Partida Rol por web

Agradecí que me tocara el primer turno de guardia. Cubierto por la manta sobre mis hombros deslicé mi libreta del bolsillo y làpiz en mano las palabras brotaron esta vez sencillas y desde el corazón sin artilugios impuestos por la mente perfeccionista e insatisfecha. Vivir y dejar vivir No importa cómo todo termine Estos perdidos, bajo el cielo, Yacen como amigos. Perdonan los odios No importa cuánto odiaran; Por la vida separados Y por la muerte unidos Aún y con la rapidez y poco esfuerzo que he puesto en escribir la poesía, me siento terriblemente satisfecho. Incluso alegre. Me queda mucha guardia y el libro del cura me llama. Con la luz de la linterna lo pongo sobre mi regazo y lo observo antes de abrirlo. Sus páginas son ásperas, gruesas pero de aspecto frágil y desprenden un olor frío, antiguo, metálico. No logro entender lo que hay en ellas escrito. Los idiomas son mi asignatura pendiente. No porqué no desee aprenderlos sino porqué no lo he puesto como una prioridad y no les ha llegado nunca el turno, solapados por otras inquietudes. La lectura de James y Anthoni abre una puerta precariamente sellada en mi mente. La claridad que desborda me sorprende sereno. Soy. Existo, he existido y existiré. Transmutaré en otras formas claro es. Incluso podría ser parte del Mal en alguna de ellas sino el Mal mismo. Se apagó cualquier impulso de rechazar la verdad, mas ahora sentía como llevaba la dirección de luchar determinadamente para acabar con este horror que nos acechaba. Debíamos hacerlo.

La niebla de la mañana comenzó despejarse poco a poco permitiendo ver la casas del pueblo totalmente intactas y la iglesia del pueblo derruida. Cada miembro del grupo había encajado las revelaciones de libro como mejor había podido. Algunos en silencio y escribiendo poesías como Martin, otros tratando de racionalizar los extraños sucesos, y otros como Manson estallando en un ataque de histeria. Fuera como fuera, en el cobertizo no ibais a solucionar nada. Había que ponerse en marcha, volver junto al Mayor Whittlesey e informar de lo sucedido. La misión principal (encontrar a las Compañías B y D) había quedado relegada a un segundo plano, ahora la única misión era sobrevivir y volver junto al resto de la unidad. Y si el libro y el cura estaban en lo cierto, también había que detener a un ejercito de demonios de las profundidades.

Sin más dilación, una vez recogido el escueto campamento y borrado los signos de vuestra presencia, el Cabo ordeno iniciar la marcha. Después de haber descansado, los primeros kilómetros a través del bosque se hicieron livianos. El caminar ayudaba a mantener alejados los malos pensamientos acerca del libro y aumentaban la moral del grupo.

Al llegar a un pequeño valle donde la verde vegetación era mucho mas espesa, a cierta distancia escucháis unas voces. No son voces inglesas ya que no entendéis ninguna palabra pero tampoco son fuertes y roncas como las alemanas. ¿Quien podría ser?

A Anthony no se le iban las palabras del libro de la cabeza, lo llevaba consigo y lo releía avanzando algo rezagado y ajeno al resto del grupo. Por un momento estuvo a punto de perderse habiendo dejado demasiada distancia con ellos y aceleró el paso para no perderlos de vista. Fue entonces cuando vió algo en Mcnalley que le heló la sangre, su cara había cambiado, ahora su sonrisa mostraba una amplia hilera de afilados colmillos y sus ojos inyectados en sangre parecían los de un reptil al tiempo que su piel se había oscurecido volviéndose grisacea y de sus manos huesudas salían unas afiladas garras.

Anthony se hecho hacia atrás ahogando un grito.

