Partida Rol por web

Vesania y Supremacía

Chapter I: Progeny of the Snake

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10/07/2012, 01:25
Gerald Ryker

Su dedo pulgar acarició el dorso de la mano de Janet antes de soltarla, suspirando. - Quizás podría hacer un comentario sobre él y la gente de su calaña, pero el señor Bey y yo podríamos ser considerados de la misma quinta, así que me lo ahorraré. - cuando uno de los sirvientes pasó con copas, preguntó con un gesto a la Ventrue que si quería y cogió una para cada uno en caso de que ella quisiera, ofreciéndole la copa. - Mithras lleva pisando este mundo desde mucho antes de que nosotros pudiéramos tener la posibilidad de existir y, aunque realmente es una decisión precipitada y no ha dado las razones suficientes como para justificarla, no me cabe duda que el Príncipe sabe lo que hace. Pero... ¿ha sido una decisión genuina o un reto? Querida, creo que a partir de esta noche vamos a ver muchos cambios, y alguien como usted, tan cercana a la política de la Camarilla y de la propia Noche, le vendrá bien tener los ojos bien abiertos y los reflejos rápidos para cualquier advenimiento que pueda acontecer. -

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10/07/2012, 01:34
Randolph Goodwin

Randolph le puso la mano en el hombro, comprensivo. Le divertía ver saltar a Eric, pero en ese momento sentía que luchar contra el deseo de seguir provocándole. De cualquier modo dudaba que incluso en frenesí fuera incapaz de nada más violento que un discurso indignado.

-No tiene que disculparse -le dijo en voz baja, conciliador-. Es comprensible. Pero opino que quejarse es lo peor que puede hacer ahora mismo. Deje que se encarguen otros y apóyeles en sus decisiones... o intente reunir a la Primogenitura antes de que Mithras invite a la hermana Judith a formar parte de ella.

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10/07/2012, 01:42
Janet Latimer

-Descuide -dijo aceptando la copa-, una acaba acostumbrándose a estar alerta. Qué remedio, en esta sociedad tan cambiante y, disculpe la expresión de mal gusto, tan viva. No se puede bajar la guardia. Pero siendo discreto y respetando las normas, uno no tiene porqué preocuparse de nada. He oído que es usted un hombre de recursos, y por supuesto, sé de primera mano que es, además, encantador. Le auguro una fantástica carrera en sociedad.

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10/07/2012, 01:42
Janet Latimer
Sólo para el director

Le gustaba Ryker. Era evidente que ni él ni su sire se adherían a la Camarilla, y aún así Mithras les permitía campar a sus anchas por la noche londinense. Le convenía tenerlo vigilado. Una nunca sabía de donde podía aparecer un muchacho fuerte y prometedor...

¿Pero qué era, imbécil? Cogió la copa y con una cálida sonrisa para complacerlo, pero por supuesto no bebió. A saber de dónde había salido aquella sangre. ¿Es que no sabía el Chiquillo lo que era un Ventrue?

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10/07/2012, 01:20
Hermana Judith

Judith permaneció en silencio, observando la partida de Mithras y luego la de Sameer. Un criado se acercó y le ofreció una bandeja llena de copas de cristal llenas de sangre, pero le rechazó con un gesto, casi sin mirarle. Hasta que el Assamita no hubo abandonado el recinto no apartó la mirada de él.

¿Por qué ahora, Sameer?

Cabeceó. Daba igual; aunque el oriental era un adversario peligroso y que no debía ser subestimado, era ella quien le había estado buscando. Si ahora se dignaba a hacer acto de presencia, eso significaba una oportunidad para Judith de resolver de una vez y por siempre su cuenta pendiente. Sin embargo, aún debía esperar para ello: el Príncipe de Londres les había citado en una hora, y conociéndole sabía que no se presentaría ni un minuto antes. Probablemente les haría esperar, eso era más su estilo. Quien quiere algo de Mithras, más le vale que esté dispuesto a jugar según SUS reglas.

