Partida Rol por web

Por mi mente no dejaban de pasar ideas, que nos permitieran ver un lado amable de nuestros anfitriones, era una posibilidad que la guerrera se encontrase allí como parte de un botín de recolección, o que alguno de nuestros compañeros se la cediese a una muchacha o niño de los allí reunidos. Pero al final, tras lo vivido en los últimos días, no podía mas que confiar en el sentido común del cabo, y mal que me pesara en el pelirrojo

Voy a empezar a avanzar tras el cabo, cuando desde mi posición escucho el sonido de amartillado del arma de Parks, puede que solo fuese cosa de mi imaginación, pero para mi ese sonido no era menor que el tañido de la campana del Big Ben. 

- Por todos los demonios.

La salida improvisada de la tienda mostraba el bosque del que sentía no poder deshacerme. Como si de un pringue se tratara. Desagradable, molesto y ajeno a mi agobio por quitármelo de encima. Pero el bosque además estaba cobrando una presencia viva. Sentía que se vestía de una presencia amenazadora, implacable y maléfica. 

La falta de sueño hacía que la escapada la viviera en una especie de realidad onírica, fuera de mi control. Esa falta de sueño me entumecía y lastraba mis movimientos dando una falta de agilidad que se hizo evidente a la hora de cumplir la orden de montar la bayoneta en mi fusil. Como si de una borrachera se tratase mi agilidad y reflejos estaban tan entumecidos que golpeé el cañon del fusil con la bayoneta y por la misma tensión ésta cayó de mis manos iendo a dar encima de unos platos metálicos apilados al lado de la salida que ya estaba a punto de cruzar.

El corazón me dió un vuelco. El sigilo conseguido por mis compañeros se vio roto por mi aburda poca falta de destreza. Podía haberme puesto blanco pero la rabia que me produció la cagada subió mis colores. Doblé mi espalda para recoger la bayoneta lo que hizo ponerme más rojo si cabía. La monté y amartillé el fusil. Si no nos disparaban, correría como una liebre escapando del zorro que se la quiere comer. Sólo esperaba la señal para hacerlo. Pero si de atrás escuchaba alguna amemaza, dispararía contra todo lo que se moviese. Iban a pagar todo mi miedo y frustración. 

No esta saliendo, nada, pero nada bien. Sí estuviéramos en el frente ya estarían disparando bengalas hacía nosotros y amartillando las ametralladoras pesadas.

Tengo que morderme los labios un par de veces ante las meteduras de pata de Anthony y Earl. Lo que deseaba era imprecarlos fuertemente, pero debía mantener la calma al haber ordenado personalmente el silencio.

Mi mirada lo expresa todo mientras calculo mentalmente los pasos que nos separan de los primeros árboles.

El pelotón claramente no posee habilidades de discreción, mucho menos al momento de iniciar la retirada de un asentamiento de labriegos caníbales. Si, caníbales; porque los objetos hallados por sus compañeros en la tienda lo confirman.

Vestimentas ensangrentadas, personas con sendos cuchillos de carnicero y una olla con un guisado salido de quien sabe donde es todo lo que Richard necesita para llegar a la conclusión. ¿Porque de que otro modo esta gente puede sobrevivir en un bosque rodeado por la guerra? Los obuses sin arrasar este tramo del bosque han sido la causa del alejamiento de los animales, solo dejando ratas para comer.

La salida improvisada sirve por el momento para la escapatoria, aunque los ruidos provocados por el grupo pueden despertar al mejor dormilón. Mcnalley no es exento de esto porque al salir patea sin querer un tazón de chapa en su huida, y todo por cargar una bala en el fusil. Desde luego el movimiento del cerrojo del rifle fue tan silencioso como el vuelo de una mariposa, no así el patear el tazón.

- ¡La put… madre! - susurró, maldiciendo su falta de sigilo.

El idea de salir del campamento en sigilo quedo reducida a una mera teoría, el ruido de amartillar las armas y el de objetos cayendo dentro de la tienda esfumo cualquier posibilidad de usar la discreción. A pesar de ello, cuando Belmont entro en la tienda revolver en mano, todo el grupo se encontraba en el exterior de la tienda. ¡Rápido! Grito el refugiado gabacho a pleno pulmón. ¡Están huyendo!

Emmett con el cuerpo rebosante de adrenalina y azotado por la necesidad de hacer algo. Se giró bruscamente y disparó su arma contra Belmont. El ruido de la deflagración hizo que el ímpetu inicial de los refugiados por iniciar la persecución se viera frenado y que alguno de ellos se quedara petrificado en la entrada de la tienda. En la tienda, además Belmont, habían entrado otros cuatros refugiados de género y edad indeterminada y una niña de siete años que había conseguido arrastrase por debajo de Belmont adelantándose a este. La niña permanecía quieta después del disparo y donde se encontraba su ojo izquierdo ahora había una masa informe de carne con forma de crater. El disparo de Emmett se había desviado, si ese mismo disparo se hubiera desviado solo tres centímetros más a la derecha habría dado a Belmont en el estómago y no a la pequeña niña en el ojo. Un grito desgarrador recorrió el grupo de refugiados.

