Partida Rol por web

Cuando Valeria impuso las manos sobre el anciano sintió como todos los golpes que había recibido aquel hombre caían sobre su espalda. Sus compañeros se preocuparon al ver que la paladín soltaba al viejo mientras retrocedía hacia atrás, como si se enfrentase a un demonio oculto. Cuando se recuperó su cuerpo parecía magullado como si de verdad algo la hubiese golpeado.

Igual de sorprendente fue como se recuperó repentinamente el viejo que al ver que Rob cogía la extraña figura le aferró con su otra mano la muñeca de forma desesperada:

- Shi kas barh adokharna!- bramó abriendo los ojos de par en par y babeando encima del sorprendido mediano.

Garlukan reconoció la vieja lengua bárbara:

- ¡Insensato! ¡Yo debo cargar con el castigo!

Nora recordaba leyendas de chamanes bárbaros capaces de trasladar sus almas a los animales cercanos para vigilar las aldeas usando sus cuerpos. ¿Era quizás eso lo que había experimentado Rob? Pero normalmente ese tipo de rituales requerían una gran cantidad de esencia mágica y una conexión con la naturaleza completa. Algo que desde luego estaba fuera de las capacidades del alocado mediano. 

- ¡Eh, tú! - gritó Rob sorprendido, retirando rápidamente la mano. Luego miró al anciano con atención; tenía los párpados demasiado abiertos, como si hubiera fumado demasiada hierba... o estuviera asustado. Pero ninguna de las dos cosas iban demasiado con el mediano, así que frunció el ceño, pensativo, intentando comprenderle. - No, no "voy a adornarla" - dijo mirando alternativamente al viejo y a la extraña figura. - Pero tú deberías limpiarte un poco...

Metió rápidamente la mano bajo su jubón y sacó un pañuelo con las iniciales HG. Probablemente Herman no lo necesitase ahora mismo, de todas formas. - A ver, déjame - dijo pasando con cuidado el pañuelo por la barbilla del anciano para limpiar sus babas; casi daba la impresión de que alguna vez había cuidado de alguien mayor.

- ¿Tú eres el chamán de la aldea? - preguntó. - En ese caso tienes que conocer a Garlukan Brazo de Piedra, el Azote de los Ogros... - el que nadie escuchase su proclama para anunciar al bárbaro al llegar a la aldea parecía haber dolido al mediano, pero claro, no era lo mismo gritarlo a la entrada de un pueblo que decírselo a un anciano babeante que no tenía muy claro si podía entenderle, así que se interrumpió a la mitad. - ¿Has teleportado tú a la gente de la aldea? ¿Y a nuestro amigo Herman?... Estoooo, Garlukan, ¿entiendes tú lo que dice este tío? - le preguntó al bárbaro.

Mientras hablaba, Rob miró un momento el pañuelo con cara de asco. No parecía muy dispuesto a guardarlo de nuevo lleno de las babas del anciano, así que lo dejó a un lado y puso una piedrecita encima para que no saliera volando.

Nora se encontraba junto a Rob cuando el anciano cogió la muñeca del mediano. Ella sacó rápidamente la lanza, en un acto reflejo, y apuntó con su afilada punta a la frente del anciano pero al ver que no corría peligro la bajó con desconfianza.

Estaba convencida de que aquel hombre era capaz de conectar de manera excepcional con la naturaleza. Al ver aquel pájaro le vino a la memoria viejas leyendas de chamanes bárbaros capaces de trasladar sus almas a los animales cercanos para vigilar las aldeas usando sus cuerpos. Sin duda aquel hombre debía poseer ese poder. ¿Rob poseía tal poder sin saberlo? pero ¿cómo?, pensó.

—Sí, Garlukan, acércate. Necesitamos tu ayuda— repitió en voz alta lo dicho por Rob mientras observaba aquel extraño artefacto, sin tocarlo.

Casi se desmaya. Casi. La violencia con que el sufrimiento del anciano se había trasladado a la paladín la habían dejado aturdida y le habían hecho perder el equilibrio, haciendo que su cuerpo cayera hacia un lado, sin poder evitar el golpe de chocar el hombro y la cadera contra las rocas del suelo. Sin embargo la voz del mediano la había mantenido en la vigilia. Ellos eran más débiles, Valeria tenía que resistir, si no... ¿como iba a cuidar de su seguridad?

