Partida Rol por web

Son labriegos como nosotros pero con menos suerte. Ellos están muertos y nosotros estamos vivos. Contesta Emma. Ahora ellos no necesitan sus botas, y yo sí. Los muertos no necesitan caminar.

Al fijaros más en su figura, alguno era lo único que hacía desde hace un buen rato, descubrís que colgada de un cinturón no solo lleva un cuchillo de cocina también lleva Luger a la espalda. La pistola Luger es el arma de los oficiales alemanes. Descubrís que varios de los desarrapados además llevan rifes, tanto máuser como Enfield, algunos con bayonetas caladas. Todas las armas, incluida la luger, estas llenas de barro y oxidadas, y alguno de los rifles tienen las culatas partidas.  

¡Calmémonos! Dice el hombre con tono conciliador. No queremos haceros daño. Queremos ayudaros. Vosotros nos ayudáis matando alemanes, permitiéndonos recuperar nuestra tierra. ¿Por qué no venís con nosotros hasta nuestro campamento? allí podréis descansar y comer algo. Tenemos estofado para todos.

Al mirar la piedra del azul se puede ver que emite un débil brillo casi imperceptible. No es tan potente como el que desprendía en el interior de la iglesia, pero estas seguro que la piedra está brillando algo.

Los argumentos de los extraños labriegos, los cuales llevan armas de fuego aparte de los cuchillos, armas de ambos bandos, lo cual es aun mas extraño al hecho que pueden ser carroñeros aparentando ser otra cosa.

- ¿Cabo? - pregunta el pelirrojo a William, quien espera decida correctamente. - ¡Cierra el pico o te meto un tiro en las bolas!- responde amenazante, casi sin paciencia el pelirrojo a James. Tal vez la respuesta de Grimm ayude a encauzar la situación antes que pase a otro nivel.

Cabe destacar que el hambre domina por completo a Richard, y este cambiaría todo por un plato de comida caliente. Solo que es casi imposible que los desarrapados puedan compartir alimentos con los soldados considerando su apariencia.

La fantasía del estofado y las curvas de Emma son un fuerte aliciente para que la opinión del soldado cambie lentamente.

No podemos demostrar divisiones entre nosotros o nuestras armas acabaran llevándolas ellos y nosotros a formar parte del estofado.

Encañono con el Viejo Gus a James y Richard. – Soldado Mcnalley, soldado Manson dejen sus diferencias para cuando estén de permiso en una taberna. Los dos deben tener claro que nosotros no somos el enemigo.

Dirigiéndome a la joven que parece ser la que manda de ellos. Yo también la seguiría también, si con estos harapos nos tiene embobados, conozco a mis hombres y más de uno también es lo que más contempla.

– Os acompañaremos, puede que delante de un plato caliente todos estemos menos tensos. Indicarnos el camino, os seguimos.

Les indico a mis chicos que se acerquen a mí para hablarles en susurros. – No nos confiemos, puede que haya más de ellos rodeándonos. Intentaremos conseguir que alguno después nos haga de guía para volver a nuestras líneas.

Señalando los cadáveres con el Viejo Gus.  – Puede que sean el estofado de mañana, no debemos separarnos, aunque si esa chica nos pide que la acompañemos puede que sea el primero en olvidar mi consejo.

Acabo mirando a Emmett. – Soldado Ryan, tenga la bayoneta a mano e intente ir dejando señales en algunos de los arboles por si no consiguiéramos un guía, intente que no se den cuenta.

Finalmente usando un tono de voz normal. – Vamos sigámoslos cubriendo la retaguardia.

No olvidaba como el pelirrojo nos había abandonado en la iglesia, ni como hacía un momento había golpeado sin mas a Parks, era una bomba de relojería apunto de explotar y no pensaba dejar que masacrase a unos civiles, o a nosotros por no plantarle cara.

- Claro y si no me retiro. ¿Que vas ha hacer cobarde?. ¿Correr donde nadie te vea, golpear a un compañero?. Puto psicópata. Levanto el rifle sin dudar, bien se que Mcnalley es capaz de disparar sin titubear.

Es ver por el rabillo del ojo el arma del cabo apuntándonos, lo que me hace replantearme la situación, no sentiría ninguna pena si Mcnalley no regresara a la unidad, pero me preocupaba mas no regresar yo.

