Partida Rol por web

La doctora siguió al grupo sin más. El agua estaba consiguiendo llegar a zonas donde le parecía prácticamente imposible - ¿Qué pasa con la lluvia de este lugar? No llueve para abajo - efectivamente, el viento unido a una mezcla de lluvia normal y lluvia fina hacía que el agua fuese como un tornado que los envolvía.

En cuanto hubieron llegado ante la puerta del local, la propia doctora se hubiese puesto a aporrear la puerta, pues sentía como el frío del agua amenazaba con calarse hasta llegar a los huesos. Pero también pensó con rapidez que con dos orangutanes aporreadores en el grupo ya era suficiente. Sonrió ante su propia ocurrencia y volvió a ponerse seria con rapidez en el mismo instante en el que el propietario hizo su aparición. 

Por poco, su querido hermano, la habría vuelto a cagar. Si no llega a ser porque tuvo los reflejos necesarios para darse cuenta de su error al hablar así al hombre que había salido a recibirlos. 

La pelirroja escuchó las palabras de Sutton, sólo asomándose en el momento oportuno para mirar con cara apenada al tabernero - Por favor caballero -  como si de una doncella en apuros se tratase y sólo aquel hombre pudiese ayudarla.

– Sasannach! ¡Ingleses! Pero, ¿qué hacéis ahí bajo la lluvia? ¡Entrad! ¡Entrad!

El posadero se hizo a un lado para dejarles pasar a su posada, la cual, teniendo en cuenta que en el exterior estaba cayendo algo muy parecido al diluvio universal, parecía aún más acogedora si cabía. De forma más o menos atropellada, los cinco Rippers entraron al local y, mirando alrededor para hacerse una idea de cómo era The Red Lion Inn, se dirigieron de inmediato a la chimenea encendida que se encontraba al fondo de la estancia, en el centro de la pared de la que surgían las escaleras que llevaban al piso superior, buscando el calor que desprendía el fuego.

– Supongo que estais buscando una habitación para pasar la noche, ¿no? Estáis de suerte, amigos. Por solo medio Soberano por noche y cabeza, incluida la comida. Una ganga. Esos precios no los conocéis en la capital, ¿eh? –Cogiendo el equipaje de Sir Sutton, de quien esperaba una jugosa propina, y el de Eilish, por educación y buena voluntad, continuó–. ¡Seguidme!

Subieron las escaleras detrás del escoces y una vez llegaron al segundo piso, se volvió para consultar con ellos como pensaban repartirse las habitaciones. Tal y como lo habían decidido el día anterior, los McBride compartirían una habitación doble, al igual que Anthony y Alexander, en su papel de guardaespaldas del noble. Por último, Francis tendría una habitación para sí solo.

Una vez en sus respectivas alcobas, los Rippers no tardaron en cambiar las ropas húmedas por otras secas y ponerse cómodos antes de regresar algo más tarde a la taberna del primer piso. Las habitaciones eran sencillas, pero limpias y funcionales. No les faltaría lo más básico.

Cuando bajaron al piso inferior, el tabernero, quien respondía al nombre de Ronald, estaba esperándoles con unas pintas de cerveza.

– Aquí. –les dijo indicando una mesa al lado del fuego y separando una silla para dejar sentarse a la doctora–. Poneos cómodos y calentad el cuerpo por fuera y por dentro. –Soltó una risa sencilla después de su sencilla ocurrencia y acercó a Seamus una de las jarras que había puesto ya sobre la mesa –. Si necesitáis algo, llamadme.

Y giró el cuerpo con la intención de dejarles unos momentos de intimidad.

¿Ingleses? Por la mente del irlandés pasaron rápidamente una rápida secuencia de posibles respuestas, pero dejar claro a ese follaovejas que ningún inglesito de mierda tendría unos cabellos como los suyos, casi exclusivos de su isla, no tenía el mismo peso que escapar de aquella lluvia y pegarse a la chimenea. Al menos el posadero era amable, porque se esperaba el típico aldeano borracho que despreciaba a los extranjeros y que los recibiría con gesto ceñudo.

