Partida Rol por web

Eilish terminó tapada por los dos armarios roperos que eran Seamus y Alexander. Mientras se colocaba para cubrir, en caso de necesidad, a su hermano se abrió la puerta que tenían frente a ellos. Por un hueco entre los grandullones pudo atisbar tres hombres, uno de ellos tan alto y ancho como uno de esos osos de circo que bailaban sobre dos patas. Al sacar las garras se le hizo más clara la imagen del animal. Quedó con la mirada fija en esas garras maldiciendo por dentro que aquello no sucediera en circunstancias más controladas. Cuánto me gustaría averiguar su funcionamiento. ¿Es algo tan natural como parece? ¿O es algo implantado? Y si es implantado, ¿de qué manera lo activa?

La doctora parpadeó rápidamente. Tenía que hacer algo. Tenía que decir algo para entretenerlos y eso se le había dado muy bien en anteriores ocasiones - ¡Agachaos chicos! Tengo una derrin... tling... - se puso roja inmediatamente sabiendo que había metido la pata hasta el fondo, su falta de conocimiento sobre armamento unido al ensimismamiento anterior le habían jugado una mala pasada. A causa de su vergüenza y de bajar la mirada, perdió incluso la posibilidad de posicionarse al lado de su hermano. Anthony por contra había estado más atento, por lo que ella eligió colocarse tras el noble y esperar su momento.

El cuerpo apenas se movió unos centímetros antes de que el resto de sus compañeros hicieran acto de presencia en el vagón. Seamus y Alexander se pudieron en la cabeza, seguidos de la joven doctora y el atípico noble.

Aunque no dudaba de las capacidades de sus compañeros, sabia un que una herida en un combate como ese podía ser mortal. Incapaz de situarse en primera fila el joven investigador comenzó a acumular aquel ardiente poder arcano.

Sabia que sus facultades aun eran poco poderosas, pero esperaba que con su ingenio y la ayuda de sus compañeros, pusieran la balanza en su favor. Aun recordaba el combate en la mansión, se sobrepaso usando su magia quedando casi inutilizado al final de la contienda, no esperaba que aquello volviese a pasar.

Sin dudar un solo instante esperando guardar la máxima energía arcana posible, murmuro las palabras propicias y lanzo aquella energía invisible a través del aire. ¿Su objetivo? Congelar la suela de los zapatos del cabecilla del grupo, situado atrás de sus compañeros. Sin lugar a dudas, cuando el resto de los Ripperch hubiesen acabado con sus compañeros huiría o atacaría de manera agresiva, provocando un resbalón inoportuno o eso esperaba el joven arcanista.

Sin embargo, justo cuando estaba apunto de lanzar el conjuro, observo como Alex avanzaba separándose del resto del grupo. Un sudor frio recorrió la espalda del señor Dougla. En apenas un instante contuvo aquella energía crepitante y la moldeo de forma expansiva, para que al rodeador a sus enemigos estallaran en una explosión sonica. Solo esperaba que no fuese demasiado tarde y su conjuro aturdiera al enemigo.

En cuanto aquellos matones salieron al encuentro de los Rippers, Alexander, seguro de si mismo, hizo lo propio. ¿Acaso no había acabado con uno de sus compañeros apenas unos minutos antes? ¿Qué dificultad podrían suponer para él entonces? Mientras avanzaba, sacó dos de los cuchillos arrojadizos de su padre de la cintura y en un movimiento fluido los lanzó a los hombres que se acercaban veloces. Pero el boxeador no calculó correctamente el efecto desestabilizador del movimiento del tren y su ataque, en otras ocasiones letal, no tuvo el efecto esperado. Uno de los cuchillos quedó clavado en una maleta y el otro alcanzó de refilón el abrigo de uno de los matones,  cayendo al suelo con un tintineo, sin infligir daño alguno.

