Partida Rol por web

¿Otra vez leyendo?

Rosita no tenía por costumbre interrumpir a su marido o reprocharle nada. Normalmente era una persona muy responsable y no necesitaba que se le llamase la atención pero llevaba unos días que más que estar pendiente de lo que debía lo estaba de aquellos papeles. Cualquier momento libre lo ocupaba en aquellas letras y en otras ocasiones, como aquella, descuidaba cosas importantes.

Tenemos que seguir camino

Llevaban unos días ya viajando por aquella tontería que Elanor y su marido tenían de ver Minas Tirith. ¿Qué se les habría perdido allí? Así que si su buen Sam decidía que irían a ver a aquel Trancos del que tanto hablaba irían, pero lo harían como era debido, a buen ritmo y con el estómago lleno.

Come y pongámonos en marcha.

Sam asintió y cogió algo de comida. Pero no despegaba los ojos de aquellas lineas.

Turno 700

El bosque negro les engulló. Pasaron de estar a la luz del día, sintiendo el frescor de la carroca a encontrarse en medio de una tétrica penumbra que tenía más de boca de lobo que de luminosidad. Las hojas de los árboles y las plantas eran escasas cerca del suelo pero al ir llegando arriba se multiplicaban tanto que se convertían en un techo compacto y tantas había que ocultaban casi continuamente forzando la vista para poder ver los detalles.

Sólo los elfos, con sus penetrantes ojos, se desenvolvían con algo cercano a la confianza en aquel entorno. Y si sólo hubiese sido la falta de luz en pleno mediodía la situación habría sido desagradable pero ya desde que pusieron el primer pie en el follaje del camino sintieron algo, una malevola voluntad que deseaba hacerles fallar en su empeño y retroceder por donde habían venido.

Los árboles torcidos en su mayoría parecían extender raices debajo de ellos o ramas tan bajas que se extendían hasta el punto de que era necesario apartarlas para que no se metiesen en los ojos. Aquel lugar estaba en su contra.

Turno 701

El animista entró con paso dubitativo en el oscuro bosque. Extrañas sensaciones le invadían entre os árboles torcidos y le costó respirar el aire viciado. Todo el lugar parecía estar impregnado de maldad. No obstante, incluso los árboles deformes y las plantas trepadoras que se agarraban a sus piernas, y las otras venenosas... Todas las criaturas necesitaban alimento, y debía existir fuentes de agua limpia y otros alimentos incluso aquí.

Turno 701

Adronth entró con paso firme en el bosque. Pese a que no era nada hospitalario y su ausencia de luz no auguraba un encuentro agradable, el dunadan caminó con paso firme por el camino que Druss les había indicado y les había aconsejado no abandonar.

- No quiero que nos alejemos unos de otros, con lo que esta vez no mandaré nadie de avanzadilla. Quiero que estéis todos alertas- pidió-. Eruannë y Laufinwë, vuestros sentidos élficos nos ayudarán a localizar cualquier amenaza que se cierne sobre nosotros, avisadnos cuanto antes si localizáis algo...lo que sea, más vale prevenir que curar.

- Ástomer, viejo amigo, nuevamente te encargo la tarea de guiarnos por esta espesura. Confío en tu criterio como montaraz. Aun así si dudas no arriesgues, para y consultalas con todos nosotros, quizás entre todos podamos encontrar el buen camino- dijo dando una palmada en el hombro al interpelado.

TURNO 701

"¿Yavanna, por que has abandonado este rincón de tus dominios?"

Este bosque era en verdad un lugar alejado de cualquier luz y esperanza. Apenas di un par de pasos en sus senderos, la oscuridad oprimió todo a mi alrededor y mi corazón se inquieto. Algo extraño convive con este bosque.

-No te preocupes Adronath, puedes confiar en nosotros.- EL camino iba a ser una muy largo aparentemente, pero no era esa excusa para no intentarlo. Comencé a buscar en la oscuridad, a explorar los recodos del bosque con mis sentidos, a acostumbrarme a sus sombras y sus sensaciones.

