Partida Rol por web

Claro, D&D 3.5 no tiene la regla de pathfinder para los monjes de que hacen ráfaga de golpe con ataque bueno. En 3.5 los monjes tenían ataque medio siempre, incluso con ráfaga de golpes. De ahí la confusión.

Al ver que estoy a punto de alcanzarle, el licántropo se transforma y como buena rata cobarde que es, nunca mejor dicho, huye valiéndose de la ventaja que le da el accidentado terreno. Además, el desgraciado intenta mezclarse con las otras ratas menores para así confundirme y facilitar su escape, lo cual al final no le sirve de mucho ya que logro localizarle entre la multitud de roedores.
A pesar de mi éxito al ubicarle, soy consciente de que solo es cuestión de tiempo para que escape y por eso me limito a acortar un poco la distancia y lanzarle uno de mis hechizos, el cual no creo que sea suficiente para cargarmelo pero si para meterle un poco más de miedo en el cuerpo y que no se atreva a volver a molestarnos.

Tras acabar con el asunto de la rata, regreso con mis compañeros.

-Creo que ya es hora de continuar aunque antes dadme unos instantes -le digo a mis compañeros.

Acto seguido, saco de mi mochila la varita y uso su energía negativa para sanar mis heridas.

-Adelante, amigo. Sana tus heridas. El enemigo no volverá por un buen tiempo.

Con un último gemido lastimero por la quemadura, el roedor escapó, o tal vez muriera unos metros después entre la maraña que tenía preparada para huir. En cualquier caso, Mattheus no pudo ver ni oír más de él. 

Tras reagruparse, avanzaron algunos metros y pronto tuvieron que dejar a un lado la visión en la oscuridad. Estaba claro que habían llegado a algún tipo de campamento, un brillo blanco demasiado intenso desdibujaba todos los detalles de un claro entre el pedregal y hongos. Algunos contornos informes indicaban que merecía la pena reducir el alcance de la visión - sobre todo Zolgren - a cambio de los detalles que proporcionaba la vista convencional.

En una zona más amplia del camino, que aún así no llegaba a los cinco metros de diámetro pero era lo bastante regular para identificarla como artificial, ardía una hoguera de tamaño respetable, aparentemente con la leña más húmeda que se había podido encontrar... o lo que quiera que estuvieran usando allí para hacer arder aquel fuego, pues no parecía madera ni de lejos pero provocaba mucho humo. La humareda ascendía hasta un macabro colgante.

Atado a una cuerda que hacía arco sobre una viga gruesa de metal que estaba clavada al hongo más cercano, colgaba a un par de metros medio cadáver, se trataba de un torso humano, enjuto y nervudo, al que sólo le quedaba media cara escondida entre el humo, más denso. La carne estaba curada por el ahumado y los restos de los brazos y las piernas indicaban que había sido cortada a tiras.

En derredor de la hoguera había un pequeño campamento, más bien un conjunto de nidos de rata, no más de media docena. De algún lugar cercano salía un hedor notable, a inmundicia y carroña. Mientras miraban alrededor, Zolgren y Mattheus pudieron escuchar un quedo gemido, apenas perceptible salvo para sus oídos increíblemente entrenados, que provenía del mismo lugar que el hedor.

-Parece que a los hombres rata les gusta la carne humana -dije al ver la escena con la que nos encontramos- La pregunta es: ¿Les gustará también la carne de no muerto? Porque si es así, puede que estemos cerca de encontrar a las víctimas. O al menos, de averiguar lo que les pasó.

-No lo creo, a ningún ser vivo le gusta la carne putrefacta. Y de ser así, solo se limitarían a necrófagos y zombies ya que los huesos descarnados de los esqueletos no le aportarían nada de alimento -le respondo a Yangol sin apartar la mirada del cadáver que los hombres-rata estaban ahumando hasta que de repente escucho un sonido proveniente de las cercanías- Pero las teorías pueden esperar, creo que no estamos solos. Seguidme y manteneros alerta.

