Partida Rol por web

Sanzo maldijo en voz baja, visiblemente molesto. Quizás hubiesen seguido la ruta "pre-establecida" o quizás no, pero tenían que empezar a rastrearlos. Sin ganas de mucha charla, se apresuró:

- ¡Deprisa!, no podemos dejar que escapen con el niño... Bastente tiempo se ha perdido ya.

Katsumoto ignoro la mayor parte de la conversación. Los engaños y artimañas podían ir en ambos sentidos. No estaba preparado para saber quién decía la verdad y quién no. Incluso Sanzo podría ser un agente que nos estuviera manipulando, aunque se había arriesgado tanto como nosotros en la emboscada.

— Recuperemos al niño, y luego discerniremos las mentiras una a una, cuando esté a salvo.

Comienzo a correr en la dirección en la que estaba el shugenja y el monje antes de la emboscada, obviamente habían cogido al niño durante la confusión con la bruma y ahora solo podían huir en la dirección contraria a la comitiva.

Avanzó pero se detuvo al ver a Sanzo buscando sus rastros. Estaba claro que el ronin había demostrado ser útil en aquella habilidad con anterioridad. Debía fiarse de sus conclusiones pero se mantuvo alerta a cualquier sonido en el bosque.

Los pájaros han volado. Me pregunto quién habrá organizado todo esto, aunque realmente no importa mucho. Está claro que hemos sido manipulados y manejados todo el tiempo.

Ahora toca encontrar al nieto del emperador y liberarlo de aquellos que quieren coser daño, luego ya se verán las consecuencias de nuestras acciones. Un grulla no puede permitirse ser engañado así.

¿Consigues averiguar la dirección en que se han escapado, Senzo-sama? pregunto mientras miro el horizonte. Ni siquiera intento buscar yo el rastro, eso nunca lo he intentado y si alguna vez he probado nunca se me ha dado bien. Simplemente no es lo mío.

Tras tomarse unos segundos mirando su entorno, coincidiendo con la perspicacia de Katsumoto, Sanzo finalmente da con la probable dirección que hayan podido tomar el shugenja y el monje. Moviéndoos ligeros, todo lo que os permiten las armaduras y las heridas, finalmente salís de la arboleda.

A lo lejos, fuera del alcance de incluso del arquero más capaz, podéis ver a la pareja alejarse. Iniciando la persecución, liderada por uno de los guardias que rápidamente aventaja al grupo, pronto os dais cuenta de que vuestros esfuerzos son inútiles. Cada vez sus siluetas se hacen más pequeñas.

Con Ryo y Akiyama cada vez más lejos, os negáis a admitir que el nieto del Emperador se os ha escurrido entre los dedos y lo habéis perdido miserablemente. Aguantáis lo que podéis, pero cuando hasta la Dama Sol se oculta en el horizonte, probablemente avergonzada por lo ocurrido, os veis obligados a tirar la toalla. El primero en hacerlo es el guardia que iba en cabeza, a una distancia absurda de vosotros, seguido del otro guardia y posteriormente Nori. Salvo Yoshiaki y Nori, el resto os encontráis sin resuello, agotados y con los ánimos por los suelos.

¿De verdad acababais de entregar al nieto del Hijo del Sol a un enemigo del Imperio? Si esto fuera cierto, y aún pertenecierais a vuestro clan, muy probablemente vuestras tripas acabarían desparramadas por el suelo a causa de vuestro fracaso... y aguda estupidez.

- A... Kengo...-dono esto no... no le va a gustar... - Anuncia entre grandes bocanadas el guardia.

- No... - Niega pesadamente con la cabeza Nori, mirando al horizonte.  - No le va a gustar. - Con su voluminoso pecho subiendo y bajando al son de su respiración anuncia... - Volved al campamento... contad lo ocurrido. -  antes de echar a caminar en la misma dirección que la de vuestros antiguos compañeros. - No creo... que se detengan para descansar. Pero si... si en algún momento lo hacen... tal vez pueda darles alcance.

Sanzo desesperó. Pese a criarse en el bosque nunca había destacado por su gran velocidad corriendo, a fin de cuentas sus rivales siempre corrían hacia él, y ahí su velocidad con la espada cantaba el resultado. Había algo que pudiesen hacer. Reuniendo algo de aplomo, y viendo un arco, así como a Yoshiaki y Nori en mejores capacidades de perseguirles, tuvo una idea apresurada:

- Por el amor de una madre y todas las Fortunas, Yoshiaki-San, Nori-San, deben de coger arcos y correr para no perder el rastro mientras recupero la energía suficiente para continuar la carrera yo mismo. - Miró al cielo, en el que Dama Sol ya se ocultaba.- Incluso Dama Sol oculta su rostro en congoja, debemos prevalecer. Es la ira de los Cielos, y no la de Kengo-Dono la que teme mi alma si permito que escapen esos rufianes.

