Partida Rol por web

Entre el griterio y la confusión, agazapado en tu árbol, sientes cómo cruzan cerca de ti dos o tres personas, llegando a ver tan solo a una de ellas... de refilón. Te ves incapaz de discernir si era amigo o enemigo. Caos. No sabes qué viene a continuación, pero sabes a ciencia cierta de que al menos, Ryo, había logrado coger al chico.

El griterío y la confusión se desatan cuando la densidad de la niebla te aisla por completo del resto de la escaramuza. Ante tan solo queda un monje tan perplejo como tú. Pero el resto... del resto a saber. Por suerte o desgracia, el hombre que queda ante ti no es un rival digno de preocupación, pero el hecho de no ver absolutamente nada... eso... eso sí que es motivo de preocuparse.

El efecto tunel de la contienda cobra un nuevo significado cuando percibes que en tu realidad, solo estáis Nori y tú, como si de un bizarro sueño se tratase. El caos se desata y el griterío subsiguiente no aporta nada relevante, más allá de que todo el mundo está tan perplejo como tú... y como Nori, el cual es incapaz de disimular su asombro, aunque por el momento sigue encarándote espada en mano.

La invocación de la niebla que hace el antiguo Akiyama marca el punto en el que guardo el arco y preparo la katana. El movimiento es fluido, entrenado a lo largo de varios años.

Quisiera poder saber dónde está Ryo para poder protegerles a él y al chico, pero esta niebla hace imposible orientarse. Creo percibir a tres personas cerca de mi posición así que, aprovechando el árbol y que yo estaba en la parte dirigida hacia el sur, lo utilizo como referencia para empezar a irme en la dirección contraria desde el árbol, encaminándome hacia el sur del bosque.

Tengo la katana preparada y permanezco atento a los ruidos a mi alrededor buscando algún sonido que indique a alguien huyendo o persiguiendo.

Sanzo tenía una mala sensación, un presentimiento oscuro que crecía en su interior cuanto más avanzaba la escaramuza. Una parte de él no quería siquiera descubrir la verdad, pero tenía que hacerlo. Si su espada había sido puesta al servicio de fuerzas siniestras debía enmendar su error. La niebla, que podía ser su oportunidad de escapar, podía también estar amparando a otros asesinos dispuestos a acabar su nefanda tarea. Sin saber qué hacer, se dirigió al monje que le miraba perplejo:

- Decidme monje, ¿Qué oscuro impulso os ha llevado a secuestrar al Hijo de los Cielos y traerlo a este aciago lugar?

Una vez te separas del árbol y te internas en la neblina, cada paso que das hace que te sientas cada vez más perdido. Entre arbustos y maleza, demasiado tarde para evitar el encuentro, te topas justo en frente y de cara con uno de los guardias, que no duda en atacarte según te ve. - ¡Hay uno aquí! - Grita antes de descargar un certero tajo a la altura del abdomen... que podría haber hecho mucho daño si no llegases a llevar la armadura, pues consigue desviar la hoja.

Aún más sorprendido cuando le interrogas, el monje te señala con el dedo de la mano libre de forma acusadora. - ¡Sois vosotros los que estáis secuestrándolo! - Recuerda el hombre ya entrado en años mientras te mira sin comprender.

Guardando por un momento silencio, parece caer en la cuenta, y torna un tono más diplomático. Habla rápido, pero parece haber visto cierto "luz" en ti. - Está solo en este mundo, y si no hubiera sido por la sabiduría de Kengo-dono su destino habría sido tan funesto como el de su difunta madre.  - El nombre de aquel hombre no te dice nada en especial. Habla con urgencia... acorde al a situación, y su ojos hablan también por él, pues cree a ciencia cierta en lo que dice. - El destino quiso que tampoco tuviera un padre, por eso en el plenilunio ibamos a presentárselo al Señor Luna - Primer hombre y "padre" de la humanidad". - para pedirle su protección y que velara por el pequeño.

Asiente una única vez, dándole mayor énfasis a sus palabras y, si bien alza la voz, fruto del discurso intenso, no se podría decir que esté gritando.