—Esto está mejor —dijo, aliviado, tras dejar en el suelo su maleta y la de su hermana y acercar tanto las manos a las llamas que casi éstas lamían las extremidades de sus dedos. Mientras tanto, echo un vistazo a su alrededor y asintió para sí: no era el peor lugar del mundo considerando que ese pueblo parecía alejado de la mano de Dios. Sería un buen centro de operaciones mientras encontraban al Ripper desaparecido.

En la habitación que les asignaron a ambos hermanos, Seamus eligió la cama más cercana a la puerta, colgó su pesado abrigo y comprobó que las armas estaban secas y en buen estado: no podía permitirse salir a cazar bichos — porque considerando su suerte, en ese pueblo los habría — sin tener a las gemelas listas. Después las dejó a buen recaudo bajo la cama, se cambió, ayudó a su hermana con sus ropas— ¿Has engordado, Lissie? — y se unió al grupo en la planta inferior cogiendo una silla cerca del fuego mientras agarraba esa cerveza que les esperaba como una amante ansiosa.

Oh, querido, la siempre amable hospitalidad escocesa. - dijo Sutton al posadero cuando éste les invitó a entrar servicialmente en su establecimiento y le recogía su equipaje para que pudiera calentarse frenta al fuego mientras trataban el asunto de los servicios que necesitaban.

Cuando les enseñó las habitaciones, Sutton tuvo que contenerse para no decirle que todas las habitaciones irían a su cuenta, ya que tenían que mantener la coartada que habían decidido asumir de cara a los locales.

Una vez se hubo cambiado y puesto un atuendo más seco, bajó al salón principal junto con su guardaespaldas.

Gracias, Ronald. - dijo el noble mientras agarraba una de las jarras y se sentaba tranquilamente mirando el fuego.

Al pasar junto al posadero, Eilish hizo una pequeña inclinación de cabeza a modo de agradecimiento y se encaminó con rapidez hacia la chimenea para intentar entrar en calor lo antes posible - Gracias por su amabilidad - dirigió al hombre cuando éste tomó su maleta de manos de su hermano.

Al entrar en su dormitorio compartido, dejó que su hermano eligiera la cama donde pasaría la noche y se dispuso a quitarse la ropa mojada con rapidez detrás de un biombo de mimbre adecuadamente situado. Y tras el desagradable comentario de Seamus mientras éste le abrochaba con fuerza el corsé, no pudo por menos que propinarle una sonora bofetada que resonó en la habitación - Ya te gustaría encontrar una mujer como yo algún día - espetó mientras le indicaba con una señal que podía desaparecer de su vista.

Vestida con su corpiño especialmente diseñado, camisa color burdeos, unos pantalones bombachos y botas altas, y con el pelo recogido en una trenza, Eilish McBride se unió al resto en la planta inferior.

Cuando el posadero se echo a un lado y el grupo pudo pasar, Francis sintió un gran alivio, daba igual si había cucarachas cualquier sitio era mejor que estar un segundo mas bajo la lluvia. Por fortuna el lugar era cálido, limpio y acogedor.

Con ropa seca y la cerveza unida a la calidez que emitía la hoguera, se sintió durante unos instantes en la gloria. Sin embargo el recuerdo de su misión hizo acto de presencia, desperezando su mente y activando sus sentidos. No era momento de descansar.

—¡Maldito carromato! No podía llegar a Glasgow no, eso seria demasiado sencillo, tenia que averiarse en mitad del diluvio universal—. Maldijo el joven arcanista lo suficientemente alto como para que le escuchara el posadero, pero hablando lo suficientemente bajo como para no ser ordinario. Al ver la sorpresa en el rostro de sus compañeros, prosiguió con su papel, aunque con un tono mas calmado fingiendo controlar su indignación—. ¿Saben? Creo que han debido de echarme mal de ojo. Si, si, no me miren así. Se que suena a locura, pero es la única explicación a mi mala fortuna.

»Verán, el otro día me encontré una vieja tuerta por la calle. Vendía tabaco de mascar, algo que odio la verdad. Como es obvio me negué a comprarlo, algo que no le sentó especialmente bien—. Prosiguió sintiendo como el alcohol calentaba sus entrañas—. La vieja loca empezó entonces a maldecirme y a golpearme.

