Partida Rol por web

Onzanio. ¿Puedo pasar?-es lo único que se escucha desde detrás de la puerta.

El grosor de la madera amortigua el sonido. No se puede asegurar que sea el comerciante al cien por cien, pero si no lo es, debería ser algún varón de parecido peso, edad y estatura.

 Viendo que los demás no se oponían y que en principio era posible la llegada de Onzanio, Borateo abre la puerta, trabándola primero con la pierna hasta que puede confirmar que es él y luego terminando de abrir la puerta suficientemente como para que pueda entrar... en caso de que no haya problemas a la vista.

El mercader entra al fin y saluda a los demás con un ademán de la cabeza.

Veo que tenéis una pequeña fiesta aquí montada...

Bueno, vayamos a los negocios. Wilbur, he identificado la piedra ioun. Aumenta el poder de un conjurador. Lanzar rayos más lejos, hacer encantamientos que duren más tiempo... ese tipo de cosas. Su valor es relativo... pocos objetos enfocan el poder mágico de semejante manera, y eso lo hace muy apreciado... Pero no mejora demasiado los conjuros. Nada más que en una pequeña proporción. Aún así es más de lo que te habrías podido imaginar. Te daré por ella una cantidad de objetos mágicos que rondarán las quince mil monedas de oro, si es que estás dispuesto a desprenderte de esta piedra. ¿Te interesa, Wilbur?

- Ah, bien. Pero no te quedes en el umbral, vayamos, vayamos a un sitio más cómodo a discutir el tema.

Wilbur se lleva a Onzanio aparte y comienzan a negociar entre ellos.

Wilbur habla como pensando en alto.

- Pues, veamos, me interesarían objetos mágicos que no se gasten, cosas como anillos o amuletos. Especialmente quiero algo que mejore mi resistencia a ataques, un amuleto que haga más difícil que me alcancen en un combate, algo que me haga sanar más rápidamente o algo así.

También he oido hablar de no-se-que cuchara mágica que llena cualquier cuenco en el que se ponga de una espcie de gachas nutritivas que valen para alimentar indefinidamente a cualquier persona, animal o planta, si no es muy caro podría interesarme algo así.

Luego podría interesarme quizá algún anillo que me proporcione el uso de algún conjuro en concreto un número determinado de veces diarias, algo así como una bola de fuego al día, o una caída de pluma diaria. O quizá algo que mejore uno de mis hechizos en concreto, como la piedra ioun pero aplicada solo a uno de mis hechizos.

Lo que no quiero son pergaminos ni pociones de un solo uso.

 Borateo no puede evitar plasmar la sorpresa en su rostro.

 Quince mil piezas de oro... ¿por una piedrecilla?

 - Caray con la magia... ¿por cierto, de donde sacaste ese objeto, Wilbur?

Wilbur, interrumpido por Borateo en mitad de la negociación con Onzanio, le hace un gesto al bárbaro como indicándole que mejor que se lo pregunte en otro momento, y sigue negociando con Onzanio en un rincón.

 El rudo pelirrojo prefiere no seguir con esa conversación en ese momento, pero le dedica una mirada intensa antes de mirar de nuevo a Cléquetto y a Sarah.

 - Creo que antes de que llegara Onzanio, señor alcalde, estaba comentando a la señora Sarah la posibilidad de cambiar de alhojamiento a los guardias reales.

Oh sí, la cuchara de Murlynd. Tengo una por aquí. Cuidado con los objetos que elijas, no puedes vestir más de dos pares de botas. Jajajaja... Solo un anillo en cada mano, aunque por aquí tengo una mano momificada extra... Solo un amuleto, colgante o collar, a no ser que tengas previsto que te nazca otra cabeza en breve... Veamos...

El comerciante comienza a vender sus productos. Atiende a las necesidades descritas por Wilbur, pero también trata de colar alguno de sus productos. Al final de la exposición, Wilbur puede hacer las preguntas que quiera, pero ya tiene en mente los objetos mágicos que más le pueden interesar.

Oh, sí. Por supuesto, querida. Yo me ocuparé. Vuelve a la taberna tranquila, me pasaré por allí en cuanto termine de hablar con estos hombres. Como gratitud a mi ofrecimiento te pediría que no contaras a nadie de cuales rostros has visto en esta casa.

Por supuesto, alcalde. Como desee. Muchas gracias por su ayuda.

Ahora, puedes retirarte.

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Ante el insistente golpear, la posadera, que ya estaba próxima a la puerta, abre sin preguntar.

¿Sí?

¡Indignado me encuentro! ¡Mil vergüenzas! ¡Lo sabe! ¡Lo sabe todo! Y en lugar de acusarme, como un hombre, se dedica a humillarme.

El parróco irrumpe en la casa apartando a Sara con el brazo. Vórtimer tiene los mofletes colorados, pero habla sin trabarse. Es lo más sobrio que los aventureros han tenido la oportunidad de contemplarle.

- ¿El Anillo del escudo de fuerza (conjura a voluntad un escudo que da +2 de escudo a la CA, sin penalizador al movimiento ni % de fallo al conjurar) crea un escudo físico que deba sujetar y orientar hacia los golpes o es una especie de aura invisible que me recubre sin que tenga que preocuparme de nada más? ¿Está siempre activo cuando lo llevo puesto o tengo que activarlo de alguna manera?