La doctora Eilish y Sir Sutton trataron de ayudar a su compañero, llamando la atención de sus enemigos con mentiras que les hicieran dudar y perder quizás la concentración el tiempo suficiente para que Alexander tuviera cierta ventaja. Sin embargo la irlandesa se puso nerviosa y no fue capaz de formar una frase inteligible. Si que lo consiguió el noble, mucho más ducho y hábil en las artes del engaño.

Los dos enemigos que se habían lanzado a la carga contra Alexander llegaron hasta el boxeador y desplegaron sus bestiales ataques sin piedad alguna. El valiente Ripper, a pesar de encontrarse aún algo sorprendido por no haber alcanzado a ninguno de ellos con sus cuchillos, fue capaz de esquivar el primer golpe con un rápido movimiento lateral. Pero no pudo apartarse a tiempo para evitar el segundo. El matón, con los ojos inyectados en sangre por puro sadismo, clavó sus garras en el pecho del boxeador, hundiéndoselas por la violencia del impacto hasta el fondo. La vista de Alexander se nubló, no viendo por momentos otra cosa que oscuridad.

Seamus, por su lado, no podía creer lo que veía. El arranque en solitario de Alexander le había pillado totalmente por sorpresa y había roto su táctica de ataque combinado. Para cuando el irlandés quiso darse cuenta de lo que estaba sucediendo, su compañero sangraba por una fea herida. La rabia se apoderó del pistolero que salió al encuentro de aquellos dos matones, quienes no esperaban tal reacción y no sabían de lo que era capaz el irlandés cuando se enfurecía. La daga de hierro frio de éste se clavo cuan larga era en el estómago del más cercano, desgarrando sus intestinos y haciendo que se doblará por la mitad y se sujetase con las manos la tripa, bien para aguantar mejor el dolor, bien para evitar que sus órganos internos se desparramaran por el piso del vagón. Cayó al suelo de rodillas, con los ojos abiertos como platos y sin creer lo que le sucedía, para por último acabar desplomándose.

El coloso, que caminaba pausadamente detrás de sus esbirros, lanzó un grito de colera al ver como uno de sus compañeros caía al suelo.

– Voy a hacer que me supliquéis que os mate, malditos cabrones.

En ese momento Francis, preocupado por el giro que estaba dando el combate para los suyos, decidió liberar su energía arcana y tratar de detener a los dos enemigos que aún estaban pie. Con un sonido sordo dejó caer el cadáver al suelo y concentró sus poderes para que estos fluyeran por su cuerpo y salieran como una bola de energía sónica dirigida contra los dos rivales. Estos sintieron de repente una enorme presión en los oídos que amenazaba con reventarles los tímpanos y se llevaron las manos a las orejas, incapaces de hacer nada más.

Para sorpresa de todos menos de Francis, los dos matones se llevaron de repente las manos a los oídos y torcieron el gesto entre sorprendidos y doloridos. Uno de ellos, el de menor tamaño, avanzó dando tumbos hasta colocarse entre Anthony y Seamus. Había oído a su jefe enfadado y, aunque las molestias en sus tímpanos le impedían concentrarse en la pelea, había sabido hacerse a un lado en el último momento, para no encontrarse en el camino de aquel cuando empezara a dar golpes.

Y así sucedió. El gigantón se dio un tremendo golpe con las manos en la cabeza, como intentando ahuyentar así la repentina molestia en su cabeza, y pareció dar resultado. Lanzó entonces toda su furia contra el pelirrojo, pero éste estaba preparado para el ataque y el coloso solo acertó a golpear unas cajas de madera apiladas a un lado y convertirlas en astillas.

¿Pero qué cojones haces, fortachón? Alexander se había lanzado en solitario a por el trío de bichos y Seamus no tuvo tiempo de intervenir antes de que le hundieran las garras en el pecho con violencia. Sin llegar a ver si la herida había sido grave* se abalanzó sobre el tipo que tenía más cercano, le pegó un culatazo con el revólver y, daga en mano, lanzó una, dos, y hasta tres puñaladas en el abdomen repetidamente. La hoja entró y salió con un sonido acuoso a medida que los órganos internos se desgarraban y la sangre empezaba a manar abundantemente. Son blandos, como nosotros. Aunque tengan garras, se les mata como a cualquiera.