Turno 701

Aquel tétrico sitio los rechazaba, lo que fuera que dominaba aquel lugar no los quería allí. Y Eruannë tampoco quería estar allí, pero tenía una misión que cumplir y compañeros a los que cubrir las espaldas. La primera reacción de la elfa fue arrebujarse con la capa y desaparecer de la vista de lo que fuera los estuviera observando, vano intento…

Avanzó ligera y en silencio y asintió apenas con un ligero movimiento de la cabeza cuando Adronath y Laufinwë tomaron la palabra. Entrecerró ligeramente los párpados y sus azules ojos brillaron como una noche estrellada. —Elbereth Gilthoniel, iluminad nuestros pasos…— Sus pupilas se movieron veloces persiguiendo cada movimiento, cada sombra, cada suspiro del doliente bosque. Y buscó en lo alto de las oscuras y acechantes copas de los árboles, en las enmarañadas y enfermas raíces, entre las ramas y más allá aún, cualquier indicio de peligro por mínimo que fuera. Aunque no por eso dejó de vigilar con profunda atención el sendero que los conduciría más allá, ¿tal vez camino hacia las secretas estancias de Thranduil? Recordaba las palabras del mago, justo antes de atravesar el paso. El mensaje y el destinatario fueron claros... y ella no lo olvidaba.

Como tampoco olvidaba que Oropher, el padre de Thranduil, y el Señor de Lórien eran parientes, pero ciertas diferencias entre ambos hicieron que Oropher se marchara junto con un grupo de sindar fieles. En aquel entonces se encaminaron hacia el norte, más allá de los Campos Gladios, adentrándose en el Bosque Verde y formando un nuevo reino. Había escuchado esas historias de boca de su padre, cuando era muy niña y cuando el recuerdo de aquellos hechos era muy fresco aún.

Ahora gobernaba su hijo, Thranduil. Su padre le había hablado de él también, de cuando era un niño y correteaba por el palacio de la bella Doriath, antes de la muerte de Thingol en manos de los naugrim…

Suspiró.

Ya no es verde tu bosque, Señor de los Sindar, y es tu hijo quien reina ahora y pelea contra las fuerzas del Oscuro…

Turno 701

Tal como me había pedido Adronath, tomé la primera posicion para guiar al grupo. El bosque negro era un lugar peligroso y poco conocido, nadie en su sano juicio entraría en él si no fuese realmente importante.

Y allí estabamos nosostros, intentando atravesarlo.

Caminamos durante unas horas, con paso lento pero firme, era fundamental no abandonar el sendero que nos dijo Druss; si tenía dudas de por donde seguir, permanecía unos instantes concentrado y con los ojos cerrados, buscando una respuesta de la naturaleza que me dijera por donde continuar.*

Turno 701

Aquel bosque no quería su presencia. Drustan lo notaba en cada poro de su piel y en el fondo de su alma.
Caminaba al final de la marcha tenso, atento a cualquier amenaza que parecía llegar a cada segundo.
La ventaja que podía presentar los ojos de Jok se veían anulados por la densa forestra. No podían saber que tenían delante.

Con un suspiro siguió a sus compañeros, estaban otra vez en marcha.

Resolución Turno 701

Pasaron cinco días en los que el ambiente fue enrareciéndose todavía más si es que era posible. Y es que la penumbra en mitad de día se asentó, el tiempo pasó de dividirse en día y noche a hacerlo en penumbra y oscuridad. Durante los momentos más luminosos podían verse claramente las formas de los árboles, de las ramas y las hojas. Enredaderas cubrían todos los árboles y el suelo estaba tapizado de hojas muertas por la falta de luz pues sólo en las zonas más altas los árboles conseguirían suficiente para tener hojas verdes y fuertes. Conforme aquellos troncos crecían más y más ellos mismos ahogaban el acceso a la luz y las hojas más inferiores morían y caían dejando un esqueleto de ramas en las zonas más bajas del tronco.

El calor y la humedad eran omnipresentes. Aquel lugar era una especie de invernadero natural y ellos estaban en medio, cociéndose como si estuviesen en alguna olla gigantesca. Cuando llovió por primera vez se llevaron un buen susto pues escucharon cientos y miles de terribles golpes que se descargaban sobre sus cabezas. El ruido de la lluvia golpeando las hojas más altas era aumentado como en una caja de resonancia y no llegaba agua hasta el suelo. Tardaron diez minutos en notar las primeras gotas y luego de repente, todas las hojas, cargadas de agua, decidieron echarles encima su carga líquida. No había lugar donde esconderse y como tampoco se atrevían a abandonar el camino para buscar uno se tuvieron que cubrir con los sobretodos y aguantar estoicamente la situación. Gracias a los valar la situación no duró mucho y el omnipresente calor les secó rápidamente.

