Partida Rol por web

No está mal este humm cocido.

El experimentado reportero demuestra que es hombre de mundo dando cuenta de su ración. Sin embargo disfruta más de la compañía y pasa el rato haciendo preguntas a cada uno de los que se muestran dispuestos a escucharle. Eckhardt parece estar disfrutando de la travesía como si fuera un niño de excursión. La escasa hora de parada se le hace corta y así lo demuestra su expresión cuando el mayoral da la orden de volver al camino.

Bajo la atenta guardia de Dakota transcurren los escasos treinta minutos que se dedica al almuerzo. De hecho, da la impresión de que buena parte de este tiempo se justifica más para el Látigo por el descanso de los caballos que por la comodidad del pasaje.

Las 14:25 marcan los relojes, aunque el inclemente sol -que se ha movido perezosamente por el cielo - bien podría sugerir unos cuantos minutos menos. A la señal de Hank Bully todos recuperan sus asientos y la diligencia vuelve a arrancar. Los variados y gráficos tacos del cochero y el traqueteo de las ruedas vuelven a dominar cualquier otro sonido. Los caballos cabalgan como locos, espoleados tanto por el látigo como por la afilada lengua de su conductor.

A la izquierda - el Sur -  los postes de telégrafo continúan siendo compañía invariable para los que miran por la sucia ventana de ese lado; la línea de ferrocarril, en cambio, ha formado un ángulo separándose progresivamente de la ruta y ya se ha perdido de vista al Norte. La seca vegetación cede terreno a las arenas y el polvo del desierto. El suelo ondulado cada vez es más liso. Los que pueden ver el camino de frente pronto se encuentran con que el horizonte se convierte en un mar de peñas y riscos.

¡Las Quebradas Tres Hermanos! Anuncia Hank, sin duda familiarizado con la zona.

Disfrutadlas, son el último accidente geográfico antes de que todo se convierta en arena y más arena. Más allá sólo hay desierto.

Hace restallar su látigo como subrayando la palabra "desierto". El laberinto de estrechos cañones se acerca ya a toda prisa.

El traqueteo de la diligencia a todo trapo por el desierto no ayuda a digerir el alimento ingerido hace un rato. Pronto empieza el estómago a arderle a Frank, agriando su amable carácter un poco más. Para no causar problemas se limita a acomodarse lo máximo posible para intentar dormir. Tal vez ir delante me distraería un poco. Eh, Látigo. ¿Hay hueco ahí delante para un cowboy? La voz de Frank es plana y falta de entonación. Profunda y ausente de emociones.

El conductor tarda en responder unos segundos, en los que mira hacia el Predicador como buscando confirmación, tras eso grita:

No pienso detener la diligencia. Si no te importa escurrirte por el ventanuco que tienes delante no tengo inconveniente.

Sin duda el tipo se refiere a una discreta ventana en la parte frontal de la cabina tapada con una gruesa cortina que comunica, al parecer, el interior con el asiento del conductor.

Con un ligero "disculpa", Frank se encarama al asiento de enfrente y pasa por entre los ocupantes de ese asiento, manchándolos con sus botas de polvo del desierto. El aire fresco en la cara pone de mejor humor al vaquero. Segundos más tarde Frank aparece sentado al lado de "Látigo".

Mientras el vaquero disfruta de su nueva perspectiva, los del interior ven como las ventanas se oscurecen al entrar la diligencia de lleno entre las aserradas paredes de la quebrada. Un pasillo despejado se extiende por delante en linea recta, cubierto por la sombra de los bordes del cañon. Muchos caminos más estrechos y de suelo mucho más pedregoso surgen dividiéndose de este o corriendo en paralelo, sin embargo el cochero ha escogido bien y este parece ser bastante llano y relativamente ancho. La línea de postes del telégrafo se pierde de vista temporalmente, decidiéndose por terrenos más escarpados pero más directos. A intervalos vuelve a aparecer, asomando en lo alto de un risco una vez, dejándose ver en un desfiladero adyacente otra... incluso una vez la diligencia acaba por pasar bajo los cables - que cruzan de un risco a otro, allá a lo alto - quedando los sucesivos postes a la derecha del apresurado coche de caballos.

Ciertamente Hank parece haber acelerado la marcha, la agorera penumbra creada por las altas paredes tiene algo de desagradable y podría poner nervioso a un hombre supersticioso o de nervio débil. El Látigo Hank Bully tiene poco de cobarde pero debe de fiarse de su instinto y haber aprendido a ser precavido de más para sobrevivir tantos años en su peligroso negocio.