No le dio tiempo a ver cómo el cuerpo del recién asesinado caía al suelo cuando el más grande saltó hacia él dispuesto a atravesarle con esas peligrosas garras que salían... ¿de los nudillos? ¿Pero qué eres tú?— ¿Te has cabreado? ¿Qué era, tu novio? —se permitió decir tras esquivar ágilmente un zarpazo. Unas semanas antes, algo así le habría destripado fácilmente, pero entrenar con esos tipos de la logia le había enseñado algunos trucos. Se agachó para esquivar el segundo y lanzó una cuchillada justo por encima del cinturón.

EL atrevimiento de Alexander le había salido caro, sin verlo venir había acabado con las garras del aquel bicho incrustadas en su pecho. Cuando logró recomponerse saco a pasear sus queridos puños, lanzándose sin vacilar a por el grandullón, el que ahora se había acercado.

Sin embargo el dolor en el pecho hizo que se le nublara la vista, haciendo que el puñetazo de izquierda abanicara el aire alrededor de su contrincante, sin embargo, la mano derecha tuvo mas suerte impactando directamente en el pecho del bicho, dejandole sin respiración.

Antes si quiera de que fuese capaz de reaccionar a la carrera de los matones, Anthony terminó con uno de ellos delante y con actitudes poco amistosas.

Aprovechando que estaba más pendiente de Seamus que de él, cosa completamente lógica, por otro lado, no perdió la oportunidad de lanzar su estoque hacia delante con bastante impulso.

No era una cruz pero parecía había hecho bien siguiendo el consejo de Mary Ann y el arma que aquel armero ruso le había vendido en una tienda cochambrosa del Soho era bastante útil.

Alexander había terminado herido ante la imprudencia de adelantarse al resto del grupo Si en que son tal para cual, pensó mientras miraba al irlandés. Tendría que comprobar más tarde si había tales heridas, y de ser así, valorar su gravedad.

El enorme hombre había decidido que Seamus era el más peligroso tras ver caer a su compañero a manos de éste, y enrojecido por la rabia se lanzó a por él. El pelirrojo estaba haciendo gala de lo aprendido en la sala de combate esquivando los ataques mientras hacía todo lo posible por conseguir hundir su daga en él.

El hombre-oso parecía ser más fuerte que el resto, por lo que Sutton también arremetió contra él. Eilish, no pudiendo hacer más que jugar al despiste e intentar meter algo de temor en la mente de aquella mole volvió a intentar decir algo que pudiese ayudarlos - Hermano, usa la hoja envenenada, esa que creé especialmente para ellos.  

La respiración de Francis fue cortada cuando este vio como las garras de incrustaban por entero en el pecho de Alexander. En aquel momento su conjuro surtió efecto, dándole un momento de respiro al señor Smith, el cual no desaprovecho la oportunidad y con gran tenacidad, golpeando con gran fuerza el pecho de su enemigo. Si tenia suerte, le hundiría el pecho con aquellos puñetazos demoledores.

Aunque el boxeador estaba gravemente herido, por quien temía ahora era por el joven irlandés. No dudaba de la capacidad de Seamus, muestra de aquello hablaba por si solo el cadáver inerte que yacía en el suelo; sin embargo el jefe era harina de otro costal. En apenas un instante se libero de la confusión del hechizo de Francis.

El joven investigador esperaba que viéndose en desventaja numérica fuera a huir. Bueno, que esperar, lo deseaba. Sin lugar a dudas era un enemigo que vendería cara su piel. Como medida preventiva a su posible escape y tratando de ayudar al joven McBride, concentro de nuevo aquel poder arcano y lo moldeo con una red cristalina gélida como hielo. Tras esto, lanzo aquella crepitante energía hacia la suela de los zapatos del líder del grupo. Si no huía, al menos le entorpecería.