De haber estado en presencia de un cronista, la reacción de Sanzo tras la máscara ante las palabras del monje podrían haber sido calificadas como un violento Kensho: Una sucesión de cada paso que había dado desde que se había visto envuelto en todo este asunto; cada acción con su reacción, cada palabra que le había sido contada, dos buenos e ingeuos samuráis dispuestos a todo por su Clan y su Imperio, un ronin dispuesto a todo por hacer lo correcto y redimir sus orígenes, y las manipulaciones de gente taimada, deseosa de avanzar su propia agenda hasta el punto de llevarles a la locura que se había desencadenado. Todo eso golpeó la cordura del joven ronin Sanzo en un solo instante. El peso de sus acciones en semejante conspiración, así como a la incertidumbre de no saber en quién confiar, junto a la empatía nacida del desamparo del heredero Celestial, eran demasiado para su alma. Pronto, muy pronto, debería tomar una decisión, y esa decisión probablemente le costaría la vida:

- Perdonad mi ignorancia, monje, ¿Quién es Kengo-Dono? - De pronto otra pregunta más acuciante y terrible vino a él.- ¿El Emperador y la Emperatriz han caído? No puede ser... No, no, no, se habrían movilizado Clanes, se habría proclamado un luto en todo el Imperio... ¿Sois consciente de la gravedad que implican esas palabras? El último Hantei está aquí, expuesto, entre dos facciones que creen que la otra es el mal, desamparado... Vine aquí a salvar al Hijo de los Cielos, mi vida y mi espada protegen el Imperio de los hombres, no permitiré que ese niño corra peligro ni camine solo. - Sanzo tenía su atención al máximo, custodiando cada sombra que pudiese surgir. El monje viviría, al menos hasta que le diese respuestas no permitiría que nada le alcanzase.- Parecéis un hombre de buen corazón, si ese niño os importa de verdad, debeis contarme lo que necesito saber y ayudarme a protegerle. Algunos de los hombres que vienen conmigo son de fiar, gente de honor que piensa como yo, que salvábamos al heredero de las mismas fauces del mal, debo avisarlos... - En cuanto sus sospechas se confirmasen llamaría a Katsumoto, él y Yoshiaki eran hombres leales, harían lo correcto.

Gruño al ver al guardia delante mío y como da aviso a sus compañeros. No debería entretenerme demasiado peleando con él, pero tampoco voy a dejar que me ataque por la espalda. Así pues, ataco con mi katana dispuesto a dañarle todo lo posible para que no pueda seguirme antes de intentar seguir dirigiéndome hacia el sur.

- Baaaka. - Al hacerlo con total naturalidad y al no haber hostilidad alguna por su parte, te encuentras con que el monje te acaba de dar un leve garrotazo en el casco a modo de reprimenda. - El Hijo del Sol y nuestra amada Emperatriz se encuentran perfectamente, y que los kami y las Fortunas les guarden por muchos años más.

Tras realizar varios gestos con las manos a los cielos, y de dar un par de palmadas, final mente niega con el bastón desechando la idea que tenías en mente. - La sangre del mismísimo Hantei corre por las venas del pequeño. - Baja notablemente el tono, al tener que tocar temas escabrosos sobre la casa imperial. - Es un nieto... - Da mil vueltas al bastón y mira en derredor buscando a alguien... o algo, tal vez la palabra correcta. - ilegítimo, del Hijo del Sol, y los oráculos han hablado. - Advierte con solemnidad. - Que no se le reconozca no resta menos valor a quién es en realidad. ¡El pequeño está destinado a grandes cosas! Él será el que devolverá por fin el equilibrio al Imperio Esmeralda, joven ronin. Se convertirá en el próximo Hijo del Sol, traerá prosperidad a estas tierras, y nos contagiará con sus virtudes acercando así el Takamagahara - Tengoku. Donde moran las Fortunas y los Emperadores - a los meros mortales.

- Ronin-sama, todos en algún momento de nuestras vidas llevamos puesta una venda en los ojos. Si hay un momento en que deberías quitártela, ese momento sin duda es ahora.

Dejándose caer de rodillas, el hombre se postra hasta tocar debidamente la frente con el suelo.

- ¡Detén esta locura, onegai shimasu!

A aquel hombre se le escapa un alarido de dolor cuando el filo de tu katana alcanza a abrir una importante brecha en su torso. Aprieta los dientes y te mira con fiereza antes de gritar... - ¡Aquí! ¡Ayuda! - y lanzarse con total arrojo a por ti, lanzando un potente tajo que evitas con facilidad.

Mientras tratas de recuperar una posición más estable, para cuando te quieres dar cuenta notas una punzada de dolor en la baja espalda. El inconfundible tacto del acero. Otro oponente te ha tomado la retaguardia, y ha logrado perforar tu armadura con una importante estocada, que logra erizarte el vello al sentir el filo moverse lacerando tu musculatura hasta alcanzar tu dorsal derecho.

Duele. Sabes que puedes seguir combatiendo, pero no hay garantías de que puedas continuar... o huir si te alcanza otra como esa.

La sangre corre con fuerza por mis venas, espoleadas por el corazón que parece como un tambor.

La niebla que me rodea no es sino una manera en que todo debe enfocarse. Dos hombres con armas que desean matarse mutuamente, la espada, la sangre. Muevo el filo de la espada con delicadeza, como una cobra retrocediendo antes de atacar, mis ojos son dos rejillas que calculan la distancia que separan su cuello de mi acero.