 El montaraz no termina de dar crédito a lo que está viviendo. Acaso hay alguien en todo el pueblo que no tenga pensado venir a llamar a esta maldita puerta. Un oro a que el siguiente en llamar es Guzmán. No puede evitar pensar con cierta sorna el pelirrojo.

 Pero pronto una sensación de alarma se posa sobre el hombre, Vórtimer, por muy capaz que pueda parecer en ocasiones, también puede ser un poco... descuidado. En cualquier caso aguarda a que el anciano enano diga que es lo que le atormenta.

  ¿Está hablando del cabrón de Gregor? Espero que por lo menos espere que se largue Sara.

  - Buenos días Sarah.- Dice el montaraz con la esperanza de que la muchacha no escuche nada que pueda comprometer al resto.

Lyranden observaba todo desde el rincón en el que estaba sentado y casi mimetizado con el resto de muebles de la sala. Se sentía completamente exhausto. El camino de vuelta al pueblo había sido para el el más largo de su vida. Su cuerpo envuelto en una manta había dejado de sangrar pero las heridas abiertas le dolían hasta tal punto de querer evitar siquiera mover un músculo de su cara.
Siguió observando lo que acontecía en la sala con cierta apatía sabedor de que su vida podía durar poco más si no recibía curación.
La entrada de Vórtimer y su comentario sacan a Lyranden de su sopor y abre los ojos como si los necesitara para prestar mayor atención a lo que dice el anciano enano.

Hay que sujetarlo momentaneamente, por un segundo, el justo para parar el golpe. Por ejemplo, no podrías llevar un arma en cada mano, pero sí podrías lanzar un conjuro y rápidamente esconderte detrás del escudo. Si trepas un muro, con ambas manos, y te atacara una vil harpía, activar el escudo te dejaría una sola mano, y probablemente te haría caer. Por lo demás, apenas te supondría ningún obstáculo.

Bu... buenos días-dice algo perpleja.

La posadera se va y cierra la puerta tras de sí. El alcalde entra en cólera.

¿Te has vuelto loco, Vórtimer? ¿Cómo te pones a hablar así con esa paleta presente?

Puaj... A la mierda. A la mierda con todo. Estamos acabados. Ese Gregor... ese Gregor es una serpiente venenosa. Cuando terminé de curar a sus hombres, me... me humilló de tal manera... Lo sabe. Gregor lo sabe.

Estás paranoico. No sabe nada. No tiene modo de saberlo.

Estábamos en la habitación. Uno de los soldados estaba en pie, con la mano en el mango de su espada envainada. El cofre de carbón estaba en mitad de la habitación y Gregor me propuso rezar. Se arrodilló frente a mí, con el cofre en medio... Me invitó a arrodillarme frente de él... Los dos con los codos apoyados sobre esa prueba incriminatoria. Empezó una oración. ¡Rezaba a Moradin! ¡Qué humano en este mundo o en el otro reza al dios de los enanos! Rezó por el castigo de los asaltantes, de los culpables, y... y... y de aquellos que estuvieron detrás del asalto. Me hizo rezar a mí, con sus palabras engatusadoras y trampas dialécticas. Tuve que rezar a mi propio dios para que los culpables fueran castigados. Rezando para ser castigado por mi propio crimen ante mi propio dios. Creí... creí que el soldado que estaba con nosotros dos iba a desenvainar la espada y cortarme la cabeza a una orden de Gregor...

Se acarició el cuello. El anciano lo pasó realmente mal.

Me humilló haciéndome lanzar una plegaria contra mi propia honradez. Jamás se lo perdonaré. Me humilló ante mi propio dios. Y luego simplemente me dejó ir. Amistosamente, como si no tuviera nada contra mí...

¡¿Lo ves?! Si supiera algo no te habría dejado ir. Es tu culpa la que te hace pensar que los demás ven tus pecados.

 El montaraz, apoyado de espaldas a la pared del barracón, con los brazos cruzados sobre el pecho rescucha el relato de Vórtimer.

 - O quizás te dejó ir para que te reunieras con los demás intrigantes y cazarlos a todos a la vez...

 Realmente esa idea cada vez cobraba más peso en su mente, sentía como se le rebolvían las tripas en su interior.

 - El tipo ese, Gregor, es un cabrón. Apenas dijo nada, pero transpiraba ruinidad, arrogancia y repugnancia en abundancia. Mató a Roger a sangre fría... quizás lo hizo después de interrogarlo... o despues de lanzarle un hechizo para que hablara...- Tras una pausa añade en tono reprobador.- No nos avisasteis de que era un conjurador.

 Y pensar que lo podía haber ensartado a él en lugar del guardia de la carreta.

¿Conjurador? ¿Gregor? Nunca le vi lanzar un conjuro, pero claro... eso no significaba que no hubiese sido un conjurador desde el principio.

Ehm... No, no me ha seguido. Vamos, creo que no me ha seguido. Cuando me despedí de él se había quedado prendado de una muchacha y prestaba todo su interés en ella y no en mí.

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Nada más oír que llaman a la puerta todas las miradas se giran hacia la entrada. Es como si mencionar a Gregor hubiera sido sufciente como para convocarle allí.

¿Señor párroco? Señor párroco, soy yo, Sara.

Oír la voz de la posadera tras la puerta es un alivio para todos.