Siento como una presencia pasa a mi lado. Su sangre hierve; su sangre es algo distinto. Similar, pero distinto. Siento la armadura que carga a su espalda refulgiendo, saludándome con la reverencia debida. Bien.
Los pasos de la presencia siguen, escalera arriba. Cuando ha pasado por este Templo, todavía mantiene la cabeza erguida, mirando hacia su destino; el punto más alto. Un lugar que conoce, pero no por eso es menos magnífico a sus ojos. Menos importante.
Mientras sus ojos observan el plano material, los míos ven más allá. Constelaciones, Galaxias enteran se despliegan a mis pies. Veo lo que es, fue y será. Soy dos puntos ardientes, dos ojos. Uno rojo, otro dorado. Uno pesimista, otro optimista. Ambos, en equilibrio.
Mis maestros dicen que es mi camino, pero no pueden mostrármelo. Ellos no conocen como funciona este don, ni siquiera el Gran Patriarca lo sabe. Solo Jhure lo entiende, tal vez... o Soterio. Ellos ven a través de distintas realidades. Soterio no ha desarrollado su habilidad aún. Pero mi visión me muestra que lo hará. Y Jhure solo las percibe como algo ajeno. Yo... soy parte de todas las posibilidades.
Una de esas posibilidades trepa por mi columna como un dedo gélido. El escalofrío recorre mi cuerpo y mi concentración se disipa; el Templo tiembla levemente, la ilusión que lo envuelve se disuelve por un instante demasiado pequeño para ser percibido por alguien menor, pero siento la mirada de Elean allí abajo, sus ojos pensando en qué sucede aquí. Pobre Elean. Que encuentres la paz.
Otro par de ojos se fija en mi desliz. Otro Caballero de Tauro. Hirau. Maestro. Gran Patriarca. El Cosmos contenido aquí es tan grande que no puede más que preocuparse sobre la posibilidad de que escape de mi control. Como aquella vez...
El Aura de Cosmos allí abajo tiembla un segundo. Para él es apenas visible, como una sombra en el borde de la visión. El parpadeo de una vela apenas adivinada. Pero lo siente, y siendo un instante, aún así el Cosmos atisbado podría separar cada piedra del Santuario.
Estoy haciendo lo correcto? se pregunta preocupado. Acaso tienes otra opción? se contesta inmediatamente.
Tanto poder, tanto control necesario de alguien tan... especial.
Tanto poder...
-.-.-.-
Golfo de Corinto. Año 422 a.C.
La Lanza Dorada de Chrysaor penetra en su carne, su brazo derecho, destrozando la dorada armadura de Tauro. Detrás del General Marino, las huestes de Poseidón se preparan para el asalto definitivo.
Su rodilla cae en la arena. La sangre mana abundantemente mientras arranca la pesada lanza de su cuerpo; intenta retenerla pero esta vuela obediente a las manos de su dueño: Alhjar de Chrysaor.
Alhjar: Ni siquiera esa armadura, copia de las nuestras por tu señora, puede resistir mi lanza. Eres un oponente digno, pero debes ahora aceptar que Poseidón tiene derecho, el derecho de victoria, sobre esta playa. Ríndete, y tus hombres podrán irse una vez entreguen sus cloths.
No siente el brazo. El Caballero de Tauro no siente su brazo derecho. Cuantas veces ha rechazado a la horda de Poseidón? Todo el día, su Gran Cuerno ha evitado que puedan hacer pie en la playa, alcanzar al Oráculo. Allí ya se libra una batalla, batalla en la que la misma Atenea defiende a aquel que tiene la visión del futuro. Pero si Alhjar llega con refuerzos, ya nada evitará la victoria del Dios del Mar.
Hirau: Un resquicio en mi defensa, y me has herido. Solo uno. Pero mi voluntad sigue en pie, aunque hayas dañado mi cuerpo. Mi voluntad... será suficiente para detenerte.
Detrás de él el puñado de Caballeros de Bronce y Plata se agita. Están cansados, aturdidos, heridos. Ver a su capitán caído los preocupa; si el gran Hirau es superado... qué queda para ellos. Una muerte digna, solamente.
