Partida Rol por web

Cuando Muhly regresó a su casa y tuvo por fin tiempo de tumbarse y descansar, pensó en preparar un ritual para recuperar la magia que le había otorgado a los espíritus en aquella larga jornada. Peor en cuanto se sentó en el viejo sillón cayó rendido. Aquel sillón le había proporcionado numerosas siestas y horas de sueño, apenas dormía en su cama desde que Ella se fue muchos años atrás. Por eso el sueño le atrapó y no pudo levantarse de allí en horas, con los párpados pesados como el plomo y cayendo en un sueño profundo que no recordaría. 

Al despertarse, le costó orientarse demasiado. Había dormido más de la cuenta, eso estaba claro. Puso la cafetera en marcha mientras fue a darse una ducha y después preparó el ritual para que el poderoso Cooty Fiyo le diera su gracia un día más.

Por su parte, Arthur O'Kellan no sabía muy bien que hacer en estos momentos antes de lo que se suponía que iba a ser la parte final de toda aquella aventura, por lo que este simplemente decidió aprovechar para sentarse a leer aquel libro que había conseguido. El Mago de Oz.

No entendía muy bien todo aquello que estaba pasando, solo que el era algo como "Milu" y que había espantapajaros, leones y hombres de hojalata que estaban haciendo cosas, pero que este no lograba comprender ni como se relacionaba con el libro ni de lejos que era lo que tenían que hacer al respecto.

Muhly acudió al local de ensayo de los Guardians of the Essence, que no era otra cosa que el garito de Lou Batiste que cedía amablemente a la tribu para sus ensayos desde los tiempos en que el abuelo de Lou llevaba el negocio. La única condición, establecida en 1956, decía que los indios se harían cargo de los destrozos ocasionados durante los ensayos y de las consumiciones que hicieran, a cambio tenía acceso permanente al garito durante el día, mientras Lou descansaba de los trasiegos de la noche anterior. Evidentemente, en los años de aquel acuerdo los ensayos de los indios eran más clandestinos y solía haber problemas violentos con otras tribus. Afortunadamente, muchas cosas habían cambiado desde entonces.  

Muhly acudió al local del ensayo temiendo que sus chicos hubieran aprovechando su ausencia aquellos últimos días para vaguear y que alguno hubiera empalmado el ensayo con la fiesta nocturna en el local. Cuando llegó se encontró al pequeño Bo vagueando con las cuentas de su traje y le lanzó una mirada severa que venía a decir que no tendría el traje a tiempo para el desfile de San José. A decir verdad, nunca nadie tenía el traje a tiempo para ningún desfile, ni siquiera él mismo. Los días de la semana anterior eran un frenesí de aguja, hilo, cuentas y plumas de diversos colores intentando llegar a tiempo. La única consigna era que nunca, nunca, se repetía el traje del desfile anterior, lo cual implicaba coser al mismo tiempo dos trajes: uno para San José y otro para el Mardi Gras. Pero el Gran Jefe Theodore Boudreaux tenía que poner mala cara y regañar a sus muchachos, era lo que le correspondía como jefe. De lo contrario se adormecerían y sería imposible montar algo decente. Maldita sea, ya iban con retraso. 

Muhly dio las indicaciones y toda su tribu comenzó con las percusiones y los cánticos mientras él bailaba en el centro de aquel circulo invocando y entrando en comunión con el poderoso Cooty Fiyo. El monótono sonido del tambor, los gritos y cánticos y el baile terminaron por abstraer al Gran Jefe Boudreaux hasta que los espíritus de otras generaciones de indios seminolas se unieron a ellos en el ritual, aportándoles su energía y la sabiduría adquirida a través de decenas de generaciones desde que el primer Gran Jefe rompió las cadenas de los cimarrones y los condujo en busca de la libertad adoptando las costumbres de los indios nativoamericanos que los adoptaron, les dieron cobijo y les enseñaron sus costumbres. Costumbres que ellos honraban y mantenían con vida. 

El pequeño Bo y el resto de la tribu de Muhly realizaron el rítmico ensayo. En principio no tenían previsto ningún desfile para la noche de Walpurgis*, pero las danzas y cánticos que debían realizar eran complejas y no podían dejarlas para último momento.

Durante la actuación, los tocados de toda la tribu se iluminaron de una intensa luz azulada y espectral. No era muy diferente a la apariencia que adquiría el propio Muhly cuando entraba en comunión con los espíritus. La energía de sus ancestros fluyó por los cuerpos de todos los presentes.

Tras un redoble final, los miembros de la tribu habían quedado perlados de sudor. Agotados pero satisfechos. La música y la adrenalina ayudaban a sobrellevar el cansancio durante la actuación, desde luego.

Tras buscar un lugar cómodo en el que leer y dormitar antes de quedar con su primo —al parecer tenían algo que hacer antes de encontrarse con los demás—, el grandullón devoró El mago de Oz de tapa a tapa. Estaba agotado, pero la historia había conseguido conectar con él. Para cuando llegó a la última página, Arthur terminó su viaje por Oz y Kansas en los brazos de un tal Morfeo.

