Partida Rol por web

Militsa, en mitad de todo, al borde del precipicio, sin saltar, decide quedarse. Atrayendo así la escasa energía natural que hay a su alrededor, la druida invoca a Obad-Hai, clavando su estandarte en el árido suelo. Mientras recita las palabras, el rostro de Obad abre sus ojos, mirando intensamente a su alrededor. El estandarte arraiga, brota, y expande sus raíces quebrando el suelo negro de Nuanta.

Los primeros en ser alcanzados son Desmond y Alantar, que albergan korrupción en sus corazones. Sin embargo ambos consiguen esquivar las raíces llenas de púas, que golpean el suelo como tentáculos. Luego aquellas kriaturas que se arrastran son barridas, perforadas, empujadas al abismo. Militsa no consigue mantener la concentración, pronunciando las palabras en modo erróneo, alejándose de la Diosa Madre, desvelando la verdad Verde. Obad arremete también contra ella, con furia desmedida, totalmente fuera de control, la atrapa entre sus espinas y la hiere.

Las raíces continúan creciendo y expandiéndose, alcanzando las piedras levitantes, alcanzando a Lomo, Rupert y Eranor. Los tres quedan atrapados, al igual que la druida, en un entramado de raíces y espinas que rasgan sus cuerpos.

El Abeloth, el Wequil, también es alcanzado por el espíritu del exarca de Beory, que ilumina la tierra de verde, destruyéndola, hundiendo sus raíces profundamente, quebrándola. La kriatura, korrompida por el Kaos, es atacada por Obad-Hai, pero se resiste, utilizando sus poderes contra el anciano, ejerciendo su voluntad sobre él, venciéndole, expulsándole, desterrándole de sus dominios, de su feudo, del lugar que por siempre ha guardado.

Obad se desvanece, el estandarte se marchita, se quiebra, como toda la tierra que han removido sus raíces, ahora fragmentos que se precipitan al vacío, una amalgama de cadáveres, korrupción, desechos y oskuridad, que se hunde inexorablemente hacia el abismo.

Los cuerpos aprisionados de Eranor, Militsa y Rupert se liberan al consumirse las fuertes raíces que les atenazaban. Bajo sus pies sólo hay desprendimiento y caída. El Abeloth se regocija, alzándose sobre el Kaos que se despliega a su alrededor, mutando a una forma voladora que observa satisfecho el desenlace. Su grito no deja lugar a dudas: la Fuente es suya, él es el Guardián.

El suelo se desmorona bajo vuestros pies. Miles de insectos se afanan inútilmente por aferrarse a algún saliente. Ante la palpitante luz de la Fuente, ante la inmutable mirada del Abeloth, todo a vuestro alrededor se precipita al vacío.

Envueltos por una nube de polvo negro, rodeados por luminosas cascadas de colores, vais a ser engullidos por el abismo en una caída eterna. Infinitas sombras se arremolinan a vuestro alrededor. Infinitas almas sufren en el vacío. La sangre y la luz se fusionan en una lluvia que lo anega todo, que os envuelve. A vuestros oídos llegan los oskuros kántikos de los Rostros de Plata, el macabro ritual no se detiene. Vuestro sakrificio se unirá al de tantos otros para despertarle.

Eranor no sabía nada de magia, y para su desgracia hacia ya tiempo que toda su vida giraba en torno a ella. Se habían lanzado a una desesperada misión para tratar de salvar su mundo, y quien sabe si otros muchos del Kaos y la Korrupción, y la magia sería una parte fundamental de esa misión. Veía como todo se torcía y tal vez sin remedio, pero en medio del desastre, no pudo dejarse vencer sin luchar. Y lo haría hasta su último aliento, hasta su última gota de sangre. Por sus amados hijos, por su esposa, por todo lo que conocía y amaba. Que el moriría, era algo con lo que contaba, no se había engañado, tenía todo el aspecto de ser un viaje solo de ida. Pero lograr una buena vida para el resto, un futuro para su mundo, era algo por lo que moriría sin pensarlo. 

