Partida Rol por web

Todos los aventureros que te encontrarás en este mundo son triunfadores. Tienen fama, oro y te contarán batallas increíbles de las que salieron vivos por los pelos. Esto es así porque los que no salieron vivos no te podrán contar sus batallas. Créeme: los segundos superan por cien a uno a los primeros...

Rigodon Fendetestas, enano mercenario retirado

El suelo vibraba con cada paso del golem. Al entrar en las ruinas lo primero que sorprendió a los aventureros fue el tamaño de los pasillos. ¿Acaso no decían que había sido el laboratorio de un alquimista? ¿Por qué un alquimista habría gastado tanto oro para hacer pasillos por los que podían pasearse un ogro sin problemas? La respuesta la habían encontrado rápido, cuando se dieron de narices con el golem. ¡El alquimista era del gremio de los Constructores! ¡Nadie les había contado eso! Ahora la cosa se complicaba mientras intentaban librarse del golem para encontrar su objetivo. Ya habría tiempo de pensar en como ajustarle las cuentas al que los había contratado por omitir esa importante información.

Habían logrado darle esquinazo al gigante de metal escondiéndose momentáneamente en un pequeño almacén subterráneo lleno de cajas. Por suerte esta habitación era de tamaño humano, con puerta de tamaño humano, y la el monstruo de metal no podía entrar. Pero no podían quedarse allí eternamente. La cosa seguía patrullando los pasillos y ellos tenían que buscar su objetivo. El problema de los golems era que estaban construidos mitad por magia mitad por tecnología, siendo cada uno obra de la mente retorcida de su creador. No había una 'Guía infalible para golems' y nunca se sabían por donde iban a ir los golpes. Lo que estaba claro era que un enfrentamiento directo sería necesariamente mortal. 

—¡Maldito mago! ¿De verdad era necesario accionar esa palanca que decía claramente "NO ACCIONAR BAJO PELIGRO INMINENTE"? —espetó Gromenauer a Rathikus cuando el golem cruzó la esquina—. Menos mal que ahora se ha ido, aunque dudo que no tarde en volver.

Tras estas palabras, el intrépido enano se aventuró a través del marco de la puerta, para cerciorarse de que la criatura ya no estaba. Una vez hecha la comprobación, se volvió al resto, para decir—. Muy bien, ahora tenemos a esa cosa gigante siguiéndonos por todo este lugar. Por mi parte, nos lanzamos a arrancarle la cabeza, que me hace falta un casco nuevo. Pero seguro qué, como siempre, no estáis por la labor. Así pues, vosotros diréis. Mientras, veamos qué hay en estas cajas.

Y, sin pensarlo mucho, el guerrero volvió a la habitación, para ponerse a destrozar las cajas del almacén. Con suerte, encontraría algo extremadamente valioso que poder vender después.

Roark se encogió de hombros –Sea como sea tenemos que deshacernos del golem para poder conseguir la caja. Por cierto. ¿Alguien más cree que lo que haya en esa caja es más importante de lo que el tipo ese nos hizo creer? Después de todo se le olvidó mencionar que el alquimista era lo suficientemente bueno como para crear eso– Roark señaló hacia la puerta –Quizás deberíamos renegociar nuestros honorarios y añadir a la tarifa por "recuperar una simple caja de madera decorada con esmeraldas" un recargo por peligrosidad.

De repente tuvo una idea y, mientras Gromenauer destrozaba las cajas, él se paró un momento. –¡Esperad! Estas torres siempre tienen pasadizos secretos, es como si todos los chiflados con conocimientos mágicos lo necesitaran por alguna razón.– se giró a sus compañeros adeptos en la magia –Sin ofender. A lo mejor esta habitación tiene la entrada a uno.– y se dedicó a dar golpecitos en las paredes.

Rathikus se cruzó de brazos y miró al enano con el ceño fruncido y gesto altivo.

—¡A mi no me mires! Yo, al igual que Roark, creía que abriría algún pasadizo oculto. ¿Quién habría adivinado que el alquimista guardase semejante "cosa"?— protestó —Y los pasadizos, jovencito, están para ocultar cosas de los fisgones... como nosotros. Entre otras cosas.

