Partida Rol por web

Âigor buscar y agarrar el palo mas largo que encuentre.

Papagena lanzar "El gigante de madera" sobre los propios arboles

Los gritos, muerte y destrucción que de nuevo me pillan de improviso me sacan de mis negros pensamientos sobre la magia de fuego para meterme en negros pensamientos sobre la magia de fuego y la muerte inminente. El gran y único problema de la magia de fuego: ¡estábamos en un puto bosque seco!¡¡Y estos jodidos árboles además se movían!!

Como fuese, comienzo a moverme hacia uno de los árboles (de los que no tienen tantas ansias por saltar de sus raíces y empalarnos, digo) mientras pienso: Fuego: no. Mente: ¿funcionaría?. Aquam: ojalá. Herbam... tendría que saber más Herbam, sí. Terram... ya se han desenraizado una vez. ¿Auram?¿Podría ser? Uhmmm... de momento será mejor...

Remiel ve cómo aquellos árboles empiezan a moverse a una velocidad sorprendente - aunque en realidad, un árbol moviéndose a cualquier velocidad ya era algo sorprendente. - No sabía cómo enfrentarse a aquella situación, pero como solía decir su maestro, el enemigo más peligroso es el enemigo desconocido. Por este motivo se concentró un momento y empezó a tratar de recordar qué sabía acerca de árboles en movimiento.

Por un momento Excelsius vaciló. No era para menos, un hombre no sólo acababa de sacrificar su vida por él, sino que además tenía una parte importante de su sangre bañándolo. La gente normal quedaría, cuanto menos, vacilante. O en shock. Pero ni él era muy normal (más allá de todo aquello de ser mago de la Orden de Hermes), ni las circunstancias lo eran mucho más. Entre otras cosas todavía latía la canción de Papagena en lo profundo del corazoncito de Excelsius, lo que fue decisivo para lo que sucedería a continuación:

-¡Muto Herbam! -exclamó el Jerbiton en un tono firme que excluía de la ecuación cualquier asomo de duda, a la vez que, grandilocuente, agitaba sus brazos en una gestualización exagerada pero que por narices debía ser de lo más efectiva.

El efecto no se hizo esperar: el hombre-árbol más cercano vio cómo su cuerpo, comenzando por sus "manos", lo que más cerca estaba del mago, se transformaban en florecillas de mil colores, suaves y delicadas, de una forma y belleza, un aroma delicioso, fragante... que seguramente pasaran por completo desapercibido, a pesar de la genialidad detallista del mismo.

Papagena, esta te la dedico -pensó entre jadeos por el esfuerzo mágico.

Al ver que los árboles adoptan una cara humana, Armand pensó, tal vez equivocadamente, que existía algo similar a la vista usándolos o sirviéndose de ellos. 

Septimus llevaba un buen rato callado, ensimismado. Se había quedado muy pensativo nada más llegar al desolador bosque, viendo el destrozo que habían provocado aquellas criaturas. Y no es que el bosque le importase demasiado, lo que realmente pasaba era que le impresionaba el poder que albergaban esos monstruos y le intrigaba saber qué se sentía al poseer tanto poder. Pero él jamás sucumbiría a rituales demoníacos y perder el control para convertirse en un invencible vampiro... ¿O quizás sí? ¿Llegaría a desear tanto ser más poderoso como para sacrificar su honor y el de su casa de esa manera? No... por muy cínico, egoísta, egocéntrico y orgulloso que sea no es ningún monstruo... y tampoco desea serlo. 

Al encontrarse con el árbol con ganas de marcha comenzó a pensar rápidamente en cómo salvar la situación. El fuego es el peor enemigo de las plantas, así que empezó a murmurar formulando el hechizo de fuego que primero le vino a la cabeza. 

¡Alguien ha convertido estos árboles en criaturas animadas! ¡No son seres vegetales, son simples árboles!

Mientras advertía a sus compañeros de lo que había podido percibir gracias a sus afilados sentidos, el mago empezó a gesticular. Los movimientos, aprendidos hacía ya tantos años, fluían de forma prácticamente automática, sin que Remiel tuviera que pensar en ello. 