El granjero de Massachussets con su rifle del 303 aun humeante en sus manos permanecía petrificado frente al agujero abierto en la lona de la tienda de campaña observando como la niña caía desplomada al suelo. ¿Qué he hecho? Se preguntaba con incredulidad. ¿Qué he hecho? Dios nunca me perdonara este pecado.

Al sentir el disparo me giro instintivamente para quedarme paralizado al ver que Emmett, su fusil es el único en posición de disparo, ha disparado a la cabeza de una niña pequeña. Estoy unos segundos preciosos paralizado hasta que finalmente, la niña se desploma en el suelo. Ella se debía limitar ha hacer lo que le indicaban los adultos.

Vuelvo a girarme hacía los arboles mientras ordeno. – CORRER, ¡NO PODEMOS DETENERNOS!

Mi falta de concentración, sólo veo la cabeza de la niña, hace que caiga al suelo, haciéndome algunos pequeños cortes. Me levanto sin problemas, pero he perdido un tiempo precioso.

Ante las voces del francés me giro dispuesto a disparar y levantando el rifle estoy cuando el atronador rifle de Emmet descerraja un disparo contra el tumulto que se nos echa encima. Por su cara de espanto después del disparo y por lo atroz en si de su resultado sé que no lo ha hecho con esa intención. Iba a por el francés que nos encañona con su pistola. Estoy convencido de ello. Pero esa niña incauta se adelanta y recibe toda la potencia del disparo en su cara. Ésto hace saltar mi dedo del gatillo como un resorte y detener la subida del arma que se queda apuntando algo más abajo de los pies del francés. Me quedo paralizado siguiendo con la mirada la caída al suelo del cuerpo de la niña y luego al nombroso grupo que venía hacia nosotros. Ellos también se quedan un momento expectantes. Es cuando escucho al cabo gritar qie corramos. Doy un giro sobre mis pies y cuando levanto el primero para salir a la carrera, tropiezo con algo. No sé qué demonios es pero pierdo el equilibrio y caigo al suelo clavándome la culata del rifle en la boca del estómago. Me quedo sin respiración por el fuerte golpe. Me maldigo y a la vez doy gracias de no haberme herido con la bayoneta. Tengo que levantarme y correr. Tengo que levantarme y correr,...

Habíamos intentado evitar la confrontación saliendo por la parte trasera de la tienda, esquivando trastos, y evitando que nuestro pertrechos sonaran. Pero llegado el momento de la verdad, estaba claro que no saldríamos de la tienda sin ser escuchados por todo el campamento. El nerviosismo, el cansancio, o la misma mala suerte, nos había llevado a este momento ... momento en que soldados y civiles "aliados", terminaban matándose unos a otros.

La lona de la tienda se abre y uno de los "civiles", alarmado por nuestras acciones, entra por la puerta. El sonido del disparo del arma de Emmett ocupa todo el espectro sonoro, el sonido de un cuerpo impactando sobre el suelo .... hace que contengamos el aliento. Era irónico que nosotros fuésemos los primeros en abrir fuego, siendo el objetivo quien quizás fuesen los mas inocentes.

- Ya no habrá redención. Digo cuando veo el cuerpo infantil, tendido en el barro.

Es el grito del cabo, el que rompe la ensoñación, era algo que nos habían inculcado en los campamentos, sigue las ordenes. Dejo atrás la escena y salgo en pos de Grimm, que ya abandona la tienda de campaña. Era una carrera desesperada por llegar a la salida de la tienda, un camino donde había demasiados cuerpos, en poco espacio, golpes, empujones y maldiciones. La cosa sería cómica, de no estar yo en el meollo del asunto, con una turba esperando a despedazarnos.

- Moveos .... demonios.

El granjero no sintió remordimiento por haber matado a la niña, la guerra había embrutecido al granjero. Aun sin remordimientos tropezó con una raíz cayendo junto con el resto de sus compañeros.

Richard vio morir a mucha gente, principalmente soldados en el campo de batalla, en tierra de nadie. En cambio la muerte de los niños es algo que le afecta profundamente, incluso llegando a eclipsar las experiencias de la caverna y de la iglesia.

De no ser por el peligro de muerte que representan los aldeanos - con sus ansias de cazar al grupo de soldados tal como cualquiera lo hace con un conejo para llevar a la mensa a cenar – el pelirrojo habría sucumbido ante la niña. Al menos, para su conformidad, murió en el instante.

Luego suceden los disparos de los labriegos y comienza la persecución, porque luchar es sinónimo de suicidio contra tantos a la vez. Richard muerde sus labios por la bronca y la impotencia de no poder matarlos porque debe correr con todas sus fuerzas para vivir otro día.

Si sale de esta tal vez busque venganza. Solo tal vez...

Anthony, al igual que sus compañeros de pelotón, tropezó con las ramas. El peso del equipo le estorbaba haciendo que levantar las piernas para esquivar las ramas se convirtiera en un autentico suplicio.