El gigantón estaba centrado en Seamus. Para él el resto no era enemigo a tener en cuenta. Tenía que destrozar al irlandés. Hacerle pedazos. Tan ofuscado estaba en su meta, tan cegado por provocar dolor, que no hacía caso de lo que sucedía a su alrededor, dando desde un principio por hecho, que Alexander estaba acabado y no suponía peligro alguno.

Pero no conocía al boxeador.

No era la primera paliza que recibía. Para nada. Alexander había mordido muchas veces el polvo del cuadrilátero, pero siempre, en todas y cada una de las ocasiones en las que parecía caer derrotado, una fuerza interior que solo tienen los verdaderos campeones, esos personas hechas de una madera especial, le había hecho levantarse y seguir luchando, para sorpresa de sus contrincantes.

En este caso no fue distinto.

El dolor en el pecho era muy intenso y hacía que el resto del cuerpo se mostrará reacio a responder. Las piernas le temblaban, los ojos estaban nublados, la cabeza a punto de estallar,… pero Alexander estaba lejos de estar acabado. Lanzó un puñetazo con la izquierda y, aunque su enemigo no le estaba prestando atención, falló de manera garrafal. Pero esto no preocupó lo más mínimo al boxeador, que había lanzado su primer ataque de manera más o menos tentativa. El verdadero golpe, aquel que se sentía como un mazazo y quebraba los huesos de su contrincante, era su temible derechazo. E impactó preciso en la zona del tórax de aquel hombre, haciendo que un sonoro crujido se oyera en el vagón, seguido de un quejido.

El otro matón aún se sujetaba los oídos con las manos, pero así y todo pudo escuchar como su jefe aullaba de dolor y se giro extrañado, sin llegar a poder creérselo.

Anthony supo aprovechar la ocasión que se le presentaba y ensartó al hombre con el sable oculto en su bastón. El filo entró por la espalda, atravesando el cuerpo y saliendo por el pecho de éste. El matón no terminaba de entender lo que estaba sucediendo y miraba sorprendido la hoja de la espada que sobresalía de su pecho como si fuera un apéndice más, bañado en rojo. Cuando únicamente unos pocos segundos más tarde el cerebro comprendió lo que sucedía, cerró los ojos y cayó al suelo sin vida.

El irlandés por su parte no se iba a quedar atrás, esperando que sus compañeros hicieran el trabajo sucio por él. Mas, tratando de esquivar los brutales ataques del cabecilla de aquel grupo, se había visto obligado a dar un paso atrás, alejándose del campo de acción de su enemigo, de forma que sus propios golpes tampoco llegaron a alcanzar a su objetivo.

Francis, desde la retaguardia, volvió al lanzar uno de sus hechizos. En este caso trato de congelar el suelo bajo los pies del hombretón y fue capaz de generar una capa de cristales helados en el suelo que pisaba su objetivo. Pero aún no dominaba el conjuro lo suficiente como para que éste surtiera el efecto suficiente para parar a alguien de la envergadura de su enemigo.

Quien tuvo más éxito fue la doctora. Eilish, una vez recuperada del nerviosismo inicial, trató de confundir al hombre con un truco que, aunque algo burdo, pareció funcionar. El gigantón empezaba a no tenerlas todas consigo. Aquel grupo, que en un principio había tomado por una presa fácil, había acabado rápidamente con sus dos secuaces y le habían hecho daño a él. Daño de verdad. Y ahora esa mujer hablaba de un veneno. ¿Podría ser cierto?

Empezó a dudar.

El grandote aguantaba bien, pero Seamus sabía a ciencia cierta que por muy grande que fuera y muchas garras que tuviera, rodeado como estaba por Alexander, Sutton - que madre mía cómo manejaba ese estoque - y por él mismo no tardaría en caer. Le empujaron contra una de las estanterías donde se amontonaban las maletas y bolsas de viaje, y en unos pocos segundos la pelea se volvió un alboroto de puñetazos, acero, sangre y maletas cayendo. Allí no había elegancia ni posturas ensayadas como en los libretos románticos de los que leían las mujeres - y sospechaba que su hermana no era distinta; el vagón era sucio, el olor a sudor y al contenido de las tripas de los caídos empezaba a ser insoportable y los contendientes procuraban buscarse los lugares más blandos en los que apuñalarse. No había reglas. No había piedad.