Aquella era la verdadera Magia: el poder de Alterar la Realidad sin que ser consciente de ello. Cualquier persona, si se ponía a ello, podía hacer un fuego. Pero, ¿hacer un fuego sin apenas proponérselo? Ah amigo, aquello ya era otra cosa.

Aunque, quizás, las Llamas Ardientes quizás no fueran la mejor solución en aquel caso; quizás, en vez de golpear el muñeco, sería más efectivo cortar los hilos al titiritero.

A voz en Grito y con exagerados gestos, Remiel lanzó su hechizo disruptor. ¡Retira tu influencia, criatura de la Oscuridad!

Una rabia comienza a atenazar el pecho de Papagena que sube y baja con una respiracion claramente alterada. Habian mancillado a los arboles... SE lleva la mano al jergon de donde extrae una corteza de arbol y la coloca sobre su busto.

Pobres niños... pobres niños...

De su boca nacen las palabras de un hechizo escupidas con furia y con gestos bien marcados que vana golpear al primer arbol.

Hasta el momento no había tenido la oportunidad de poder sacar a la luz a mi bestia interior, y este era un buen momento para volver a sentirla. Si esto era la antesala al combate con esos vampiros, mejor volver a acostumbrarme de nuevo a la forma, a la cual no había recurrido desde que partí con Ghassân desde tierras salvajes.

Bufé y agité la cabeza, presa de un escalofrío que me recorrió desde la nuca por toda la espalda. El pecho comenzó a hincharse, aumentando de tamaño los brazos y encorvándome cada vez más hasta que tuve que recurrir a apoyar las manos en el suelo. Todo eso mientras el pelo comenzaba a crecer a un ritmo acelerado mientras la nariz se me achataba, la cabeza se alargaba un poco hacia arriba y la mandíbula ensanchaba.

Un alarido gutural daba por terminada la transformación y volví a gruñir, sólo que estaba vez acompañaba el sonido con unos golpes en el pecho.

Corriendo con la ayuda de mis cuatro extremidades, con toscos movimientos, me acerco al primer árbol viviente que tengo a mi alcance, y me encaramo a una de sus ramas con el propósito de partirla. De algo tenía que servir la grandiosa fuerza que poseía.

La fuerza que imprime Papagena al entonar su hechizo es tal que parece casi seguro que logrará contener a una de esas moles...sin embargo aunque uno de los arboles parece vacilar por un instante, al siguiente vuelve a levantar sus ramas y golpea con ellas a los tenaces grogs, haciendo que varios de ellos salgan volando. Los demás árboles siguen su ejemplo, destrozando la frágil defensa que se ha formado en torno a los magos. Curiosamente, no parecen hacer mucho caso a estos últimos, como si no supusieran amenaza alguna.

Craso error. Armand parece haber intentado conjurar algo, sin embargo solo ha brotado una luz azule de entre sus manos que se ha apagado rápidamente, sin causar ningún efecto apreciable, pero sus hermanos magi tienen más éxito que él. Con todo el poder de su Bestia Interior, el embate de Oskari consigue desequilibrar al monstruo, una oportunidad que Barry no desaprovecha. Ha logrado conjurar varias telarañas de inmenso tamaño, que inmovilizan al coloso de madera en su sitio haciendo que deje de ser una amenaza inmediata. Mientras, el despistado Excelsius ha demostrado un potencial insospechado a simple vista, desintegrando un árbol en miles de flores que decoran ahora el suelo, inofensivas. Jax cae al suelo, confuso al ver que su presa desaparece.

Por su parte Septimus no ha dudado en emplear la opción más lógica y los efectos sobre la criatura son inmediatos, el fuego se extiende rápido consumiendo al árbol, más aún no esta rendido del todo y consigue llevarse en venganza otro de los grogs de Septimus, consumiéndolo entre las llamas mientras el pobre desdichado arroja horribles alaridos. No dura mucho. Al mismo tiempo Remiel intenta privar de magia a los árboles, pero el conjuro que los ata es mucho más fuerte.

Pero por desgracia las cosas parecen ponerse aún peor. Como llamados por sus hermanos caídos, otros cinco árboles cobran vida y se desplazan lentamente hasta vuestra posición. Solo quedan ocho grogs, que miran a su capitán en busca de órdenes de como enfrentar esta nueva amenaza.

