Partida Rol por web

Arnault no pudo evitar bajar la guardia y reír frente a la actuación de Tancredo. -Oh, amigo, las brujerías siempre se acaban pagando. Si quieres algo para ayudarte a ver las cosas con claridad, recomiendo cerveza en cantidad.- Retiró la mano de la empuñadura de su espada, un poco mas relajado, y le dio una palmetada en el hombro a Le Maison. -Voy a ver que pasa con los nuestros invitados, no vaya a ser que necesiten ayuda.-

A paso rápido se movió entre la maleza para salir al camino al lado de Babaccar, para que comprobasen que estaba protegido. -Así es. ¿Por qué no nos acompañáis y encendemos una hoguera juntos? Parece que tenéis algunas historias interesantes que compartir.-

Rumbo a Montnoir, siguiendo la antigua carretera desde el oeste, tres extraños se habían parado en medio del camino y ahora observaban a los aventureros.
El animal que había proferido semejante ladrido era un perro. Se trataba de un mastín gigantesco, de hermoso pelaje parduzco con brillos dorados y unas patas fuertes y poderosas. Parecía bastante alegre de ver a los recién llegados, pues comenzó a agitar el rabo y a hacer tintinear el extraño barril que le pendía del collar de cuero que tenía atado al cuello. Una lengua del tamaño de un filete salió de su boca mientras los observaba con interés y expectación.

Junto a él había dos hombres. El primero tenía rasgos norteños, con el pelo color azabache y una barba hirsuta. Era alto, debía medir tranquilamente dos metros, y de constitución rubusta. De su cinto pendía una sencilla hacha e iba vestido de forma sobria, en tonos grises y negros, cubierto con una capa de piel de oso. Parecía sorprendido en un principio, pero no tardó en sonreír mostrando unos cuantos dientes de oro.
El otro era claramente un gnomo enjuto y con el rostro surcado de arrugas y cicatrices. Tenía el pelo a parches y de un mustio color gris, por lo que parecía bastante anciano pese a que se movía con energía y jovialidad. Vestía de manera más formal pero manteniendo la sobria combinación de colores que su compañero a excepción de un lujoso tabardo que lucía el escudo de la familia Avellaneda[1], que él mismo describiría de la siguiente forma[2], pues se trataba de su heraldo:

En campo púrpura, llaves cruzadas de plata. Timbrado de la corona de marqués. Orlado bajo la punta con el lema "Nuestro escudo es inquebrantable".

—¡Saludos, compañeros de camino!— exclamó alegre el Rhusiyano —Es agradable encontrar al fin compañía. La vieja carretera está extrañamente poco transitada estos meses. 

Miró con cordialidad al extraño druida y al joven Arnault:
—Estábamos a punto de hacer noche, estaremos encantados de compartir hoguera con vosotros. Mi nombre es Alek y mi enfurruñado amigo es Ivan, heraldo de la familia Avellaneda— dijo, añadiendo un exagerado tono pomposo a la última frase.

—¡Maldita sea, Alek! ¡No puedes invitar al primero que se nos cruce a cenar, esto no es una merienda campestre!— protestó el gnomo — No se ofendan señores, pero no les conocemos de nada y tenemos una misión que cumplir. A la marquesa no le gustará un pelo tener compañía inesperada.

Parecía más preocupado que enfadado. Sabía de antemano que Alek aludiría al buen juicio de su extravagante mascota y él terminaría pagando por sus insolencias. Al fin y al cabo, él lo había propuesto como guía para tal misión.

Hugo se abrió paso entre los miembros de su escolta. Había permanecido oculto, temiendo que entre al otro lado de la maleza apareciese un grupo de salteadores o sabe la diosa qué. Sin embargo, al ver que parecían estar charlando amablemente, decidió salir a ver a los extraños con sus propios ojos.
No tardó en reconocer el escudo de los Avellaneda y saludó de acuerdo a lo que dictaba el protocolo, con una pequeña inclinación.