Seamus notó que las palabras de su hermana habían distraído a su oponente, quien parecía más interesado en ver cómo era su daga, así que aprovechó para intentar apuñalarle, pero estaban demasiado juntos y así no había manera de matar a alguien en condiciones.

Francis observo como el segundo de los esbirros del orangután caía ante la velocidad de reacción del joven noble. Sin lugar a dudas aquel estoque debía estar muy afilado, tanto como para cortar el aire si así fuera posible. Incapaz de acercarse a Seamus o Alexander para protegerles con su magia, el joven investigador cavilo su siguiente acción.

El hielo que había convocado bajo sus pies no había afectado en absoluto a su enemigo. Su lamento de Banshe apenas le habia contenido, apenas unos segundos. No sabia que mas hacer, esta totalmente inutilizado.

La magia, caprichosa y sabia, le dio una pista que jamas habría esperado. Los pliegues gélidos de su magia arcana fueron descristalizandose y adoptando de nuevo la movilidad del agua en su cuerpo. ¿Y si convocaba agua sobre su rostro para impedirle la visión y fallara sus acometidas? Una sonrisa apareció en el rostro del joven arcanista ante aquella idea alocada. Era algo que quizás pondría poner en peligro el anonimato de sus capacidades, pero esperaba que si lo convocaba desde la zona del techo y las maletas, las mentes de sus compañeros trataran de racionalizar aquel suceso.

El señor Douglas contuvo los designios de aquella energía y espero. Aguardo en el instante en el que el cabecilla hacia amagos de atacar. En aquel instante libero aquella magia, ansiosa por actuar y ver cumplidos sus designios. Cuando aquella corriente de energía impacto contra el techo observo como un litro de agua comenzaba a crearse de improvisto sobre la cabeza de su enemigo.

Sin perder un solo instante, Francis cogió el cadáver bajo sus pies y fingió tirar del cadáver mientras miraba el combate. Si le necesitaban, el sin dudarlo les ayudaría de nuevo.

Estaba claro que Sutton tenía un don innato para manejar las armas y salir bien librado en las reyertas en las que se veía envuelto. Si no hubiese nacido en el seno de una familia noble, lo más probable es que hubiese formado parte de las fuerzas de alguna familia del hampa londinense.

Pero lo más característico de todo era que parecía hacerlo casi por accidente y sin ser consciente de ello.

Uuuuups. - dijo mientras el tren tomaba una curva bastante pronunciada y a más velocidad de la que seguramente era recomendable y el noble salió despedido hacia delante, justo delante del grandullón.

Cuando miró hacia arriba, teniendo casi que doblar el cuello para ver el rostro de aquel hombre, ni siquiera parecía ser consciente de que su estoque se había clavado en el costado de su enemigo.

La lucha empezó a resultar caótica. Los cuerpos de los contrincantes se entremezclaban no sabiendo muy bien si alguno de los presentes llegaba a resultar herido. 

Ya habían caído dos de los hombres, pero el más grande de ellos se negaba a dejar la lucha. Parecía que las palabras de la doctora le habían hecho dudar y cejar en su ataque contra su hermano, pero tenía que darles más ventaja, debía encontrar una manera. Y, entonces lo vio tan claro como el hueco que se habría entre Seamus y Anthony. La luz. La daga. Se movió con rapidez buscando la entrada de la luz del sol por la ventana más cercana, y haciendo que esos haces incidiesen sobre la daga conseguiría, con el ángulo perfecto, que el enorme hombre quedase totalmente cegado.