Pero ahora, ahora todo parecía a punto de perderse sin remedio. El guardián era muy poderoso, estaba en su terreno y con sus aliados, y las fuerzas invocadas no tuvieron tiempo para crecer hasta un nivel de fuerza desde el que poder rivalizar con tamaño poder. Ahora caían al vacío, al olvido, a la nada. Pero no, el lucharía hasta el final, lo primero que le saco del estupor, no fueron sus heridas, sino las de su amado Lomo Plateado, se acercó como pudo hasta el, y lo recogió en sus brazos, como si de un hijo herido se tratará. Acariciándolo, tranquilizándolo, tratando de curar sus heridas. 

Esto le permitió serenarse, lo suficiente como para ver, la aciaga situación en la que se encontraban. Para tener alguna oportunidad, necesitaba alcanzar a Militsa y bajar hasta la fuente. El tal vez habría podido descender con Lomo Plateado, pero sin la sacerdotisa, no podrían cambiar el equilibrio. En su desesperación y falta de tiempo, sabiendo que pronto todo estaría perdido y que sus esfuerzos habrían sido en vano. Llamo mentalmente a Bolck, el grifo era el único que podría recogerles y llevarles hasta la fuente. Grito y pensó con fuerza en su amigo grifo:-Necesito tu ayuda, con urgencia, tenemos que llegar hasta la fuente o todo estará perdido. Y necesito que además me ayudes a recoger a Militsa y llevarla hasta nuestro destino. Si es posible habría que intentar ayudar al resto, pero lo prioritario es la sacerdotisa.-Y mientras esperaba que el grifo, pudiese acudir en su ayuda, trato de encontrar rocas en las que frenar su descenso, así como de acercarse a la sacerdotisa, que estaba más arriba y trataría de detener su caída. Todo esto herido, fatigado y con su lobo en brazos. Pero con la firme determinación de quien sabe que solo hay una cosa que se puede hacer, luchar hasta el final para cambiar el mundo.

La secuencia de las imágenes va muy rápido y apenas soy capaz de ver cómo caigo al abismo.

Soy consciente de que aquí no puede acabar todo.

Apresuradamente, mientras el vacío me llama, trato de refugiarme en mi luz, como Beory me previno, aferrándome tan fuerte como me sea posible a los destellos de magia verde que aún puedo distinguir en este crisol en forma de cascada.

{ Diosa madre no dejes que el vacío consuma estas almas,

Permíteme que tu savia vuelva a circular por esta tierra ,

Que sean lianas las que nos abracen y nos salven de la caída}

Repito esta estrofa dos veces

{Deidad de la vida capaz de regar con luz,

Que un torrente sea capaz de barrer toda la oskuridad que mancilla esta tierra,

Que la fuerza del agua haga tambalearse al más fiero seguidor de la oskuridad,

Que de la fuente brote tu luz}

Repito esta estrofa dos veces

No... maldita sea. Ahora no.

¡Otra vez no! ¡Ahora no!

¡Fuera! ¡Sal de mi cuerpo! ¡Sal de mi cabeza!

¡Por lo que más quieras!

...

No se puede luchar contra lo inevitable.

Quizá en el fondo es como tenía que ser.

Si las cosas hubieran sido diferentes, él no habría dudado en matarme.

Estaba preparado para hacerlo más adelante.

Eranor. Alantar. Militsa.

Ninguno de ellos confiaba en mi.

Y Zulira...

Zulira nunca debería haberlo hecho.

Porque en el fondo...

Esto es lo que soy.

Seguis cayendo hacia una oskuridad sin fin, hacia el vacío, hacia el abismo. La luz os acompaña, cada vez más intensa. La sangre es también cada vez más densa en el aire, y os termina por bañar por completo. Los kaótikos kántikos son cada vez más ensordecedores, atronadores. Sin ritmo alguno, os sacuden, os aturden, os desorientan.

