El grandullón estaba de acuerdo con lo que su primo le decía, en caso de cualquier discusión, este siempre iba a ponerse del lado de su primo, a fin de cuentas, nunca le hubo defraudado y tampoco nunca se hubo equivocado con sus decisiones y si lo hubiera hecho en algún momento, claramente Arthur O'Kellan no se habría percatado de ello.
-Vamos, -dijo mientras toqueteaba el GPS, y cuanto más toqueteaba el GPS, el hombretón más sudaba, programar el gps para Arthur O'Kellan era similar a pilotar una nave espacial en un campo de asteroides, tantos botones para pulsar, tantas opciones, tantas rueditas para girar... incluso fue capaz de poner el aire acondicionado- Listo.
En verdad logró poner la radio. El GPS estaba en la sección de "idomas".
Chénier y Muhly se aseguraron de que el bibliotecario no pudiese deshacerse de sus ataduras con magia. Unos cuantos metros de cuerda y una mordaza impedirían cualquier aspaviento o palabreja en latín, pero nada como un capón de Arthur para asegurarse.
Killian pisó el acelerador cuando el "paquete" estuvo incómodamente instalado en el maletero. La dirección de la caja de cerillas no estaba demasiado lejos, apenas a tres minutos en coche, y estaba de camino al Barrio Francés.
A pesar de estar en la boca del lobo, los investigadores decidieron hacer un salto de fe y seguir la pista que les llevaba a una posible aliada. El apagón repentino, la misteriosa caja de cerillas, el uso de la palabra "vínculo". ¿Quién estaba detrás de todo aquello? ¿Acaso era alguien capaz de mantener a raya a uno de los bandos del inframundo de Nueva Orleáns?
Continúa en Acto II, Escena 2: Los Carontes