Así pues, no había prisa aún, y había cosas que hacer. Para empezar, una tarea cuya sola idea la hacía sentir sucia, pero que el camino de la humildad, el que ella había elegido para sí, le obligaba a realizar.

El Señor perdona a sus enemigos. Uno debe errar para hallar la mayor sabiduría.

Tras autoconvencerse un poco, se encaminó hacia donde se hallaba Gerald Ryker.

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10/07/2012, 03:03
Hermana Judith

-Señor Ryker -dijo al llegar junto a él, para atraer su atención-. Buenas noches.

Con actitud humilde, cerró los ojos e inclinó la cabeza.

-Le pido disculpas por el anuncio de Su Excelencia el Príncipe Mithras. Nunca quise que esa noticia fuese dada durante su presentación. Esta es su noche, caballero, y no debía ser interrumpida por un asunto mío. De veras lo lamento.

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10/07/2012, 11:27
Horace Holden

Horace dio un breve aplauso, complacido.

- Sea entonces. Señoras, déjenme hablar con el señor Lenoir para ustedes. Estoy seguro de que no pondrá objeción alguna, pero es nuestro deber consultarle.

Y se alejó para hablar con el Guardián del Elíseo.

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10/07/2012, 11:57
Eric Baring-Gould

Eric asintió.

- Sí... Supongo que reunir a la Primogenitura es un paso adecuado. Me pondré con ello mañana.

Ambos Toreador salieron a los jardines. Eran campos llanos de hierba y árboles frutales. Nada tenían que ver con el rococó versallesco. El rocío caía sobre ellos, gentilmente. Y toda aquella humedad, de las primeras noches de verano, que podía mascarse, por su densidad. El abogado, por fin sereno, comenzó a andar a ningún lugar en concreto.

- Muchas gracias, Randolph. Es usted un buen amigo. Ciertamente es uno de mis grandes apoyos aquí. Quiero agradecérselo.

A lo lejos, dentro del edificio, sonó una ovación de aplausos.

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10/07/2012, 12:05
Stephen Lenoir

Horace Holden se acercó al Guardián del Elíseo, Stephen Lenoir, y tuvo una pequeña charla con él. Al terminar, el propio Stephen pidió un momento de atención. Cuando hubo silencio, habló.

- Hijos de Caín. Me complace presentar a la primera actuación de la velada. La señora Lorna Dingwall y la señora Purity Drummond en un concierto para violín y piano.

Comenzó a aplaudir, y el resto de Vástagos con él.

Notas de juego

Sacad a Randolph de los destinatarios generales, a partir de ahora. No se encuentra ya en la sala con el resto de jugadores.

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10/07/2012, 12:24
Gerald Ryker

- Muchas gracias por sus halagos, señorita Latimer, no me cabe duda de que usted también estará al día. - entonces vió como la Hermana Judith se acercaba a él. - Querida, creo que van a reclamar mi atención de nuevo... hablaremos en otro momento, ¿de acuerdo? Disfrute de la actuación. -

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10/07/2012, 12:31
Gerald Ryker

El Setita se encontraba hablando con Janet Latimer cuando observó de reojo a la beata acercarse a su posición.  Con un par de frases despachó amablemente a la Ventrue y se giró al tiempo que la hermana hacía aquel gesto y le pedía disculpas. ¿Disculpas? Gerald negó con la cabeza añadiéndole un gesto con la mano para después darle un trago a la copa de sangre. Lenoir había presentado la actuación de la Toreador y la Malkavian así que se colocó para verlas actuar mientras seguía hablando con Judith.

- Olvídelo, Hermana Judith. Esta es una noche igual de buena que cualquiera para anunciar su nuevo dominio, por el cual la felicito, por cierto. Lo único que se puede lamentar es la maleducada interrupción del miembro del Clan de la Espada. - comentó aunque no parecía ni ofendido ni molesto en absoluto al recordarlo.