Militsa se aferra a su fe, balbuceando sin cese ancestrales conjuros en la lengua secreta de los druidas. Eranor acude a sus recuerdos, a sus sentimientos más puros, a las criaturas de las que se rodea.

Pero la Luz es débil, se diluye, se apaga. La luz es engullida, es devorada, por una presencia que se encuentra a vuestro alrededor, en las sombras, entre vosotros. La luz, la magia, vuestras almas, son korrompidas a medida que descienden hacia la nada, hacia el más absoluto Kaos. Alantar, siervo de Pelor, es el más afektado por esta korrupta presencia, por este korrupto ser.

En este entorno distorsionado, sin referencias ni límites, ausente de todo orden, la druida consigue invocar unas lianas, que se enlazan entre sí, y con los restos que caen con vosotros, formando una red, una maraña verdosa, vegetal, que os envuelve y protege. La red es tupida, las lianas son gruesas, y casi se cierran sobre ellas mismas, creando un capullo, una vaina, en la que protegeros.

Protegidos, atrapados, quedáis encerrados juntos en un reducido espacio, no mayor que una pequeña estancia o una diligencia. Los sonidos se vuelven sordos, les cuesta traspasar las gruesas paredes de madera y savia. Las sombras parecen lejos, aunque estén a pocos palmos al otro lado. La caída, sin embargo, continúa hacia la profundidad de la existencia.

Iluminados por las gemas y objetos mágicos que portáis, podéis ver a un lado de la vaina a Eranor, quien asiste a su amigo lupino. Y al otro a Alantar, quien palidece.

La Luz se aleja. Pelor te abandona. Su calor, su brillo, parecen no estar contigo ya. En lo más profundo de tu ser aún le sientes. Pero su fuerza y su poder ahora te parecen ridículos y lejanos. La Oskuridad lo envuelve todo, lo devora todo, lo konsume todo.

La energía de Beory se aleja, lo notas. Su vigor ya no está presente. Las plantas parecen marchitarse. El agua que has invocado debe estar fuera, pero no es suficiente para ahuyentar a las sombras y spektros que os acosan. La Oskuridad lo envuelve todo, lo devora todo.

Me resisto a creer que esto sea el fin. Me resisto a creer que el poderoso Pelor no pueda con la Oskuridad, todo sobre lo que he arraigado mi vida se desmorona... Debe quedar un rayo de esperanza. Me dejo llevar por mi espada, que Pelor me guíe... si aún sigue ahí. 

Pero el terror me atenaza... por momentos intento resistir el influjo de mi espada que me lleva hacia el Abeloth. Cierro los ojos y dejo que la espada se mueva por sí sola.

En algún momento Desmond había empezado a quedarse atrás. Alantar había avanzado, y él lentamente había perdido el ritmo, hasta que solo de vez en cuando sus piernas habían encontrado la voluntad de dar algún paso al frente. Sus ojos, con ese fulgor morado, parecían tan muertos como si se encontrara en un trance. Y cuando la vida volvió a ellos, la mayoría habrían preferido que jamás hubiera salido de él.

Porque esos no eran los ojos nobles de un guerrero. Eran los ojos hundidos de un asesino. La mirada derrotada de alguien que había luchado con todas sus fuerzas y había perdido. La mirada de alguien que finalmente empezaba a resignarse a ser lo único que podía ser. Y es que si algún día alguien le recordaba, si en el futuro todavía quedaba humanidad para recordar su nombre, estaba convencido de que lo recordarían únicamente por lo que estaba a punto de hacer.

Puede que Alantar estuviera demasiado ocupado como para verlo hasta que su propia voz anunció su presencia.

—Tenías razón —La voz de Desmond era inescrutable. Según quien la escuchara, lo mismo podía encontrarse en ella burla que desesperación— nunca debisteis confiar en mi.