Las noches eran iguales que boca de lobo y cuando encendían alguna fuente de luz ésta atraía grandes cantidades de insectos y falenas grises oscuras y negras de gran tamaño que se cebaban en cualquier zona que no estuviese adecuadamente tapada por armadura o ropa y aún en esta muchas veces su aguijón era tan fuerte que la atravesaba consiguiendo el objetivo de alimentarse de la sangre de los incautos. Hasta tal punto llegaba aquello que alguno se preguntaba qué comían aquellos bichos cuando no había gente caminando por allí y cómo habían crecido tanto

Y así poco a poco el camino minaba su resistencia y vigor y las noches se hacían duras y cortas de sueño y los días largos y monótonos, tristes y opacos y llenos de incomodidades, cuidados para no perder el camino y temores de enfermar ante las picaduras.

Turno 702

El sendero era sinuoso y de tramos entrecortados y en cada vuelta lo veían desaparecer tras los árboles y reaparecer sorpresivamente entre la marchita maleza. El andar se hizo dificultoso. Avanzaron juntos cuidando de no perderse en las encrucijadas y en los recodos, y siempre atentos al sendero que serpenteaba por aquí y por allá. Los escoltaban la penumbra y la oscuridad, como heraldos de otra fuerza más oscura y terrible aún. Demasiadas raíces entorpecían el camino, una miríada de insectos los acechaba y el aire fluía denso, enrarecido por una tórrida calina que insinuaba la corrupción que emanaba en esa tierra alejada de los ojos de los valar…

Y pasaron las mañanas y el sol abandonó el mediodía y los ocasos se sucedieron y fue la noche una y otra vez. Pero a los ojos de los caminantes fueron una larga y agotadora sucesión de sombras y oscuridad, agobiantes y tenaces. Cinco días y cinco noches iguales, hostiles y acechantes. Monótonas, grises, aciagas. Interminables. El ánimo del grupo se ensombreció, tal vez contagiado por el funesto hálito del bosque.

Algunos de los edain descansaban, otros intentaban hacerlo. El infatigable asedio de mosquitos y falenas les hacía difícil tal deseo. Encogida dentro de su capa, la elfa contemplaba la tensa y artificiosa calma del bosque. Primero nos desgasta, y luego… No concluyó aquel pensamiento. Sin otro sustento que su propio desasosiego, Eruannë intuía que la calma se había prolongado demasiado. ¿A dónde estaba el mal? Ella no podía responderse esa pregunta. ¿De dónde llegaba ese turbio malestar? Esa sensación estaba allí, vigilante, pero nada malo sucedía. ¿Por qué, entonces, tanta oposición en su espíritu? Eruannë pensaba con la lucidez afiebrada del que aguarda, día tras día y noche tras noche, la catástrofe.

Desde que dejara atrás su amado bosque la silvana había descubierto un mundo que le resultaba extraño y ajeno, pero extrañamente próximo a sus sentimientos. Había en Endor un dolor sin retorno. ¿Cómo había acaecido que las sombras se adueñaran de lo que antes fuera un bosque resplandeciente de luz? Troncos pútridos, desnudos y retorcidos, hojas ennegrecidas y mohosas y el hedor del presagio de una lenta agonía. El bosque se moría. ¿Quién velaba por él? ¿Quién lloraba la atroz agonía de aquellos seres enraizados en tan infecta tierra? Eruannë mordió sus labios y sus azules ojos ya no brillaron, ensombrecidos por esa tristísima visión. Era una hija del bosque, y como tal, su corazón sufría el horrible destino de los moribundos olvar. Con reverencia, extendió los dedos hacia el rugoso y doliente tronco contra el que descansaba y lo acarició. ¿Quién castigaría tan infame oprobio?

Hermanos sometiendo, traicionando y matando a sus hermanos. Odio contra odio. Las execrables huestes del Oscuro hollando las tierras de los edain, aprovechando sus disputas para enseñorearse de Endor. Bosques agonizando. Ultrajada la última inocencia. Ciertamente había en el mundo demasiado dolor sin regreso. Pero pese a lo tarde y a lo perdido, había una esperanza. Los hijos de Ilúvatar muy lentamente estrechaban lazos e intentaban limar las asperezas. Como en los Tiempos Antiguos, los hijos de Ilúvatar recordaban que eran hermanos. Después de mucho tiempo comenzaban a reunirse en una multitud de voluntades para juntos resguardar el último sonido de la Creación, aun cuando sabían que tal vez mucho de ese mundo se había perdido para siempre, en el siempre de todos los tiempos posibles. 

