Partida Rol por web

La pérdida de sangre me estaba debilitando y notaba como perdía un poco de fuerza. Mientras intentaba defenderme de los kobolds, una explosón helada resonó cerca de mi. Uno  de los kobolds se había convertido en una estatua de hielo, para después deshacerse en mil pedazos.

La energía volvió a mi poco a poco al ver a mis compañeros emplearse a fondo para repeler a las criaturas. Siete kobolds eran muchos kobolds, y posiblemente no saliera de allí con vida, pero no iba a dejar que me abatieran sin llevarme alguno por delante. Sabía que si intentaba huir, quedaría a merced de alguno de ellos para que me atacara por la espalda, y no podía dejar que los demás se ocuparan de mí y por ello sufrieran alguna herida.

Intenté localizar a lo lejos a Samtharas para ver si estaba hablando con su Dios de nuevo. Espero que le pidiera que me curara un poco esas heridas tan feas que me habían hecho los kobolds.

Uno de ellos levantó la espada para lanzar un ataque, pero yo era más rápido. Me hice a un lado con un movimiento ágil, y la espada pasó a escasos centímetros de mi cara, dejando la cabeza del kobold delante mío. *FIU* Mi espada subió con un rápido movimiento y la cabeza salió disparada en dirección a Randrick.

El pobre chaval estuvo a punto de sufrir un duro cabezazo del kobold, pero por suerte rebotó delante de él perdiéndose pendiente abajo.

El cuerpo inerte del kobold cayó hacia atrás con un sonoro golpe.

Una línea de escarcha gélida se desliza en linea recta por el campo de batalla, dejando asomar ese vapor helado que parece quemar la piel de quienes entran en contacto con ella hasta dar con el objetivo. Aquel Kobold solo pudo ver de manera alarmante  el rayo que se dirige hacia él y dejando escapar un grito ahogado.

El cuello del pequeño reptil  comienza a congelarse, causando un grito ahogado dejando escupir una bocanada grande de sangre a causa de la asfixia y los cristales de hielo que se han incrustado por completo en la garganta.  Saliendo disparado a dos pasos de distancia de Durzo y sintiendo como su arma se desliza de las mano, dejando escapar una vez más ese sonido desgarrador  al desplomarse su cuerpo en el suelo.

Perdiendo el último aliento de vida con ese impacto y dejando de respirar automáticamente. En ese momento Tharkael muestra una sonrisa triunfante más no baja la guardia en ese momento y no quita su atención del campo de batalla.

-Samtharas...Durzo necesita de su ayuda...puedo apoyarlo-.

Dice en un tono de alerta mientras va observando los otros puntos donde poder atacar y sin apartarse del hijo de Formund.

-No bajes la guardia chico...no bajes la guardia-.

Tan pronto como acabo de declamar mi salmodia, siento como si descendiera de nuevo a la polvorienta tierra después de haber acariciado con mis dedos la gracia divina de Lathander. Los sonidos de la batalla vuelven a llenar mis oídos con toda su intensidad, y dedico un momento a evaluar la situación. Mis compañeros están luchando con valentía y el número de kobolds que siguen en pie ha descendido drásticamente, pero Durzo me preocupa. A pesar de que ha eliminado a dos de sus adversarios con terrible eficacia, los kobolds han aprovechado un brevísimo instante de duda para traspasar su defensa con sus cuchillos, y aunque el pícaro sigue combatiendo con gran agilidad, su rostro contraído evidencia que algo no va bien.

Decidido a intervenir, corro hacia la refriega tan rápido como me permiten mis piernas y descargo mi maza contra una de las dos malvadas criaturas que siguen con vida. Sin embargo, el kobold ve venir el golpe y lo esquiva fácilmente dando un veloz brinco hacia uno de mis flancos.

Su siguiente movimiento me coge por sorpresa.

Dando otro salto, el pequeño humanoide se encarama a mi escudo, sumando su peso a mi brazo y haciéndome perder el equilibrio. Sin bajar de mi escudo, aprovecha para apuñalar con depravada agresividad en dirección a mi rostro. Inclino instintivamente el cuerpo hacia atrás mientras golpeo torpemente mi propio escudo con la maza, tratando denodadamente de librarme del odioso ser que sigue aferrado a mí como un poseso. Finalmente, decido estrellar voluntariamente el escudo contra el suelo, pero el kobold se escabulle entre mis piernas con un siseo, posicionándose a mi espalda para que no pueda encararlos a su compañero y a él al mismo tiempo.