—Saludos, buenas gentes. tan solo somos viajeros del monasterio y no pretendemos causar ninguna molestia ni perjurio a vos o a vuestra compañía.

Al pronunciar la última palabra, el joven clérigo comenzó a preguntarse qué hacía un heraldo sin nadie a quién anunciar. Sin embargo, sus cavilaciones no duraron mucho, pues fueron interrumpidas por un estruendo de pisadas y tintineos metálicos.
Alguien se acercaba.

Le Maison bajó la mano del pendiente de madera que llevaba colgado al cuello. A pesar de sus reservas de la nobleza del gnomo, puesto su alma estaba manchada con ambición, orgullo e ira, la Diosa Lineras aceptaba a los desconocidos. No eran enemigos suyos, por lo que tampoco lo serían de Le Maison.

- Soy Le Maison, caballero del Santo Pendiente. ¿Esperáis a alguien más?-
preguntó al Rhusiyano y al gnomo mientras miraba por el rabillo del ojo al enorme mastín. Si eran enemigos posiblemente los sentidos hiper-desarrollados del perro les podrían prevenir antes de que fuera demasiado tarde.

Volk se sintió aliviado al escuchar a los desconocidos y su mastín, aunque esto le duró poco. Si bien parecían inofensivos e iba a darles la bienvenida, se lo pensó dos veces cuando escuchó el tintineo metálico a lo lejos. Decidió permanecer oculto un rato más, hasta asegurarse de que no sufrirían ningún percance, y si lo hacían, bueno, prefería estar prevenido ante lo que pudiera pasar.

Trató de conseguir un ángulo por el cual observar a quien quisiera que se aproximaba.

- Bueno- sonrió Babaccar- parece que ya estamos todos.

El druida se acercó con paso tranquilo a acariciar al hermoso mastín, un magnífico ejemplar a todas luces muy sano y bien cuidado.

- No queremos causaros molestia alguna, maeses- aseguró- aunque si bien también es cierto que un grupo numeroso ahuyenta a los amigos de lo ajeno y suele asegurar una noche tranquila, lo que creo que todos agradeceremos. El hermano Belmonte puede dar fe de nuestras sanas intenciones pues somos gentes de total confianza. Aún así, si consideráis que puede causaros aún mayores inconvenientes nuestra compañía, no habrá de ser nuestra intención pues por donde hemos venido marcharemos con viento fresco.

El falso peregrino salió al paso de los dos hombres pasando de lado de Hugo Belmonte para poder susurrarle unas palabras de aviso:

—Mi buen Hugo, por el camino viene alguien que está más metido en las artes ocultas que yo mismo. Siento su poder resonando en mis entrañas.

Después se dirigió a los dos hombres de acento extraño, sin perder de vista al gran mastín. No se fiaba de esas grandes y estúpidas bestias:

—Saludos, chêvaliers. Somos peregrinos, simples peregrinos de camino a Montnoir desde el monasterio, como bien ha dicho el Hermano Filemón -refiriéndose a Hugo, para no revelar la presencia del bien conocido inquisidor- Algunos de nosotros son hermanos juramentados [1], pero religiosos a fin y al cabo, así que todos somos gentes de paz, no deben esperar perjuicio alguno ni malas intenciones por nuestra parte. También tenemos a un bardo entre nosotros, un espontáneo compañero de viaje, por así decirlo.  ¿Puedo preguntarles a qué debemos este feliz encuentro?

¿Puedo saber algo acerca de la Señorita Avellaneda, aunque sea solamente un simple graznido?
Su nombre bastaría para empezar.

Iván Rytsarskiy no fue siempre el heraldo y mayordomo de una familia noble. Doctorado en la academia de Domenburgo, ciudad de la región fronteriza con Rhusiya, Iván comenzó a vagar por el mundo ofreciendo sus conocimientos y trabajando en numerosas bibliotecas y cortes. Era un filósofo, pero también experto en heráldica, y aunque se pasó media vida rodeado entre libros, nunca pudo cumplir su sueño de ser un escritor reconocido en todo Zork (pese a que la imprenta no se había inventado todavía, aunque los gnomos están trabajando en ello).

