Partida Rol por web

Seguimos desde aquí.

Monto en mi gélido de nuevo y me marcho en busca de mis caballeros. Se llevarán una buena reprimenda por haberme abandonado a mi suerte. 

Cuando llegas todos los gélidos están donde esperabas, pero sus jinetes no.

La tasca está totalmente desierta. Sólo el cantinero la habita y está, con un trapo, secando jarras de peltre. En una de las mesas hay una gran vasija de vino dulce especiado que puedes oler desde la puerta. Dos copas de finísimo cristal la acompañan, y nadie parece estar cerca.

Me dirijo al cantinero y le pregunto sobre los jinetes de gélido. No creo que hayan abandonado a sus monturas, así que no pueden andar lejos. - Cantinero ¿Ha visto a unos caballeros druchii por aquí? - Pregunto.

Si mi señor. Hace unos instantes salieron de aquí peleando hacia el palacio. Cambia de jarra y sigue secando. Alguien preguntó por el Señor Blackheart y reclamaba una compensación. Los caballeros salieron preguntando por el motivo y enseguida se vertió sangre. En ese momento ves que aún hay algunas manchas tapadas con serrín por el suelo y no te habías dado cuenta, pero hay una extraña marca en el madera de la puerta y está ensangrentada.

- ¿Escuchó algo más sobre por qué buscaban al señor Blackearth? - Pregunté seriamente al tabernero, planteándome qué hacer a continuación.

No señor, pero creo que alguien le espera. Cambia de un baso a una jarra. Y creo que quiere que le espere, ya que ha llegado usted antes. TE señala a la mesa y añade. - Eso es para usted y la reunión que esperan tener con el que regrese.

Asentí ante las palabras del tabernero, pensé que estaba metido en problemas, y que seguramente alguien se hubiera llevado a mis caballeros. No es que me importase su seguridad especialmente, pero un capitán sin sus hombres no era nada. - Esperaré, entonces. - Dije, tomando asiento.B

Tras dos horas, sin que nadie se presentase, empiezan a llegar los primeros hombres. Van muy cansados y algunaspiezas de sus armaduras están dañadas. Nada serio, pero los bollosdeslustraban su presencia. Todos llegan y se presentan despacio, uno a uno.

Ninguno herido, aunque puede que algún morado si puedan lucir.

La Señora de las Bestias te da unas instrucciones en una tablilla de metal.

Es un encargo de capturar un buen puñado de gélidos, y traerlos, para el comerciante que maneja esta ciudad. La chica, parece que sólo era un mensajero y tras pagar las copas y comida de todos los presentes se marcha.

50 Gélidos domados o 100 sin domar.
50 Caballos salvajes domados o 100 sin domar.
1 bestias que cause terror.

Sigues en la mesa, sólo, con una botella de buen licor. Un vino fermentado y "trucado" de varias maneras para que pase a se una delicia alcohólica y una bandeja de un ave asada que no consigues identificar.

Los chicos se relajan ya que les han puesto comida a todos y saben que está todo pago.

Sonrio maliciosamente. Al parecer la chica era solo una enviada, y el encargo de aquella complicada misión me había servido para obtener una unidad de caballeros gélidos de refuerzo. Agité suavemente el licor antes de bebérmelo. Luego saboreé la carne. Después me puse en pie, y levanté la copa. - ¡Druchii! - Grité, para llamar la atención de todos los caballeros. - Os invito a degustar este manjar, después nos aguarda una misión nueva ¡y tras eso una jugosa paga! - Dije para levantar los ánimos. 

Después, les dejé comer y beber bien. Una vez hube terminado me puse en pie, y me encaminé a la puerta. - ¡A vuestras monturas, caballeros! Nos marchamos - Ordené, haciendo que mi voz retronara en toda la sala. Después salí de la taberna y subí de nuevo a mi gélido, dispuesto a partir. La gran pregunta es ¿Dónde podría encontrar aquel encargo?

Los gélidos agitan sus angulosas narices por el olor que arrastran sus caballero, y algunos de los jinetes le han acercado restos para contentar a las monturas.

Han comido, y muchas están saciadas, pero es difícil negarse a un dulce, y el sabor del faisán asado puede ser de los segundos mayores manjares que se les puede poner a estas bestias en el paladas. Su favorita sigue siendo el caballo, sea con armadura, jinete, arreos .... con lo que sea, .... o sin ello.

Todos ya han montado y esperan instrucciones. Aún se escucha algún masticar de esos puntiagudos dientes y el chascar de las lenguas que disfrutan hasta el más mínimo bocado.

Pensé que no iba a arriesgarme en las cavernas para conseguir un centenar de gélidos salvajes. Eran tan peligrosos o más que los amaestrados, y además debía conseguir el doble. Prefería arriesgarme con sus cuidadores druchii. Buscaría un criadero de gélidos. Pero primero era mejor empezar con los caballos. Tal vez podría usarlos para provocar una revuelta en el criadero de gélidos y aprovechar el momento para llevarmelos. Ya volvería a buscar caballos después.

Era el momento de ir a por caballos.