«Qué listo eres», pienso mientras recupero rápidamente la posición.

"¡¡AAAAAAAH!!" grita Randrick de horror, al ver una cabeza de Kobold salir volando directa hacia él. No era una vista agradable, y seguramente le proporcionaría más adelante tanto risas al recordarlo de día como pesadillas al recordarlo de noche. Pero en aquella primera ocasión, ni risas ni pesadillas: terror que le empujó a ponerse detrás de Tharkael y agarrarse a su túnica, en vez de permanecer a su lado como estaba antes.

Los otros tres niños reaccionaron de manera parecida, poniendose todos detrás de su cojo padre, y gritando también.

Inmediatamente después de eliminar al primer kobold, veo por el rabillo del ojo cómo uno de sus compañeros corre junto a mí, intentando pasarme de largo para unirse a los que están acuchillando la armadura de cuero de Durzo. No pienso permitírselo. Haciendo un barrido a ras de suelo con mi martillo, engancho las patas de la criatura, y la inercia de su propia carrera la manda volando por los aires, haciéndola girar y caer sobre su espalda. Sin darle tiempo a incorporarse, desplomo mi pesada arma sobre su pecho, aplastando su caja torácica. Uno menos.

El gigantesco Keth se lanza a la batalla un latido más tarde, arremetiendo contra los insidiosos seres con su inmensa y robusta hacha de doble hoja. Los kobolds, sin embargo, tan pequeños y flacos como son, consiguen zafarse de los mortales arcos trazados por el acero, e incluso logran herir al semiorco. No obstante, el bárbaro aguanta con la fiereza de una tormenta que apenas acaba de empezar a rugir. Me alegra tener al temible luchador de mi parte.

De repente, un haz de luz gélida proveniente de algún lugar detrás de mí alcanza a uno de los kobolds, que queda convertido en una grotesca estatua de hielo instantes antes de hacerse añicos. Me doy la vuelta para ver a Tharkael, aún apuntando a los restos cristalizados con su dedo índice. Parece que la magia del dracónido es más peligrosa de lo que imaginaba… Apenas he acertado a reaccionar, cuando veo a Samtharas tratando de desembarazarse de un kobold subido a su escudo. Hay muchos lugares donde podría ayudar, pero apenas tengo tiempo para decidirme. Finalmente, me decido por Durzo. A pesar de la desenvoltura con la que decapita a uno de los monstruos, la sangre oscura y pegajosa que resbala bajo su coraza revela que ha resultado herido. Instintivamente, me abalanzo contra el demonio saltarín que aún lo acosa, dispuesto a darle a mi compañero algo más de espacio para maniobrar. Un firme martillazo descendente en plena coronilla rompe el cuello del kobold, que se derrumba como un títere desmadejado. Dando la cara al último de nuestros oponentes y mirándolo a los ojos con una mueca feroz, lanzo un terrorífico bramido que no promete otra cosa que su inminente perdición.

Ya hemos vencido.

Exhibís una indómita furia y fuerza contra los Kobolds, y pareciera que los mismísimos Lathander, Moradin y Bahamut guiasen cada uno de vuestros pasos. Los Kobolds eran criaturas peligrosas, especialistas en los ataques en número. Pero ¿qué superioridad numérica les queda ahora? Cuando sólo uno de los Kobolds queda vivo, Taylor Linan Swift, inspirada por vuestras hazañas, decide poner fin ella misma al conflicto. Con tan sólo un asta de lanza rota en la mano, la mujer formula un grito a la altura del de Fornund, y se lanza directa hacia la rodeada criatura, que no tiene lugar al que refugiarse. Golpeándola primero con el escudo, la tira al suelo y grita: "¡Esta va por lo que le has hecho a mi marido, bestia!"

Y entonces le clava la destruida lanza en la garganta, atravesándola.

Una vez cae el último de los Kobolds, los niños no tardan en ir a correr a ver a sus padres. Randrick corre a abrazar a Fornund, mientras que los otros niños (y su papá) corren a abrazar a la campesina. "¡Linan! ¡Oh, Linan, qué valiente has sido! Y yo huyendo como un cobarde... Oh Linan, mi Linan..." exclama entre lágrimas el herido marido abrazándola. Las lágrimas pronto se contagian entre los otros tres niños, y la familia se abraza mutuamente entre lágrimas. Curiosamente, Randrick es el único de los niños que no está llorando. Al contrario, sonríe con orgullo por tener a un magnífico papá, con esos valerosos y magníficos amigos aventureros suyos. Y finalmente, después de unos pequeños instantes para reunirse, la familia se separa y Linan, la campesina, se acerca al herido Durzo con algo en la mano. Un objeto, que le entrega entonces.