El señor Douglas bebió durante un instante, permitiendo que su improvisada historia calara en la mente del tabernero. Hizo una pequeña pausa, esperando que el tabernero cayera en el cebo e hiciera la pregunta mas lógica: ¿y que ocurrió?

Por un momento, Seamus pensó que el polizonte se había dado un golpe en la cabeza nada más bajar a la sala común. Miró ojiplático a Francis, sin terminar de tragar el sorbo de cerveza — ¿era al único que le sabía aguada? — que acababa de tomar, y tardó unos largos segundos en recordar que, en realidad, ellos no eran ellos. Eran otros ellos. Unos ellos distintos. Él seguía siendo Seamus McBride, hermano de Eilish McBride, a quien acompañaba, pero en ahora era por unos asuntos de la Universidad de Londres para asegurarse que no le pasaba nada en aquellas tierras alejadas de la mano de Dios. Ya no era ese McBride que ahora se dedicaba a matar bichos casi a tiempo completo. Pero de ahí a andar contando gilipolleces había un salto.

—Pues si el hecho de que el carro se estropeara es culpa tuya, me cago en tu puta calavera —espetó, mientras encendía un cigarrillo y dejaba que su intenso aroma llenara sus pulmones— Tiene pinta de que a este pueblo no viene nadie de fuera desde hace siglos.

Alexander entró en la posada siguiendo de cerca a su protegido, empujando el baul-biblioteca de este. Desde el minuto uno el boxeador opto por no decir ni una sola palabra, a no ser que le preguntasen y manteniendose pegado a Sutton en todo momento. Prefería pecar de sobreprotector a que alguien siquiera sospechase que no era realmente su guardaespaldas.

Con la ropa cambiada y un fuego calentandoles el animo tambien cambió, aunque demasiado para algunos

 - Pero que demonios le acaba de pasar, creo que se ha metido demasiado en su papel - buscó a McBride con la mirada para retirarla a los pocos segundos, no había que, supuestamente, no se conocían de nada.

Ronald se había girado para dejar solos a los forasteros, pero, esperando tener la oportunidad de enzarzarse en una conversación con ellos y escuchar los cotilleos y novedades que solían traer consigo los visitantes a su posada, no se alejó a paso rápido. Y en los comentarios de Francis y de Seamus, vio la oportunidad de alimentar su curiosidad.

Se giró para volver a la mesa que ocupaban los Rippers.

– Disculpen que me meta donde no me llaman, pero no he podido evitar escuchar sus comentarios y no es cierto eso que dice usted caballero. Es verdad que ya no viene tanta gente a Culross como antes, pero de ahí a afirmar que no venga nadie desde hace siglos, va un trecho. Sin ir más lejos tenemos hasta forasteros que se han asentado en la aldea y viven en Culross desde hacer ya varios años. Todo un noble inglés. Si señor. Aunqueeee… bueno, tampoco es que viva en el mismo pueblo, y el tipo es verdad que es un poco raro, pero es un extranjero que ha venido a Culross.

Hay posaderos que, cuando no reciben a menudo visitas de fuera, aprovechan la primera ocasión que se les ofrece para calmar su necesidad de charlar y cotillear, y Ronald pertenecía a esta categoría. Así que siguió hablando.

– Mi establecimiento es modesto, pero limpio y conocido en toda la región de Fife. Muchos escoceses de camino al norte paran aquí. Ya verán como se va a poner esto de gente en un par de horas. Ya verán.

Se volvió ahora para hablar directamente con Francis.

– ¿De verdad se ha encontrado el señor con una bruja adivinadora? Disculpe si me entrometo, pero por lo que dice parece que le han echado el mal de ojo al caballero.

Aquella historia aparentaba ser de lo mas jugosa y Ronald no sería Ronald si dejara que se le escapara una oportunidad como aquella de escuchar un relato tan interesante.

Instantes después de que Francis soltara aquel jugoso chisme el tabernero no pudo resistirse y se sumo a la conversación. El joven investigador continuo con la pantomima y debido a ello fingió indignarse al ser cortado su relato; sin embargo cuando Ronald saco de nuevo a colación su relato él continuo agradecido.