- Esta bien, será como dice cabo ... Aun con los dientes apretados, mirando con desafío a Mcnalley bajo ligeramente el rifle. - Primero resolveremos, lo que tenemos entre manos. 

Cuando aquel hombre mencionó la comida Parks sintió una punzada de hambre, cierto es que no se fiaba de ellos igual que el cabo pero la posibilidad de comer algo y descansar era claramente tentadora. Agradeció que el cabo decidiera confiar en ellos al parecer dejándose llevar mas por la lujuria que por la gula. Cuando dio la orden a Emmett de ir marcando los árboles Anthony se ofreció a ayudarle.

-Te echaré una mano en esa tarea, amigo.-

Mientras Macnalley discutía con James reparó en el fulgor azulado de la piedra, se acercó al cabo y le dio un leve codazo para advertirle.

-Eso que está haciendo creo que es una mala señal. Creo que debemos irnos sin más dilación- Dijo señalando a la piedra

Agradecí la rara contención de Mcnalley. El cabo reaccionó rápido y terminó de golpe la discusión entre él y James. La situación era tensa sobre unos hombres con franca necesidad de descanso. Eran muchos días, sobretodo los últimos, de horrorosas experiencias. Miré el cristal cuando el cabo lo mostró de espaldas a los civiles. - Como dice Parks, esto es mala señal cabo. Lo sabe - Tomo el cristal que me entrega el cabo y lo guardo en el bolsillo delantero de mi pantalón - Iré fijándome si brilla con más fuerza. Temo que esta gente sean unos sectarios. La propuesta de estofado me apeteció cuando el cabo accedió a acompañar a esa gente, aunque con todas las precauciones y temores a flote,.. y a saber de qué será la carne del estofado. Mi barriga rugió no sé si de hambre o de asco.

A pesar del recelo de los soldados, la promesa de un plato de comida caliente acabo por declinar la balanza. En su camino por el bosque, el hombres les explican que su poblado fue atacado por los carniceros de los alemanes (todos escupen al suelo para darle más énfasis) algunos meses atrás. Muchos de ellos fueron asesinados, y toda su comida y ganado fue requisado. Los pobres aldeanos deambulan por el bosque, tomando cualquier cosa que pueden para sobrevivir. Han visto grandes batallas y oído hablar de atrocidades aún mayores, y han sabido desde entonces que su poblado ha sido liberado tras una dura batalla. A esta pobre gente les importa poco, son felices sabiendo que esos carniceros de los alemanes (escupen) han sido expulsados. Los refugiados hacen preguntas sencillas acerca de América, y pronto los soldados llegan a su campamento, una colección de tiendas de campaña austeras en una hondonada oculta. Mujeres y niños se apiñan en el claro y algunos perros flacos merodean. Los niños al ver a los soldados corren y se esconden, y los hombres les miran nerviosos y agitados. Un fuerte aroma a comida se nota en el ambiente.

El hombre que finalmente termina presentados como Belmont, os invita a su tienda. Esperad aquí, prepararé una bienvenida adecuada para vosotros. Unos metros más adelante una anciana se encuentra de pie fuera de su tienda afilando un cuchillo de carnicero y mirando a los soldados en silencio. Belmont invita a entrar a los soldados y sale de nuevo. Emma que ha estado en todo momento al lado de Belmont continúa mirándoos con desprecio y cierto aire de superioridad.

El interior de la tienda está terriblemente desordenado, las ropas y los objetos de toda una familia están apilados en montones por todo el lugar. Una vez que Belmont se asegura que estáis cómodos en la tienda sale. Detrás de él, como su sobra, sale Emma.

Una vez dentro de la tienda, ya acomodados tras la salida de Belmont y Emma. El cristal comienza a brillar más y más con una intensa luz azulada que brilla a través de la tela del bolsillo.