Sin más que decir, vuelvo a desenfundar mi arma y comienzo a avanzar en dirección hacia la fuente del sonido que, por desgracia, también es de donde proviene el hedor que inunda el lugar.

El camino continuó hasta llegar a un campamento en el que los hombres ratas posiblemente habían vivido. El caso era que todo estaba hecho un asco, y los muy desgraciados habían colgado y comido a tiras a un ser humano. El caso era que un fuerte hedor provenía de una parte desde la que también provenía un ruido. Posiblemente hubiera algo o alguien escondido allí. Veremos si quiere salir... les dijo a sus compañeros. Cogió una piedra y la arrojó al sitio, a ver qué pasaba.

Mattheus pudo descubrir toda una nueva gama de olores desagradables a medida que se reposicionaba en dirección a aquel lugar pestilente. La piedra de Zolgren hizo saltar algo, que pasó de detrás de una seta a otra, algo pequeño y peludo que sobresaltó al inquisidor, que tomó una postura defensiva.

Pero el ser sólo había cambiado de escondite. Luchando contra el mareo y el vómito se acercó más con la espada por delante, hasta un pequeño claro lleno de desperdicios, huesos, excrementos y cosas indescifrables pero no menos nauseabundas.

En el rincón al que había llegado la criatura saltarina estaba, produciendo no poco del hedor que había allí, el más intenso y dulzón, similar a todos los frascos de una perfumería rotos a la vez, una chiquilla de unos ocho o nueve años, tenía una suave capa de pelillo gris claro cubriéndole la piel, rostro claramente ratonil, aunque sus largos incisivos era blancos como el nácar. Sus manos de piel rosada acababan en finos dedos delicados rematados en uñas largas y negras muy afiladas. Lloraba quedamente, que era el sonido que habían escuchado Mattheus y Zolgren.

Al ver al inquisidor se tapó los ojos con las manos, rompiendo en sollozos más fuertes y temblando como una hoja al viento.

La piedra que lanzó Zolgren provocó la salida de una cosa que se movía a gran velocidad. Combatiendo el hedor que lo impregnaba todo, lograron ver a una niña rata. Parecía realmente asustada, y es que eran un tipo acorazado y con espadón, un marciano de piel verde y un elfo de piel negra... no parecían un grupo de hermanitas de la caridad precisamente. Zolgren creyó que quizás por ir desarmado tendría más posibilidades de no asustar a la chiquilla y se acercó caminando en cuclillas. Eyyy... no te asustes. No venimos a hacerte daño. ¿Cómo te llamas? Yo soy Zolgren. ¿Dónde están... el resto? preguntó finalmente con un tono amable y una forzada sonrisa.

-"A trincar papeo." - les pareció entender entre sollozo y sollozo. Luego siguió una retahíla con hipidos y congojas, entre las que les pareció entender

-"...barullo...apiolado...sola..."

Al parecer, los hombres rata se habían ido y habían dejado a una chiquilla aquí sola.

-¡Pero mira qué irresponsable esta gente, dejando a una niña sola!

Luego lo pensé un poco mejor.

-Pero... ¿y si tuvieron que huir a toda prisa y la niña se quedó atrás?

En cualquier caso debíamos lograr que la pequeña se calmara, porque así como estaba no le entendíamos nada.

A pesar de mis indicaciones, al drow no se le ocurre mejor idea que arrojar una piedra, lo que no solo hace que el hedor se intensifique sino que la criatura que se escondía entre la basura salga corriendo, pillándome por sorpresa y haciendo que adopte una innecesaria pero siempre útil postura defensiva. En condiciones normales fulminaría a mi compañero con una mirada asesina pero por desgracia estoy demasiado ocupado intentando no dejar en el suelo la poca comida que aún queda en mi estómago.