—Tiene que serlo, es la única explicación de mi desgracia—. Prosiguió de manera atropellada el señor Douglas—. Desde que me encontré con esa anciana me han ocurrido varias cosas. Al principio pensaba que no tenían importancia sin embargo con el tiempo se ha convertido en una verdadera molestia.

» Al principio me desaparecieron los calcetines izquierdos de cada par y ya me han desaparecido ocho. Después de aquello se me ha roto mi reloj de bolsillo favorito, me han robado la cartera y he perdido la uña de un pie—. Conforme el monologo del joven arcanista iba en progreso, la cadencia de su voz iba aumentando a la par que su falso nerviosismo; sin embargo aun quedaba la bomba final—. Y bueno, mejor no nombremos los servicios de aquella...

Francis detuvo de imprevisto sus palabras mientras rascaba de manera discreta, pero visible la entrepierna. Aunque no había acabado su frase, el significado estaba claro: Había tenido un encuentro con una prostituta con un desenlace bastante desafortunado. Sin lugar a dudas aquella jugosa historia cruzaría todo el pueblo en apenas unos días. No era una buena reputación, pero sin lugar a dudas seria difícil quitarse aquella nueva fachada, por muchas preguntas que hiciese en el pueblo en los próximos días. Lo mas probable es que pareciera un joven cotilla de lengua inquieta.

—Comento algo de un noble ingles extranjero, ¿que vino hacer aquí?—. Preguntó pocos momentos después de terminar con su relato, tratando de desviar de manera poco efectiva la atención de sus interlocutores.

Después de aquello bebió un largo trago de cerveza, escondiendo su rostro lo máximo posible tras la gran jarra de madera. Sin lugar a dudas era la viva imagen de un muchacho avergonzado por desvelar por accidente un trapo sucio.

Sutton miró con auténtica curiosidad a Douglas mientras este narraba las desventuras con una supuesta bruja y el mal de ojo que le había lanzado.

Le miraba con curiosidad mientras trataba de discernir si realmente se trataba de algún tipo de cuento para hacer avanzar la conversación con el tabernero o si había ocurrido en realidad, lo cual explicaría la mala suerte que había sobrellevado el antiguo policía cada vez que el grupo se había visto en una situación comprometida.

¿Un noble inglés? - preguntó interesado a Ronald mientras hacía un gesto con el dedo para indicarle que trajera otra ronda de jarras de cerveza. - Puede que hasta le haya conocido, ¿cómo se llama?

Tras escuchar el relato completo de Francis con cara de completo asombro, se levantó de su asiento ocupando la posición más alejada de éste mientras lo observaba de manera desaprobatoria. Lo de la caída de una uña del pié, porque sí, y el rascarse la entrepierna no diagnosticaba nada bueno. Y tanto si lo contado era un bulo o tenía algo de razón lo más adecuado para una señorita como ella era alejarse de él por mucho que fuese doctora. Y ya que parecía estar interpretando a la perfección un papel, este acto bien podría ayudar a hacerlo creíble para otros. 

- Para eso que intenta ocultar tan burdamente le recomiendo que se rape la zona lavándose posteriormente a fondo con agua caliente y jabón de sosa - dijo mirándole de reojo con voz queda - ¡Ah! y queme sus pantalones y ropa interior - volvió a mirarlo de nuevo tras haber retirado la mirada - O mejor queme toda su ropa y cómprese nueva.

¿Extranjeros? No, ellos venían buscando a otro puto escocés, no a ingleses ni nadie de más allá de las islas. Además, Craig había desaparecido hacía un par de semanas, no año. Así que, o el dichoso Ripper se confundió como un lugareño más, o no había asomado el hocico por el pueblo. Empezaban bien. Y mientras, el polizonte rizando el rizo. Qué joyita.

—¿Y aparte de conocer tipos raros ingleses hay algo que hacer por aquí? Porque no sé aquí los amigos, pero la señorita y yo no tenemos mucho que hacer hasta que venga el siguiente transporte, y aunque la idea de quedarme aquí sentado junto al fuego y bebiendo me llama mucho, no creo que a mi hermana le enamore.