Alhjar: No continúes. Te he ofrecido mi piedad. Ya no puedes combatir; la única técnica que nos separa de la victoria, tu mayor defensa, requiere ambos brazos. Y mi lanza te ha privado de uno, caballero de Atenea. Ríndete, y Poseidón será misericordioso.
Hirau puede sentir el poder. Puede sentir su Cosmos subir hasta el límite. Y el límite se rompe como una burbuja. La sangre a sus pies comienza a levantarse, gotas redondas de sangre en suspensión. El líquido que mana de su brazo, inerte contra el costado, se evapora rápidamente.
Hirau: Mi misión... mi juramento. Protegeré a mi Diosa. Puede sentir otro mundo, puede ver por un instante el mundo como un Dios. Su percepción, su mente, se estira hasta atrapar cada gota de Cosmos a su alrededor.
La lanza vuelve a volar, esta vez dirigida a su pecho. La playa estalla, cada grano de arena convertido en un sol, una supernova.
Hirau se incorpora. El arma vuela en cámara lenta; el Caballero de Tauro ha superado el mismo movimiento de la luz. La mueca en la cara de Alhjar no se altera; el General Marino no ha descubierto aún que este segundo es su último. Pero Hirau ya lo sabe, ya lo ha visto.
Conoce este final.
Cruza su brazo izquierdo. Corinto es hogar de un sol moribundo. Y lo extiende, palma afuera.
- Gran... CUERNO!
Todo se disuelve. Su vida se escapa en el ataque que parte en pedazos a los invasores. Siente como el poder lo consume; el poder de un Dios no puede ser retenido en un cuerpo humano.
Mientras cae, ya en el borde la inconsciencia, recuerda que pudo conocer el futuro de su ataque, ver su éxito. Pero no pudo ver el día siguiente. Adiós mi Diosa... las últimas palabras se pierden en la oscuridad.
Sus ojos recuperan la visión. Unos pasos detrás de él, y un brazo que se extiende para tomarle el hombro.
La mano firme de Elean le coloca un decorado vaso en la suya. Hirau da un sorbo al vino, pero su mente está puesta en otras cosas.
- Eleas, hace 3 años. Y hoy solo quedamos tres, tres de los caballeros que recordamos la Guerra Santa.
El caballero de Tauro asiente. Envuelto en una túnica blanca, vestido en lana suave y cuero, Elean tiene también un vaso, y considera sus palabras mientras bebe. Solo tres, Maestro. Nuestro dominio del Cosmos y las grandes Técnicas, la bendición de nuestra Diosa, nos ha dado longevidad. Todavía tendremos fuerza, Maestro.
El Patriarca niega, observando el destello de una Caja de Pandora allí abajo, en el camino. No la suficiente. Ya no. Los años nos alcanzan, Elean. Hace 200 años; tu hermano nunca hubiera sido vencido por alguien como Altieon. Nunca hubiera sido sorprendido.
- Alrischa se dedica a cultivar su jardín. Puedo sentir su Cosmos desparramándose en esas rosas... lo llama su legado. Una defensa formidable; pero su vida se escapa en cada gota de sangre que vierte en ellas.
Hirau suspira. Mis propias fuerzas se debilitan. Eres el más joven de los que quedamos, y aún así...
Vuelve a ver a quien sube las escaleras. Un joven Caballero de Bronce, criado y entrenado en el Santuario. Nuestro tiempo se acaba. Y comienza uno nuevo. Espero... que los hayamos entrenado bien.
El Santo de Tauro escucha las palabras de su maestro. Él no era más que un pequeño niño cuando Eleas, un joven fuerte y poderoso, su héroe, combatió contra las escamas de Poseidón. Cuando la misma Diosa le entregó la Armadura Plateada del Argos, la Constelación más grande en el cielo.
Eleas, siempre calmo, siempre manteniendo el rumbo en la tormenta, frente a la adversidad. Eleas, el encargado de recibir a aquellos niños que llegaban para ser entrenados, enviados por caballeros y antiguos aspirantes, de todo el mundo. Eleas, muerto... solo minutos luego de haber conversado con él...