Salto a por él, sin sonido alguno, ni grito, ni ira. Solo escucho mi respiración cuando lanzo con fuerza la espada cobrando la sangre que me debe este traidor a los cielos.

Y así llegaba la revelación. No era un hijo del Emperador, sino un nieto ilegítimo, que en las manos de los conspiradores que le habían contratado podría suponer una gran baza... Si ese grupo educaba al joven bajo su ala, le casaban adecuadamente, e incluso preparaban su camino al Trono Esmeralda, tendrían el poder de doblegar a todo el Imperio. Sólo había dos caminos posibles para ese joven: O caía bajo su protección o la de alguien dispuesto a llevarlo por la senda recta, o su sangre debería tristemente teñir la tierra para evitar la posible ruina del Imperio. Sabiendo que ese joven podía suponer el advenimiento tanto de un Emperador iluminado o de un Emperador títere de fuerzas oscuras, Sanzo se encontraba al filo de la espada del Destino. Intentaría protegerlo a toda costa, pero el otro camino seguiría ahí, como último recurso. El monje, en su humildad, le estaba recordando que hasta los hombres sabios deben postrarse al Destino. No olvidaría esa lección. Con un gesto intentó instar al monje a levantarse, la zona era peligrosa, y no deseaba que el monje corriese peligro. Sabía demasiado, y le había ayudado demasiado en apenas segundos.

- Levante, anciano monje-sama*, yo, Sanzo-no-Karasu, juro por mi espada proteger a ese joven. - Intentó pensar un lugar de reunión, hasta que la pequeña aldea vino a su mente.- Debe intentar sobrevivir a este golpe, si lo consigue, vaya a la villa de los juncos serenos** en una semana. Si mi nueva misión tiene éxito, contactaré allí con usted. Por el Hijo del Cielo, por el Imperio Esmeralda, debemos prevalecer. Deséeme suerte, y espero verle con vida de nuevo una vez tenga éxito. Adios.

Dicho esto, se preparó para encontrar a Katsumoto y a Yoshiaki, se alejaría un poco del monje antes de gritar el nombre de sus compañeros, dispuesto a encontrarles y acabar con Ryo y el traidor de Akiyama... Un recuerdo vino a su mente.

"El bandido lo llamo monstruo... ¿Estuvo la verdad frente a mi desde el principio y fui tan ignorante como para no verla?".

Apretando los dientes, imperturbable, Nori encaja el tajo con el que rápidamente logras vertir su sangre al suelo. Sin embargo, no parece ser impedimenta suficiente para el enorme ronin, pues logra devolverte un buen corte que llega a perforar levemente tu armadura, antes de pasar a rodearte, interponiéndose aparentemente a propósito entre tú y tus compañeros.

¿Pudiera ser que esté tratando de aislarte?

- ¡Ha-hai! - Responde escuetamente el monje antes de levantarse, mirar con lástima a su compañero... y proceder a perderse entre la niebla.

Mientras se aleja, de pronto notas como alguien se choca con tu espalda. Al mirar de soslayo, te encuentras con la imponente figura de Nori. Parece estar concentrado en combatir a su adversario, pues jurarías que te está omitiendo por el momento.

A primera vista, percibes que el filo de su katana está impregnado de sangre... así que, probablemente... esté dando problemas al viejo Katsumoto.

Sanzo caminaba entre la niebla con la espada preparada para desviar la hoja de cualquier asaltante o inutlizar a los enemigos hostiles de darse el caso. Katsumoto y Yoshiaki tenían que seguir aún en la zona, de modo que se decidió a gritar, aún a sabiendas de que podría alertar a sus enemigos:

- ¡Rápido compañeros, soy Karasu, seguid mi voz! - Aún no se atrevería a desvelar los nombres de sus compañeros, por lo que prefirió delatar su apodo. Entonces se topó con Nori. Había llegado a respetar al ronin, y además él era un hombre de honor, por lo que sabiendo lo que sabía, matar a Nori por la espalda a sangre fría no sería un acto que se pudiese perdonar fácilmente. Entonces pensó en el Hijo de los Cielos, y su mente vió todos los diversos caminos: En el que acababa con el ronin por la espalda para salvar a Katsumoto; en el que alertaba al ronin, a costa de llevarse un ataque; en el que retaba a duelo al ronin, y le daba una muerte honorable. Decidió, quizás inspirado por el monje, tomar la senda menos sangrienta.

- Deteneos Nori-san, Katsumoto-san, hemos sido engañados y la vida del niño corre peligro. Tenemos la oportunidad de hacer algo más grande que nosotros y honrar a nuestros antepasados, ¿Qué me decís? Esto no tiene porque acabar mal entre nosotros, Nori. Si aún quieres sangre, cuando salvemos al niño tendrás una pelea justa contra mi.