Partida Rol por web

Vesania y Supremacía

Chapter VIII: Tattletale

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25/05/2013, 20:30
Elizabeth Blackmore

La malkavian se tomó unos segundos de más para meditar la respuesta huyendo de su mirada. No parecía muy capaz de manejar aquella situación por sí sola, nunca había sido esa clase de mujer con carácter de acero y convicciones tenaces. Pero, al mismo tiempo, no parecía ir a permitir que alguien ajeno a su hogar se inmiscuyese en sus asuntos, por muy buenas intenciones que tuviese. Si la cólera de Jemaine se desataba de nuevo, no deseaba que nadie fuese testigo de ella. Ese no era el hombre del que se había enamorado, y no deseaba que nadie lo conociese de esa manera.

-Gracias -musitó, concediéndole su buena voluntad en un tono más amable pero igual de inestable y agrio-. Creo que podré encargarme de ello. No quisiera que esto le afectara a usted después de haberme advertido, así que se no le importa...

La frase se quedó a medias flotando en el aire. La cainita se atrevió a cruzarse con sus ojos sibilinos y seguidamente estiró el brazo hacia la salida, invitándole a abandonar su morada.

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29/05/2013, 18:08
Gerald Ryker

Habiendo vuelto a aquella casi sempiterna calma que le caracterizaba se levantó, estirando la tela de los pantalones que se habia arrugado ligeramente al sentarse. Se acercó a "Dramatic Romances and Lyrics" y lo cogió entre sus manos, sacando la hoja que él mismo había escrito y retirándola para perderla en el interior del bolsillo de su camisa, para luego volver a dejar el libro donde estaba.

Con una última mirada tan hueca de sentido como hueca era la vitalidad en ellos Gerald se dirigió a la salida, cogiendo su abrigo y su sombrero y saliendo por la puerta sin articular ni una última palabra de despedida.

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31/05/2013, 19:51
Elizabeth Blackmore

La chiquilla hizo ademán de acompañarle hasta la puerta, pero consideró que su visita no había sido merecedora de tal honor. En su lugar se dejó caer pesadamente sobre el sofá orejero de Jemaine con un ligero temblor recorriendo su cuerpo hasta cada extremo. Descubrir con sorpresa que todavía podía sentir auténtico terror, y ese hecho encogió todavía más su débil espíritu haciendo que se hundiese en el cojín, abrazándose. Aquella habitación le pareció al instante enorme y aterradora, como si todo allí poseyese la capacidad de observarla, de adentrarse en su mente y leer sus pensamientos con la facilidad de quien abre un libro. Pero al mismo tiempo resultaba diminuta y asfixiante, incapaz de contener la vorágine de pensamientos y preocupaciones. Todos los ruidos se asemejaban a pasos acercándose, y el viento que chillaba al doblar la esquina parecía susurros perversos y acusadores que la señalaban como cóplice de aquella conspiración, incluso como instigadora. Y allí, junto a la ventana, sus ojos encontraron a la esbelta y hermos rosa, erguida y orgullosa como un Toreador luciéndose ante el mundo, y le pareció más roja, más hermosa y más perfecta de lo que nunca había sido, tratando de recordarle la venganza que ahora Horace se iba a cobrar.

En un arrebato apasionado se levantó deshaciéndose de todas aquellos pájaros que revoloteaban a su alrededor y golpeó con la mano abierta el jarrón, precipitándolo contra la moqueta. El agua salpicó sus vestido y la cerámica se rompió menos de lo que le había gustado. Enojada, pisoteó lo trozos más grandes con fuerza, y también la rosa, desmenuzándola con el tacón contra la moqueta. Cuando ya su presencia dejó de suponer una amenaza, cogió los restos de la flor y se dirigió con una expresión nueva y desconocida hacia el despacho de Jemaine.