Miss Midnight y Killian le explicaron al Centinela toda la aventura que habían vivido en el territorio de los vampiros, incluyendo la inesperada ayuda de los Carontes. Wolfskin seguía perplejo al descubrir que existía toda una facción clandestina que operaba en su jurisdicción.

El detective estaba acostumbrado a trasnochar y por sus venas corría más cafeína de lo que un médico recomendaría. Aún así, agradeció dormitar unas horitas*. Su afilada mente necesitaba un buen desafío. Aún quedaban temas que investigar antes de la noche de Walpurgis. Uno de los misterios que más le intrigaban eran los beneficios e inconvenientes de intimar con un fantasma**.

Hacia el final del día, había quedado con Arthur para un «ritual irlandés». Algo que involucraba cerveza negra, un chupito de Jameson y aullar a la luna en la azotea de algún edificio.

Por su parte el bueno de Arthur O'Kellan se quedó dormido, soñando con aquello que había leído aunque más gracias a las ilustraciones que tenía el libro y ayudaba a que la imaginación del gigantón pudiera basarse en algo para poder empezar a funcionar en el sentido correcto.

Recorrió los mismos pasos que aquella pequeña niñita de Kansas por el camino de baldosas hasta llegar a la ciudad esmeralda en donde el mago concedió los deseos de todos de la forma menos gratificante posible pues en todo momento Arthur O'Kellan se esperó a que el mago tuviera una tienda de organos detrás de la cortina.

Luego de explicarle al Centinela las andanzas que habían tenido, Killian no pudo con su genio, y antes de despedirse de Miss Midnight, la invitó a un trago en su departamento. Desde que la había visto, algo lo había atraído hacia ella, y aún sabiendo su particular estado ambivalente, esa atracción seguía presente. Además, nada le confirmaba que sobreviviría al encuentro de la noche.

Ella aceptó, y luego de algunas preguntas que probablemente en otros contextos hubieran sido extraños o fuera de lugar, entre esos dos estuvo la posibilidad de ahondarlos. ¿Cómo había muerto? ¿Sentía si la acariciaba? ¿Y si la besaba? ¿El qué sentiría? ¿Y si...? Y sí... así continuaba la secuencia, penetrando en capas de curiosidad que legalistas tendrían que determinar si podían ser catalogados de necrofilia o quedarían en un limbo legal de grises y purgatorios.*

Luego de tan particular encuentro, Killian se despertó de unas horas de sanador descanso, y supo que le quedaban las horas justas como para investigar un poco antes de encontrarse con su primo. Necesitaban más datos sobre el historiador si querían encontrar el "regalo" perfecto. No se podía regalar algo que fuera perfecto para alguien sin conocer a ese alguien. Por lo tanto, se encargó de husmear por el orfanato y todo lo que pudiera encontrar al respecto del historiador. Aquí los métodos no importaban...

El encuentro entre Killian y Miss Midnight terminó con la habitación del detective patas arriba, como si hubiese dejado la ventana abierta en pleno huracán. Ella parecía igual de satisfecha que él, aunque Killian seguía preguntándose cómo habría hecho para disfrutar estando… bueno, muerta.

La joven se despidió poco después de que él se despertase. Apenas pronunció palabra alguna, pero le guiñó un ojo antes de marcharse.

* * *

Aunque no contaba con la ayuda de Muhly* para ganarse la confianza de las monjas que llevaban el orfanato, pasó menos penurias que Chénier a la hora de entrar en el recinto. Era muy diferente de día, con las niñas correteando por el patio, cerca del cobertizo. Killian solo tuvo que recurrir a sus muchas herramientas como detective para colarse. Además, no era la primera vez que un investigador recurre a los archivos del clero para obtener información sobre sus casos.

Una de las hermanas la acompañó hasta el archivo. Solo tenía que buscar documentos de varios años atrás. Por suerte, algunos se habían salvado de los desastres del Katrina. Sobre Dora no descubrió mucho más que no supiesen ya: una huérfana abandonada al nacer y sin apenas papeleo. Padres desconocidos.

Sin embargo, sí que encontró información sobre el supuesto historiador. Su verdadero nombre era Milton Blacksmith. En su contrato laboral como bedel y vigilante no había mucho de donde rascar, puesto que la información relevante era obsoleta —números de teléfono fijo y cuenta bancaria— o el tiempo se había encargado de hacerla ilegible.

Pero sí había muchas reseñas positivas de las hermanas respecto a su desempeño y un par de cajas de zapatos con las pertenencias que tenía antes de retirarse. Al parecer, Milton había mantenido su puesto después del incidente y la desaparición tanto de Dora como de Wilbur y Susan. La policía mantuvo la investigación abierta durante días, pero terminaron dando el caso por cerrado al no encontrar pruebas concluyentes. Sin embargo, poco después, Milton comenzó a tener un comportamiento más errático, algo que achacaron a su edad.