 - Definitivamente se le ha ido la cabeza del todo, pero es una tapadera fantástica - el boxeador siguió sumido en el silencio y comprobó que al menos Semaus había pensado lo mismo que el, que el tal Craig no había pasado por allí

- Algo me dice que no va a ser tan facil como parecía, y eso no le va a gustar al irlandés - y una leve sonrisilla asomó en su cara para desparecer nuevamente a los pocos segundos, debía mantenerse en su papel en todo momento.

Mientras Francis seguía dando cada vez más datos de su imaginaria y estrambótica historia, algunos de los Rippers mostraron interés hacia aquel extranjero y el pueblo.

– Pues… La verdad… No se ni a que se dedica, ni como se llama. Llego aquí hará unos seis años y nunca ha bajado al pueblo. Su sirviente viene una vez a la semana, hace las compras necesarias y se vuelve a marchar hasta la semana siguiente.

El tabernero se acercó entonces algo más a los cinco Rippers y bajó la voz, como queriendo confesarles algo que igualmente nadie más podría oír en el vacío local.

– ¿Saben? Algunos dicen haberle visto paseando de noche en compañía de un monstruo. Cerca del Blackness Castle¹, donde vive.

Y volvió a recuperar su posición asintiendo lentamente con la cabeza, dando a entender que él creía aquellos rumores.

Ronald salió a hacerse cargo del pedido de Sir Anthony, tras el mostrador de madera rellenó las jarras de cerveza y regresó cargado con la bebida. Con un golpe sordo las depositó sobre la mesa cercana al crepitante fuego alrededor de la cual se habían sentado y llegó a tiempo para escuchar los comentarios de la doctora McBride. Su rostro se puso por primera vez serio.

– Me temo caballero que voy a tener que doblar el precio de su habitación. Por lo visto tendré que deshacerme de las sabanas y demás tejidos y telas del dormitorio. Posiblemente también tendré que quemar el colchón. Esperó que este de acuerdo. Si no tendrá que buscarse otro establecimiento para pasar la noche.

Su cara no mostraba en ese momento alegría alguna. El dueño del The Red Lion no bromeaba.

Cuando Seamus le pidió consejos para pasar los próximos días sin aburrirse, su expresión volvió a cambiar y una sonrisa asomó a sus labios.

– La buena noticia es que no tienen que buscar más ya han dado con el lugar más conocido y frecuentado de Culross, caballero. –Soltó una risotada acompañando su comentario–. La verdad es que nuestra ciudad no es realmente un lugar que atraiga extranjeros por sus paisajes o monumentos. Más bien son escoceses de paso los que se dejan caer por aquí.

Roland se mesó la barba pensando que podría recomendarles.

– Las minas de sal y de carbón son reconocidas entre algunos eruditos, dicen que son algo histórico. No sé. A mi me parecen feas y aburridas… y el terreno posiblemente peligroso para una dama.

>> Luego está la Culross Abbey²… pero realmente solo son unas ruinas. ¿Qué es lo que anda buscando la señorita?

No quería desanimar a sus invitados sin darles un buen consejo, así que decidió devolverles la pregunta.

Un bicho, ¿eh? Me parece que va a tocar hacer turismo. Que un supuesto monstruo fuera la comidilla del pueblo, sabiendo lo que ahora sabían de ese mundo sórdido y oscuro que era el de los Rippers, encajaba con ese asesinato cometido a manos de una bestia y que Craig había acudido a investigar. Aunque no podría ser tan fácil como ir a ese puñetero castillo, llamar a la puerta y encontrarse con algo parecido a esos tipejos del tren, al menos era una pista. No, nunca es tan fácil.

—Vaya, ¿habéis oído? ¡El sitio de moda! ¡Somos gente con suerte! —exclamó con marcado sarcasmo. Apuró su jarra de bebida y volvió a dedicar su atención al humeante cigarrillo que reposaba en sus dedos. Blackness Castle, sonaba acogedor y seguro que Anthony podía usarlo como excusa tratándose de un noble inglés. Las otras opciones eran esas ruinas, que Seamus sospechaba que no serían más que una maldita pérdida de tiempo, y las minas. Si tenemos que ir a las putas minas, lo dejo para el final. Y no creo que ninguno de estos tenga muchas ganas tampoco de meterse en un agujero perdido en las colinas.

