El chico dio un respingo en su lado del banco al ver el efecto que había producido la voluntad de aquellas dos pobre almas de querer ayudarles. Ayudarles y, por descontado, ayudarse a sí mismos porque si alguien allí necesitaba realmente el descanso eran precisamente el león cobarde y "la" espantapájaros.
—¡Santo cielo! —exclamó verdaderamente alarmado.
Rápidamente se puso en pie para intentar espantar aquella asquerosa plaga. Conminó con las manos a que sus dos entrevistados cesaran en su empeño y esperó a que los insectos finalmente se dispersaran mientras braceaba con energía verdaderamente asqueado por una maldición tan cruel.
—Bien... calmémonos todos, por favor. Veamos... el hombre de hojalata os tiene de algún modo atrapados bajo el influjo de una poderosa maldición. Me pregunto si podremos hacer algo al respecto... —dijo mirando de soslayo al jefe indio. Este ya había demostrado saber comunicarse con los espíritus y estos bien podían interceder para deshacer algo así. Al menos era un hilo del que tirar.
—Por otro lado... si bien no podéis hablar de su paradero y supongo que sucederá igual si intentáis revelar su verdadera identidad, me pregunto si podréis escribirlo o indicarlo de algún modo. No sé... ¿mímica? ¿Alguna canción incluso? Hay un viejo refrán que dice que cada esquina de esta ciudad tiene una melodía.
Chénier realmente estaba probando todas las cosas que se le pasaban por la cabeza y miraba tanto a sus compañeros como a Susan y Wilbur en pos de un gesto de confirmación de que no estaba divagando después de todo.
Hacedme una tirada de Ocultista para ver qué sabéis de este tipo de maldiciones.
Killian se sobresaltó y dio un paso hacia atrás, y a punto estuvo de sacar el arma, aunque en una milésima de segundo se dio cuenta que era inútil. ¿Qué pretendía? ¿Matar a cada mosca de un disparo? Casi que por dentro se rió, si no fuese que la imagen misma había sido grotesca y con sólo imaginar que le sucediera le sucitaba arcadas.
Alguna vez había oído de ese tipo de maldición... ¿dónde lo había hecho?
Motivo: Ocultismo
Tirada: 1d20
Resultado: 18 [18]
¡Mirá vos qué bien Killian! jajja
Cuando aquellos dos confesaron su crimen, Muhly se preocupó de que el bueno de Arthur no hubiera escuchado nada y no pudo evitar dirigirle una mirada. Pero aquel gigante parecía estar pensado en caramelos o magdalenas, o tal vez en magdalenas con caramelos porque no escuchó la confesión del crimen, de lo contrario, estaba seguro el viejo jefe indio, le abría machacado la cabeza a Wilbur hasta hacerla papilla sobre el asfalto.
Meditó bastante al respecto de lo que habían confesado, pensando con detenimiento en los detalles. Muhly no era católico pero sabía que el papá al que se referían había tenido su mandato mucho tiempo atrás, por lo que la pequeña Dora debía llevar más de cuarenta años muerta. Pensó en sus visitas al orfanato durante los meses posteriores al Katrina y trató de recordar lo que por aquel entonces le habían parecido supersticiones. Tal vez alguna hablara de la pequeña asesinada.
Aún así, aquel compromiso de redención por parte de la plañidera y el cambiaformas le parecía muy apropiado para sus propósitos. Pero cuando trataron de hablar para indicar la ubicación del hombre de hojalata se desató la maldición que ambos portaban y un centenar de moscas surgieron de sus bocas. Muhly ya había visto algo así antes, mucho tiempo atrás, cuando tras el Katrina ayudaba a las familias a recuperar a sus hijos desaparecidos. Uno de ellos, Tyrone, había sido detenido por un policía momentos antes del huracán por llevar fundido un faro de un coche que conducía y no era suyo, sino de su jefa, se suponía que iban a ir a comisaria a aclararlo y con el follón terminó perdido en la telaraña institucional. Cuando todo se inundó y llevaron a los presos a uno de los puentes, intercambió su pulsera identificativa con otro preso y fue trasladado a Angola —la penitenciaría estatal de máxima seguridad—, allí fue asesinado por otro preso y se perdió su rastro. Cuando la policía y los agentes de prisiones se dieron cuenta de su error ocultaron todo y cerraron la boca. Más tarde, Muhly encontró al preso que había intercambiado las pulseras con Tyrone pero, cuando logró convencerle de contar la verdad, un millar de abejas brotaron de su boca como de una colmena enfurecida. Los agentes lo habían maldecido y Muhly tardó semanas en encontrar la solución.