Parecía que esa gente no tenía más intención que refugiarse y sobrevivir. Podía entender el recelo y la inquina con la que nos miraban algunos. Sobretodo la chica. Pero no dejaban de darme malas vibraciones y mi guardia seguía alta. En raro momento quité el fusil de mis manos. Sólo una vez durante el trayecto me lo colgué a la espalda para mear. Cuando al quedarme un poco rezagado aproveché para abrir el bolsillo del pantalón y observar el cristal. Seguía brillando con la misma intensidad. Puede que un poco más pero no estaba seguro si era por el contraste de tenerlo dentro del bolsillo casi oscuro o porqué había aumentado su brillo. La segunda vez que dejé de empuñar mi .303 con las dos manos fue cuando entramos en la tienda. Con una mano aparté la tela de la entrada y con la otra sostuve el fusil. Ya dentro, cuando nos quedamos solos volví a echarle un vistazo. - Chicos, mirad. Con la ténue luz que había dentro de la tienda, el fulgor del cristal traspasaba la tela del pantalón. - Estamos en peligro. Saqué un calcetín de la mochila y metí el cristal dentro para que no fuera sólo la tela del pantalón la que tapara el resplandor. Se hizo un silencio en el que escuché algo de la conversación que estaban manteniendo fuera Blemont y Emma. No me gustaba nada esa situación. Ahora mismo dentro de la tienda éramos un blanco perfecto. Nos podían masacrar en unos segundos. Di un vistazo a todo lo que había en esa tienda. Montañas achaparradas de ropas sucias y algunos enseres personales se apilaban sin ningún tipo de orden. Aquí había algo que no pintaba nada bien para nosotros. Me sentía cazado.

Finalmente, después de atravesar durante un rato el bosque llegamos a un claro donde se encuentra su campamento, que en lugar de alguna granja o refugio de leñadores esta formado por tiendas de campaña militares. Tal cosa refuerza mi desconfianza. La actitud de los niños es lo único que encuentro que encaja en la historia que nos han contado.

Las palabras de Belmont me hacen estremecerme al indicar que nos preparara una bienvenida adecuada. Es muy fácil que nos hagan a todos los soldados responsables de sus desgracias. El interior de la tienda no aumenta mi moral, no.

Mantengo el Viejo Gus en posición de disparo con un dedo en la palanca del seguro para quitarlo en el mínimo tiempo posible. – Estemos atentos no tiene sentido si quieren invitarnos a comer encerrarnos donde no podemos ver nada.

Al mostrarnos Earl el cristal brillando no puedo evitar un ligero temblor.

En un susurro les digo a los chicos. – Estar con las armas a punto, no creo que quieran destrozar una de sus tiendas disparándonos desde fuera. – Mirando a Earl, – buen trabajo soldado Martin.

Me quedo en silencio intentando escuchar que sucede fuera e intentado encontrar algo inusual en la tienda.

Con el paso de los segundos os percatáis de dos cosas. La primera es el extraño silencio que reina en el campamento, normalmente en un lugar con tanta gente se escucharían ruidos de ajetreo. La segunda, entre el revoltijo de cosas de la tienda hay una guerrera americana con unas manchas oscuras de sangre. Los parches indican que pertenece al regimiento 308, compañía D (una de las dos compañías perdidas).

Respiro un par de veces, para intentar calmar los latidos de mi corazón, era una sensación acuciante la que aun me exigía terminar de una vez la discusión contra Mcnalley. Suelto el aire lentamente, mientras sigo la marcha marcada por el cabo, por ahora era lo mejor seguir unido, o eso me decía mientras andaba sin dejar de vigilar al pelirrojo.

No tardamos en llegar al campamento de los refugiados, sus habitantes no nos ven como aliados, y su actitud esta dividida entre lo hostil y lo reservado ... como si no esperaran de nosotros un mejor trato que el sufrido por los alemanes. Aunque quien no pensaría eso, con cuatro como el Irlandés recorriendo estos bosques, cualquiera nos vería como enemigos. Como muestra de hospitalidad, nos prestan una de sus tiendas, que aunque algo desordenada, tendría que valernos.

Si algo malo debía de pasar, pasaría, el brillo de la piedra que nos tendía Martin así lo indicaba, lo segundo un silencio sepulcral se había instalado en el campamento, y tercero vemos que los revoltijos de ropa que habíamos tomado como enseres de una familia, parece la guerrera de uno de nuestros compañeros desaparecidos.

- Putos franceses. 

Apresto el rifle como dice Grimm, y espero, si eran enemigos, mejor terminar cuanto antes.

