Exterior, mediodía.
Costa del Bosque cercano a la ciudad de Magrav.
Día 40 de la estación de cosecha. Año 1 de las Espadas de Evelyne.
Las Espadas de Evelyne no tienen barco. Fue robado hace un tiempo a una flota pesquera de un noble indeseable de Saint Francis y ha hecho una buena compañía hasta ahora, pero ya no da más de sí.
Era un buen barco pesquero. Ha soportado mucho desde entonces: obras teatrales de Hewd demasiado exageradas, conciertos de Anna demasiado rompedores, jornadas de pesca de Tuna demasiado exigentes...
Aunque Evelyne, hasta ahora, ha realizado una labor decente manejando el barco con la inestimable labor de la caterva de juguetes animados gracias a su extraño Poder Toy-Toy, la cosa está más que clara.
Ni siquiera las reparadores del señor osito blandito dan para más.
Sea como sea, al menos ha llevado a esta insólita tripulación. Una isla llamada Magrav, que alberga una ciudad con el mismo nombre.
La primera tierra que pisan es una zona costera boscosa, algo alejada de la ciudad, perfecto para tener un momento desapercibido al menos tras llegar. Sin embargo, ha sido bordear las rocas que llevan a esta zona costera lo que ha llevado al barco pesquero a las últimas, claramente. No ha sido la mejor idea de la capitana.
Ahora está llorosa por el destino de su barco pesquero, pero hasta hace nada Evelyne estaba de lo más animada por venir a esta isla. ¿Por qué? A saber, pero seguro que tiene que ver con el periódico que aún asoma en su bolsillo, que no ha parado de ojear desde que tuvo la idea de venir aquí.
¡Estrenamos campaña! ¡Os doy la bienvenida! ¡Ojo con las palabras clave!
— Adiós, Bonito Botecito —dice Evelyne, como palabras de despedida al Gift Food Homeless, nombre oficial del navío.
Tras un emprendimiento (cómico), el funeral naval prosigue.
Los juguetes de Evelyne saludan militarmente. Soldadito Trompetero entona una tonadilla.
— ¿Deberíamos quemarlo o talarlo del todo para no dejar pruebas? —añade Evelyne, cortando el tono solemne.
Hewd contempla el mar, con una sonrisa mientras toquetea tranquilamente su violín, ensimismado en su noble tarea. Aún así, no puede evitar girarse al escuchar las palabras de su capitana, claramente impactado por las palabras de esta. Antes de dirigirse a ella, hace una elegante reverencia, en posición de hablar con su superior y benefactora.
-Mi señora, palabras tales no imaginé nunca que saldrían de su boca, sobre todo hablando sobre el funesto destino de tan honorable camarada. No creo que decir tan a la ligera ese tipo de cosas...es decir, sé que la tonadilla de Soldadito Trompetero ha dejado bastante que desear, pero creo que talarlo sería una contramedida excesiva. Si eso quemarlo un poquito, o porqué no, cortarle un poquito, también. Mira al furioso Dullahan: fue cortarle un poco la cabeza y ya las leyendas lo empezaron a tratar como un tipo interesante...-De repente, levantó la cabeza al resto, cambiando su sonrisa por un gesto teatralmente sorprendido, cosa que no ayudaba a saber si lo que había dicho había sido en serio o...bueno, con Hewd nunca se podía saber.- ...¿Ah, que hablabais del barco? ¡Ah, bueno, haberlo aclarado antes!, ¡odiaba a ese trozo de madera! ¡Casi un personaje irrelevante, apenas un chiste para unos pocos idiotas, e incapaz de aguantar la accidental caída de un Deux ex Machina! ¡Si queréis yo me encargo de convertirlo en astillas! ¿Será con hacha, o queréis que lo haga con la piedra? Por esta playa hay unas cuantas de esas.
Anna lloraba desconsoladamente sentada sobre sus altavoces y su mesa de mezclas. Ese barco significaba mucho para ella. Su vida pirata y su admiración por Evelyne habían comenzado gracias a él. Y era realmente hermoso como habían empezado esta aventura: dándole una lección a una asqueroso ricachón. Por eso se había guardado un trozo del mástil, para hacerse un bokken y se había llevado un tablón. Uno que colocarían en su siguiente navío. Para que el Gift Food Homeless siempre formara parte de ellos.
Así que cuando escuchó a Hewd hablar así del barco no pudo evitar saltar sobre él para atizarle en la cabeza con su espada de madera.
—¡PERO SERÁS SO ASQUEROSO!—le gritó—¿Cómo se te ocurre hablar así de nuestro primer navío? ¿Es que no tienes corazón o que pasa contigo? ¿Es que se te han olvidado las cosas que hemos vivido en él? Sí, estábamos un poco apretados. Y sí, no nos cabían más cosas. Y claro, le hemos dado una tralla que flipas. ¡Pero también era nuestro camarada! Y si yo no te odio a ti... ¡TÚ NO PUEDES ODIARLO A ÉL!
Tras desfogarse, la espiritista del technopop miró a Evelyne.
—Lo mejor será meterle fuego Evey. El fin último de la madera es arder, así que démosle a nuestro compañero caído un digno homenaje. ¡Que el fuego y el humo lo lleven hasta el cielo! Quizás hasta los barcos tienen un más allá.