Partida Rol por web

- Rara de cohoneh...Una teniente O`Neil, que se dise...- le concedo. Parece que el tema de la operación la tiene jiñada que te cagas, valga la reduncia, y no dice más. Y parece que también tiene lio de médica, asin que no la entretengo más. Claro que antes de subir a planta me vuelvo pa decir algo- Pasaoh a sená una noche por casa con tu novio, si oh apetese. Ca quedao mu poca gente joven, y asin da guhto juntahse la juventú una poquita - asiento.

Quedaba hecha la invitación. Y así subí a planta. Lo había hecho con mucha naturalidad, pero tenía narices un poco lo "cotidiano" de todo esto, y toa la mierda que había visto en Madrí, con la gente penando en los balcones y terrazas. No me quitaba esa imagen de la cabeza, la virgen.

Cuando subió vió que los dos únicos enfermos ingresados eran ellos dos. No era mal balance. Don Faustino estaba despierto, tratando de leer un libro. Doña Fulgencia estaba dormida unas camas más allá. No muerta, dormida. Más que nada por que roncaba que daba gusto.

Cuando le vió aparecer sonrió. Se le notaba un poco pachucho, despeinado, pero con buen ánimo. Los ojos los tenía un poco perjudicados, por al parecer en el shock se le habían reventado muchos capilares, y los tenía bastante rojos. Pero por lo demás no estaba nada mal.

-Ey, ¿Como estás, Ezequiel? -preguntó con una sonrisa, y dió una breve tos- Creía que pasaríais más días en Segovia. O es que se me ha ido un poco la pinza con el tiempo, no se.

Viendo que no se la solicitaba más, la Kimberly se fue con su mareillo a echarse un rato. Le dolía todo, más que cuando se pasó horas matando apollardaos, no comprendía cómo la gente podía donar sangre. Tomó camino a ver a su yaya y dormir un rato la mona en el sillón de al lao de su cama, que tras muchas peleas con las viejas del lugar había conseguío apropiárselo pa dormir a ratos mientras su yaya dormía tamién.

Sin tele ni na, velar a un enfermo era una mierda. ¿Qué hacían antes de que hubiera tele en los hospitales los familiares? Porque leer no era una opción valida pa la Kimberly... Y reflexionar tampoco, menos tras el bombazo casamentero de la yaya, hay que joderse.

El tiempo ralentizándose y la voz de Carrillo enlenteciéndose y haciéndose lejana como un radiocasette que se queda sin pilas debajo del agua. Y un shock repentino de veinte pares de cojones que te dejaría la mente en blanco si en ese momento tuvieras mente. Un cortocircuito absoluto en un pozo negro de retrozoom. Porque hay sucesos inesperados que te dejan fuera de combate, pero asumibles, y sucesos inesperados tan absolutamente absurdos que golpean el triple porque eres incapaz de comprenderlos. Y para intentar siquiera comprenderlos primero hay que creerlos.

Negó con la cabeza, incrédulo. ¡Claro que no! ¡Imposible! ¿Que la Toñi ha hecho qué?, decía su cara. Lo que había llevado a la muerte de Toñi era algo aún más abrumador que su propia muerte. Porque uno puede morir, y punto. Pero ¿qué coño había pasado ahí? ¿Enloqueciqué? ¿Envenenaqué? ¿Asesinaqué? ¿Zombis entrando? ¿Qué? ¿Qué?

-¿Qu.. qué? ¿QUÉ?

Se agarró al respaldo de una silla, quizá para sostener un mareo repentino ¿O agarró una silla por el respaldo? No es lo mismo agarrarse que agarrar.

La tomadura de pelo definitiva. Y al mismo tiempo el saber que es demasiado grave como para ser una broma. Levantó la silla y golpeó el suelo con ella repetidamente, colorado como un tomate, fuera de sí y con los ojos inyectados y llorosos, las venas palpitando en las sienes.