-.-.-
Santuario, 178 a.C.
Eleas se dirigió, camino abajo, hacia el Lago escondido en la base del Santuario. Un lago prodigioso que, se decía, había sido formado por las lágrimas de Atenea ante la muerte de tantos de sus Caballeros en la Guerra Santa. Él recordaba... un momento en el cual los Caballeros no eran 88, como máximo, sino miles. Miles de hombres, jóvenes y adultos, seguros en su corazón de servir a la Diosa de la Sabiduría sobre la Tierra.
Recordaba el día cuando allí abajo no había nada más que un valle. Y una entrada... una entrada a lugares profundos.
El Lago de las Lágrimas no podía ser encontrado. El Lago decidía quienes podían llegar hasta sus orillas. Sus secretos, sin embargo, no eran tales para el Santo de Argos Navis: en ese Lago se conservaba su Cloth, bañada por las puras y mágicas aguas.
- Hermano? Esta vez el lago no se encontraba en soledad. Una figura corpulenta se inclinaba en su orilla, trazando figuras en las aguas con el índice. El sol relucía en su cabeza pelada, marcando como fuego una larga herida. Elean? Qué haces aquí?
El hombre se volvió; el parecido entre ambos era innegable. Los mismos ojos profundos, el mismo corte de barbilla. Solo la nariz, rota en el hermano sin cabellos, era la diferencia entre ambos. Estaba... meditando. Pensando. Este es un buen lugar. Y tus aprendices?
- Junto con Soterio. Creo que él puede controlar a un grupo de niños durante un rato, dijo riendo. Elean lo acompañó, una sonrisa cantarina.
Eleas desplegó su Cosmos; desde el lago una Caja de Pandora de reluciente metal blanco, como la luna, brilló y se elevó rompiendo las calmas aguas. Las gotas se derramaban por sus lados, bañando las figuras: El barco de Argos, que llevara a Jasón en el más asombroso viaje de la humanidad. Allí quedó, a metros de ellos, suspendida.
- Una Caja de Pandora, rompió el silencio tras unos minutos Elean. Hace tiempo que pienso en eso. Una caja de Pandora. En ella se guarda la Esperanza, que es nuestra fuerza, reforzada por el amor a Atenea. Pero también se guardan todos los males del mundo. La Diosa ha nacido, ha vuelto a nosotros, y el Oráculo dice que es signo de un gran mal, de grandes peligros. Y me pregunto, hermano... quiere la Diosa que usemos estas armaduras? El nombre que les ha dado a sus cajas no es azaroso. Pandora... capaces de liberar todo el mal.
- Tal vez es una prueba, continuó. Tal vez no debemos volver a usarlas. Después de todo, fuimos forzados a ellas debido a Poseidón. Y si la forma de evitar este gran mal es mantener ese poder encerrado, fuera de las manos de los hombres? Y si... por portarlas en batalla, somos nosotros mismos los que desencadenamos el mal sobre la Tierra?
Eleas guardó silencio, sin responder. No tenía forma de hacerlo. Elean, bajo la estrella de Tauro, era firme y lento en sus pensamientos, pero no podía apartarlos de sí hasta haber encontrado una respuesta. Él, Eleas, nacido bajo la estrella de Acuario, admiraba las cloths como la maravillosa obra de un artesano supremo, como el cambio necesario para que la humanidad progresara. Pero tienes algo de razón... y por eso no puedes dejar de pensar en ello.
Al cabo de unos largos minutos Elean se incorporó, y se marchó. Eleas quedó solo, en el Lago de las Lágrimas, frente a su caja de Pandora...
-.-.-
- Patriarca, maestro... he intentado enseñarles a ser cautos. A pensar antes de golpear. Pero algunos de ellos... su pensamiento se dirigió hacia aquel que subía los escalones. Algunos de ellos no pueden evitarlo. Está en su naturaleza.
El patriarca se volvió hacia él. La copa colgaba apenas probada en su mano; la apoyó en la mesa de fina piedra trabajada que había a un costado antes de pasar un dedo por el ornamentado casco de su oficio que descansaba en el sillón. Lo que debe ser, será. Todos tendrán su lugar. Claro está... también están las noticias.