 - Un castillo, un monstruo, un noble... por lo menos tenemos algo por donde empezar - el papel de guardaespaldas silencioso hacía que la mente del boxeador no parase quieta en ningún momento, en algo debía mantenerla ocupada. 

 - ¿Serán como los del tren? Imagino que habra distintos tipos de bichos*, por lo que... si, creo que llevare mis cuchillos.. Ah, y las dagas, especialmente la de hierro... ¿tibio? Bueno, la de los bichos... - 

Alexander aprovechó ese rato para hacer mentalmente la "maleta" que se llevaría

- Ademas, si soy un guardaespaldas, tiene todo el sentido del mundo que lleve mis armas, así que no tendré que molestarme en ocultaras, es más, impondrán el respeto que yo no imponga, si es que estos no imponen bastante ya - inconscientemente había empezado a frotarse las manos, igual que hacía antes de cada combate cosa que paro de hacer en cuento vio la cara de los demás - Definitivamente necesito soltar un par de ganchos cuanto antes

Sutton movió ligeramente la cabeza, como si encontrara pintoresco la irónica respuesta del irlandés sentado a su mesa.

Todo el viaje así... - dijo a Ronald encogiéndose de hombros, tratando de reforzar la idea de que no eran un grupo cohesionado si no que acababan de conocerse hacía escasas horas.

¿Blackness Castle, eh? - al decir esas palabras miró a Alex, con la típica actitud de noble que hacía que su servicio se tuviera que ocupar de todo. - No sería apropiado que un Sutton no se acercara a saludar a alguien con ascendencia noble.

En el momento en que el tabernero subía el precio de la estancia de Francis, el noble la silla un poco del mismo sin molestarse en guardar el más mínimo disimulo.

Las palabras del tabernero en un principio fueron recibidas con decepción por parte del arcanista; sin embargo cuando nombro a un posible monstruo un ligero sentimiento de triunfo recorría su cuerpo, para posteriormente ser asesinado con impunidad por las consecuencias de su nuevo personaje.

—No...yo..—. Fingió balbucear una excusa con gran vergüenza para posteriormente asentir con resignación—. De acuerdo.

Tras sus palabras escondió el hocico tras la jarra de cerveza, esperando el tiempo suficiente como para no parecer un desvergonzado. Una parte de su ser comenzaba arrepentirse por aquella decisión, iba a ser el hazmerreír del pueblo entero. Solo esperaba que gracias a ello pudiese hacer preguntas sin problemas en caso de ser necesario.

—Eso si que me gustaría verla. Los castillos me apasionan y ya que el destino me ha traído hasta aquí que mejor que sacarle partido—. Dijo respondiendo con voz débil las palabras del noble, tras lo cual pregunto de manera directa al tabernero con cierta timidez—. No habrá lobos, osos o algo por el estilo, ¿verdad? En el camino me pareció ver una huella de una bestia, aunque la lluvia se encargo de borrarla. No me gustaría ser carnaza de aquellas bestias...

Cuando el tabernero habló del monstruo la doctora creyó sentir cómo un pulso, una estática, cruzaba por todo el grupo. Todos tendrían que dejar sus comentarios sobre el tema para más tarde evitando miradas directas y opiniones.

Al escuchar la alusión a la subida de precio tuvo que mirar a otro lado, pues no pudo evitar que una sonrisa traviesa cruzase su cara. Ni mucho menos esperaba que su comentario suscitase una reacción igual, pero le resultó bastante cómico. Algo dentro de ella la empujaba a soltar una risotada sin cortarse, pero ella ya era experta en ocultar ese tipo de situaciones.

La irlandesa ignoró el comentario de su hermano y apoyó las palabras de Sir Sutton - Mmmm... Las ruinas de una Abadía me resulta algo llamativo. Aunque ver un castillo de cerca... -  bajó la cabeza como si se sonrojase dubitativa - Sir Sutton... ¿Le importaría, si no es demasiada molestia, que le acompañase en su visita a Blackness Castle? - en ningún momento levantó la cabeza haciendo la pregunta con la suavidad de una joven pudorosa.