Afortunadamente, la criatura no huye muy lejos sino que se refugia en un rincón pero sin abandonar la inmundicia. Al poder verla mejor descubrimos que se trata de una niña pequeña aunque también afectada por la licantropía y que, al verme, tiembla y rompe en llanto, algo totalmente comprensible ya que a sus ojos debo parecer alguna especie de monstruo. Mientras me sobrepongo al hedor, lo cual hace que recuerde a cuando formaba parte de la banda de huérfanos y tuve que ocultarme dentro de una pila de estiércol para escapar de los mercenarios, escucho como mis compañeros hablan con la cría y esta le responde entre gimoteos. Una vez que supero las náuseas y evito el vómito, me acerco a Yangol y le respondo en susurros.

-Creo que estaba con los que nos atacaron -le digo en voz baja al gith para que la niña no nos escuche- Y que el "papeo" que querían "trincar" eramos nosotros.

Acto seguido, envaino mi espadón y me acerco a la niña, apoyando una rodilla en el suelo rocoso pero sin dejar de mantener los sentidos alerta ya que desconozco como reaccionará y si hay más hombres-rata en los alrededores. Una parte de mi siente empatía por los críos, sobretodo por los marginados, y se niega a hacerles daño pero mi experiencia me dice que a pesar de mis sentimientos no puedo darme el lujo de bajar la guardia.

-Tranquila pequeña, no vamos a hacerte daño, no somos malos -le digo con voz calma a la niña-rata para luego esbozar una amplia sonrisa que muestra todos mis dientes- ¿Ves? Yo también tengo colmillos comos los tuyos, en cierta forma somos parecidos -agrego señalando mis largos incisivos con la esperanza de que un rasgo en común sirva para que la chiquilla entre en confianza- ¿Como te llamas? Yo me llamo Mattheus -digo señalándola y luego me señalo a mi, usando gestos para que estos ayuden a la comunicación- Contigo había cuatro y se fueron por allá ¿verdad? -agrego formando el número cuatro con los dedos de una mano y señalando el pasillo en el que fuimos emboscados- Por cierto ¿sabes donde encontraron al colgado y donde están sus cosas? -finalizo señalando el cadáver que los licántropos estaban ahumando.

La chiquilla les miraba con mucha suspicacia entre sus lágrimas, pareció aguzar la mirada para ver los dientes del dhampir y su rostró se torció en un gesto desagradable, como una mueca feroz que dejaba ver detrás de sus inmensos incisivos unas filas de afilados dientes irregulares.

Pero ningún gesto hostil le acompañó, tal vez sólo enseñaba su propia dentadura, pero a diferencia de los discretos y casi elegantes caninos vampíricos de Mattheus la dentadura de la chiquilla resultaba inquietante y de aspecto peligroso. Parecía claramente pensada para arrancar y desgarrar trozos de carne a la vez que roer huesos. 

-"Me llamo Renacuaja." - dijo por fin en respuesta a su pregunta.

La siguiente la llevó a poner cara de esfuerzo, moviendo ágil y rápida los dedos, aparentemente contando. Al final se encogió de hombros.

-"Ahora ya quedaban éstos" - señaló alzando cuatro dedos - "y hay éstos que se piraron a trincar papeo a los bajos. Ya hace mazo, estarán fiambres" - alzó tres dedos ésta vez. Parecía triste, pero no particularmente afectada, era más una preocupación por sí misma que por destino que hubieran podido correr los cazadores - "más lejos hay otras tribus, pero eran más retacas que la nuestra."

Definitivamente hablaba una jerigonza distinta de la habitual en la Jaula, aunque quizás más inteligible para quienes estaban acostumbrados a la misteriosamente similar lengua común. Tal vez por eso la chiquilla parecía confundida con su última pregunta, hasta que le señaló el cadáver, también tuvo que probar algunos sinónimos hasta que le hizo entender el concepto de "sus cosas".

-"Largaron que le pillaron en el charco del bebercio. Estaba rapiña'o y con un brazo to chafa'o de chungomancia. Lo tuvimos que largar a la mierda y unas ratas que lo royeron la espicharon, así que lo largamos por el bujero a los bajos del todo."