Una poción de curación.

"Ten. Usa esto. Iba a entregárselo a mi marido, pero se apañará. ¿Verdad, Cuth?" le pregunta, dándole un codazo un poquito más fuerte de lo que el herido hombre puede soportar. Sonriendo, con una mano en el brazo, donde le ha golpeado, el marido contesta asintiendo: "Sí, por favor, tómese esa poción. Es lo único que podemos daros..." os mira a todos entonces.

"Tenemos que seguir." dice Linan a su marido, con una expresión más seria en el rostro. "El único lugar seguro en la ciudad es la fortaleza en el centro de la ciudad." os informa. "¿Nos acompañareís?" os pregunta, con renovada esperanza en sus ojos.

Nada más finalizar la sangrienta escaramuza, mi mente registra el grito proferido por mi hijo Randrick hace unos instantes. Me doy la vuelta para asegurarme de que esté bien. Afortunadamente está sano y salvo, cobijándose tras los faldones de Tharkael. La cabeza cercenada del kobold decapitado por Durzo lo ha asustado. Lamento sinceramente que el muchacho haya tenido que ver algo así, pero desgraciadamente, la vida fuera de los muros protectores de Ulthazar enseña lecciones de naturaleza muy diversa: amable unas veces, y cruel otras tantas. Y Randrick va a tener que aprenderlas todas si desea medrar en este mundo de caos y barbarie. Recibo su abrazo con gran alivio, y le dedico una mirada de profundo orgullo. Después miro a mi alrededor, tratando de hacer un improvisado balance de daños. Me alegro de que estemos todos de una pieza. Los kobolds, por otra parte, no han tenido tanta suerte, y yacen destrozados en el suelo. Ahora son lo mismo que la tierra que ensucian. No puedo evitar sentir una sincera lástima por estas desgraciadas formas de vida, pues aunque el destino las haya puesto al otro lado de mi arma, me consta que en sus cortas existencias no han conocido otra cosa que la violencia y las más brutales condiciones de supervivencia.

—¿Estáis todos bien? —pregunto, alejando los desoladores pensamientos que me asaltan. Luego centro mi atención en la mujer, a la que su marido ha llamado por el nombre de Linan—. Linan, sois una mujer excepcionalmente valerosa. Me honra haber combatido junto a vos. Y junto a todos vosotros —asevero con sinceridad, mirando a mis compañeros con un asentimiento de reconocimiento—. No obstante, Linan, ya no es necesario que os arriesguéis más. Vuestra familia os necesita. Dejad que os acompañemos a la fortaleza de la que habláis; allí podréis ponernos al tanto de la situación. —Dicho esto, me dirijo hacia Durzo, cuyo semblante se muestra anormalmente pálido. Me preocupa la cantidad de sangre que parece estar perdiendo—. Durzo, amigo, ¿os encontráis bien? ¿Podéis oírme con claridad? Vuestras heridas no son insignificantes… Creo que sería buena idea que escuchaseis a la buena mujer y bebieseis la poción.

Estaba herido. Pero más herido tenia el orgullo

-Argh, esa maldita sabandija! No sólo logro esquivarme. Además me hizo sangrar! Lo siento amigos. No pude ser de mucha ayuda esta vez. -dije agachando la cabeza con tristeza-

Luego me dirigí a la mujer.

-Te felicito. Eres muy valiente. Haz protegido a tu familia como solo una madre sabe hacerlo. Ahora vayamos a esa fortaleza para que todos podamos recuperarnos de la batalla.

La batalla resulto ser más que excepcional ante sus ojos, comenzando a  sentir cierto respeto hacia Durzo quien a pesar de estar herido de gravedad logró decapitar a una de esas criaturas. Tras terminar la batalla y ver como los niños se reunen con sus padres, decide encaminarse en dirección de sus compañeros de armas y observando con curiosidad a la mujer llamada Linan más que todo por el estilo de combate esgrimido por ella.

Mejor ni serle infiel porque seguro la debe tener más grande que uno. 

