Partida Rol por web

McQueen se puso en pie y se quitó la nieve de encima como si nada. Observó a su alrededor buscando a toda la gente del equipo y comenzó a evaluar la situación.

Estamos jodidos

Una columna de humo y fuego se alzaba en el punto donde se había estrellado su helicóptero. Intentó localizar al capitán pero por los comentarios dedujo que no lo había conseguido. Uno de los soldados se acercó para informarle de su estado, en especial de Henricks. McQueen torció el gesto, era una auténtica putada.

-Yo estoy bien soldado. Doctor, cuando pueda por favor examine a Hendriks y un informe de la situación de los demás. Langley, no se preocupe que le ayudaremos.

Observó a su alrededor, la cosa no pintaba bien, aunque Ford por un momento dejó de hablar para ser útil y localizar el objetivo

-Bien damas y caballeros, hay que moverse, tenemos esta maldita tormenta encima y no estamos en condiciones que digamos. Vamos a ponernos en marcha en cuanto el doctor acabe los primeros auxilios. Recojan todo lo que puedan llevar consigo, y vengan hacia aquí. Si el señor Ford no se ha equivocado el asentamiento está a ocho minutos pero tenemos a varios heridos que necesitan ayuda para llegar. Podríamos intentar buscar refugio en la montaña que Langley nos señala pero no sabemos  a que distancia se encuentra y si tendremos refugio seguro allí.

Rápidamente evaluó la situación.

-Nos dirigiremos hacia nuestro destino, veo más cercano ocho minutos caminando en malas condiciones que ir hacia un objetivo a una distancia incierta. Esperemos que  la base se encuentre más o menos intacta allí. La prioridad nada más llegar será conseguir un refugio seguro y luego una radio para enviar un mensaje de socorro.

Cogió una de las mochilas

-Lannister y Scart, ayudar a Henricks, necesito que alguien ayude a Langley. Los demás cojan el equipo que hemos podido salvar y pongámonos en marcha.

Friedrich escuchó en silencio las palabras del sargento, observándolo con una mirada pétrea y sin expresión. Apenas unas cuantas palabras y McQueen ya se había ganado su respeto. Apenas habían pasado unos minutos y el sargento ya había sabido hacerse cargo del liderazgo del grupo tras la muerte del capitán Mayers.

-Hasan se está encargando Langley, sargento -dijo el hombretón a McQueen, que pedía ayuda para que alguien se encargase de llevar a la piloto. Si no se equivocaba, la pelirroja había ofrecido a la piloto que se agarrase a su espalda para cargar con ella.

El historiador se agachó para recoger las mochilas que hubieran quedado desperdigadas por la zona, tratando de salvar todo el equipo que pudieran. Con alrededor de dos metros de altura y más de noventa kilos de peso, von Kleist era la persona idónea para cargar con más mochila y equipo.

Victoria cargaba a la piloto a sus espaldas. 

-¿Seguimos entonces las indicaciones de Ford?

La gélida temperatura empezaba a hacerse notar por aquel suelo. Si no movían... Acabarían por convertirse en unos adorables muñecos de nieve... Como ese de aquella película animada que se ha tenido que ver millones de veces a causa de su sobrino.

La distancia estaba a ocho minutos, pero en realidad, tardasteis casi media hora en recorrerla debido al viento en contra que recibíais.  Y es que la ventisca cada vez os azotaba con más fuerza. Dentro de poco sería una tormenta invernal en toda regla. Además, la temperatura bajaba con rapidez, por lo que cada paso que dabas era mucho más difícil que el anterior.

No obstante, las indicaciones de Ford, a pesar de que os estaba ralentizando con su lentísima marcha, os permitió alcanzar las coordenadas previstas aún vivos y con posibilidades.

Ahora solo teníais que encontrar la entrada, que seguramente estaría bajo una pequeña capa de hielo. A cada minuto que pasara, todo sería mucho más difícil, por no decir, que vuestras extremidades empezaban a mostrar ligeros signos de congelación, sobre todo en aquellos que no estaban acostumbrados a climas tan adversos.

Y la marcha comenzó, los vientos racheados y gélidos nos azotaban por todos lados sin parar, nos golpeaban en la cara y en el cuerpo como una incesante paliza que no habría aguantado ni el puto Rocky Balboa. Notaba como las mejillas se congelaban y como los dedos de los piés se entumecían. No había que ser un genio para saber las consecuencias del frío extremo sobre el cuerpo humano, falta de circulación, muerte del tejido, gangrena y cortar dedos. Me gustaban mis dedos, quería a mis dedos, joder, amaba a cada uno de mis dedos, me habían acompañado toda la vida y no iba a dejar que éste maldito viaje me convirtiese en un tullido, pero avanzar, era dificil, muy dificil..

Nos costaba mantenernos en pié y yo como un jodido inútil era un lastre, el ruido del viento ahogaba mis quejidos y maldiciones con cada paso que daba-¡Joer!, ¡me cago en la puta! ¡jodida Antártida! ¡Nazis de los cojones!-gritaba como un mantra, como si eso fuera a mitigar el dolor ¡JA! mi tobillo ardía y notaba como se comprimía dentro de mi bota debido a la inflamación. Miraba a ambos lados, a mis compañeros y compañeras de aventura que aguantaban como unos jabatos y jabatas, no sabía que nos esperaba, pero haría todo lo que estuviera en mi mano para mantenerlos con vida -Si tengo que cambiar bombillas me tragaré mi orgullo y las cambiaré-me juré a mi mismo.

El dolor comenzaba a hacerse insoportable, pero apretaba los dientes con fuerza y seguí caminando, era ésto o la muerte y la verdad no me apetecía morir-¡Según las coordenadas está ahí adelante!-grité a pleno pulmón para hacerme oir-Joder tiene que ser allí-mascullé dando otro paso y otro paso más, un cuchillo atravesaba mi tobillo-¡Si! allí-dije elevando una mano con el dedo índice marcando la estructura como si fuera el mismísimo Colón. Sonreí feliz, tan feliz como el primer polvo que eché con Amanda Stuart el día del baile en el Volvo de mi padre. Pero aún debíamos entrar y el tiempo se agotaba.

Comenzamos a rodear la estructura buscando una entrada, las paredes estaban plagadas de hielo y no se veía entrada alguna, pero la había, tenía que haberla o estábamos perdidos.