Horace enarcó una ceja ante tan súbita pregunta.
- No tengo el placer, no... ¿A qué se debe ese interés por una lengua tan bárbara, señora Drummond? Si no es indiscreción, claro...
-¿Bárbara? Oh, no. Me parece una lengua muy interesante, exótica. -repuso con una sonrisa entusiasta-. Últimamente me he sentido tentada de aprender otro idioma, ya que ya hablo francés perfectamente, y había pensado que podría ser una buena opción. Me gusta viajar, ¿sabe? Aunque no he tenido la oportunidad todavía.
El Toreador sonrió, condescendiente.
- Pues me temo que ante este nuevo rumbo que ha tomado su existencia, querida Purity, la posibilidad de viajar se encuentra absolutamente fuera de la mesa. Pero no se desanime. Siempre hay opciones, aunque no resulten baratas. Sin embargo, no me gustaría ver cómo alguien de su grandeza se mezcla entre esos Cainitas vulgares y olorosos de los países arábigos. Sería muy desafortunado... Aunque sólo sea para aprender su lengua.
-Bueno, tal vez alguien de mejor calaña y educación pueda saciar mi curiosidad lingüística -apuntó sin perder la perspectiva.
- Siendo así, entonces quizás deberíais hablar con el señor Ryker. Para todo el Clan de la Serpiente es casi imprescindible saber árabe. - dijo, sonriente.
La joven guardó silencio un instante. Después se sonrió sin apartar la vista del exterior, con la mandíbula reposada sobre el puño cerrado y expresión relajada.
-Claro, el señor Ryker -respondió finalmente, como si fuera tonto no haber caído en ello antes. Lentamente, la fascinación de Horace quedaba relegada a un humilde tercer o cuarto plano en sus pensamientos, siendo sustituida por cosas mucho más fascinantes para su mente despierta. La hermana Judith, el hombre Rojo, Goodwin, el piano, Mithras... En un gesto inconsciente cerró los dedos de su diestra en torno a la muñeca herida-. Ha sido una velada agradable -declaró, sonriente.