-¡¿DE-QUÉ-CO-JO-NEH-EH-TAH-BLAN-DO-JO-PU-TAAAA?! -cada sílaba bramada, un sillazo al suelo.

Tan crispado tenía el cuerpo, tanta fue la presión, que de su nariz salió disparado un chorro de sangre.

-No te quedes muy lejos- le susurró a Vílchez cuando la invitaron a ir al despacho del tito.
De pie atendió a cada palabra de Carrillo, cada una más increíble que la anterior. Ni un día pasó hasta que las cosas se torcieron, ni medio, 3 horas ¡3 HORAS! Los ojos se le iban a salir de las órbitas “¡¿Por Dios estamos locos o que?!” clavados en su subordinado, inquisitivos “Y este quiere mi puesto? Pues si que estamos bien…” Sebastian pareció entender cada palabra que pasaba por la mente de Mari Cruz, bajó la vista ante ella.
No ponía en duda el relato, es lo que tienen las bichas, que son traicioneras, y la Toñi era la reina de las bichas. Joder. Lo del envenenamiento de su tío acabó por dejarla blanca, se cago en todo por ser tan parecidos, los dos eran de tragar y el por tragar había tragado hasta veneno, tócate los cojones… pero el problema que tenían entre manos era lo verdaderamente gordo: Jose Luis.
A saber por donde les salía.
El instinto le hizo, muy lentamente, echar la mano hacia la pistola. Por suerte se encontraba unos pasos más atrás, a su izquierda y podía hacerlo sin despertar alertas.

Sonó el selector de fuego del G36 del legionario cambiar de "seguro" a "ráfaga". En menos de lo que él había tardado en darle mochazos al suelo con la silla, le apuntaba. La reacción era de esperar. Pero un tipo así de grande, descontrolado, podía liarla muy parda. Y por eso estaba él allí.

-Deja esa silla, Cagaprisas. Déjala y contrólate.

No se había traído el táser sin razón. Si él se había partido la cara con el negro por un insulto, aquella noticia era como tres mil veces más fuerte. Pero él no quería un enfrentamiento, ni que Jose Luis se pusiera en modo berseker. Al contrario. Tenía que asumir lo que había pasado.

-Hemos hecho todo lo posible, Jose Luis. Pero nadie podía proteger a tu mujer de si misma.

Hizo una pausa, esperando a que reaccionara.

-Aquí todos te respetamos. Todos estamos contigo. Sabemos lo que has hecho por nosotros. No va de eso, te lo aseguro. Tienes todo nuestro apoyo. Pero solo te pido que te calmes, Jose Luis. Tienes un hijo que necesita un padre.

-¡YO TENÍA CABÉHSTAO AQUÍ CABRONASO! ¡YO TENÍA CABÉHSTAO AQUÍ! ¡LO SABÍAAA!

La sangre le chorreaba por la cara y el cuello, manchándole la camiseta. Agarró bien la silla y la lanzó contra la ventana.

En ese momento no podía ofrecerle más que explicaciones.

-No se si hubiera servido para algo, Jose Luis. A lo mejor hubieras estado fuera del castillo, o currando en algún sitio. Todo sucedió muy rápido, en menos de dos minutos ya se había caído por la almena. Por eso no tuvimos tiempo de reaccionar. Después de la pelea salió corriendo, y ni la Kimberly, que salió detrás suya a todo correr, la pudo alcanzar ántes de que se cayera por el agujero...

Justo lo que se imaginaba que iba a pasar, el cagaprisas hecho un basilisco “Cagontó… a perro apaleao to son pulgas”
-¡Jose Luis por Dios! Tranquilizate, no querrás que te vea así el David- extendió la palma izquierda en señal de calma mientras hablaba con tono de negociación y ocultaba el arma en su mano derecha. Alternaba miradas con sus compañeros. Se aproximó a la puerta.

Él también fue directo a la puerta, dispuesto a derrumbarla de una patada y salir de ese despacho que le hacía sentir como una fiera enjaulada. El cuerpo le pedía aire a gritos.