Me giro hacia Nori, mientras mi pecho se mueve agitadamente, y afirmo suavemente. Senzo-sama, Katsumoto-sama, no nos sigáis así. Nosotros evitaremos perder el rastro, y si se paran a descansar acortar terreno, pero vuestra misión será encontrar caballos.

Me da igual donde busquéis y como los consigáis, pero si no es con caballos no les atraparemos. Podéis volver al campamento que estaban montando, ir a la aldea de heimin o lo que sea.

Sabéis a dirección en la que vamos, si cambiamos de dirección os dejaré una marca. Luego me pongo junto a Nori. Estoy preparado, reemprendamos la marcha.

Sanzo hizo una rápida y profunda inclinación de cabeza a ambos hombres. Katsumoto y él conseguirían caballos fuese como fuese.

- Hai. - Se giró hacia Katsumoto.- Vayamos a por esos caballos, no escaparán por mucho.

El dolor por respirar era como fuego en su pecho. Ya no estaba joven para aquellas tretas, pero desde luego el Shugenja y el monje debían usar magia elemental para poder viajar de forma tan espectacular cargando a un joven en brazos. No había otra posibilidad.

Katsumoto maldijo en susurros y le hizo un gesto para que continuasen sin ellos.

— Seguid vosotros. No os detengáis pues no podemos perderlos.

Se giró hacia Sanzo, cuya audeza les había quitado el velo del engaño.— Vamos al poblado y capturemos caballos y antorchas.

Si se encontraba de nuevo con aquel shugenja embustero, iba a cortarle la lengua por su atrevimiento.

Decidís separaros cuando la noche comienza a cernirse sobre vosotros. Bajo la atenta mirada del Señor Luna, el mundo de vivos colores que os rodeaba se acaba convirtiendo en otro muy diferente, lúgubre, de tonalidades azuladas y grisáceas en el que vagáis durante largas horas como espectros con un único propósito en mente: dar con el niño, costase lo que costase.

El vagar os conduce a ti y a Nori a estar en medio de a saber dónde. El cuerpo, agotado, pide tregua, y os veis obligados a bajar el ritmo para recuperar el aliento. No hay rastro ni del monje, ni del shugenja, ni del nieto del Hijo del Sol. Prácticamente andáis, sobreviviendo, mientras recuperáis la respiración y hacéis por omitir la acuciante sed.

Por muy buen entrenamiento que se tenga, mantener el paso forzado por terreno agreste causa mella. Te sientes débil, las piernas no aguantarán así mucho más y la armadura se te empieza a hacer pesada. Probablemente Nori se encuentre en una situación similar a la tuya, aunque por suerte para él, su carga es más liviana.

Cuando parece que empezáis a recuperaros un poco, Nori se digna a hablar.

- Oye... - Su voz suena pesada, y alterada por su respiración. - Entre tú y yo... pensaba... largarme cuando estuviera solo... pero eres terco y resistente como una mula. - Tras coger ampliamente aire varias veces, continúa. - La verdad es que... el niño me importa poco, pero esos... monjes... como la mayoría de los monjes... están mal de la cabeza... solo hay que... escucharles y prestarles atención... y con el tiempo... te das cuenta de que solo sueltan... paparruchas. - Repitiendo el mismo proceso anterior, vuelve a hablar.

- Cuando hablé con tu compañero... Cuervo... pensaba que os habría enviado algún magistrado o... algo... - Comenta con cierta resignación. - yo que sé... alguien con fortuna suficiente para...  hacer lo que fuera necesario para mantenerlo a salvo. Gracias a ello pude... comprar la libertad de mi hermana pequeña. Sabía que en algún momento apareceríais y... aprovecharía el caos para seguiros... perderme, que me creyeran muerto y rehacer mi vida con ella. Pero al escucharle antes... comprendí que también había caído en sus memeces... y por lo que veo tú también. Tal y como están las cosas... lo siento, pero no veo otra solución. - Escuchas el característico sonido del acero desenvainando, y al girarte para observarlo contemplas su katana desenvainada.

- No es nada personal, pero si vuelves con o sin el niño, y no aparezco... - Tras negar lentamente con la cabeza, te señala con su filo. - No puedo permitirme confiar en ti. No es un riesgo que me pueda permitir. Desenvaina, kudasai.