- Así que no se preocupe y disfrute un poco de la velada antes de su audiencia. No quiero inmiscuirme más en sus asuntos de lo que ya lo he hecho plantándole cara al tal Sameer, así que simplemente le desearé suerte en ello. Si no tiene nada que ocultar puede estar tranquila, el Príncipe obrará correctamente. -

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11/07/2012, 12:12
Elizabeth Blackmore

A la par que Lorna Dingwall, la hija de los Espejos se encaminó hacia un espléndido piano de cola negro, elegante y lustroso como si nadie hubiese mancillado su superficie anteriormente. Arropada por los aplausos corteses y confiada de un modo que sólo podría demostrar quien se sabe victorioso, tomó asiento cuidando las formas tras susurrarle unas palabras confidentes a la Toreador. Parecía dichosa de poder ocupar aquel lugar.

-Señor Gerald Ryker –pronunció con voz clara y limpia, buscando los ojos vidriosos de la serpiente-, esperamos que la siguiente pieza sea de su agrado en este día tan importante para usted.

Bebió del tiempo de espera mientras se colocaba frente a su instrumento y su compañera hacía lo propio, familiarizándose con el ambiente. Se deshizo de los guantes revelando un limpio vendaje que cubría su muñeca izquierda, y los dejó correctamente plegados a un lado. Alisó el vestido, buscó la página adecuada en las partituras –aunque no la necesitase-, y esperó una seña en el rostro de la escocesa para comenzar.

Tras pasar los dedos sobre el teclado tanteando la firmeza de este, comenzó a tocar una alegre melodía que enseguida se hizo dueña del lugar y de aquellos que la escuchaban. Sus manos se movían con suavidad y precisión, alzando notas tan hermosas que no habría ser en el mundo que pudiese desdeñar su virtud para el piano. Parecían amantes; tanto disfrutaba ella allí sentada como él brindándole al público su música. ¿No habría sido más apropiado que aquella Malkavian fuese del Clan de la Rosa? Por la pasión que denotaban sus movimientos y el brillo en sus ojos cualquiera podría asegurar que sí y preguntarse dónde había estado escondida aquella joya todo aquel tiempo.

- Tiradas (1)

Notas de juego

6 éxitos, señores. Y creo que Lorna ha debido de abandonarme a mitad de actuación xD

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11/07/2012, 17:24
Lorna Dingwall

Lorna acompañó a Purity, llevando consigo un pequeño estuche. Lo dejó en el suelo y sacó de su interior un precioso violín Stradivarius. Esperó a que la Malkavian comenzara a tocar. Contra todo pronóstico, su profesionalidad se impuso a su debilidad de Clan, y justo en el momento exacto, comenzó a tocar. Sin embargo, su interpretación fue muy pobre. Simplemente, no destacó. La maestría de Purity la hundió. La dejó a la altura de una música más allá de lo mediocre.

- Tiradas (2)
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11/07/2012, 17:34
Eric Baring-Gould

Tras la gran ovación, comenzó a sonar un piano. La melodía que sonaba parecía celestial. Ambos Toreador no pudieron aguantar aquella belleza, y como autómatas, giraron sobre sus pasos, y casi corriendo, volvieron al edificio para descubrir el origen de tal maestría.

- Tiradas (2)

Notas de juego

Pifiaste la tirada de Autocontrol, so... Trance Toreador. Ya sabes, interpreta en consecuencia. Cuando vuelvas al interior, post a todos. Es Purity tocando el piano. Bueno, y Lorna al violín, pero el Trance es provocado por el piano de Purity.

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11/07/2012, 17:41
Horace Holden

Era inevitable. Cada vez que Horace Holden escuchaba interpretar a Purity, entraba en éxtasis. Estaba en otro mundo. Por mero autorreflejo de cuando era humano, una lágrima de sangre rodó por su cara. No existía nada más en el mundo para él que el piano y la Malkavian. En su mente se dibujaban mil escenas oníricas, de flores de colores nunca imaginados, y amaneceres que jamás podría ver, y el reflejo de la luna sobre el mar, y niños corriendo por la arena de una playa. En su pecho, con cada nota, creía que latía su corazón de nuevo, como cuando era humano. La música le trajo recuerdos, como el olor del pan recién hecho, o anochecer acompañado en una cama ajena.