El sendero no debe ser del todo recto porque cuando los pasajeros miran hacia atras ya no pueden ver la entrada, minutos después de haber pasado por ella. El sol, la única guía en el vacío desierto, ilumina pero sin dejar verse, oculto por las rocas... incluso el hilo del telégrafo ha desaparecido del todo y hace ya un buen trecho que no se ve. En algún lugar ahí delante unas piedras se deslizan pendiente abajo creando una nube de polvo que se extiende envolviendo el tramo por el que se dispone a pasar el vehículo. Sin duda efecto de la gravedad y la erosión o, quizá, de algún coyote u otro animalejo moviéndose por ahí arriba.

Stephen mira con evidente desagrado cuando Frank no tiene la consideración de no manchar su vestido de más polvo del necesario para el viaje, pero al ver el arma colgando del cinto del cowboy decide no decir nada, sino limpiar prolijamente su vestimenta.

Cuando entran entre los riscos no se necesita ser un genio (que Stephen lo es) para saber que es el mejor lugar para una emboscada, por lo tanto mantiene su cabeza fuera del alcance de la luz, no sólo para escudarse del calor sino para no crear un blanco fácil. Adicional a esto, mantiene el rifle en su regazo.

El traqueteo de las ruedas marca el ritmo de la carrera y parece señalar el paso del tiempo también, algo más despacio de lo que gustaría.

En ese momento los pelos se ponen de punta por un sonido que poco tiene de natural. Si los viajeros quisieran describirlo a alguien que no lo haya experimentado nunca, se verían incapaces. Parece una aberrante combinación entre el agudo chillido de una bestia moribunda, el llanto histérico de un bebé y el chirrido punzante de los engranajes de una máquina infernal. Los caballos del tiro reaccionan bufando, deteniéndose y encabritándose, y el cochero no pone pegas a la parada en la marcha porque el demoniaco aullido parece venir de algún lugar delante.

Todo pasa demasiado deprisa, como si fuera una pesadilla - solo imágenes que se suceden, imposible actuar -, un disparo resuena por todo el cañon; la bala silba, como saludando, cerca de Dakota antes de perderse en alguna pared. Ha estado cerca. Cinco jinetes han aparecido en el pasillo detrás del transporte. Cabalgan hacia la diligencia reduciendo la distancia de un centenar de yardas rápidamente. Esgrimen sus revólveres apuntando hacia la sorprendida expedición... sobre todo porque justo en ese momento aparece la causa del aullido agudo, que aumenta de volumen dando la impresión de que algo está a punto de estallar.

En el extremo opuesto a los pistoleros, delante de la diligencia, de entre unas peñas a lo lejos sale un amasijo de metal coronado por una columna de humo negro que asciende hacia el cielo. Un ¿carromato?... más bien da la impresión de una barca con ruedas forrada de metal, pero sin remos, ni caballos, tan solo ruedas que giran comiéndose la distancia que os separa y una especie de caldera con una chimenea que escupe fuego y humo a partes iguales. Este tren en miniatura sin vías, este barco a vapor terrestre, retumba y gime acercándose y tres cañones de armas asoman entre sus laterales. Un hombre a los mandos sujeta una escopeta y dos más sostienen rifles que dirigen sus bocas cargadas de plomo hacia los emboscados.

Atrapados. A un lado los forajidos a caballo y al otro el artilugio rodante salido de la pesadilla de un ingeniero diabólico. En medio, la diligencia y sus escoltas observando la escena que se precipita hacia ellos cerrándose como un libro que aplasta una mosca entre sus páginas.

¡øł#ðł¢! *

El lenguaje habitual del Látigo, que sonrojaría a un marinero, muestra una aún mayor riqueza lingüistica en situaciones de tensión. Sin pararse a pensarlo un segundo el cochero azota con su fusta a los caballos haciéndoles arrancar a una velocidad sorprendente. Como un caballero lanza al ristre en una justa, el conductor parece dirigir el coche directamente contra el chirriante artefacto mecánico.

Stephen asoma su cabeza por la ventanilla por la que pasó el cowboy. Así podría ver mejor el artefacto.

¡Fascinante!

¡Diablos! ¿Pero que...?

En milésimas de segundo Frank tiene las manos sobre sus armas dispuesto a abrir fuego contra el engendro metálico.

El reportero balbucea abrumado por la situación. Su tez se vuelve algo blanca y no es capaz de articular palabras. Sin embargo, sus manos aciertan a revolver su bolso de viaje buscando algo.

Un arm... tengo una... por aquí...

Eckhardt controla sus nervios lo suficiente como para dar con lo que quería. Sacando un revólver de no muy gran calibre del equipaje, mira a su alrededor. Sin duda la perspectiva de liarse a tiros no le atrae.