Cae la noche en Silverlake, y en esa ciudad la oscuridad no es como en cualquier otra.
Al ponerse el Sol, buena parte de la vida que se suponía debía iniciar su tan esperado sueño, despierta, y la energía fluye con fuerza a lo largo del suelo de los bosques, pasando de rama en rama, en las corrientes de agua que circulan por debajo de la superficie del lago, en la brisa de la noche que agita las hojas y transmite un vibrante sonido que tranquiliza los corazones de quienes ignoran, cómodamente, que hay muchas más criaturas en aquellos parajes de lo que suponen.
La vida siempre tuvo un sitio especial en Silverlake y los espíritus que una vez gobernaron la tierra, y determinaron su destino, han encontrado un lugar en el cual manifestarse con naturalidad, aunque no sin conflictos, porque la vida y la muerte no podían convivir sin enfrentarse en todo momento por una victoria que se sabía de antemano oscilaría, al igual que un péndulo, emulando a la luna cambiante, de un extremo a otro.
Silverlake era como la superficie del lago que daba el nombre a la ciudad, brillante y lisa como un espejo, que no dejaba entrever lo que ocultaba en las profundidades, pero que a la vez constituía un mundo diferente que raras veces se podía atravesar.
Para cualquiera de los seres humanos que habitaban en aquella comunidad, era como cualquier otro lugar, con sus tiendas y casas, su vida sencilla y llena de pequeños conflictos, en donde algunos discutían por el precio de la fruta y otros exigían que los vehículos fuesen más despacio en lugar de adaptarse al vertiginoso modo de vida que se iba abriendo paso.
En un tiempo convulso en el cual el mundo entero parecía ir, de nuevo, a la guerra, en donde dos países parecían tener en sus manos el destino de todos los demás, Silverlake parecía seguir su propio ritmo, indiferente al de los demás, como si todas aquellas cuestiones no fuesen con ellos y carecieran de importancia, porque el mundo continuaría siendo el mismo antes, durante y después de que los seres humanos se peleasen entre ellos por cosas sin importancia.
Allí, en cambio, sí que había cosas importantes, aunque no aparecieran publicadas en los periódicos locales y casi nadie se diese, o quisiera darse cuenta de ello.
Quedaba una semana para la celebración de Halloween del año 1981, y eso era decir mucho, porque ese día, algo diferente debía suceder, y las figuras encapuchadas que estaban reunidas en aquella estancia de piedra, alrededor de una mesa con velas que ardían hacia el techo, lo sabían.
Había varias sillas dispuestas alrededor, quizás emulando aquella mítica mesa redonda que relataba la leyenda artúrica en la cual nadie predominaba sobre los demás, aunque la verdad era bien diferente. Casi siempre solía haber una silla vacía pero ahora había otra que inesperadamente, había quedado así. Eran diez sillas… y dos se encontraban misteriosamente sin ocupante.
-Esto ha sido inesperado –dijo una voz grave, dando pie a que otros hablaran con tonos igualmente preocupados.
-Inesperado, sí, porque supone una amenaza para todos. No puede razonarse con ellos.
-Nunca hemos podido, ahora no debería ser diferente. Parlamentar no es una opción.
-Estáis equivocados. Nuestra primera opción debe ser siempre hablar.
-Sí, pues eso no parece demasiado válido con lo que ha sucedido, ¿
no crees? Dudo que tuviese tiempo de hablar.
Durante unos segundos, nadie habló absolutamente nada, pues todo quedaba dicho. Uno de los suyos había sido asesinado cruelmente y ahora tocaba venganza, además de comenzar un proceso que podía prolongarse durante bastante tiempo y ser arduo y complicado.
-¿Sabemos quién ha sido?
-Creemos que sí, pero no estamos seguros. Pero eso puede esperar. Lo más urgente ahora es encontrar a nuevo miembro para el Consejo.
-¿De verdad eso es más urgente que hallar a los responsables?
-Sí, lo es, porque llega el momento del año en el cual todo conecta y necesitaremos cuanta más fuerza mejor. Debemos despertar a los durmientes.
Un murmullo se extendió por toda la sala.
-Eso es muy arriesgado.
-Lo es, pero mucho peor sería dejar las cosas tal y como están y enfrentarse sin estar completos. Debemos organizarnos, recurrir a la sangre y elegir al sucesor.
Finalmente, todos concordaron y las ocho figuras asintieron en silencio.
Era el momento de romper el letargo.