Motivo: ocultismo
Tirada: 1d20
Resultado: 20(+2)=22 [20]
Wow, criticazo!
Motivo: Ocultismo
Tirada: 1d20
Resultado: 3(+4)=7 [3]
Hay muchos tipos de maldiciones. Algunas más simples que otras, como desearle a alguien que se le raye un coche o que le siente mal un beignet. Existe, de hecho, toda una rama de la magia encargada de trucar la suerte. Algunos malintencionados logran especializarse en este poder a la hora de hacer trampas en juegos de azar. Por supuesto, Killian ya había tenido que lidiar con gente de esa ralea en el pasado. Bien porque el dueño de alguna casa de apuestas se había quejado de la inusual racha de algún jugador, o por encargo indirecto del Centinela.
Pero lo que acababan de ver era mucho más complejo.
Si bien en Nueva Orleáns se reunían todo tipo de ánimas, solo había una persona con suficiente poder como para elaborar una maldición tan intrincada y específica: Madame Colette. La mambó era conocida en determinados círculos por su maestría en esa clase de castigos. Puede que ella misma fuese el hombre de hojalata o que éste la hubiese contratado. Era una mujer que cobraba muy caros encargos como aquel.
No era la primera vez que Muhly había visto una maldición similar. Tenía la certeza de que provenía de la misma persona. Una de las firmas personales de Madame Colette era el uso de insectos. Cuando se enteró de que una de sus amantes le había sido infiel, a la pobre muchacha comenzó a hinchársele el vientre. La pobre no paró de retorcerse de dolor. Al ser una vampiresa, no podía ir a un hospital convencional, por lo que pidió ayuda a los Black Indians.
Tras una cirugía improvisada mediante un bisturí de plata, descubrieron con horror que Colette la había condenado a llevar una colonia de avispas en el útero. El Centinela logró revertir la maldición tras siete días de insufrible agonía.
Lo peor es que no era un caso aislado. Corrían rumores por la comunidad negra del inframundo que describían casos similares.
...y recordó dónde. Las migajas de pan lo llevaron hasta Madame Colette, y ahí tuvo que recurrir al Vigilante e informar. Parecía que otra vez sus pasos lo llevaban ante esa misma puerta.
-Esto tiene que ver con Madame Colette, y ya fuimos advertidos al respecto- dijo con cierta frustración -¿Quieren un poco?- les ofreció la petaca, pensando que seguramente un poco de líquido les vendría bien para aclarar la garganta luego de tan asquerosa maldición.
-Son buenas ideas, Louis, pero no creo que sea tan simple resolver una maldición así- le dijo apoyándole una mano en el hombro -Esto no es cualquier cosa-
Muhly tomó rápidamente la petaca de Killian y le dio un buen trago, mirando con cara asustada al infinito. Había recordado más de aquellas perturbadoras situaciones. No solo los presos de Angola, también en el inframundo había tenido la desgracia de ver horrores semejantes. Aquella vampiresa supuestamente embarazada... Cerró los ojos y dio otro trago a la petaca cuando Kilian pronunció aquel maldito nombre.
