte de una guardia con Alantar me hacía muy poca gracia, pero dejarle junto a Desmond no sabía si me hacía aún menos gracia. Así que, aprovechando que no me encontraba especialmente cansado, le miré y le dije: 

- Yo mismo me ofrezco, Alantar. Estoy fresco, aunque tengo unas cuantas magulladuras y rozaduras que espero poder tratar con comodidad en algún momento cuando esto termine. Prometo no molestar con demasiada música triste. - Dije con una sonrisa algo forzada, mientras jugueteaba con la flauta que aún tenía en las manos.  Si fuera necesario, descansaría después, seguro que podría aguantar. Ahora mismo, descansar para él era poco más que acurrucarse en algún lugar intentando estar lo menos incómodo posible. 

Alantar impone sus manos sobre Eranor, el único de sus compañeros herido y libre de Korrupción. Una luz cálida conecta la herida del cazador con las palmas de las manos del paladín. El momento es hermoso, e incluso parece detenerse el tiempo, como ajeno a este lugar que os consume poco a poco.

Las guardias se establecen, y sólo Militsa y Desmond se preparan para descansar. Pasan algunas horas, equivalentes a una guardia, sin que nada se mueva en el yermo de Nuanta. Al alcance de vuestra vista la imponente Fuente resplandece en mitad de la oskuridad, cómo una montaña de luz, como un pozo que engulle toda la luz. Aún os queda una larga caminata hasta alcanzarla, pero podéis sentir su presencia, su calor, su poder. Los ríos se mueven en ambas direcciones, unos llegan, otros parten de ella. Y el agua, tintada con la sangre, baña sus laderas, sus rocas ardientes, y se precipita al abismo junto a toda Luz.

Casi al final de la primera guardia, un ruido os inquieta. Golpes secos sacuden el suelo de tierra negra, haciéndolo vibrar, levantando polvo donde hasta hace un momento sólo había quietud. Militsa y Desmond despiertan. Algo se mueve. Algo se acerca. Lomo Plateado se pone en pie, alerta, con sus orejas estiradas al opaco cielo.

Durante tu guardia, durante tus oraciones, percibes el poder que emana de la Fuente. Es un poder antiguo, mucho más que cualquier otro que hayas conocido. Es una energía eterna, aunque debilitada. Es un poder neutral, aunque escorado artificiosamente hacia el Kaos. Sin embargo también percibes infinidad de almas, unas korrompidas, oskuras y poderosas, y otras atormentadas, arremolinadas en los profundos pozos en torno al abismo. La sangre del agua, traída de todos los mundos, es una ofrenda, un sakrificio, a la presencia más aterradora que logras sentir. Una presencia que despierta, que renace, carente de alma, y que las devora todas.

Durante tu guardia alcanzas a distinguir varios pasos entre el borde del abismo y el centro de la Fuente. Son, para cualquier mortal, invisibles; aunque para ti, acostumbrado a recorrer los oskuros entresijos de las tierras devastadas por el Kaos, son fáciles de encontrar. Podrían describirse como peligrosísimos puentes de piedras levitantes, candentes, traicioneras, que cruzan las cascadas de luz, los ríos de luz, ascendiendo y descendiendo, definiendo complicados pasos hasta el interior de las profundidades.

Durante la guardia, notas a Zanduräs, y a otros como él, no muy lejos. Aquél que ahora posee tu alma no está lejos, y no es el único. Te observa, conoce tus secretos y es dueño de tu voluntad. Sabe dónde estás, sabe lo que estás haciendo, y te espera, paciente. Espera tu llegada.

Mientras duermes, oskuras pesadillas acuden a tu mente. Zanduräs danza junto a otros rostros de plata en torno a un gigantesco y abominable ser putrefacto. La sangre cae sobre ellos en forma de cascadas, y sus prohibidos kántikos korrompen la piedra y la tierra a su alrededor. El obeso y descomunal ser, atrapado, encarcelado, exiliado, en las profundidades de Nuanta, absorbe la energía que le llega a través de los ríos, a través del agua mancillada y regada con sangre, bajo la Fuente.