Alzó el mandoble, dando un paso atrás para tomar impulso, y empujó con todas sus fuerzas hacia el frente, con la clara intención de atravesar al paladín. Por la espalda, a traición, o por el pecho, mirándole a los ojos para ver su reacción. Eso no le importaba.

Lo único que le importaba era cumplir su voluntad.

- Véravér istenéért!

- Véravér istenéért!

- Véravér istenéért!

El mandoble de Desmond, Vanguardia, envuelto en un aura oskura y violeta, se clava en Alantar, atravesando su brillante armadura, derramando su sangre azul en el interior de la vaina vegetal. De un solo golpe, de un único, preciso, certero y letal golpe, imbuido con el poder de Zanduräs, la vida del paldín pelorian, la vida del heredero de Abatis, llega a su fin. Aún ensartado en la espada, el cuerpo de Alantar comienza a agrietarse, dejando escapar una luz dorada por las fisuras de su carne y huesos.

De repente siento un dolor frío... mi escudo cae al suelo. Toda mi vida pasa ante mis ojos, mis últimos instantes resuenan aún en mis oídos, ahora con sentido. En el fondo, creo que desde el momento que Desmond se negó a renunciar a la oskuridad sabía que este momento llegaría.

El juramento Pelorian había cobrado más sentido que nunca. Un juramento del principio del mundo, que encuentra su sentido al final de los tiempos, porque eso es lo que parece que estamos viviendo. Con mi último aliento pronuncio sus últimas palabras, esperando que Pelor aún esté ahí para escucharlo:

Que se cumplan los designios de El Brillante, que el mundo se llene de su Luz, que acoja en su seno a los puros y perdone a los impuros que vuelvan la mirada hacia él- digo antes de lanzar Castigo Divino. Mi cuerpo se resquebraja como una vasija, dejando escapar mi vida.

Alantar de Reginloc se aferra a su juramento de paladín al final de su vida. Al resquebrajarse su cuerpo, su alma queda liberada de ataduras terrenales, deshaciéndose del lastre de la carne. El alma del paladín, consagrada a Pelor, brilla como ninguna otra luz, irradiando pureza dentro y fuera de la vaina. Alantar trasciende y se eleva, acompañado por ángeles que vienen a su encuentro, ángeles que visten radiantes armaduras y empuñan espadas de fuego. Ángeles que limpian el camino que les lleva hasta los cielos. La visión es insoportable para aquellos que albergan korrupción en sus corazones, cuya piel se inflama y arde bajo la Luz de El Brillante. Por un instante quedáis absortos, maravillados por el poder de Pelor, contemplando cómo las legiones celestiales purifican el entorno de la Fuente para que el alma de Alantar pueda reunirse con su dios.

La vaina vegetal se deshace bajo la potente luz, y vuestra caída se detiene bruscamente sobre un saliente de roca negra, rodeado débiles cascadas de magia que descienden hasta perderse de vista. Rodáis los cuatro en diferentes direcciones hasta golpearos contra las frías paredes de roca. Con su séquito destruido, ahuyentado por la legión celestial de Pelor, el Abeloth huye.

Una vez el aura del paladín atraviesa la espesa y oskura capa de nubes de Nuanta, los ángeles se dispersan y las tinieblas vuelven rápidamente a apoderarse el lugar. No hay rastro del cadáver de Alantar, aunque sus posesiones yacen dispersas sobre el suelo.

-No, Zanduräs. No. Alguien debe resistirte, no. Eso no tiene sentido. Saltar al vacío. No. - Sacudí la cabeza, intentando quitar la sombra que me nublaba la vista, tras los golpes, tras los zarandeos que estábamos teniendo, tras todo lo que estaba viendo. Y era terrible. Terrible y temible. Sólo pensé: - No, no quiero que me hagas lo que le has hecho a él. No.