-Es... toy... bien -dijo en un hilo de voz cuando Rob llamó a Garlukan para que la ayudara. No es que tuviera algo contra el bárbaro, simplemente era orgullosa y quería demostrar que podía lidiar con aquello. Tomó aire y, poco a poco, volvió a incorporarse.

-Po... bre. Lo... han... apa... uffff... leado. Duele -fue todo lo que pudo decir antes de tener que tomarse otros instantes para recuperar el resuello. Aquella somanta de palos gratuita sí que había sido intensa. ¿Quién se habría ensañado con el anciano de aquella manera? Y lo más importante, ¿por qué alguien haría algo así con un ser tan frágil?

- Quizás no sea buena idea coger eso Rob.- dijo el bárbaro - Lo que ha dicho es 'yo debo cargar con el castigo'.

El chamán se incorporó por su cuenta y extendió la mano hacia Rob.

- Dámelo - dijo en un común titubeante - Es una de sus reliquias... Aunque te protega de ellos también se... ñam...- hizo el gesto de llevar algo a la boca - tu alma. Me lo degaron como una afrenta, para que acabase conmigo.

El hombre miraba fíjamente a Rob, sin parpadear, con las mano temblorosa extendida.

Una vez dió cuenta que la paladin Valeria no corría ningún peligro a pesar de lo doloroso que había resultado la invocación de sus extraños - para el bárbaro - poderes, este se acercó también junto a Rob y junto al anciano chamán, su paisano, con ánimo de ayudarle. 

- ¿Por qué ha pasado esto? - se preguntó más para sí que para el anciano, intentando entender todo lo que había acontenido a su pueblo durante su ausencia.

- ¿Shi akhiwod woososiw adkhak wkhiwki? ¡Pikah pikah toko akhiwod! - dijo Garlukan al anciano con tono interrogante, el ceño fruncido, y los fuertes músculos de su torso cada vez más endurecido, como si la rabia se empezará a apoderar de él. 

- Uhsk akrl lorkwe...

Titubeó un momento antes de repetirlo en la lengua de los comunes para que todos pudieran entenderlo.

- Vinieron de las minas.- tomo aire para continuar - De lo más profundo. Yo vi los augurios pero el Gran Jefe estaba cegado por la codicia... ahora tienen a los que necesitan y a los que no...- sus ojos se llenaron de lágrimas - Mujeres, niños... masacrados... 

Señaló la extraña pieza que Rob todavía mantenía en la mano:

- Es el tentículo... Son los voraces de la oscuridad... se comen la miente... se rieron de nuestros dioses, jugaron conmigo y fui como un niño. Me marcaron con el tentículo para que me volviera loco como los otros, pero yo sabía que en este Manantial bebió Kradara¹. Sabía que sanaría mi miente, pero el daño del cuerpo me habría matado de no ser por ella.- señaló a Valeria - Dámielo... corres un gran peligro pequeño hombre... - insistió nuevamente hacia Rob.

—¡Las minas!— se sorprendió Nora —debemos dirigirnos hacia allí, pero antes debemos saber a qué nos enfrentamos—. Se arrodilló junto al chamán y le cogió una mano con ambas manos. Luna también se acercó con interés. —Dinos, noble anciano, ¿quienes vinieron? ¿cómo podemos vencerles?—.

Miró hacia el manantial y se preguntó si tendría algún poder especial para ellos, algún tipo de protección frente al peligro que les esperaba (al hombre parecía haberle salvado la vida) y sin dejar de mirar sus cristalinas aguas preguntó al bárbaro: —Garlukan, ¿quién es Kradara? ¿nos conviene a nosotros beber también de esta agua?—.

Garlukan observó con sumo respecto al anciano de su tribu, sin entender todavía muy bien que era lo que había pasado con las fuerzas de la oscuridad que habían emergido contra los suyos.

- No reconozco ese nombre.... - dijo respondiendo a Nora, luego se dirigió de nuevo al anciano esperando más respuestas.

-¿Kradara? -dijo Valeria en un susurro y sus ojos se abrieron como platos. ¿Cómo era posible que una leyenda tan sureña hubiera alcanzado el norte^[1]? Bah, que hubiera llegado no era extraño, después de todo ella la había conocido en la posada de Shen^[2], durante uno de sus primeros viajes fuera del templo. Lo extraño era que, en aquel rincón del mundo también se la venerara.

Con los ojos vidriosos, en parte por el dolor, en parte por no estar viendo el presente, sus recuerdos afloraron casi sin esfuerzo.