-¡Es... uno de ellos... un demonio... Lo-ai-gorr...!- Le temblaban las manos pero pudo buscar el pasaje marcado en las páginas, aunque casi había aprendido el párrafo de memoria leyó y recitó los versos nerviosamente. - ¡AÁ síthad... walyah-síkkad, Nuth... akleash loygor míshteadí ¡Kíth sukko tayísh aktto, Gee esh tal aíkík dao loth! - Sus ojos se movían entre el libro y Macnalley, cuyo nuevo aspecto le producía no solo terror, también asco y repulsión. 

Después de lo ocurrido anoche, y sin la caída de la Iglesia, estar en una población llena de cadáveres. Además, hay una guerra hay fuera y sino volvemos pronto a nuestras líneas podemos ser acusados de deserción y acabar fusilados. No lo expreso en voz alta, ya esta bastante hundida la moral.

Todos nos ponemos en marcha, aunque no se en qué dirección exactamente.

Me detengo al escuchar las voces extrañas pidiendo silencio con un gesto de mando mientras les indico que se acerquen susurrando.

– No es inglés, francés, ni alemán. Ahora podría ser la lengua nativa de las tropas coloniales de nuestros aliados…

Las palabras, y sobre todo la reacción, de Anthony hacen que me centre en él dejando la frase sin acabar. – ¿Que ocurre soldado Parks? Hable.

Dormí mal. Con pesadillas y algún despertar sobresaltado. Volvía a dormirme triste y abatido. El mundo está enfermo. Y yo sólo quiero dormir. Pensaba antes de volver a dormirme. Daba gracias al terrible cansancio que me permitía dormirme aunque tuviera pesadillas. Aún y terribles fueran eran mejor que la realidad pues eso sólo eran sueños. Y la realidad se mostraba apocalíptica, terrible. De camino esos eran mis pensamientos. ¿Cómo afrontar el fin de los días? Otras veces habían campado los demonios, pero habían sido derrotados y enterrados. ¿Podríamos repetir tal hazaña? ¿Cómo? ¿Cómo lo haríamos, cómo localizaríamos la montaña que guardaba a Gathanatoa? ¿CÓMO? ¿Estaría donde encontramos ese monolito que comenta Parks? ¿Recitar ese verso del libro puede dormir otra vez el demonio, en serio? Algo debíamos hacer. Y yo nadaba en un mar de confusión, como si no hubiese despertado de las pesadillas de esta noche. Tenía que plantear esto al grupo. Qué importaba un consejo de guerra cuando podíamos ser deborados o petrificados en vida como la momia de la cueva que McNalley machacó. Preferiría mil veces un pelotón de fusilamiento antes que mi ser fuese deborado por un demonio o pasar una eternidad de locura en un cuerpo petrificado esperando un Mcnalley de turno que acabase despiadadamente con mi agonía. Llegamos a un pequeño valle y allí empezó a liarse todo, aún más si cabe. Con mis ganas de compartir mis preguntas con los compañeros aunque dudoso de si hacerlo o no, escuchamos un ruído de voces y el cabo nos mandó silencio. Me detuve en seco para escucharlas mejor. ¿En qué diablos de idioma hablaban? Como notaba mi falta de conocimiento de idiomas extranjeros en esta maldita guerra en tierra de nadie. Y fue cuando mi pulso se aceleró y la sangre disimuló la palidez de mi cara que abrí la boca para plantear mi opción. Era el momento, mi cuerpo estaba dándome la señal. ¡Habla!, decía. Justo cuando pronunciaba mi primera palabra Parks empezó a gritar contra Mcnalley. ¿Deliraba? El libro había maltrecho su cordura posiblemente. Conozco estos efectos. Se estaba poniendo en un lío gordo. Mcnalley no tenía amigos y menos si le increpaban de esa manera. -¡Parks tranquilo! Déjalo - le pedí con urgencia - ¿quién tiene la gema negra? ¿sigue negra? Parks, ya verás que la gema sigue negra. Aquí no hay demonios.

Llevo un tiempo, que no fue preciso, para que Richard volviera a su antiguo semblante, libre de altibajos emocionales por todo lo descubierto hasta el momento. Su rostro nuevamente volvía a su rictus típico y su andar altanero, sacando pecho en cada paso y masticando el poco resto de tabaco que aun tenia en sus pertenencias.