En las cajas de zapatos solo encontró muñecos de madera a medio terminar que había tallado él mismo, fotografías antiguas en las que se le veía talando madera y jugando con las niñas, y un fajo considerable de dibujos infantiles en papel amarillento. Muchos representaban a Milton junto a alguna de las hermanas, con el orfanato de fondo. Todos ellos firmados por niñas distintas.

Según las reseñas de las hermanas, Milton solía guardar esos dibujos como oro en paño, pegándolos con cinta de carrocero en las paredes de su pequeño cobertizo.

Si lo que Miss Midnight y Tía Mildred decían era cierto, lo más probable es que Milton fuese un buen hombre que se había corrompido por su vínculo con el espectro de Dora. La pobre niña lo había atado sin querer por el cariño que le tenía. Esa última deducción rondó la cabeza de Killian mientras sostenía uno de los dibujos, tan bonito y enternecedor como los demás. Esta vez, firmado por la propia Dora, confirmando sus sospechas.

El dibujo representaba a varios personajes de el Mago de Oz, con Dora representando el papel de Dorothy y Milton el del hombre de hojalata.

Luego de esa jornada, Killian se había llevado muchas sorpresas. Se lo veía más relajado físicamente, descansado especialmente, y un algo más que habría que ver si alguno de sus compañeros se daba cuenta. Una de las sorpresas tenía que ver con eso... pero la otra había generado un estado de tensión muy particular en el investigador: saber que tenía algo grande y que había que usarlo pronto.

Había sido un gran descubrimiento, y tal vez la vía con la cual llegar al corazón del hombre de hojalata, así que se había guardado disimuladamente el dibujo. ¿Podía llegar a ser el corazón que le faltaba al personaje? Era posible. Así que tenía que avisarles a los demás.

Tengo un posible corazón para el hombre de hojalata: un dibujo de Dora dedicado al historiador. Nos vemos más tarde.

Ese mensaje simple pero potente había enviado Killian a los teléfonos de los demás. Salvo el de su primo. A su primo le había avisado que llegaría un poco más tarde, pero estaría allí con él. Tenían cosas que hacer...

Arthur y Killian se reunieron al fin. no quedaba mucho para la medianoche, pero ya cada uno de ellos se había preparado para el gran momento a su manera. Además, aquel encuentro entre primos debía realizarlo aprovechando que al fin oscurecía y la luna salía a su encuentro.

Se encontraban en una azotea del Barrio francés. Killian tenía un pequeño despacho cerca de Bourbon Street, cortesía del Centinela, y allí podían aprovechar la algarabía nocturna para llevar a cabo su «ritual irlandés» sin llamar demasiado la atención. Ambos dejaron atrás sus pieles humanas, transformándose poco a poco bajo el plateado satélite que les contemplaba entrecerrado*.

El bueno de Arthur O'Kellan apenas se percataba de las diferencias fisionomicas que ocurrían en su cuerpo luego de una transformación, a fin de cuentas, esto siempre ocurría cuando la luna lo golpeaba de lleno para ejercer aquellos ritos comunes entre irlandeses... aunque en cierta medida era un tabú para los demás.

Por suerte ahora en este se encontraba con su primo, por lo que se sintió más feliz y contento de lo habitual, al punto en el que este incluso empezó a mover la colita simbolizando su estado de ánimo tan risueño que era el que se encontraba. Lo único que podía lamentar de ello era el hecho de que le habían prohibido comer chocolate con esa forma.

Cuánto disfrute devenía con la transformación. Hacía un tiempo que no lo hacía completamente. Venía hacía una temporada, sin requerir sus habilidades sobrenaturales, y venía siendo muy intermitente su confluencia en rituales irlandeses, como le decían en su familia. Aidan, un primo que no era el bueno de Arthur, le hubiera dicho que "se había domesticado". Pero claro, él y su manada vivían en los campos rurales, por lo que tenían bastante más rienda suelta.

Hasta que consiguió el despacho, gracias a mucho trabajo de campo y ganarse la confianza del Centinela, había sido difícil hacer sus rituales sin que levantaran sospechas, y hasta una vez fue perseguido por una banda de vampiros que se querían aprovechar de su número mayor.

Pero ahora lo podía aprovechar con Arthur, y era un gusto desprenderse de las ropas, sentir el cosquilleo de los pelos saliendo por su piel, que se volvía más correosa a medida que la transformación avanzaba. Eran pocos segundos, pero para el investigador sucedía en cámara lenta. Había ejercitado sentir la transformación, sintiendo cómo sus huesos se transformaban, cada uno de ellos.

Cuando terminaba la transformación, el lobo plateado que era, se encontraba frente a otro muy corpulento, de colores más tierra y rojizos, y aunque su ferocidad era palpable, la cola moviéndose le quitaba peligrosidad. Así era Arthur.

Se sentía bien la transformación... no tenía que olvidarlo.