Era una verdad a medias, cualquier pazguato habría adivinado el propósito del tamaño de aquel laboratorio. Sin embargo, debía admitir que no se esperaba que aquella mole todavía estuviese en funcionamiento dado el decadente estado del lugar. Pero su, para algunos insufrible, ansia de conocimientos y poder, lo llevó a querer averiguarlo todo sobre aquel lugar. La recompensa le importaba bastante poco. ¿Quién sabe qué artefactos escondería un lugar como aquel? Pensó mientras se frotaba las manos.

Algo había intuido nada más ver el aspecto de su "cliente". Los demás se habían dejado convencer por sus nada sospechosas ropas de plebeyo y su raída capa de viaje con capucha. Gromenauer incluso había mirado con respeto su parche, imaginado que se trataría de alguna clase de veterano. Él, sin embargo, le había llamado la atención su bigote y su anillo. Ningún viajero o pueblerino guarda un cuidado tan exhaustivo de su vello facial, y aquella piedra de ojo de tigre de su sortija, pese a parecer vulgar, brillaba de manera peculiar. Hacía que se le erizase el vello de la nuca.

El hombre había sido muy ambiguo con el encargo y muy parco en detalles, pero ofrecía una generosa suma de dinero a cambio de una tarea, en apariencia, muy sencilla.

Cuando se quiso dar cuenta, descubrió alarmado que el enano había empezado a descargar su frustración contra las cajas.

—¡Detente bruto! ¿Y si hubiese algo de valor? ¿Es que esa mollera solo la tienes para sujetar el casco?

Gromenauer lo estaba volviendo a hacer. Tanto ruido iba a llamar la atención del golem y seguro que encontraba una forma de atraparles.

—¿No puedes hacer menos ruido, cabeza hueca? —le espetó.

Miró a su alrededor en busca de esa salida de la que hablaba Roark.

—Lo que está claro es que aquí no nos podemos quedar eternamente —dijo para, acto seguido, mesarse el desaliñado mentón—. Buscad la mercancía... yo mientras voy a buscar una salida.

El mediano se dirigió hacia la puerta esperando una confirmación de sus compañeros

Viendo como Roark ponían su empeño en hallar una salida oculta, Rathikus empezó a zapatear nervioso. ¿Qué pasaba si no había ningún pasadizo o no podían esquivar al gólem?

Miró su bastón y decidió que no podía quedarse quieto sin intentar nada. Rebuscó en su bolsa de viaje hasta reconocer el familiar lomo de piel de su inseparable libro de hechizos. No tardó en encontrar el sortilegio que le permitía ponerse en contacto con espíritus de otro plano. 

Gromenauer comenzó a destrozar cajas porque eso le ayudaba a pensar. Bueno, siendo sinceros no le ayudaba a pensar pero tampoco se le ocurría otra cosa mejor que hacer. ¿Abrir las cajas con cuidado? Bah, ¿qué podría pasar por romper unas cajas de unas ruinas que pertenecían a un alquimista? La advertencia de Rathikus llegó justo después de la explosión de colores. El enano salió volando por encima de todos y se estrelló junto a la pared que en ese momento examinaba delicadamente Roark^[1][2].

Rudar, que en ese momento se asomaba por la puerta del almacén, vio el pasillo que cruzaba de derecha a izquierda vagamente iluminado por las grietas del techo. El golem andaba a la vuelta de alguna esquina pero ¿de cuál de ellas? Estaba intentando averiguarlo cuando se dio cuenta de que se había detenido el ruido de sus pasos justo a la vez que la explosión resonaba en el sótano. Casi podía imaginárselo moviendo su cabeza redonda en forma de escafandra como si aguzase el oído. ¡Gromenauer siempre tan impulsivo! 

Por su parte Radhikus se tapaba las cara con la palma de su mano. ¿Cuándo aprenderían el concepto de sutileza? Ahora sí que deseaba poder contactar con algún espíritu que les sirviera de guía. El problema era que se requería como mínimo un ritual de unos 20 minutos y ahora parecía difícil que tuvieran tanto tiempo^[3]

Roak estaba revisando la pared del fondo cuando algo sucede a su espalda y la masa de un enano con armadura completa le aplasta contra el muro. –¡AY! ¿¡¡Fero fe defoniof!!?– el sabor de la sangre en su boca indicaba que el golpe había cobrado su precio en el cuerpo del ladrón, aunque no había perdido la consciencia, lo cual era bueno, y podía mover las extremidades... Todo lo que se pueden mover las extremidades con un enano en la espalda.