Me sobrecogió ver el uniforme de los nuestros. Lo cogí de entre una de las pilas de ropa. No significaba forzosamente que ellos hubieran tenido nada que ver con su muerte evidente vistas las manchas de sangre. Pero eso no evitó que mi cólera fuera en aumento. Estaba cansado, tenía hambre y miedo. Miedo porqué me sentía engañado y atrapado. - Cabo, salgámos de aquí y volvamos junto los nuestros. No puede faltar mucho para llegar. No me gusta nada todo esto y no me gustaría tener que disparar en un campamento lleno de niños. Este silencio se parece al preludio de la batalla. Aunque civiles, van armados y son muchos. Doblé la guerrera del soldado del regimiento 308 y la metí en mi mochila. Fusil en mano esperé las órdenes del cabo.

Cuando la situación parece acabar en un derramamiento de sangre innecesario es Grimm el encargado de poner un paño frio sobre el volátil carácter de Mcnalley y Manson, cuya paciencia parece haber perdido hace tiempo ante tantos atropellos del pelirrojo.

Finalmente la decisión del cabo, a favor de los aldeanos Franceses y su oferta de comida, es la que obliga al bostoniano a bajar su arma y morder su lengua para acceder a marchar junto a resto, aunque sin perder de vista a Manson y sus miradas desafiantes, las cuales son igualadas en misma intensidad.

La marcha transcurre sin grandes sorpresas, incluso al asimilar las historias de los campesinos y su notable odio hacia los germanos. Tan solo el resplandor oculto de la piedra supone la prueba fiel del peligro acechante. Esto desde luego es algo que mantiene los sentidos agudizados, siempre a la expectativa del regreso del viento infernal y de algo más. Las historias leídas del libro, los demonios y todo lo siguiente es suficiente combustible para desconfiar de todo.

La única recepción satisfactoria al llegar al campamento es el olor de la comida, porque incluso la carpa y los labriegos son suficiente motivo para dar marcha atrás; y no es hasta que Belmont y Emma salen de la tienda que Richard vuelve en si. En ese instante se maldice por ser tan idiota.

Todas sus sospechas germinaron en el peligro real, solo comprobado por el fulgor de la gema en las ropas de Martin y posteriormente por el descubrimiento de la guerrera ensangrentada, perteneciente al regimiento 308.

- Salgamos de aquí inmediatamente. Es una puta trampa, maldita sea. - reprocha por lo bajo Richard, mientras se dispone a cortar la lona de la parte de atrás de la tienda para salir de allí al crear una salida que no sea la propia de la tienda.

La bayoneta de Mcnalley cortó la basta tela de la tienda de campaña dejando ver el exterior. La parte trasera de la tienda daba a una especie de calle del campamento, llena de barro y desperdicios. Pasada dicha calle y otra hilera de tiendas se podía ver el espeso bosque de Argonne.

La calle y las tiendas de alrededor parecían vacías, pero en la entrada de la tienda empezaban a oírse ruidos de movimiento. Ruidos de zapatos y botas arrastrándose por el barro, y en vuestra creciente paranoia también escuchabais el ruido de los cuchillo al salir de sus vainas o el de estos golpeando contra la tela.

Vamos avanzando poco a poco, de momento no nos han descubierto, pero por los sonidos que se oyen detrás nuestro puede ser cosa de segundos.

Me giro indicándoles el bosque y silencio mientras quito el seguro del Viejo Gus para indicarles que hagan lo mismo, pero esperando a cargar sus rifles ya que no son nada discretos al amartillarse.

Aunque yo no dispongo de ella hago el movimiento de calar la bayoneta para que lo hagan y continuo avanzando en dirección al bosque esperando poder llegar hasta él para poder contar con la cobertura de los árboles.

Pocas veces había estado Anthony de acuerdo con Mcnalley pero, efectivamente, aquello no pintaba nada bien y, pese a que a su estómago le hubiese gustado arriesgarse su cerebro el conminaba a huir de aquel campamento por lo que salío a través de roto abierto por Mcnalley.

El rumor que se oía daba a entender que podrían encontrarse con un grupo superior en número por lo que Anthony siguío las instrucciones del cabo amartillando su rifle con extremo cuidado, pero sus manos temblorosas le fallaron en el peor momento y el mecanismo de su arma emitió un par de fuertes chasquidos que se pudieron oír resonar claramente al encontrarse en una situación como aquella de silencio máximo.

-¡Mierda!- exclamo en boz baja y sacudió su cabeza negativamente. Miró al cabo y, aunque abochornado, pasó a colocar su fusil dispuesto a disparar si alguien aparecía ¿le habrían oído?¿había delatado a sus compañeros? vista la suerte que tenían no le cabía duda.