El directo de derecha habia impactado tal y como el boxeador había querido, pero sin embargo su revial ni se había inmutado. NO contento con eso, volvió a lanzar nuevamente sus puños, consiguiendo que ambos impactaran, de primeras un jab de izquierdas, para hacer que su rival se alejase un poco, y cuando lo tenía justo donde quería, lanzar un crochet de derechas, directo al rostro de su rival.

Cuando solo quedó uno de los enemigos en pie, el combate se convirtió en una pequeña trifulca en la que los Rippers se echaron encima del gigantón, para no darle oportunidad alguna de salir de ésta con vida. El tipo de pelea en la que Seamus se sentía a gusto.

Pero antes siquiera de que sacaran sus puños y los aceros de nuevo a pasear, algo realmente extraño sucedió en el interior del vagón del tren. Como si un invisible cubo de agua fresca hubiera estado flotando sobre aquel matón, una pequeña ducha fría surgida de la nada se descargó de repente sobre la cabeza de éste. Aún inseguro por el último comentario de Eilish, notar un líquido cayéndole encima y empapándole terminó de convencerle de que la amenaza de la doctora era real y consiguió que se preocupara más por los posibles efectos del veneno que por los rivales que se le echaban encima como perros hambrientos sobre un trozo de carne.

Sin embargo, y a pesar de su experiencia en el arte de la lucha, ni Seamus ni Alexander fueron capaces de sacar provecho de este pequeño momento de inseguridad. Posiblemente ellos mismos se sorprendieron tanto o más que el jefe de aquella banda de matones por el inesperado líquido caído del techo del vagón. O quizás fueron sus heridas que, al tener que tensar los músculos para evitar trastabillar al dar el tren una curva bastante cerrada, les pegaron un latigazo de dolor a ambos compañeros, haciendo que sus ataques perdieran efectividad.

Pero este brusco movimiento del tren no solo trajo nefastas consecuencias para los Rippers. Muy al contrario. Anthony, menos ágil que sus dos compañeros, fue incapaz de mantener el equilibrio, tropezando y cayendo con todo su cuerpo sobre el gigantón. Sin soltar el florete de la mano, el noble se apartó lo más rápido que pudo de aquel hombre, cuando se dio cuenta de donde se encontraba.

Eilish por su parte fue capaz de focalizar en el brillante metal de su daga los pocos rayos de luz que les llegaban desde una de las ventanas, devolviéndolos reflejados hacia los ojos de su enemigo. La luz alcanzó una intensidad suficiente como para que pudieran percibir los detalles de la mirada del grandullón. Suficiente para darse cuenta de que ya no había vida en ellos.

Los cinco Rippers miraron entonces la hoja del arma que Sir Sutton sujetaba férreamente. El final de esta había atravesado limpiamente el costado de su enemigo, dañando órganos vitales y acabando con él. Anthony balbuceó unas palabras de disculpa y, de haber habido algo más de luz en aquel compartimento, sus compañeros habrían podido ver cierto rubor en sus mejillas.

Con la misma rapidez que había empezado el combate, este había terminado. Por fin volvió la calma a aquel vagón de tren. Calma corroborada por cuatro cadáveres sanguinolentos repartidos por el suelo.

Aquel jarro de agua fría - literal - sorprendió tanto a Seamus que su mente se quedó en un bucle mientras miraba alternativamente al techo, al agua que ya formaba un pequeño charco a sus pies y al tipejo que yacía atravesado de lado a lado por el estoque de Sutton— ¿Pero qué cojones...? —algo empezaba a tomar forma en su cabeza. Un pequeño pensamiento, algo indeterminado aún, pero que no sonaba tan descabellado considerando lo que ahora ya sabía. Con la ceja arqueada, miró hacia el fondo del vagón, hacia Francis, y luego ladeó la cabeza ligeramente.

—Buena esa, viejo —dijo finalmente, palmeando el hombro de Sutton. También le dedicó un cabeceo a Alex y se volvió hacia su hermana, comprobó que estaba sana y salva y le sonrió, satisfecho. Buena era la pelea de la que salías vivo y para contarlo— Lissie, ¿te importaría coger ese material médico tuyo y remendar a tu hermanito? No quiero que nada de lo que tengan esos bichos en las manos se me pase al cuerpo.