Recuerdos que jamás volvería a vivir.

- Tiradas (1)
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11/07/2012, 23:55
Randolph Goodwin

Randolph estaba buscando una respuesta humilde, quizá algo que pudiera acompañarse de un cumplido, cuando las música de piano empezaron a salir del edificio. Dejó de prestarle atención a Eric y a los jardines. Su Bestia olfateó las notas hasta absorberlas y Randolph, gracias a sus sentidos agudizados, estuvo seguro de escuchar los dedos del intérprete sobre las teclas, acariciándolas y pulsándolas, y pasando las páginas. No, la intérprete. Aquella música la estaban tocando manos de mujer, bonitas y delicadas. Frágiles. Tenía que ver esas manos.

No fue consciente del trayecto; eran las notas las que le guiaban. No sabía si andaba, corría, o la sangre le transportaba a velocidad sobrehumana, en su necesidad de contemplar la interpretación. Sólo sabía que tenía que llegar.

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12/07/2012, 00:02
Director

Mientras Horace Holden caía en su trance, Eric Baring-Gould y Randolph Goodwin volvieron a la sala, hipnotizados por la música. Al piano, Purity Drummond, pobremente acompañada por Lorna Dingwall al violín. Jemaine Wilburn Royce miraba a su Chiquilla, en silencio, con semblante etrusco. Gerald Ryker parecía intercambiar algunas palabras con la Hermana Judith, apartados del gentío, que veía en silencio la actuación, entre ellos Lydia Applewhite, junto a Paul Bedwell y Reginald Moore; y más allá, Peter Northman, al lado de Charlotte Tenuvre.

Excepto por unos cuantos susurros, la sala entera se sumía en la belleza de la música.

Notas de juego

Añadid de nuevo a Randolph a los destinatarios.

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12/07/2012, 00:10
Eric Baring-Gould

Eric corrió por el pasillo del Crystal Palace con el alma desbocada. La música le convirtió en el humano que había sido, de nuevo.

Constance. Eric Baring-Gould fue un hombre enamorado una vez. 

Se llamaba Constance Portley, y era la hija de Edward y Margaret Portley, una familia de comerciantes, de Gales. Se habían mudado a Londres cuando Constance era sólo un bebé. Eran vecinos de los Baring-Gould. Eric la había visto practicando en su piano, a través de los grandes ventanales de su casa, desde el jardín. Creció con su presencia, desde la lejanía. Hasta que se la presentaron a los diez años.

Se habían conocido en la fiesta de cumpleaños de Robert Lewis. Ella era una muchacha lindísima, con un vestido rojo, y unos tirabuzones rubios que acariciaban sus hombros a cada paso. Cuando se la presentaron, ella sonrió con timidez, y se miró la punta de sus zapatos, unos zapatos rojos de charol que relucían a la luz del sol de la tarde. Eric supo que la amaba desde entonces.

Fueron creciendo, y las visitas de Eric a la casa de los Portley eran frecuentes. Constance siempre esperaba acariciando las teclas de su piano, besándolas para que sonaran. Eric se quedaba mirándola fascinado, desde la puerta del salón, impotente. No tenía el valor para interrumpirla. La comunión de Constance con su piano era absoluta. Cuando ella tocaba, ella misma se convertía en música.

Afortunadamente, tanto la familia de Eric como la de Constance, no tuvieron ningún tipo de reparos, y aceptaron el matrimonio de buen grado. Con 15 años, ya estaban prometidos. Decidieron que se casarían a los 20, cuando Eric acabara su carrera como abogado, y pudiera mantener a Constance. Los dos no podían ser más felices. Paseaban por el parque, tomados de la mano. Buscaban un beso furtivo detrás de cada seto. Era amor palpable, verdadero. Todas las flores les sonreían. Los pájaros daban su bendición. El mundo nunca había sido tan bello ahora que estaban juntos. Constance y Eric. Eric y Constance. Por toda la eternidad. Pero la felicidad se truncó por una jugada fatal de los hados.

