El papasito sonríe ampliamente.
- Marchamos entonses - dice de buen humor y deja unos billetes para pagar las últimas copas.
Voy saliendo y me lo llevo de la mano, no fuera a ser que alguna lagarta le echara el guante mientras me despistaba. No sería la primera vez.
La Mejía saca a papasito de Jere de la mano de la cantina local. A su paso, bastantes arrabaleras les miran salir, dedicando miradas de inquina. Aquel semental era la novedad del pueblo. Bien parecido, culto y con mundo, era de la Capital. Que se lo llevara la Mejía, que ya de por si lo tenía todo, a sus ojos no era nada justo.
En la calle, a esas horas de la noche, reina una pequeña calima nocturna fruto de la humedad de aquella zona del país y del calor. Sin duda en el departamento, con aire acondicionado como al gente de bien, se estaría mucho mejor.
El Jere era un caramelito en dulce y más si no salía nunca aquellas lagartas estarían deseando echarle el guante.
-Vamos a mi depa, Jere. Aquí hace calor y tengo tequila si querés la última- me lo llevo para el depa, que iba a ser la mejor idea que había tenido nunca. La Hasienda no meresía la pena si estaba llena de desubicados.
El Jere, ese papasito de las delisias, se limita a hacer un gesto a la Mejía, indicándole con ello que le sigue. Y le sigue, dejando atrás toda una jauría de arrabaleras en celo, que aspiraban a catar a un varón como el Jere, cuando por estatus social deberían limitarse en posar sus ojos de pobre sobre ejemplares como Jamsha o como mucho alguno de los potreros (papasitos pero pobretones también, como ellas).
La cosa es que, contra todo pronóstico, llegan sin problema al depa de la Mejía que está tal cual lo dejara la última. Sin percatarse, sin embargo, de que...
¡alguien les siguió y espió entrando al portal del edificio!
¡CONTINUARÁ!
Proximamente en Capítulo VI