Con cuidado giró sobre sí mismo para apartar a Gromenauer, se levantó, se sacudió el polvo, escupió un cuajarón de sangre al suelo y comprobó su estado: se había mordido la lengua y tenía una pequeña brecha en la frente además de la espalda dolorida por el impacto del enano pero podría haber sido peor. –Podríais tener un poco más de cuidado, ¿no?

El ladrón se libró del peso vivo que suponía el enano sin perder de vista la pared. Ante todo él era un profesional y no iba a dejar que una explosión lo distrajese. Miró la pared mientras se devanaba los sesos buscando una pista. ¿Qué había allí que no era lo que parecía? ¿Había algo después de todo? ¡Claro! Aquel ladrillo era más ancho que los demás y tenía una grieta demasiado perfecta. Escupió un poco de sangre, acompañada de un diente, y echó un vistazo más de cerca: una palanca pequeñita, del tamaño de un dedo índice, le tentaba dentro de la grieta. Parecía clara su función... ¿o quizás no? Al menos ésta no tenía ningún cartel.

El nada tranquilizador silencio de fuera de la habitación, evidenciaba que aquella mole mecánica los había localizado. Su libro de hechizos tampoco había contribuido con buenas noticias, pues era evidente que no disponían de 20 minutos, y menos con aquel enano provocando explosiones multicolor. Un momento...

Rathikus cerró el libro de golpe y lo guardó de nuevo entre sus posesiones. Había tenido una idea.

—Gromenauer, Dworkin, ayudadme a mover las cajas hasta la entrada— dijo con excitación —, pero con cuidado. Roark, ¿has encontrado algo, aparte de dolor de espalda, en esa pared?

Con un poco de suerte, en aquellas cajas habría más material volátil. Si al gólem se le ocurría entrar, probaría el sabor de una buena detonación.

Roark, sin encomendarse a nadie, tiró de la palanquita mientras el barullo seguía a su alrededor.

Dworkin trataba de concentrarse, pegando el oído a la puerta, mientras los demás parecían hacer un concurso de burradas sobre cómo llamar la atención de un golem.

Aquel maldito contratista de Sarem se la había jugado bien. Una misión sencillita en unas ruinas recién descubiertas del bosque de SeedWood. Un viejo alquimista chiflado y una panda de goblins custodiando unas cajas que le habían robado a un cliente de su cliente. Cierto, algo rocambolesco, pero parecía tan fácil y rápido.

La explosión le cogió totalmente por sorpresa. Volvió a poner la oreja tratando de concentrar su oído. Los pasos se habían detenido. El Rojo rezó a los dioses para que no pasase lo que se temía que iba a pasar.

No tardó en escuchar los pasos del Golem cada vez más fuertes.

- Malditos botarates- espetó- conseguiréis que nos aplaste a todos.

El clérigo se lanzó a ayudar a Rathikus con las cajas. Parecía que el mago también había intuido lo que se les venía encima. Fue entonces cuando escuchó un "clic" cercano. La familiar sonrisa de Roark le indicó que, probablemente, aquello no iba a mejorar.

Dworkin, Rathikus y Gromenauer tenían la intención de apilar las cajas ante la puerta, cuyo umbral todavía ocupaba el mediano que oteaba el pasillo. El problema es que para alcanzar la puerta había un par de escalones de madera y si lo que pretendían era parar al golem no parecía que aquello fuera a surtir mucho efecto. Las cajas tenían pesos variados y al parecer también lo era su contenido. Algunas - las más pesadas - repiqueteaban con el inconfundible sonido de botellas en su interior, mientras que otras eran ligeras como almohadas de plumas. La que había destrozado Gromenauer estaba llena de sacos de polvos de colores. Quedaba patente que la combinación de algunos de esos polvos y el efecto de la cinética tenía un efecto curioso. 