—El Centinela ayudó en aquella ocasión —dijo tragando saliva, sin querer explicar mucho más sobre la ocasión en cuestión—, tal vez pueda quitarles la maldición a ellos. Pero no tenemos el lujo de quedar ociosos, la otra vez tardó una semana en lograrlo —cerró los ojos recordando la agonía de aquella pobre chica—. Y tenemos la noche de Walpurgis aquí al lado. Debemos investigar por nuestra cuenta a... Madame Colette —dijo finalmente como si pronunciar su nombre le provocara un terrible amargor.
Arthur O'Kellan se encontraba en medio de una situación peculiar y angustiante. Mientras se tapaba las orejas para evitar el zumbido de los insectos, sus pensamientos lo llevaron a una conclusión extravagante: la culpa de la invasión de insectos recaía en él y su obsesión por los dulces. Aunque la conexión entre sus pensamientos y la llegada de los insectos era más fruto de su imaginación que de la lógica, la ansiedad y el sentimiento de culpabilidad se apoderaron de Arthur. No podía evitar visualizar a los insectos hambrientos dirigiéndose hacia él atraídos por el aroma dulce que imaginaba desprendían.
-¡LO SIENTO!. -Gritó en voz alta- ¡NO ME COMÁIS LOS DULCES DE MI CABEZA!.
Con la boca abierta y la mirada aterrada, expresó su disculpa en voz alta, como si admitirlo pudiera detener la invasión. Mientras tanto, los insectos continuaban su zumbido, ignorando por completo la conexión irracional que Arthur había establecido entre su antojo de dulces y la llegada de la plaga.
—Tranquilo, grandullón. Tu primo y yo te protegemos de los insectos —dijo Diana, dándole unas palmadas de ánimo en el enorme brazo de Arthur.
En el habitualmente impertérrito rostro de la mujer se dibujó una sonrisa. Un gesto sutil, pero que contrastaba con aquella máscara de seriedad que la caracterizaba.
Aunque, en el fondo, le preocupaba lo que acababan de oír. Madame Colette era un asunto bastante serio.
[PNJotizada, al habla el Narrador]
Perdonad la tardanza, con todo el lío de las fiestas me ha sido muy cuesta arriba ponerme a actualizar las partidas.
¿Queréis aportar algo más a la escena o hacemos elipsis para el siguiente paso? Vosotros decidís por dónde ir, ^^
Ante las palabras reconfortantes de Diana, Arthur miró a su compañera con agradecimiento, encontrando un respiro en su gesto de solidaridad. Aunque seguía preocupado por la invasión de insectos, la presencia de esta mujer al igual que la de su amigo "pajarito", su amigo "no-pajarito" y la de su primo le brindaba cierta sensación de seguridad.
-Gracias, Diana. Y tú también, primo por siempre apoyarme.- Comentó, agradeciendo el gesto de la mujer- Esto es extraño, ¿Verdad?. Nunca imaginé que pensar en dulces pudiera desencadenar algo así -Comentó Arthur con una mezcla de incredulidad y nerviosismo.
Dado que la conversación se alargaba, el grupo decidió continuar el debate sobre cómo proceder de camino a Bourbon Street. La maldición que impedía a la pareja revelar cualquier información sobre el «hombre de hojalata» era obra de Madame Colette. Tanto Killian como Theodore habían reconocido el sello de la mambo, la única capaz de entretejer un maleficio tan intrincado.
Sin embargo, el camino de regreso debían recorrerlo los cinco solos. Susan y Wilson decidieron quedarse en el parque por un tiempo. La razón que había esgrimido la plañidera tenía sentido: si les veían juntos, el hombre de hojalata empezaría a tomar medidas contra todos ellos. Era mejor ser discretos y no llamar la atención. Aún así, prometieron mantenerse a una distancia prudencial para prestar su ayuda cuando fuese necesario.
Ya empezaba a ser tarde y la mayor parte de los turistas volvían ya a sus hoteles para dormir la mona. Aquella era la hora perfecta para muchos habitantes del inframundo que no querían ser molestados por los humanos. Incluso algunos magos y brujas se aventuraban en la oscuridad de los callejones para hacer tratos extraños con todo tipo de ánimas.
Continuamos en Acto II, Escena 2: La Bruja