El grupo reanudó la marcha luego de borrar su rastro hasta detrás de una muralla de vegetación un conjunto de voces llega hasta ellos, alertando sobre presencias desconocidas.

Hasta el momento la ventaja la llevaban los soldados pero Anthony comienza, en el peor momento del día, a balbucear incoherencias relacionadas con el pelirrojo.

Encima el cabo pide silencio pero ni siquiera las palabras de Martin consiguen callar al ratón de biblioteca, que por mucho leer el cerebro lo tiene frito.

- ¡Que te calles! ¡Chiton! - susurra entre dientes Richard.

Y como la psicología es algo de otro mundo para el matón Bostoniano, su mejor forma de silenciar a un loco consiste en darle un puñetazo a Anthony antes que sus acciones traigan problemas sobre todos.

Con el paso del tiempo, consigo calmar mi respiración. Lo que había leído, no era mas que una obra de ficción. Lo que había visto, tenía una parte racional ... en algún sitio ... decía una vocecilla en el fondo de mi mente. Tranquilidad, respirar, dejar de temblar. El resto del grupo ya se ha ido preparando mientras yo vivía el episodio, nada puedo decirles .... nadie puede ayudarnos. Recojo el equipo y sigo al cabo, haría lo que me dijeran sin mas, nada mas ya podían decirme.

Nos internamos por el bosque, por una parte estábamos a cubierto, pero por otra, estábamos expuestos a encontrarnos con una patrulla enemiga y no verlos hasta tenerles encima. Pero unas voces los delatan, amartillo el rifle y espero, intento descifrar lo que están diciendo, pero las palabras se disgregan antes de llegar a mis oídos.

Debíamos permanecer a la espera, en silencio, pero no nosotros, no podíamos hacerlo. Es Parks quien inicia una perorata sacada de ese maldito libro, Martin intenta calmarlo, y es Mcnalley ... ese cobarde, quien nos había dejado abandonados entre los escombros de la iglesia, quien lanza un puñetazo sobre Parks.  - La jodimos.

El puñetazo de Mcnalley fue más sonoro que doloroso, y ayudo a Parks a recuperarse de la histeria. Pero los ruidos que habían escuchado se detuvieron en seco. Seguramente las personas que estaban hablando, al escuchar el puñetazo, se habrían escondido. El cabo estaba ahora seguro que el idioma que había odio era el Francés, había reconocido palabras sueltas pero no había podido entender ninguna frase completa.

Finalmente, ya que no había ninguna otra posibilidad, el grupo decidió avanzar. Algo que habían aprendido en la gran guerra era que todos los franceses, o al menos todos los franceses de la campiña, eran contrarios al káiser Guillermo II.

Tras pasar el muro formado por los árboles y lo arbustos encontráis en un desolado claro se cerca de diez personas, vestidas con túnicas de piel raídas con retazos de ropa cosido. Sus caras están macilentas y poco cuidadas, plagadas con marcas de penalidad y hambre. Se encuentran totalmente paralizados por el miedo con los brazos en alto. Los hombres, desarmados, parece que se encontraban en esos momentos retirando varios cuerpos del centro del claro.

Me quedo sorprendido al constatar que finalmente era un grupo de civiles harapientos arrastrando unos cadáveres, no llevan uniformes.

No, no encaja que vayan así. Hace años que ningún ejército ha logrado realizar avances como para que hayan tenido que huir, no hay algo extraño…

Les indico que vuelvan a acercarse a mis muchachos para susurrarles las instrucciones.

– No nos confiemos, es evidente que no huyen, o se ocultan de nosotros los soldados. – Señalando los cadáveres. – No sabemos si formaban parte de su grupo, o los han matado ellos. Una pistola o un cuchillo son fáciles de ocultar. Acerquémonos con precaución.

Elevando la voz, mientras les indico avanzar, pero con las armas preparadas. – Adelante, vigilar quien ha podido matar esos civiles.