Ahora podían recuperarse, revisar los cuerpos y echar un vistazo al vagón posterior. Si habían arriesgado su vida para todo aquello, qué menos que saber por qué.

—Estos tendrían que tener un cascabel, como los putos gatos —añadió, sentándose en un baúl para que su hermana pudiera echarle un vistazo mientras limpiaba la hoja de su daga en las ropas de uno de los caídos— Si no sabemos quién va a ser un bicho y quién no, casi que prefiero disparar primero y preguntar después. 

El combate había terminado y, para sorpresa de todos, era Sutton el causante de ese desenlace, aunque casi sin querer.

- Joder con el viejo, si consigue esto sin desearlo no me quiero imaginar lo que sería capaz con algo de intención-

Cuando por fin pudo recomponerse se acerco tambaleandose a recoger los cuchillos de su padre, bajo ningun concepto iba a permitir que se perdieran. Una vez recogidos y limpios los volvio a colocar en el cinturon, con esperanza de no tener que utilizarlos en el siguiente vagón.

Tras esto se sentó en la caja mas cercana y apoyo la idea de que Eilish les curase

- Y si no es molestia, agradecería me mirases a mi tambien - metió los dedos en la herida para echar un vistazo - Esto tiene muy mala pinta, lo máximo que me han hecho han sido dislocaciones y moratones -

Justo cuando la doctora consiguió algo con su daga fue únicamente para darse cuenta de que aquel hombre ya estaba muerto. Sus pupilas se habían contraído y la mirada se había oscurecido. Bajó la vista rápidamente buscando lo que había acabado con su vida y no tardó en observar como la hoja de Sir Sutton atravesaba el costado del matón. Para cuando miró la expresión del noble, ella ya había bajado la daga agachándose poco después para introducirla nuevamente en su bota.

Al levantarse escucho las palabras de su hermano dirigiéndose directamente a él para ver cómo tenía los cortes tras tanto movimiento - Hermano, me temo que mi material médico se encuentra con el resto de nuestro equipaje, en el vagón en el que nos encontrábamos - dijo mientras le ayudaba a desvestir su torso. Pudo ver que había sangrado mucho menos de lo que cabía esperar, por lo que el chaleco había cumplido su función - Sé que tienes tu petaca por aquí, y necesitaría un pañuelo limpio, seguro que tienes alguno en el bolsillo del chaleco - con el mismo pañuelo que había tenido puesto y el alcohol que siempre llevaba consigo el irlandés comenzó a curarle las heridas - Parece que esto no va necesitar puntos. Cuando lleguemos te la limpio - terminó colocando el pañuelo limpio para terminar nuevamente presionando con el chaleco.

Al acercarse a Alexander observó que aquello ya era harina de otro costal, estaba claro que el ataque había sido de frente y las garras eran bastante largas por lo profundo de las laceraciones. La doctora se aproximó al forzudo y le pidió amablemente que se quitara la camisa con cierto rubor en sus mejillas. Luego limpió suavemente la herida y arrugó la expresión. Eso iba a necesitar sutura.

Vaya... - fue lo único que murmuró Sutton cuando fue consciente de que aquel hombretón había caído bajo la punta de su florete.

Hizo un movimiento rápido para sacar el hierro de aquel cuerpo y utilizó la ropas del mismo para limpiarlo antes de volver a guardarlo en la pieza que formaba el bastón.

Quizá sería conveniente comprobar qué ha ocurrido ahí afuer primera. - sugirió al grupo cuando vio que pretendían volver a perder un valioso tiempo en remendar heridas. - Más que nada para asegurarnos que aquel pobre muchacho es un caso perdido...

Y, sin esperar respuesta, se dirigió hacia la puerta que había al fondo, la que suponía que sería la última del tren, para asegurarse de que su conjetura era correcta como se temía.

Sin esperar respuesta