Si bien la voluntad de aquel hombre no parecía propicia a enfrentarse contigo, el caprichoso destino ha acabado poniéndolo en un callejón... en el que solo hay una salida posible.

Falta el aliento. Las armaduras se antojan tan pesadas que las piernas os llegan a temblar. Son horas de forzar la marcha, y definitivamente no tenéis los cuerpos preparados para estos trotes. Cuando lográis retomar el camino y os aproximáis al cruce para dirigiros a Kaia Osho Mura, el poblado más cercano, os intercepta casi una decena de hombres; más concretamente, siete.

Alumbrados por un par de antorchas, escucháis con claridad a uno de ellos decir: - Esos son.

Acto seguido, os encontráis con un par de arqueros apuntándoos y otros cuatro hombres desenvainando sus katanas. Sin duda, ronin, probablemente los refuerzos del santuario. Podéis distinguir con claridad que la mayoría tendrán entre 20 y 25 años. Solo uno parece ser significativamente más joven. Por otra parte, el séptimo, el que os identifica, parece ser uno de los sacerdotes que acompañaba a los monjes.

Sin tener muy claro cuál de ellos, uno de los bushi os espeta. - ¡Malnacidos! ¡¿Cómo os habéis atrevido?!

El sacerdote, sujetando una de las antorchas y extendiendo la mano hacia el frente en vuestra dirección, alza la voz con cierto tono rimbombante mientras el rostro se le cubre del particular juego de luces y sombras fruto de la llama. - Ciegos, estúpidos, malvados o ignorantes. Quienes sean nos es indiferente. Han cometido una de las mayores afrentas que cualquier hombre pudiera cometer, pero a diferencia de otros que se desearían su muerte, Kengo-dono preferirá escuchar qué tienen que decir. - Gira sutilmente en dirección a sus hombres. - Haced lo que sea necesario para detenerlos, pero no los matéis.

El mismo de antes, tras lanzar un bufido de resignación, añade aunque por el tono de voz se muestra incapaz de reprimir su rabia. - Está bien. ¡Pues soltad las armas y entregaos!

Sanzo permanecío impasible mientras lo increpaban esos ronin y el monje. Por dentro, su cuerpo gritaba pidiendo reposo, pero no entregaría su espada sin más, no mientras ese niño estuviese desamparado en manos de traidores. Fijando su mirada en el monje, pero preparado para lo que tuviese que suceder, se dirigió a este con voz serena y apremiante:

- Nos enviaron a rescatar al niño de unos brujos y maleantes, mediante engaño y he de reconocer que estupidez, creimos la palabra de alguien que portaba los mismos hábitos que vos, señor monje. - El recuerdo del otro monje vino a su mente.- Un anciano monje me reveló la verdad en medio de la confusión, cuando detuve mi espada, convencido de que quizás había sido engañado. Él corroborará mi juramento de salvara ese niño. Mientras desperdicio saliva en protocolos, Nori y uno de mis compañeros corren como alma que llevan los diablos para atrapar a los traidores. Nos enviaron a por caballos para poder atraparlos con celeridad, y de no volver, lamentaremos la hora en que discutimos protocolos en lugar de hacer lo necesario por salvar al que lleva la sangre del Hijo de los Cielos. Yo sirvo al Imperio, monje, ¿A quién servís vos? Si la respuesta es al Hijo de los Cielos, mandad traernos caballos y decid a Kengo-Dono que yo, Sanzo no Karasu, iré en persona a dar explicaciones cuando el niño esté a salvo. Aquel que intente impedir mi misión de rescatar al niño, verá a sus ancestros antes del tercer paso. No es una amenaza, ni un deseo, es una promesa de samurai.

Escucha lo que dice Nori con curiosidad y algo de enfado. ¿Que no le interesa recuperar al nieto del Hijo del Cielo? Eso es una locura, algo que no podría creer. Y sin embargo es lo que acabo de decir.

Aún así no respondo nada, atento a sus palabras, hasta que habla de su hermana pequeña. Eso despierta mi atención y le escucho ahora atentamente. Hasta que desenfunda su katana.

Niego con la cabeza con un suspiro. Esto no tiene por qué acabar así digo, mientras el siseo del acero marca el momento de desenfundar yo también la katana, yo tengo una hija pequeña y sé lo que haría por poder volver con ella. No puedo juzgarte por querer empezar una vida con ella lejos de esta. Eres un hombre honorable, Nori-sama, hablemos de esto y dejemos el combate para cuando no tengamos un acuerdo. Pero da una oportunidad a las palabras.