Luego de calmar la histeria, o locura, de Parks el pelirrojo fue detrás del cabo para oír atentamente lo que este tenia para decir.

Richard asintió con una amplia sonrisa maliciosa ante la posibilidad de poder descargar su frustración sobre alguien, aunque sea un puñado de civiles extraños. Incluso entre ellos podría ocultarse algún boche con ropas de paisano…

Aunque para él todos se veían iguales y era difícil distinguir entre ellos. Por lo tanto preparo su rifle y fue detrás de su superior sin quitar su atención sobre los civiles.

La violencia desatada por el irlandés, era desproporcionada, a Parks no se le había ido mas la cabeza que a cualquiera de nosotros. Lo que esta claro, es que lo recordaría en la próxima ocasión en la que el pelirrojo le diese por huir.

Ante nosotros, no se encuentra un pelotón de alemanes, son solo refugiados, pero su mera presencia nos incomoda, ya que ahora no podemos saber si son amigos o enemigos. Me acerco hasta donde esta el cabo y escucho sus ordenes, es algo claro y conciso lo que debemos hacer, evitar encontrarnos con una sorpresa y lo que ello conlleva. 

- No queremos hacerles daño/Nous ne voulons pas les blesser. Ni se me pasaba por la cabeza disparar contra civiles, pero veía que en cualquier momento la cosa podía desmadrarse. - Comprobaremos que no llevan armas, y podremos hablar tranquilamente/Nous allons vérifier qu'ils ne portent pas d'armes, et nous pouvons parler tranquillement.

Bien sûr, nous avons des armes. (Por supuesto que tenemos armas.) Dice con descaro una chica con el pelo negro como ala de cuervo mientras se lleva la mano a la cintura donde cuelga un cuchillo de cocina. A pesar de la roña que cubre su piel y el espeso jersey de lana que oculta parte de las curvas de su figura, la chica es bastante atractiva. Aunque este atractivo también puede ser debido a la falta de figuras de referencia, es la primera mujer joven que veis en meses.

Calme Enma, ne viens pas nous faire mal. (Tranquila Enma, no vienen a hacernos daño.) Uno de los desarrapados se adelanta y habla un inglés simple y con fuerte acento francés. Parecéis tener frío y hambre... os prepararemos algo de comida. Venid, venid.

Pendiente de lo que digan mis compañeros y en segunda fila, espero que determinen el grado de peligro que suponen esos pobres desgraciados para nosotros. Me gusta la decisión con la que habla la chica. Supongo que en una guerra o tiras pa’lante con firmeza o tienes muchos números para acabar siendo una víctima. Además la encuentro bella. ¿Cuánto tiempo hace que no estamos con una mujer? Bueno, algunos se buscan frescas que por un módico precio satisfacen sus apretones. Pero yo no funciono así, y desde que salí de Kingsport estoy en dique seco, pues allí, después de años de vagar aquí y allá, me reencontré con una amiga de la infancia con la que nos vimos íntimamente un par de veces antes de ser reclutado para venir a la guerra. El recuerdo de la fogosidad de Evie me provoca una erección que me desconcierta. No es lugar para esto le mando como mensaje a mi miembro viril descuidado y olvidado en esta jodida guerra. Pero éste, ni caso. - Cabo, déjeme ver el cristal – le pido en un susurro y sin querer dar más explicación pues no es el momento adecuado para disquisiciones filosóficas y esotéricas. Pero me preocupa aún más con toda esta gente delante que haya algún demonio entre ellos o cerca de aquí. Estoy tenso, lo noto, y además de verdad, de arriba abajo. Qué mal momento para ponerse dura, pienso con resignación. Y el hecho de tener a esa chica cerca y en rápidos vistazos intentar intuir sus formas bajo sus anchas ropas no relaja “el tema”. Yo también albergo muchas dudas en cuanto a este grupo. Me huelen a adoradores de los demonios de otros mundos reclamando su presencia en el nuestro pillados en medio de un sacrificio. ¿Por qué sino tienen estos cadáveres en el centro del claro? ¿Qué hacen en medio de la nada, a más bien dicho, cerca del pueblo muerto del que acabamos de salir, y también relativamente cerca de la caverna enterrada bajo la trinchera alemana de la que conseguimos salir por los pelos, igual que de ese maldito pueblo y su iglesia? Con el rifle apunto los muertos y después al hombre que nos quiere aplacar ofreciendo comida. - ¿¡Qué son estos muertos!? – le grito. Más vale que sea convincente. Estoy perdiendo mi centro por momentos, reconozco como la ira y la angustia se apoderan de mí. Y me dejo llevar pues en este momento puede que me sean de más ayuda que la serenidad para mantenerme vivo. Si no he dejado que el ejército alemán me mate, no voy a hacerlo con una pandilla de civiles andrajosos.