- Noticias? levantó la cabeza sorprendido el santo de Tauro.
En ese momento, las puertas se abrieron con violencia.
Llega por fin a las puertas de la Sala del Patriarca. Su respiración es entrecortada, sus músculos arden. Aún para un caballero de plata el esfuerzo de recorrer medio mundo sin casi descanso, corriendo a su máxima velocidad, es extenuante.
Se apoya contra las puertas. En su premura, estas se abren con violencia y cae, dando traspies, al interior. No puede evitar la debilidad en las rodillas y caer al piso; pero pronto una mano fuerte lo sostiene.
Cuando levanta la vista, el Santo de Tauro lo ayuda a tenerse en pie. Metros más allá, frente a su trono, el Patriarca lo observa.
- Te encuentras bien, Heve de Cerbero? le dice con voz calma. La presencia de aquel que comanda los designios del Santuario es un bálsamo en su preocupada mente.
- Sí, Patriarca. Tengo noticias urgentes del norte. El Sello... se debilita. Sombras están rodeando el lugar donde la Diosa dejara la urna, y nos tememos que...
- ...que Poseidón esté buscando liberarse en la Tierra, completó Hirau, pensativo. Él mismo sirvió una copa de vino y animó a Heve a sentarse, y bebiera.
- Sí. He dejado a Yusk y Niave allí, pero el ambiente es extraño. Puedo sentir los espíritus alrededor. No descartaría que las almas de los Generales Marinos estén tentando el Sello, y quieran liberar a su señor.
- Tiempos violentos se avecinan, eso es claro. El Patriarca frunce el ceño. Heve, el Caballero de Plata de Cerbero, es un Guardián. Tal vez solo superado por Jhure de Cáncer en detectar lo que no puede verse, lo que camina entre los mundos. Sus sospechas no pueden ser tomadas a la ligera. Descansa. Deberás volver al norte pronto.
Heve asiente y es escoltado por un sirviente fuera de la sala de audiencias.
Souga sube las escaleras finales, hasta la sala del Patriarca. El lugar le es conocido; después de todo creció aquí. Hasta que, hace 3 años, fue apartado de la comodidad de los aposentos de la cima; y el tutelaje particular de Hirau, para ser enviado como cualquier aprendiz a la base del monte.
Aún así, cuando el Patriarca le decía "hijo", para Souga era una sensación especial. Sabía que simplemente había sido un huérfano abandonado aquí, pero había designios asociados a su llegada, designios que nadie podía, o quería, explicarle.
Por eso dudó un momento ante las puertas. Se había probado digno de la armadura del León Menor, pero aunque era fuerte, no había logrado captar la principal atención del Santuario. Todos los comentarios, todas las bocas hablaban de ellos. El grupo de aprendices que, atrapados en la técnica del difunto Santo de Argos Navis, habían luchado hasta la muerte contra un ex-caballero y su corte de maleantes.
No quería reconocerlo, pero la sangre Souga hervía por la posibilidad de probarse. Los había visto, y no le parecían tan increibles. Aunque se decía que el mismo Soterio había elogiado el potencial, especialmente de los hermanos muvianos, y la huraña niña de Ródope. Mujeres en el Santuario! El solo pensamiento parecía demasiado difícil de digerir para él. Y además, que un Santo Dorado hablara de sus potenciales!
Cuando por fin levantó la mano para anunciar su llegada, la puerta se abrió por sí misma. El Patriarca lo esperaba.
Una sonrisa partió su rostro por la mitad; feliz de haber sido convocado. Seguramente tenía una gran misión para darle, algo que requería de su devoción y fortaleza.
La mirada del Patriarca se perdió más allá de él, hacia sus espaldas. Bien, dijo el hombre. El destino los ha traido a todos juntos. No tendremos que esperar...
La sonrisa de Souga se borró. Giró la cabeza... detrás de él, los 7 caballeros de Bronce que menos quería ver en este momento.
Fin del Prólogo.