Piensa para si mismo en broma para calmar un poco la ansiedad, aun manteniendo su apariencia encapuchada a causa de sus rasgos exóticos a pesar de ser evidentes las ligeras protuberancias empuntadas que emergen desde sus sienes. Encaminándose en dirección donde se encuentra Formund, a quien observa con admiración y asumiendo que este ha de cumplir hasta ahora el estatus de líder con el rol correspondiente.

-No quiero arruinar la felicidad del momento pero estamos demasiados expuestos-.

Señalando los alrededores y asumiendo que el grupo de Kobolds hayan cumplido posiblemente el rol de avanzadilla para poner a prueba la potencia militar o las habilidades de quienes van a combatir. Cosa que resulta preocupante y observando los alrededores con evidente alerta mientras intenta mantener su mente focalizada en los factores de riesgo que se acaban de presentar.

-Vayamos a la fortaleza cuanto antes-.

Dice con evidente ansiedad  memorizando nuevamente los próximos conjuros a realizar, pensando en el posible orden a ocupar en el grupo.

-Linan...mi señora..guíanos por favor cuanto antes-.

Dice en ese tono melodioso que a pesar de emerger ese sonido dragonido posee un efecto melodioso como si fuese la voz de un elfo. Dejando asomar un brillo plateado desde las pequeñas puntas de su mentón y pensando en todo los pasos a seguir.

Formund debería de cubrirnos en la retaguardia junto conmigo...Keth necesitaría ocupar el lugar medio y debemos dar prioridad a que Samtharas y Durzo avancen..

Cuando el último kobold cae, la adrenalina deja de fluir por mi cuerpo y soy plenamente consciente de mis heridas. Una fea herida en el abdomen me ha hecho perder mucha sangre. Noto una especie de sudor frío que recorre mi cara y en verdad pienso que voy a acabar mis días en aquella ciudad atacada. Mi espalda choca contra una de las paredes de uno de los edificios derruidos, y me dejo caer al suelo mientras mi respiración se acelera.

Veo entre un velo que nubla paarcialmene mi vista como la mujer guerrera a la que habíamos salvado, se acerca a mi con un bote en la mano y me dice algo mientras me acerca el bote a los labios. Rápidamente, una sensación de calor recorre mi cuerpo estimulando mis sentidos. Poco a poco, noto como mi herida del vientre se cierra y deja de doler. Miro a través del agujero que ha quedado en la armadura, y veo mi carne entera, sin ningún rastro de herida, solo sangre coagulada que mancha la casaca de cuero.

Me levanto con un esfuerzo - Gracias mujer. Me has salvado la vida. Por cierto, buen trabajo con el kobold.

No teníamos mucho tiempo para charlas, así que decidí hacer caso a los demás y acompañar a los aldeanos a la fortaleza donde, según ellos, estaríamos a salvo. Guardé mi espada en su sitio y descolgué el arco corto de mi espalda y coloqué en el una flecha.

Vamos, aquí estamos a la vista de cualquiera. No me gustaría sufrir una emboscada. - Mientras hablo, miro al cielo. No había que olvidar que la sombra de un dragón había cruzado la ciudad cuando llegamos a ella. De momento no se veía rastro de él, pero seguramente estaría cerca.
 

La escaramuza termina con tanta rapidez como comenzó, y afortunadamente no hay que lamentar pérdidas en nuestro bando. Linan nos da las gracias por haber intervenido y nos ofrece como recompensa una poción mágica de efectos curativos que resulta muy útil para sanar las heridas de Durzo, aunque por desgracia, él no es el único que ha sufrido las consecuencias de un encontronazo con los kobolds. El marido de la campesina suda profusamente a causa del dolor mal disimulado, y le cuesta apoyar el pie en el suelo.

—No he podido evitar reparar en vuestra pierna lastimada —le digo al hombre mientras me aproximo—. ¿Me permitís? Solo será un instante. —Con las palmas extendidas hacia el cielo, pronuncio una breve oración para rogarle al Señor del Alba que me preste su ayuda. Lathander agudiza mis sentidos y mi mente, y no tardo en darme cuenta de que la cojera del campesino no tiene nada que ver con sus articulaciones. Mis manos expertas remangan el pernil del pantalón del hombre en busca de la lesión que sé que voy a encontrar en los tendones de su tobillo. Efectivamente, los kobolds trataron de lisiarlo con sus dagas, y la zona presenta un tajo que, cubierto como estaba por la tela, pasaba desapercibido a simple vista. Afortunadamente, es más feo que realmente grave—. No es nada serio —digo con voz calmada—, pero deberíais limpiar esa herida y tratar de caminar lo menos posible. Hay que ir a esa fortaleza de la que ha hablado vuestra esposa. Allí podréis descansar mientras nosotros intentamos organizar la defensa de esta aldea.