No puedo dejar de fijarme en la chica que no aparenta estar asustada de encontrarse con unos soldados en el bosque. Es joven y lo normal sería que intentara pasar desapercibida. O es una inconsciente de lo que le podría ocurrir o sabe alguna cosa que la pone, a ella, por encima de nosotros en la cadena de depredadores.

Al pedirme Earl el cristal me giro ligeramente para que me tape respecto a los civiles y le indico con un gesto que acuda delante mío. Una vez lo hace se lo entrego. – Que no lo vean los civiles. – Le susurro.

Cuando se próxima a ellos y les pregunta por lo s muertos me acerco a él apuntándolos con el Viejo Gus mientras señalo los cadáveres alternativamente con el arma.

A pesar de la agradable vista que ofrece la muchacha de curvas interesantes hay algo que no acaba de encajar para Richard en toda la escena. ¿Civiles con vestimentas primitivas junto a un montón de cadáveres? En tiempos de carencia incluso el canibalismo es cosa común. Esos cuchillos de cocina son la prueba suficiente para el pelirrojo.

- Cuidado cabo. Podrían ser saqueadores o caníbales, o alguna mierda peor. No les crea una mierda si no sueltan sus armas. - advierte el soldado a Grimm.

Estando un poco alterado por la belleza de la muchacha Richard no abandona su posición al respecto, y por lo tanto mantiene su rifle en dirección al grupo de civiles. Incluso cuando el “rarito” de Martin pregunta sobre los cuerpos, él también intenta dar énfasis a la indagación de su compañero.

- ¡Vamos imbécil! ¡Responde a la pregunta! - ordena al alzar su arma.

Incluso le parece muy extraño la actitud de estas gentes.

Bajo ligeramente el fusil cunado parece que llegamos a un tipo de entendimiento, era lógico que no se fiasen de nosotros, en medio del bosque soldados armados y civiles indefensos, bueno se sabía que eso no solía terminar bien. Cosa que podía ocurrir incluso con nosotros, los nervios estaban a flor de piel, y no me gustaba el cariz que estaba tomando la cosa.

- Podemos rebajar el tono Richard, suficientes problemas has causado ya. ¡Son civiles aliados, por si lo has olvidado!.

El puñetazo de McNalley arrancó un grito de Parks que, acto seguido, permaneció en silencio, aturdido como si hubiera despertado de un sueño vívido. Tardó unos instantes en comprender qué había sucedido, ¿acaso había alucinado?. Seguía al grupo por mera inercia y le costó saber dónde se encontraban hasta que oyó hablar a dos miembros del desarrapado grupo con el que se habían topado.

Parks aún estaba inquieto, el terror que había sentido tardaría en salir de su cuerpo pero se sintió aliviado al ver que los franceses estaban siendo amables incluso les ofrecían comida.

Pero Mcnalley se limitó a increparles desconfiando de ellos, lo que hizo que Parks siguiera dudando de si era o no un demonio.

Por sus estado de aturdimiento no intervino y se mantuvo expectante, aunque no había nada que le indicara lo contrario aún no terminaba de confiar del todo en los franceses, la chica había dicho que tenían armas.