El capitán mira a los monstruos, resuelto a enfrentarse a ellos. ¿Sigue siendo por culpa de la canción encantada o quizás es el coraje del guerrero? De cualquier modo, une a sus hombres, formando un semicírculo cerrado y entonces grita algo tan extraño que al principio os cuesta entender de que se trata. Es una orden. Una orden a los magos.

-¡Salid de aquí, corred! ¡Mis hombres se ocuparán de estos seres malditos, corred y no os detengáis!

Um, vaya, qué despistado, podría haber hecho un hechizo de grupo de la misma magnitud, en qué estaría pensando.

-¡Muto Herbam! -exclamó de nuevo, haciendo caso omiso de la orden del grog. Si tenían que sobrevivir, deberían hacerlo con los grogs. Hasta el momento eran los que habían conseguido que no hubiera ni una sola baja de magos y por Excelsius no iba a cambiar el tema.

En esta ocasión Excelsius había elegido un efecto ligeramente diferente. Jugando todavía con la magia de cambio en plantas, o en este caso árboles, decidió que sólo hacía falta un instante para que un hechizo resultara todo lo efectivo que necesitaban: Las ramas, troncos y aquello que cogiera por delante, serían transformados en pétalos de cerezo, rosa, margarita, violetas y una infinita variedad más de pétalos incapaces de mantenerse unidos, como los que pudieran lanzarse durante una boda, de manera que caerían suavemente al suelo en una colorida y bella lluvia que pronto volvería a transformarse en los árboles que habían sido, eso sí, desligados de su forma original.

Por un instante el bosque se llena de colorido, un estallido de belleza procedente de lo que antes habían sido árboles negros y retorcidos. Pero como muchas de las cosas bellas, solo dura un instante, un instante que para muchos quedará grabado a fuego en sus memorias. Y tan rápido como vino los pétalos se tornan en una multitud de astillas oscuras que se desparraman por el suelo.

Silencio. Tensión. Los grogs miran hacia todas partes. Pasa un minuto. Las ramas de los árboles se agitan por una pequeña brisa. Dos minutos. Un cuervo grazna a lo lejos. Tres minutos. 

Y es entonces cuando un grito de júbilo sale de las gargantas de los grogs, que agitan sus espadas al aire y golpean sus escudos con la euforia que solo una gran victoria puede producir.

Tras el empujón, el árbol se tambalea y unas telarañas surgen de la nada, producto de la magia, reteniéndolo en el suelo. No podía saber cuánto duraría eso, o si sería suficiente para que no se volviera a levantar. Eran árboles, nunca antes había visto un árbol que cobrase vida y, mucho menos, tener que luchar con uno de ellos.

Preparado para el siguiente asalto, ya no hay árboles. Todo se ha convertido en un millar de pétalos de flores que se tambalean con el viento. Una imagen que contrasta con el oscuro y tétrico bosque, pero que no deja de ser el reflejo de lo que antaño pudo ser. Desconfiando de todo, recojo un puñado de los pétalos y me los llevo a la nariz, olisqueándolos, para luego tirarlos por encima de mi cabeza. Varios lanzamientos después, lo que antes eran flores, ahora son astillas negras y podridas, los árboles vivientes había vuelto, sólo que no conservaban su forma original.

Impasible, esperando por si la amenaza volvía, ya fuera por estos árboles o por otros que ocuparan su lugar, me quedo erguido, incluso dejo de apoyarme en las manos y adopto una postura bípeda. Dejando bien visible el tono plateado del pelo de mi espalda, no dejo de mirar a todos lados.

Cuando se arrancan los primeros gritos de celebración, entiendo que ha pasado un tiempo prudencial como para esperar un nuevo asalto. Pero eso aún estaba por ver.

-¡Madre del amor hermoso, qué es eso! -exclamó Excelsius al reparar en el enorme monstruo de pelaje oscuro, amenazadora mandíbula y poderosos brazos que no sólo no había visto nunca, sino que no había visto los últimos instantes, abstraído como estaba en su hechizo- ¡Corr...! Oh, ¿Osk-Oskari? ¿Eres tú, compañero?