Nori te escucha aparentemente tranquilo, recuperando su resuello, callado e inmóvil. Escasos segundos pasan una vez guardas silencio. Después de negar lentamente con la cabeza, alza su voz sosegada y firme. - No asumiré más riesgos.

Bajo la atenta mirada del Señor Luna, en medio de ni un anodino paisaje cubierto por las sombras, observas el resplandor del filo de su catana elevarse. Con un seco golpe de voz, anuncia su ataque recortando las distancias con un único paso. Los relieves más prominentes de tu oponente destacan por la gracia de la Dama Sol, y gracias a ello logras discernir el destello del metal, pero es demasiado rápido para hacer siquiera ademán de retirarte. Escuchas el impacto contra la armadura, y pasan unos instantes antes de llegar a comprender que su filo te había alcanzado y abierto una nueva herida bastante seria en el pecho, siendo el dolor tan intenso que la sientes arder.

Con mirada extraña, el sacerdote observa a Kasaru. El ambiente está tan tenso que casi se forman ebras entre los combatientes allí presentes, por lo que se forma un silencio largo y realmente incómodo. Finalmente, tras alzar una mano, el hombre vuelve a hablar con esa actitud pomposa que le caracteriza alzando la mano al frente con otro aspaviento.

- Puedo comprender que se hayan aprovechado de vosotros por vuestra ausencia de luz, parias. Si queríais proteger al joven del linaje de Hantei ya habéis dejado patente vuestro fracaso. Habéis tomado un camino que sois incapaces de recorrer. Apartaos, deponed las armas y dejad que Kengo-dono os de un nuevo propósito. Nori-sama será perfectamente capaz de dar con aquellos que os engañaron. - Tras una mínima pausa para que asimiléis el ofrecimiento, añade. - Deponed las armas inmediatamente, decidnos a dónde se dirigen, y en lugar de vosotros dos, cuatro de estos hombres marcharán al pueblo a por corceles y partirán raudos en búsqueda de nuestro protegido.

Girando sutilmente la cabeza hacia la izquierda, se dirige hacia sus hombres. - He sido suficientemente generoso, así que ya basta de palabras. Los culpables de esta atrocidad no deben pasar de este punto del camino. Si dudan o si se niegan, diezmadlos sin contemplaciones.

Con rotundo y sonoro - ¡Hai! - aquellos hombres muestran su predisposición a cumplir los designios de aquel hombre, el mismo que irónicamente los está atando en corto impidiendo que sieguen vuestras vidas a la ligera.

Sanzo contempló con mirada fría a sus siete adversarios, sintiendo el arrastrar a Katsumoto a esa situación, pero sabiendo que el viejo Gunso daría su vida al igual que él por salvar al niño:

- Mi espada no sirve a Kengo-Dono, sino al niño de linaje sagrado, por juramento ante los ojos del Tengoku. - Miró a los seis bushi.- Cuatro hombres que mandéis no valdrán ni por uno de nosotros. Mi misión de salvarle no fracasará hasta que haya muerto, e incluso muerto volveré del reino del Meigo no Musha Meido si es preciso, por mucho que os esforcéis en que fracasemos. - Se echó a reir, una risa cruel, como la de un lobo acorralado dispuesto a pelear.- Estos parias han demostrado que valen más que los arteros señores que se disputan la vida de un niño huérfano. Ahora, ayudadnos o intentad detenerme, retaré a duelo o despedazaré a todo el que entorpezca mi misión.

Maldita sea. Yo ya estaba herido, y desde luego Nori no es ningún blando. Pero soy... fui... un Grulla, no puedo echarme atrás. Mi cara refleja serenidad, mostrar dolor sería mostrarme débil y sin honor.

No estoy seguro de poder vencer en este combate, pero si debo morir lo haré con dignidad. Solo espero que los antepasados sean clementes con el engaño que hemos recibido.

Ejecuto un movimiento buscando repetir el corte en el pecho de mi enemigo, pero el intenso dolor agarrota mi brazo haciendo que todo vaya más lento de lo que debería. Mal asunto al enfrentarse a un guerrero tan experimentado.

Exponiéndose confiando en terminar con el siguiente golpe, Nori lanza un ataque certero contra tu pierna avanzada. Sientes el impacto, incluso jurarías que ha rasgado parte de la armadura... pero para tu sorpresa, y para la suya, sales completamente ileso. Le observas fruncir sutilmente el ceño.

Las Fortunas parecen brindarte una nueva oportunidad, quedando tu adversario en una posición para él realmente desfavorable.