Es probable que Volk lo conociese  ahogando sus penas en alguna taberna, pues aunque letrado, Iván era bastante aficionado al licor y al vino. Cuando la gran guerra[1] asoló los reinos colindantes a Montnoir, Iván asistió a su amigo don Enrique, que por aquel entonces era caballero del santo pendiente. Aunque el gnomo no era demasiado diestro en batalla, tenía nociones de estrategia militar y algo de dominio en la alquimia y las artes arcanas académicas.
Finalmente, la guerra terminó y Enrique de Avellaneda fue condecorado con honores y premiado con el título de marqués y guardián de la marca. Así, su casa se constituyó con el lema: "Nuestro escudo es inquebrantable". Iván fue nombrado mayordomo y heraldo de la familia por sus servicios. 

Existen numerosos cacareos y graznidos alrededor de la figura de doña Lorena de Avellaneda. Todos dicen que es demasiado joven para gobernar, otros que falsificó el testamento, la mayoría que coquetea con las artes oscuras y algunos aseguran haber visto a un extraño y sibilino brujo por los alrededores del marquesado.

Doña Lorena es la pequeña de tres hermanas, pero ha heredado la mayoría de los bienes y el título de marquesa tras la muerte de su padre. Algunos achacan este hecho a la formación militar de la joven y a las ocupaciones de las otras hijas. Leonor, la hija mayor, ha sido ungida como paladín del santo pendiente; igual que el fallecido don Enrique[1]. Por su parte, Laura ejerce como catedrática y docente en la Universidad de Montnoir tras doctorarse en metamagia y arcanología aplicada.

Volk se aproxima a los extraños, silbando una melodía popular rhusiyana, tanto para establecer vínculos comunes, como para no ponerles nerviosos saliendo de repente del bosque, y fumando su pipa, dejando que los presentes huelan el tabaco y perciban su presencia.

- Ah, khorosho naydeny. Dobro pozhalovat', sootechestvenniki. No debeis de sentiros amenazados, al menos de nosotros. Me llamo Volk, y, como os explicaban, nos dirigimos a la ciudad, sin intención de causar ningún mal a nadie.

Dirigió a sus compañeros las siguientes palabras.

- Moi druz'ya, este caballero erudito - dijo, mientras señalaba a Iván - es Iván Ritsarskiy, heraldo y mayordomo de la familia Avellaneda. Tenía entendido que tras haber trabajado en numerosas bibliotecas y cortes, entrasteis a trabajar para los Avellaneda. Tal vez no me conozcais, pero en Rhusiya realicé algunos trabajos que requerían que estudiase a los Avellaneda, o al menos a algunos de sus miembros; vos mismo erais conocido en algunos lugares y tabernas - añadió con una pícara sonrisa -. Ah, pero no pretendo ofenderos, lo cierto es que estamos ante una gran persona: doctor, filósofo, estratega militar, conocedor de la heráldica... respeto vuestros conocimientos maese.

Miró al camino, hacia el ruido que se aproximaba, concluyendo.

- No suponemos ninguna amenaza para la marquesa, podeis creerme. Y, si tal y como habéis dicho, tenéis una misión entre manos, podeis tener por seguro que no somos ninguna amenaza para vosotros. Bueno, eso si no tratais de acabar con alguno de nosotros, en cuyo caso no nos gustaría; excepto en el caso de Kaleb, os pagaríamos para que nos librarais de él - estalló en una carcajada, dispuesta a relajar los ánimos -. Jajajajajaja, bromeo, Kaleb, sabes que te aprecio, excepto cuando haces trampas a las cartas - acompañó estas palabras con un simpático guiño a su amigo bardo -. En todo caso, ¿qué misión os trae por aquí? Si mal no recuerdo, luchasteis junto a don Enrique, caballero del santo Pendiente, y ahora habéis mencionado a una marquesa, y su emblema... ¿debo suponer que algo va mal para los Avellaneda?