Partida Rol por web

Horace sonrió a Purity.

- Señora Drummond, lamento este entuerto. - Se giró a Jemaine. - Querido amigo, acabe con sus diligencias aquí como crea conveniente. Yo me encargaré de llevar a la Sra. Drummond a su casa, con Simmon. No se preocupe.

Jemaine, tras unos segundos, asintió, mesándose el bigote nerviosamente.

- Bien. - Sonrió a Purity, ofreciéndole el brazo. - ¿Vamos?

Purity le dirigió una mirada mezquina al Toreador y ninguna a su Sire. Con un gesto altanero cargado de soberbia, alzó el mentón y echó a caminar fuera del Elíseo sin responder al ofrecimiento de Holden, claramente molesta. Sólo cuando estuvo junto a la puerta del palacio de cristal volvió la vista atrás un instante, buscando con la mirada a Randolph Goodwin.

Peter se mantuvo en silencio. Escuchó cada palabra que se pronunció en la sala y pensó en todo lo que conllevaba el ascenso de la Caitiff. Siguió pensativo mientras las mujeres tocaban. Todo el mundo parecía embelesado por la hermosa melodía, pero Peter era completamente impermeable a su belleza. El hijo del Cetro tenía una mente fría que calculaba las variables que acababan de desplegarse. El chirrido de los violines no era más que una distracción absurda. Y sin embargo, ¡cómo aplaudió cuando terminaron!

Lo que sí lamentó fue que Charlotte se fuese de su lado. Con una sonrisa gris se despidió de ella:

-Las tendrá, señorita Tenuvre. Señorita Dingwall, será mejor que satisfaga debidamente los deseos de Charlotte esta noche. Le debe eso, al menos, por haberla arrancado de mi presencia.

Gerald negó la cabeza ante el espectáculo que estaba dando Goodwin y el resto, así que se giró. La hermana Judith parecía ocupada con alguna otra cosa así que el Setita se acercó a comentar algo con su Sire.

- Señor Bey... - dijo al llegar a la altura de Halim, esbozando una sonrisa divertida. Le hacía mucha gracia tener que mantener aquel trato y etiqueta con alguien como él, pero el resto observaba y Violet oía. Suficiente razón como para continuar con aquella pantomima. - Le agradezco la presentación, ha estado usted impecable. Difícilmente podría haber sido mejor de otra manera. ¿Está disfrutando de la velada? Como puede ver, todo está saliendo... a pedir de boca. -

Porque todo aquello no era más que una simple manera de afilar la lengua de ambos.

Halim sonrió lobunamente.

- Oh, por supuesto. La presentación de mi Chiquillo, el edicto de Dominio a una Caitiff, el groso del Clan de la Rosa en trance por el piano de una Malkavian, una Toreador airada porque no tiene suficiente talento, y un Sire molesto por la actitud de su Chiquilla. ¿Qué más se puede pedir, mi querido Gerald? Ha sido una entera demostración de la grandeza de la Camarilla. Esa lección no la olvide nunca.

Horace Holden salió acompañado de Purity Drummond del Elíseo. Extrañamente, su Sire se quedó dentro.

- Demostraciones que se han visto honradas por el Príncipe, sin lugar a dudas. Cuando la velada se de por terminada me gustaría que nos viéramos para poder hablar con usted para que evalúe cómo me he comportado en ésta reunión, así como pulir esos pequeños detalles de etiqueta que podrían haberme dejado puesto en evidencia esta noche... - comentó el setita como quien no quiere la cosa, buscando a los Tremere con la mirada.

Halim asintió, y fingió un suspiro.

- Lo cierto es que estoy un poco cansado... Estas reuniones sociales son agotadoras. Pero, oh, claro... Sería de muy mala educación marcharnos antes de que el señor Lenoir de por acabada la velada... ¿Qué podríamos hacer para remediarlo, querido Gerald?

Y sonrió maléficamente. Ese brillo en los ojos negros. Le estaba probando.

Después de dar un enfrentamiento con Jemaine Wilburn Royce que no pareció afectar negativamente a su humor, Randolph dio un par de vueltas por el Elíseo, buscando alguien con quien hablar o esperando algo, y finalmente se marchó.

Gerald le devolvió la sonrisa y giró sobre si mismo para dirigirse directamente al Guardían del Elíseo. Carraspeó para llamar su atención cuando estuvo a su altura, asegurándose de que no les escuchaba nadie más y en caso de que estuviera acompañado, pedirle hablar con él aparte. Se cruzó de brazos, entrecerrando los ojos con aquella sonrisa.

- Señor Lenoir... no sé si ha estado escuchando tódo lo que los cainitas hablan desde el edicto de Mithras, pero... los nervios están a flor de piel, Eric Baring-Gould se ha ido ofendido, ha habido un pequeño altercado entre Willburn Royce, su chiquilla y Goodwin y Bainbridge parece que explotará de un momento a otro... ¿Realmente quiere continuar con esto? Si sabe hacer su trabajo, y lo sabe hacer muy bien, compartirá mi opinión de que es mejor cerrar la velada de esta noche, que todo el mundo se vaya a su casa y los ánimos tan tensos de esta noche se aplaquen con el tiempo. - dijo, sin apartar la mirada de sus ojos. - Por el bien de todos nosotros, creo que sería lo mejor. -

Stephen, tras pensarlo por unos segundos, asintió.

- Tiene usted razón, señor Ryker. Discúlpeme por no haber sido tan considerado. Ciertamente no había pensado en ello. Le ruego que me disculpe, de veras... Ahora mismo daré por finalizada la velada. Si me disculpa...

Stephen Lenoir, tras intercambiar unas palabras con Gerald Ryker, se dirigió a los dos tocadiscos y los apagó, uno a uno. Luego elevó la voz.

- Hijos de Caín, disculpen la interrupción. Ha sido una velada llena de... inconvenientes. Creo que todos nos merecemos volver a nuestros refugios para descansar, o aprovechar la noche para nuestros asuntos. Así pues, doy por finaliza esta velada. Tanto el señor Ryker como yo queremos agradecerles su buena disposición y que nos hayan honrado con su presencia. Muy buenas noches.

Tan pronto como acabó, los Cainitas aplaudieron, y paulatinamente procedieron a abandonar el Elíseo, en pequeños grupos o en solitarios.