Eruannë aferró el arpa entre sus dedos y comenzó a cantarle a esas heridas que jamás cicatrizarían, y a esas cicatrices que recordarían por siempre los errores pretéritos.

Y cantó. Suave, dulcemente.

TURNO 702

El camino se había vuelto... molesto. El calor agobiaba a todos de manera igual y los insectos nos privaban  del placer de aligerarnos de ropa para contrarrestar la elevada temperatura. Los aguijones aparecian como puñales en la oscuridad apenas un poco de piel les era dejada a la vista. Era como si fueramos los primeros seres vivos que vieran en mucho tiempo y se hubieran pegado a nosotros en una vana esperanza por sobrevivir, pues nos acompañaban día y noche.

La lluvia cuando llegaba era bendición y maldición. Por un lado ayudaba a combatir el incesante calor y alejaba a los insectos de momento; pero cuando dejaba de llover, las enormes cantidades de humedad solo potenciaban el invernadero natural que creaba el maldito bosque y encima de todo nos tocaba dormir empapados.

"Thranduil, si estos son tus dominios solo me queda sentir tristeza por ti y tu pueblo..."

Turno 702

El aire de aquel bosque resultaba denso y viciado. El calor sofocante. Las plantas grotescas, e incluso el agua de la lluvia parecía querer impedir su avance. Las noches eran largas y oscuras, las sombras les envolvían. Pero Elorham sacó fuerzas de sus antepasados. Sus espíritus le acompañaban en este lugar tenebroso. Antaño los eothrim habían cabalgado por las llanuras de Rhovanion, y se habían enfrentado a los males que habitaban en las Tierras Salvajes. Su estirpe era real, y no estaba dispuesto a defraudar a los grandes señores que le habían precedido.

Turno 702

Los dias pasaban muy lentamente y las inclumencias tanto del tiempo como de aquel siniestro bosque empezaban a pasar factura.

Por ahora el incansable montaraz aguantaba bien, concentrado en no perder la orientación, cosa harto dificil en tal paraje.

De vez en cuando observaba como se las apañaban sus compañeros, sin hablar, preocupado sobre todo por el bueno de Zigur.

Turno 702

El bosque les mostró poco a poco que era todo lo terrible que parecía. Si bien la poca luz era una molestia, cuando empezó a llover de manera torrencial dentro del mismo mostró su lado oscuro. Criaturas que el dunadan conocía pero mucho más pequeñas empezaron a aparecer y ha intentar alimentarse de ellos.

Lo peor es que no podían encender un fuego que les calentase y les diera ánimo. Aun así el guerrero aguantó estoicamente la lluvia y los picotazos de los bichos. Muchas veces lograba cazar alguno de ellos y los aplastaba sin decir nada. No quería despertar lo que residía en el bosque, que seguramente sería mucho más peligroso que esos insectos.

Turno 702

Drustan apenas podía seguir el ritmo de sus compañeros. Era el encargado de cerrar la marcha y en más de una ocasión sus compañeros tuvieron que esperarle preocupados de que hubiera perdido el camino.

La asfixiante atmósfera, húmeda, de aire viciado y recalentado, escasa de oxígeno, se hacía una tortura para el beórnida, acostumbrado a los climas fríos y al aire puro de picos elevados.

Su pesada armadura hundía sus pasos en el húmedo terreno, tropezando con todo obstáculo que se encontraba a su paso. De todos sus compañeros, era el que más peso portaba con diferencia entre su pesada coraza, escudo, lanza y demás pertrechos.
Si confiaba en que su armadura le protegiese frente a los demonios del bosque también se llevó otra decepción, pues estos encontraban cualquier minúsculo resquicio para atacar con verdadera maldad su blanca piel, que parecía ejercer de faro para toda aquella marabunta.

Ya apenas recordaba cómo era dormir en un cómodo lecho, y cada vez que se veía resignado a tumbarse con la armadura puesta, en el incómodo suelo, con todos los parásitos esperándole para obsequiarle con su vampírico abrazo, no podía sino intentar huir lejos de allí, intentando que el lejano recuerdo del tiempo pasado con Giliel permaneciese intacto en su agotada mente.