Era casi medianoche pero el sueño se negaba a acudir. La jornada había sido dura, su mentor aún más. Así y todo, Valeria no lograba pegar un ojo. Y eso que la cama era mullida -no como los jergones de paja de las últimas noches- y la comida había sido abundante y caliente -no más cecina y pan rancio por favor!!! Pero así y todo, la joven paladín daba vueltas y más vueltas sin que el dixs^[3] Fiacca decidiera visitarla.

Cansada de enredarse en las sábanas e intrigada por los murmullos y la música que llegaba de la planta baja, se vistió y se asomó al salón común.

La sala estaba atestada. El humo de las pipas enturbiaba el aire, el calor de la chimenea y de tantos cuerpos allí reunidos era una presencia física. Y con mucho olor. Las voces se confundían en una cacofonía alegre, parecía que medio pueblo estaba de fiesta.

Como pudo, se acomodó en la punta de un banco largo junto a un enano de voz potente -como todos los enanos- que discutía con un elfo acerca de los perjuicios de comer flores y aceptó una jarra de cerveza que le tendió un joven mozo que intentaba llevar a todos los parroquianos algo para mojar la garganta.

De pronto, ante una señal que ella no percibió, el silencio se hizo en el lugar. Lo único que podía escucharse era la respiración de su vecino y el chocar de alguna jarra contra la madera de la mesa, seguido de un SHHHHHHH enojado. Es que, en un pequeño escenario en el cual Valeria no había reparado hasta el momento, se encontraba un kender, vestido con estrafalarias ropas llenas de parches de colores y una delicada arpa de madera negra, brillante por los años de lustre que parecía tener.

​"Cuenta la leyenda que mucho tiempo atrás, cuando el mundo comenzaba a andar y los habitantes que hoy pueblan la tierra no eran más que niños aprendiendo a vivir, una raza de majestuosos seres gobernó el Continente Mayor".

La melodiosa voz la cautivó desde el primer momento, al igual que a toda la audiencia. El kender (más tarde se enteraría que se trataba de nada menos que Kaleb Encantasirenas, el bardo más famoso de esa era) desgranó la emotiva historia del período de gloria de esa raza y su posterior caída, marcando el fin de una era, el sacrifico de Kradara.

-Kradara fue un dragón. Una dragón, mejor dicho -dijo la paladín ya en el presente-. En una época ancestral, ellos dominaban Zork, antaño denominado Continente Mayor. Al principio todo era paz y armonía pero luego, como ocurre tarde o temprano en todos los imperios, la envidia y la codicia empezaron a mellar la sociedad y eso dio pie a las Guerras Intestinas. Según cuenta la leyenda, los ataques fueron escalando más y más, al punto de amenazar con la destrucción de todo lo conocido. Por ello, esta piadosa criatura apeló a los dioses para que detuvieran la matanza.

-Los dioses de esa Era, eran justos y vengativos. Accedieron a ayudar a la dragón a terminar con la guerra, pero a cambio exigían un sacrificio. SU sacrificio -Valeria sintió que la piel se le ponía de gallina al recordar la voz de Kaleb. Podía sentir en carne propia el dolor de Kradara al abrirse en canal para que su sufrimiento y su sangre bañaran el altar en el que se estaba ofreciendo. Durante horas, el poder divino la había mantenido con vida, alimentando la sed de martirio de aquellos impiadosos dioses. Cuando por fin se sintieron saciados, la dejaron morir.

-¿Todo para qué? -dijo dolida, con un tono amargo en la voz-. Para nada. Oh, sí, los dioses cumplieron su parte. Acabaron con aquella guerra. Lo que nunca le dijeron a Kradara era que pensaban extinguir a los dragones para eliminar el problema. Vaya si serían cretinos...

>> Se dice que, en su peregrinaje hasta la morada de los dioses, Kradara fue dejando su esencia bondadosa en diversos lugares, sitios a los cuales se les atribuye poderes curatorios o fuente de milagros. Pero no son más que historias, cuentos inventados para pasar las noches de inverno junto al fuego -sin embargo sus palabras no sonaron convincentes. En su interior, sentía que aquello tenía que haber sido cierto, que no se debía al hechizo de la voz del bardo su tristeza y desazón.

- Kradara pasó por aquí cuando el mundo aún era hielo y bebió de este Manantial. Desde entonces cualquiera que beba de él puede ver su cuerpo libre de enfermedades... pero el agua pierde su poder si se aleja del manantial.- dijo como si se adelantase a una pregunta habitual - Más no cura el daño del cuerpo. Sólo de las enfermedades... y la locura no deja de ser una enfermedad.