No les parece mala idea a ninguno, ni los viejos, que no se pronuncian gran cosas, ni los nuevos, que acaban de realizar el juramento de servicio a ti por un año. Su líder, un oficial ya mayor, que no ha destacado más que por ser muy capaz de sobrevivir, te contesta: - Y así los remanentes podrán alimentarnos a monturas y jinetes, durante un tiempo.

El juramente era sagrado, y nadie tenía el valor, de saltarlo, ya que sólo un Drachau (que solía imponer la pena de muerte) o el propio Rey Brujo, que no se inmiscuía en tales banalidades, podrían anular un juramento a ese nivel, así que estaba seguro de lo que eran y de que te servirían fiel y eficazmente. Incluso algunos parecían ansiosos por partir.

- Esa es la idea, y tendrán un buen aperitivo con todo el que ose interponerse en nuestro camino... - Agregé con una sonrisa malévola en el rostro. Después alcé la espada y ordené a mi montura que empezara el avance. - ¡Vamos druchii, nuestros gélidos han de llenar sus bocas y nosotros nuestras bolsas! - Grité, apuntando hacia delante con la espada y comenzando a trotar hacia mi destino.

Sabías que a dos días de camino había un puesto de caballerízas. Era famoso por sus tratos, corceles y demás. Pero también sabías que eran de la propiedad del mismo que tenías que entregarle las presas. Incluso era el mejor lugar donde entregar todo lo que capturasen. Ya habías hecho negocios con ellos, y sabías que eran justos, pero no regalaban nada. Tus chicos se habían integrado como uno solo, así que realmente tenías unas unidad que podías separar en dos. Una gran unidad de Caballería Real.

Dispuse a los caballeros en dos filas de 5, marchando con cierta distancia entre cada fila, para que no se entorpecieran la una a la otra. De momento no era necesaria una formación apretada. Marchamos hacia el exterior de la ciudad. Sabía que a escasa distancia había unas caballerizas, pero pertenecían precisamente a aquel que me había encargado el trabajo. Sería una estupidez robarle sus caballos, los reconocería al entregárselos de nuevo. De todas formas, pensé que sería mejor buscar manadas salvajes de momento, para poder atraerlos después hacia un criadero de gélidos, y así tener carnaza con la que atraer a las bestias.

Al disponerlos en dos filas te das cuenta que se han puesto como los parientes del novio, y los parientes de la novia. Cada cual en su lado, según provengan de los originales o de los adquiridos. Parece que el lider de los "adquiridos" en su día tubo pretensiones de Señor de las Bestias y te indica hacia donde ir. Era una pena, pero son varios días de camino. Lo peor no era eso, sino quienes vivían por la zona. Todo lomas congeladas, con esos guerreros que se camuflaban en las sombras y trataban a todo lo que no fuera ellos mismo como invasores. Eso sí, si enganchábais alguna manada salvaje, sabríais que eran los mejores caballos que se podían encontrar. Los autarii también disponían de algunos, pero no eran usados muy a menudo. Esas monturas desbarataban sus tácticas de sigilo. De todas maneras no los domesticaban como tal. Los atrapaban y los hacían trabajar como esclavos, nada más. Aunque eso también lo hacían con vosotros.Si, seríais la misma raza, pero separada y diferenciada por años de aislamiento, culturas paralelas y condiciones de vida totalmente distintas.

Dirigí a la partida de caballeros gélidos hacia las montañas. Las zonas autarii solían ser evitadas incluso por los otros druchii. A pesar de ser miembros de nuestra raza, eran nómadas que habitaban las montañas, carentes de las sutilezas de nuestra civilización, y sin duda nada respetaban, salvo la fuerza. - Debemos tener cuidado, evitemos los desfiladeros escarpados, busquemos primero caballos en los valles. - Señalé a mis caballeros. Por supuesto, las criaturas huirían ante el olor de sus depredadores, los gélidos, así que era probable que tuvieramos que perseguirlos. Pero prefería no separarnos demasiado, para evitar que los autari nos atacasen uno a uno.

Formáis una línea de búsqueda, y te has dado cuenta que los líderes de ambas compañías se compenetran bastante bien. Tanto que realmente tienes una grande, que se puede dividir en dos fácilmente, y en la que hay líder suplente, si hiciera falta. En esta, como si rastreaseis, se da por sentado lo que buscáis, pero de cuando en cuando uno se adelanta, y deja que su montura cace algo sabroso para que pierda un poco el apetito por si encontráis lo que de verdad buscáis. La línea es un buen sistema, para comprobar cosas, y con el avance, las puntas se van adelantando poco a poco, formando una especia de media luna.

Los tres primero días no termináis de encontrar nada.

En la mañana del cuarto, tus chicos, en el campamento que se montó el la tarde/noche día anterior; un altozano con agua que habíais pensado usar como base de operaciones desde la que rastrear toda la zona, notaste algo. Algo te llamó la atención. No sabías que era, pero te sentías observado. Tal vez en la distancia. O desde muy lejos. Y no sentías magia o poder, sentías unos ojos en el cogote.