Observo cómo Samtharas examina al campesino herido. Su cojera se debe a una lesión en la parte trasera del tobillo. Esos kobolds querían dejarlo impedido para poder matar al hombre a placer sin que este pudiese moverse. Reprimo una mueca de repugnancia, y vuelvo a mirar el montículo de cadáveres que hemos dejado tirados en la calle. Se lo merecen. Me encamino a Cuth, pensando que el hombre será un blanco fácil si no conseguimos mejorar su situación. En el estado en el que está, no es probable que llegue a la fortaleza.

—Permitidme, por favor —pido permiso a Samtharas para acceder a la extremidad herida del humano, tras lo que me agacho, hincando una rodilla en el suelo y aproximando mis manos a la zona lastimada.

Cerrando los ojos, emito un suave y profundo murmullo, monótono y relajante, que recuerda al canturreo de las aguas de un arroyo subterráneo. Los hombres, como los enanos, están hechos de arcilla a la que Moradin insufló vida. Cuando la arcilla se seca y se vuelve quebradiza, el Padre puede moldearla de nuevo, devolviéndole su frescor y su entereza. Lentamente, mis manos sujetan el tobillo de Cuth, suavemente primero, con firmeza después, mientas continúo ensalmando. Al cabo de unos instantes, interrumpo mi oración y me retiro, contemplando la herida cicatrizada. Moradin se ha dignado a manifestar su poder a través de mis humildes manos.

—Listo. ¿Podéis caminar?

Me sorprendió mucho ver las habilidades curativas de Samtharas y Formund. Había visto a los shamanes de mi tribu curar a los heridos pero sólo a través de complejas danzas, cánticos y ungüentos. Siempre me había parecido una tarea muy compleja. Pero estos sujetos podían recurrir al poder de sus dioses directamente y sanarlos en el mismo campo de batalla.

Increíble! -pensé

-Me alegra que ya pueda caminar. Ahora el viaje a la fortaleza será mas sencillo.

"No tan sencillo, amigo semiorco." responde Linan a Keth, mientras que Cuth le agradece efusivamente la ayuda prestada a Samtharas y Fornund. Pronto os posicionáis en la formación que mejor os parece y comenzáis la caminata. "Esos bichos están por todas partes. Ojalá que no nos crucemos con ninguno de ellos..."

"Ojalá que no..." repite, con evidente preocupación en el rostro, mirando a los niños. Nadie duda de que seais capaces nuevamente de derrotar a las criaturas, pero si las bestias atacasen a los niños...

Observo en silencio cómo Fornund obra su milagro restaurador, devolviéndole a Cuth la facultad de caminar. Comprendo ahora que el enano es un campeón del dios Moradin y una extensión de su divina voluntad en el mundo mortal, y no puedo por menos de sentirme agradecido de contar con alguien así entre mis camaradas.

Miro a mi alrededor. La noche envuelve con su oscuro manto las calles de Verdosísima, otorgando a cualquier posible enemigo multitud de rincones oscuros desde los que emboscarnos. Sopeso la idea de implorar a Lathander que ilumine nuestro camino con su luz radiante y aleje las tinieblas. Eso haría más sencillo detectar a un atacante oculto, pero también nos haría visibles a nosotros a mucha distancia, frustrando cualquier intención de avanzar discretamente. Por lo tanto, decido que es mejor aguardar a otra ocasión para importunar a mi dios.

—Deberíamos ponernos en marcha —sugiero cuando al fin constato que todos están preparados para continuar. 

La noche era oscura y en una ciudad en ruinas aún más. No había ni un mísero farol en algún edificio que iluminara nuestro camino. Siguiendo las instrucciones de Fornund nos colocamos en una forma dejando a los lugareños en el centro y flanqueado por el grupo con Fornund Fortuna a la cabeza y Keth a la retaguardia.
Mi entrenamiento en el Gremio me había proporcionado la habilidad de poder ver con bastante claridad en la penumbra, así que iba mirando a un lado y a otro con el arco preparado por si veía movimiento por algún rincón.