Resolución Turno 702

Los días siguieron deslizándose uno tras otro sin piedad y sin pausa. El grupo intentaba mantener el curso y la moral. Poco a poco las mochilas iban perdiendo algo de peso conforme las raciones desaparecían y pensaron con buen juicio racionarlas. No se atrevían a comer nada que creciese en el bosque, manteniendo en su recuerdo el consejo de Druss. Pero al racionar las comidas se unió la tortura del estómago insatisfecho a los mosquitos y las incomodidades del camino.

Drustan caminaba como un alma en pena y era el que más notaba los rigores del camino. Pasaron varios días más, era difícil decir cuantos porque eran todos iguales. El primero comenzaba despertándose con la llegada de la penumbra y terminaba con la oscuridad de la boca de un lobo igual que hacía el segundo y el tercero que le continuaba y que era preludio del cuarto que seguía monótono, lleno de molestias e incomodidades.

Sin embargo llegaron a una zona donde por lo que fuese había algo más de luminosidad y podían gracias a la suerte o a la desdicha ver con más precisión su alrededor y podían también caminar algo mejor y seguir el camino que serpenteaba monótono y triste. Comenzaba a escasear el agua, que era lo que más les preocupaba.

¿Cuántos días habían pasado desde que entraron? ¿Tal vez quince? Despertaron algo en aquel lugar pero para su consternación descubrieron telas de araña, pequeñas al principio, que bordeaban el camino y aparecían tímidamente pero conforme avanzaban comenzaron a verse mayores y se preguntaban qué tipo de arácnido podría engendrar semejante cuerda. Los mosquitos por lo menos molestaban mucho menos. Sorprendidos vieron que algunos de los hilos más parecían cuerdas que hilos de araña y se preocuparon de veras porque el camino avanzaba cada vez más en aquella extraña zona y las telas comenzaron a cruzar algunas veces el propio camino.

Turno 703

Los dias pasaban sin descanso y a la incomodidad del camino se añadía el cansancio, la falta de víveres y sobre todo esa sensación extraña de que nos observaban.

No me gustaba nada como esas telas de araña, al principio normales, cada vez eran mayores, como si sus tejedores fuesen de un tamaño anormal.

Ante la duda, en uno de los descansos que hicimos, me aparté de mis compañeros unos metros buscando concentración y silencio al tiempo que cerraba los ojos preguntando a la naturaleza qué o quién moraba por estos siniestros lares. Quizá hubiera sido mejor no saberlo...

Turno 703

Las telarañas eran realmente preocupantes. En general, el bosque se mostraba cada vez más hostil.

Elorham se detuvo, se apartó un poco, y se arrodilló y cerró los ojos. Necesitaba rezar, pedir fuerza a Bama. Conectar con la energía de este siniestro bosque. Necesitaba saber si había algunas arañas de gran tamaño por los alrededores.

Turno 703

El estupor se dibujó en las pupilas de la elfa y empalideció sus mejillas. Según sabía y recordaba, las telarañas eran cosas sutiles, hilos muy tenues, pero… Por la valië, ¿qué es esto?, murmuró para sí. Observó atentamente el entramado, la dirección de los hilos...  Eran telarañas, sin duda; pero tan gigantescas y gruesas que hasta los más altos y fornidos del grupo parecían meros insectos junto a ellas.

—Telarañas… No las toquéis —indicó Eruannë. Si ese monstruoso entramado funcionaba tal y como cualquier otra telaraña, —bastará con que se sacudan las cuerdas para convocar a lo que haya construido esto —añadió.

Sus ojos calcularon las distancias  y escudriñaron algún hueco por donde atravesar ese siniestro tapiz, si acaso lo hubiera. Podían dar un rodeo, pero eso tal vez equivaldría a perderse en la temible espesura del bosque, sin un destino cierto. Sus orejas se agitaron en busca de cualquier ruido extraño, distinto a los que habían escuchado durante los largos días de la travesía. Cada uno de sus sentidos buscó y rebuscó con ansia febril una salida en ese laberinto que nada bueno auguraba.

—Por la hechura del tejido pareciera que hay más de una… y de tamaños diferentes. ¿Sabéis algo de estas criaturas? —susurró, y sus ojos se clavaron en lo más grueso del entramado.

Lenta y silenciosamente, Eruannë se apartó de las telarañas y se arrebujó bajo la fina capa élfica mientras aferraba el arpa entre sus dedos y sus ojos examinaban el entorno con el que parecía haberse fundido.