En ese momento se oyó un click. Todos se giraron hacia Roark. La pared que tenía ante él acababa de moverse hacia dentro y luego lateralmente, descubriendo un túnel semicircular que se adentraba en la oscuridad. Había, eso sí, antorchas apagadas cada pocos metros. Al parecer el presupuesto del alquimista se había agotado cuando hizo los pasajes secretos porque en lugar de ser amplios como para que pasase un golem gigantesco eran tan estrechos que un humano de tamaño normal tendría que andar agachado por ellos. Ni que decir que a nadie le pareció mal ese recorte de presupuesto.

Sobre todo cuando escucharon de nuevo los pasos del golem que se ponían en marcha. Rudar, asomado a la puerta, lo tenía claro. Aunque todavía no había llegado a la esquina el ruido procedía de la derecha. Venía a buen ritmo haciendo temblar el suelo bajo sus pies.

Dworkin se acercó a la puerta sin disimular la urgencia de su paso. Miró de nuevo hacia la puerta en la que Gromenauer todavía llevaba una de las cajas, aparentemente ligera y observó el tamaño del pasadizo.

- Bueno- rió dando una palmadita en el brazo del ladrón- por una vez, cabeza hueca, puedes habernos sacado del problema en lugar de meternos en él.

Puso un pié en el pasadizo y miró hacia atrás.

- Espero que no tenga que arrepentirme de mis palabras al final del túnel. ¡Vamos! No creo que ese golem se pare a pensárselo mucho tiempo.

Roark se giró a sus compañeros sonriendo ampliamente y señalando la entrada al pasadizo -¿Eh? ¿Eh? Os lo dije: un pasadizo. ¿Qué? ¿Nos vamos o queréis socializar con el golem?- El ladrón cogió una de las antorchas que iluminaban el almacén y se asomó al túnel examinándolo con ojo clínico...

El mago suspiró con alivio cuando la nueva salida se abría ante ellos. No solo porque fuese su salvación, sino porque temía que Roark empeorase aún más las cosas.

Estaba moviendo una de las cajas, dándole unos ultimos empujoncitos hasta el umbral. Ya había unas cuantas, y si la explosión se repetía, el gólem sufriría un buen daño. O por lo menos lo retrasarían.

Vió como el ladrón cogía una de las antorchas de la habitación y se adentraba por el nuevo pasadizo. El, como hechicero, tenía sus propios trucos, pues no se fiaba de la las antorchas.

Acercó su bastón a los labios y recitó las palabras de poder:

—¡Zul a esagaf!

Roak examino las paredes y el suelo del pasadizo. Todo parecía normal. Probablemente el alquimista pertenecía a ese tipo de despistados que no dejaban trampas por donde él tenía que pasar para evitar un accidente el día que tuviera prisa y se olvidase de desactivarlas. La cosa pintaba bien. ¿Quizás demasiado bien?

Tras él Rathikus murmuró unas palabras para que se iluminase su bastón. Era un mago práctico: cuanto menos cosas ajenas hubiera que tocar menos probabilidades de pifiarla de nuevo.

Roark se metió en el túnel -Vamos. No veo ninguna trampa.- A pesar de que la luz mágica de Rathikus la hacía innecesaria, seguía llevando la antorcha, más por un nunca se sabe que por otra cosa.

Al ir avanzando por el túnel iba haciéndose mentalmente una idea de hacia donde conducía en comparación con lo que recordaba de las ruinas ya que, en su experiencia, estos pasadizos secretos solían conducir por un lado al exterior, por otro a una trampa mortal para evitar intrusos, y por otro a la zona más preciada del diseñador del mismo... Generalmente situada tras otra trampa mortal.

Rudar estaba a punto de salir por la puerta cuando de repente Roark activó un mecanismo que descubría un pasadizo mucho más seguro. Estaba convencido de poder encontrar una salida por el otro lado pero el problema sería sacarlos a todos. El nuevo camino era a todas luces, o más bien sombras, más seguro.

El mediano se acercó la entrada y casi sin preguntar le cogió la antorcha de la mano a Roark mientras observaba si había o no trampas.

—Dame eso. Demasiado tienes con tratar de entrar en el pasillo, podrías quemarnos a todos. Yo iré el primero, el pasillo es más cómodo para mi y de paso os iré iluminando.

Con toda disposición avanzó por el pasillo sin importarle mucho la presencia o no de trampas. Confiaba en su instinto, sabía que podía avanzar con seguridad.