-¡QUITANMEDIO COÑO O TE REVIENTO!

Ahora apuntó a su cabeza.

-No te vamos a dejar salir hasta que te calmes, tío. Hasta que sepamos que no vas a hacer ninguna estupidez ahí fuera. Tu mujer casi mata a mi novia, a su abuela y al alcalde. ¿Es eso lo que vas a hacer tu ahora?, ¿matar a gente que no tiene la puta culpa de lo que ha pasado?

Guardó el arma en la cartuchera y extendio las dos manos, continuando con su actitud calmada (por dentro estaba que se cagaba) -Jose Luis te lo ruego, no permitas que tu hijo te vea así, por favor...-

Lo de "te reviento" parecía su frase estrella. Desafortunadamente él no podía permitir que allí nadie reventara a nadie.

-Jose Luis. Te dejamos salir para que te tranquilices, si es lo que necesitas -dijo, conciliador- Pero antes necesito que me prometas que no vas a tomar represalias contra nadie. Por que nadie tiene la culpa de lo que ha pasado, lo creas o no. Ni siquiera tú la tienes.

Dejó unos instantes para que lo considerara.

-Se que eres un tío de palabra, Jose Luis. Nunca me has mentido a mi, y yo nunca te he mentido a ti. Así que prómete que no vas a hacer ninguna gilipollez, y te dejo salir a donde tu quieras. Sin problema.

-¿Ondestá el Deibi? ¿Onde lo habéi ehcondío? El Deibi no va a veh una pollah. Y si quisiera matar gente empesaria por vosotro, josdeputa -dijo apretando la cabeza contra la pistola del legionario-. ¿Me quiere matá? Dihpara cabronaso, dihpara, porque yo voy a salí daqui y eso éh lo que oh conviene a tós.

Cuando subió a planta se dió cuenta de que había más gente. La abuela estaba durmiendo, pero Don Faustino estaba acompañado. El Zeky estaba allí con la novia mora, la follamiga, o lo que fuese. La miraron cuando subió las escaleras, un momento.

La teniente abrió la puerta -echate a un lado- susurró a Vílchez que estaba más que preparado al otro lado. Dejó paso al camionero mientras lanzaba una mirada certera a sus compañeros. Mejor dejarlo salir o se encabronaría más a cada momento. A ellos los tenía atravesados, pero puede que la gente del pueblo le convenciera.

"Si quisiera matar a alguien". Bien. Eso estaba bien. Quería decir que, al menos, de momento, no iba a hacer ninguna gilipollez del estilo.

-Jose Luis, puedes irte. El Deibi no está escondido, está con las monjas. Alguien tenía que cuidarlo en tu ausencia.

Se sorprendió de ver a aquellos dos visitando a Don Faustino, a saber quién s'había chivao de lo que había pasao, y a saber qué habían dicho. Si no la habían hecho llamar es que to estaba de puta madre, ella ya tenía su idea prehecha de echar una cabezá antes de que a la doctora le diera por volver a agujerearla. La Kimberly tenía ya el brazo cual yonky con to'l mono del caballo, lleno de moretones, la hostia puta.

-¡Ea Zeky!- saludo con un gesto de cabeza y se le fue de nuevo un poco la perola, mareándose y casi dando un traspiés. Lo mismo no era lo mejor llevar tacones en estos días, a ver si el iba a pasar lo que a la yaya que se iba a caer en una zanja... O lo que a la Toñi... Bueno, no, eso no. 

Siguió hasta sentarse al lao de su yaya. -Y'han venío los que se fueron en globo d'ese, yaya...- la informó mientras acomodaba la cabeza en el sillón.

Salió del despacho como un huracán arramblando con todo. Una mesa salió volando de una patada y con otra sacó una puerta de su marco. Salió de allí directo a su casa sin ver nada más, como caballo con orejeras.