Es una idea simple, obvia y hasta se podría decir que estúpida, pero el shock de ver como una niña inocente muere con un disparo en el ojo y el ser perseguido por una marabunta de refugiados caníbales furiosos hacen que hasta el pensamiento más lógico requiere de un mente despierta.

Lleváis más de treinta kilos de equipo en la espalada, solo en la mochila ya lleváis más de veinticinco. A esto hay que sumarle el peso del rifle, las botas, el uniforme y la gabardina. La gabardina era una protección imprescindible contra el frío pesaba más de 2 kg, pero tras dos de lluvia y barro podía haber absorbió hasta otros 9 kg en barro y agua...

Así citó Ellis: "Imagínate en la oscuridad, después de dos o tres días de humedad, frío e insomnio, tambaleándote en lo profundo de la trinchera, arrodillado en el barro, llevando un peso que podían ser equivalentes a varias veces tú peso corporal".

***

Solo el irlandés consiguió alejarse de los perseguidores, el resto del pelotón se iba quedando rezagado y comenzaron a escuchar los disparos de los perseguidores. Una de las balas perdidas dio contra James. Pero más que los disparos, os preocupaban los gritos y alaridos de los refugiados que cada vez parecían mas próximos.

Anthony cayó y volvió a levantarse como pudo, durante ese movimiento se deshizo de la mochila echando los brazos hacia atrás mientras comenzaba a correr. Primero una correa y luego otra y así, su equipo quedó atrás permitiéndole sentirse más ligero. La marabunta de refugiados parecía estar dándoles caza, cuando se habían librado de los alemanes ahora resultaba que a los franceses se les había dado por una nueva y macabra manera de cocinar.

Los disparos silbaban y golpeaban ramas y árboles por suerte, aquellos hombres no eran soldados y no gozaban de buena puntería. Lo que sí hacían era gritar como locos, parecían animales hambrientos, ¡demonios! ¡eran animales hambrientos!.

-Joder, joder... ¡como corren estos cabrones!.-  Hablaba entre dientes mientras corría como alma que lleva el diablo.

Los alaridos y voces de esa turba me pusieron los pelos de punta. Acabar muerto en el campo de batalla era más que concebible en esa guerra. Pero acabar devorado o en salazón era estremecedor.

Estaban encima nuestro y nosotros hechos una maraña de cuerpos en el suelo. Salvo el irlandés. Ese tenía las patas largas y era el primero en huír sin mirar atrás de las situaciones peligrosas.

Me vi en sus manos y dudé de mis posibilidades de escapar y el miedo me llevó a deshacerme de mi mochila para salir corriendo con más rapidez. Llevaba casi todo mi equipo en ella. Salvo algunas cosas que guardaba en los bolsillos pero era más fácil correr sin todo ese peso. 

Me levanté y corrí como alma que lleva el diablo. Sabiendo que otro tropezón podía ser fatal cuidé mucho donde poner los pies. Una bala silvó al pasar al lado de mi oreja. Me pareció notar incluso su calor. 

Malditos diablos.

Corre Earl, corre...

Al ver que algunos al librarse de la mochila logran aumentar visiblemente su velocidad lo intento hacer, pero para mí, a mis años, es un desastre enredándoseme en los pies en lugar de caer un par de metros detrás.

Increíblemente logro lo más difícil, mantenerme en pie dando un gran número de traspiés.

Al girar la cabeza me doy cuenta de que casi estoy al alcance de los más rápidos de ellos, y son demasiados para poder luchar con todos a la vez.

– Corred, chicos, que alguno se salve y volved con refuerzos para acabar con ellos.

Gritos, empujones, saltos, tras piés y el sonido de un disparo, siento como el aguijón de metal rasga mi carne, y un grito a medias sale de mi garganta. - Franceses de mierda. En la gabardina manchada de sangre no se notaría, pero notaba la herida cuanto mas corría, aunque correr era un decir, ya que apenas parecía que avanzase.

Una mochila y luego otra, caen a mis pies, tras eso son las espaldas de mis compañeros las que veo, tiro de las cinchas que me unen a esos treinta kilos de peso muerto y empiezo a ver un avance real, escaso, pero real.

La carrera en la que se encuentra envuelto Ricard no es nada nuevo en su vida. Anteriormente solía correr por su vida cuando era un ratero de niño.

No es que su vida pendiera de un hilo en aquel entonces, tal vez una buena paliza y una noche en la cárcel era la pena por ser atrapado. Aquí en cambio el bostoniano se juega el pellejo.

Al ver que los perseguidores no aminoran su marcha es necesario dejar su mochila, cuyo peso podría condenar sus esfuerzos cuando sus fuerzas flaqueen. Sus compañeros también lo hacen, aunque alguno que otro se ve relegado en la huida.

El pelirrojo podría decir algo, pero el esfuerzo le resta aire, el mismo aire necesario para alimentar sus pulmones y mantener la distancia con los caníbales.

El granjero, imitando a sus compañeros, soltó la mochila y con ella todo el lastre que llevaba a cuestas. Con veinte quilos menos de peso, se sintió mucho más libre a la hora de correr y escapar de los refugiados.