En el decimoséptimo cumpleaños de Constance, Eric la llevó a la playa, a Lyme Regis. Ella iba vestida con un vestido blanco, que le caía grácilmente por el cuerpo. Él, con un bañador azul marino. Disfrutaron de un picnic de quesos, y vino, y manzanas. Reían como nadie ha reído nunca. El mar embravecido chocaba contra la orilla. Pero Constance insistió en darse un baño.

Entraron juntos de la mano. El tacto de la arena en los pies. La espuma que se arremolinaba entorno a sus dedos. Constace se sumergía, y sus tirabuzones rubios perdieron su forma, y el pelo se le pegaba a la cara, como una sirena. Los ojos verdes contra los ojos miel de Eric. Entrelazó los brazos detrás de su cuello y le besó. Te quiero, le dijo. Y luego una ola se los arrolló.

Eric fue arrastrado hasta la orilla. Abrió los ojos, entre gemidos, escupiendo agua, y buscó a Constance en la costa. No estaba. Se levantó, oteando el horizonte. Y vio un destello rubio entre las olas. Constance se ahogaba. No podía dar pie. No sabía nadar. Eric se lanzó al agua, y luchó contra el mar. El corazón palpitaba, a punto de romperse. Constance se perdía entre las aguas. Con cada brazada que daba, las olas, insensibles, lo empujaban a la orilla. Los gritos de su amada resonaban a lo lejos, repitiendo su nombre, como una letanía, una plegaria que clamaba a los cielos. La salvaguarda, el hilo que la mantenía con vida. La furia de Eric no cesaba, y forcejeaba con el brávido mar, intentando llegar hasta ella. Hasta que dejó de oír su voz. Entonces fue cuando por fin, su corazón se rompió.

Se dejó arrastrar hasta la orilla. Las lágrimas empapaban sus mejillas, y sus labios salados no dejaban de repetir su nombre. Constance. Constance. Días más tarde, las olas devolvieron su cuerpo a tierra, pero jamás la vida que le habían arrebatado. Durante 15 años, Eric fue un espectro. Terminó sus estudios, pero no volvió a ser el mismo. No hasta que a sus 32 años, le regalaron la Eternidad. Consiguió darle sentido a su existencia. Pero el recuerdo de Constance Portley estaba grabado a fuego en su corazón, roto y muerto.

Y ahora, después de casi un siglo, volvía a escuchar el piano de Constance.

Corrió y corrió, hasta que llegó a la sala, y allí la vio. Sentada al piano, con los tirabuzones rubios acariciándoles los hombros, y su vestido rojo. Era Constance, su Constance.

Había vuelto a la vida.

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12/07/2012, 01:24
Elizabeth Blackmore

Cuando la melodía terminó de brotar de sus dedos como el agua de un manantial puro, su hermoso sonido quedó flotando en el aire y en los oídos de los presentes. La Malkavian, con los ojos cerrados por la emoción, retiró las manos suavemente del teclado y las posó sobre su regazo. Respiró sintiendo el aire fresco de la noche, probando su sabor como la primera vez de su no-vida. Sonrió de forma genuina. Era feliz. Era libre. 

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12/07/2012, 01:39
Randolph Goodwin

Randolph no se unió a los aplausos, pero las palmadas destrozaron la melodía que aún resonaba en el aire y rompieron el hechizo de la música. El Toreador, que había llegado a la primera fila, se acercó tambaleándose a la mujer y la cogió de las manos como si nunca hubiese oído hablar de la etiqueta. Se las acercó a los labios como si las fuera a besar, pero en vez de eso inspiró con fuerza por la nariz, como tratando de absorber el olor de las notas. Había algo de encantador, casi tierno, en su manera de proceder, que no invitaba a la desconfianza. Salvo quizá a la de una mente rota. Sin embargo, sus dedos sujetaban firmemente los de Purity sin apretarlos, de manera que sólo con una gran demostración de fuerza hubiera sido posible soltarse.

-Estas manos -declaró, demostrando también en la voz los efectos de la maldición de la belleza- son el mayor tesoro de Inglaterra. Si me permite que se lo diga -añadió, a última hora.