Seguía insistiendo hacia Rob:

- Suéltalo pequeño... porque eso te puede destrozar la miente si no es lo suficientemente fuerte. Y el poder del Manantial tiene sus límites. Yo soy un hombre sagrado, he entrenado mi miente para esas torturas, pero tú no eres más que un viajero incauto. 

Lo curioso es que Rob seguía con el tentáculo en la mano sin, aparentemente, sentir ningún efecto adverso.

La verdad es que Rob no sabía por qué el viejo estaba siendo tan pesado con el tema de que soltara la estatuilla. Vale que era fea pero tampoco como para volverse loco. De hecho no sentía nada al tenerla en la mano, ni siquiera un cosquilleo. Para ser un objeto maldito era decepcionantemente aburrido.

Rob se había quedado entusiasmado con la historia de Valeria. - ¡Wow! ¡Así que un dragón estuvo aquí! Vaaaaya... siempre quise ver un dragón - dijo ensimismado. - ¿Quién te contó esa historia, Valeria?

De repente notó el tirón en la manga cuando el anciano se dirigió hacia él. Le escuchó mientras hablaba, aunque sin prestarle demasiada atención. - ¿Esto? - preguntó observando nuevamente la figura y luego otra vez al hombre con gesto de lástima. No sólo babeaba, sino que, evidentemente, no estaba demasiado bien de la cabeza. - ¡Ah! No te preocupes, tengo una mente fuerte... ¡Y no soy un incauto! Siempre pongo mucho cuidado en lo que hago...

Extendió la mano y le devolvió la figura.

- Toma, toma - le dijo ante su insistencia. - Sólo la estaba mirando, no pienses que te iba a robar la extraña. - Si tan importante era para el hombre, igual conseguía calmarle un poco en su locura, al pobrecillo. - Pero, ¿qué es exactamente este artefacto tan terrible que te ha destrozado la mente? - preguntó, ávido de escuchar otra historia intersante. - ¿Quiénes son los "voraces de la oscuridad"? - La pregunta de Nora se había quedado olvidada tras la historia de la paladín, y Rob aún quería hacer puntos con la exploradora para ganarse el favor de Luna.

- Son una razia más vieja que la humanidad. Algunos dirán más que los orejas puntiagudas o que los propios urkos¹. Viajan por los planos esclavizando a cualquier razia inteligente comiendo de sus mentes... Y lo mismo querían hacer en Zork si no fuera porque los paladines de un dios humano ahora olvidado² los relegó a la oscuridad, no solo de Zork sino de todos los planos.

Cogió la estatuilla que le cedía Rob. Su mano se movió como si hubiera recibido un golpe en la muñeca, como si coger aquella figura fuese doloroso, cosa que extrañó al mediano:

- Cuando abrimos el paso en la vieja mina vimos los viejos grabados. Se contaba allí la historia. Le dije a Gran Jefe que mejor sería cerrar aquel tramo. Pero había mucho metal bueno. Demasiado. Era una trampa. Como las migas que se dejan a los pájaros para atraparlos en un saco. El Gran Jefe no sabía leer, no podía entender el peligro. Y cuando abrieron la puerta ya no pudimos hacer nadia.

La historia que contó el anciano a Valeria le resultó totalmente ajena. Y eso que ella conocía mucho sobre cultos y deidades de Zork. ¿Más antiguo que los dragones? ¿Más antiguo que las leyendas que los gitanos contaban alrededor de las hogueras la noche más larga? La curiosidad comenzó a picarle.

-¿Qué más puedes decirnos sobre ese culto? ¿Los grabados indican como volver a cerrar ese portal? -si eran dioses que vagaban por los mundos esclavizando razas, algún medio físico para acceder a la realidad tenía que existir. Y aunque esos dioses no tuvieran malas intenciones, nunca era bueno que vagaran sueltos por el mundo. Había que volver a sellar el lugar.

El sol estaba empezando a declinar su viaje en el cielo, había pasado la media tarde, pero Valeria consideró que las minas no deberían estar excesivamente lejos ya que eran el sustento de aquel poblado. ¿Pero cómo de lejos? ¿Llegarían antes de que anocheciese?

- Lo mijor habría sido caer piedras de nuevo sobre la mina. Pero ahora ellios están ya libres ¿qué haseremos ahora? Han acabado con todos los que no tenían valor: mujieres, niñios, ancianos... son monstruos sin alma.