Partida Rol por web

Babaccar agudizó, una vez más, sus portentosos oídos. El buho de Tancredo no debía ser de su tierra, pues su ulular sonaba confuso y ajeno; tal parecía que lo que había asustado al pobre animal era ver a un druida anciano a la carrera y moviéndose  con agilidad felina. Sin embargo, el bosque sí tenía algo que decirle. Lo había oído antes en la loma: algo entre los árboles acechaba a sus amigos.

Babaccar, una vez más convencido de que algo extraño emanaba del bosque, siguió su instinto internándose en la floresta. Dos de las cosas que primero aprende un druida son a seguir su instinto y a escuchar al bosque y su intuición le decía que podía haber problemas.

Volk comprendió el silencioso mensaje de Babbacar, y se situó cerca de él. Buscó a sus compañeros con la mirada; Tancredo había decidido descansar, así que decidió dejarle en paz; a le Maison le hizo saber que iría con Babbacar, esperando que hiciese lo mismo.

Asegurándose de que sus compañeros sabían que iría con ellos, optó por un acercamiento más sigiloso, y decidió mantenerse a cierta distancia mientras aprovechaba el paisaje para intentar ocultarse.

Le Maison bajó la mirada tras haber visto los pecados de ambición que emanaban de dentro del palanquín. Estaba claro que no dudaría en pasar sobre ellos si se oponían a sus planes. La máscara tenía algo que era capaz de bloquear sus poderes, y eso también le dejó bastante desconcertado, hasta que cuando se la sacó vio también un ser ambicioso y vanidoso. Parecía ser que a tal dueño tal siervo.

Tras escuchar que Volk iría con Babacar, le acompañó por si había problemas. Vio como se ocultaba de manera perfecta, e intentó hacer lo mismo pero lejos de él por si su ocultación fallaba que no descubrieran por ello al pícaro, seguro que más avezado en el arte de ocultarse.

Babaccar se internaba entre la maleza con una destreza impropia para alguien de su edad; más parecía un corzo trotando y esquivando arbustos. Detrás lo seguían de cerca Le Maison y Volk. El druida sabía que el rhusiyano estaba ahí porque lo había visto unirse y de vez en cuando le parecía verlo por el rabillo del ojo, pero debía reconocer que su habilidad para ocultarse era tan asombrosa como se cacareaba. 
El paladín seguía los pasos del druída, evitando así pisar ramas o follaje que pudiese delatar su presencia. Sin embargo, era bastante más corpulento que Babaccar, y su armadura era bastante más aparatosa para correr, por lo que avanzaba más lentamente que el resto de sus compañeros [1].

—¿C-carnívoro? Por supuesto que sé que es carnívoro, ¿por quién me tomáis?— respondió agitado —Lo que pasa es que, como comprenderéis, no suelo andar por ahí con roedores muertos. Preguntadle a Babaccar, que seguro que hasta se comunica con ellas.

En algún lugar lejano del multiverso, una entidad supuestamente encargada del destino de los habitantes de Zork rió por lo bajo.

—Respecto al tal Salvatore— dijo, bajando el tono —, me resulta una extraña elección como consejero; claro que yo tampoco debería hablar. He oído hablar de él. Según dicen, combatió en la gran guerra. Ahí se ganó su título y su fama —hizo una pausa para echar un vistazo fugaz antes de continuar —. Por supuesto que he oído trinos, y aunque no me gusten los hechiceros, por mi profesión debo mantenerme informado de estas cosas.

—¡Uuhuu! ¡Uhúuuu!

—¡Márchate! ¡Lisca! ¡Vete con los otros y déjame descansar de una vez! 

Orrghk'Grooghk sonrió tras las palabras de Alek, pero no quiso añadir nada más a la conversación. Muchas veces un buen trago dice más que mil palabras, o así pensaba el semiorco. Sin embargo, los ruidos que surgieron de la maleza y el follaje lo alertaron tanto como al resto de sus compañeros.

Lo primero que hizo, en parte ayudado a reaccionar por las sabias palabras de Arnault, fue cerrar y guardar el pellejo de vino tras sus espaldas. Lo último que quería era desperdiciar el néctar de los dioses asustándose otra vez, ya fuera por un perro ladrador, un guardia poco sigiloso o un bandido nocturno sin nada mejor que hacer que llevarse la maza de Orrghk'Grooghk a la boca. Cosa que, por supuesto, iba a ocurrir en caso de que fuera así.

En su cabeza, el semiorco se preparó para la batalla, y en voz muy baja dijo para si mismo una breve oración. La oración, que de momento hasta el día de hoy no le había traido demasiada suerte, decía así: "Si hay alguien ahí arriba velando por mi, es buen momento para que me dé fuerzas, no creéis, dioses de pacotilla?". Mientras tanto, el semiorco agarró fuertemente la maza con una mano y se preparó el escudo en la otra, por si acaso las plegarias no daban resultado... de nuevo.

Por dentro, Kaleb lamentó tener que mencionar ese tema ya que intuía que le resultaría poco grato, o al menos no como venía siendo la conversación. Pero la curiosidad era la curiosidad, y tenía que satisfacerla. Se podía estar cociendo algo interesante y él tenía que estar al tanto.

Estaba por seguir con sus preguntas y respuestas, cuando escucharon aquella corrida a lo lejos.

-Mejor nos acercamos al campamento, sin darnos cuenta nos hemos alejado, y gente como nosotros más vale estar entre los de armas llevar- y le guiñó un ojo a Iván.

De todas formas, miró hacia todos lados, buscando la fuente del sonido. Su mano ahora descansaba aparentemente relajada en la cazuela de su espada, pero lo cierto es que estaba preparado para desenvainarla. Que no la hubiese tenido que usar muchas veces no quería decir que no la supiera esgrimir. Las clases las había recibido en una muy buena academia de esgrima, y estaba dispuesto a demostrarlo.

Arnault retrocedió unos pasos mientras desenfundaba su espada, y mantuvo el silencio para poder escuchar mejor. El ruido parecía acercarse y hasta el propio Orrghk parecía estar rezando una plegaria a su particular manera. Volk sacó su hacha mientras trataba de calmar a Tarannis, que gruñía de forma siniestra y amenazante.

Sonaban ramas resquebrajándose y una algarabía de follaje triturado con fuerza y nerviosismo.

***

Muy lejos de allí, una entidad estaba se frotándo varias de sus tentaculares extremidades mientras detenía su mirada en un pequeño cruce de caminos de Zork; pues lo que estaba a punto de pasar prometía.  Pero ahora su clérigo necesitaba ayuda, la ayuda del gran Choló. Como dios del destino, decidió jugar un poco con las fuerzas entrópicas del lugar para permitir que su campeón tuviese cierta ventaja. Solo esperaba que no se acostumbrara a aquel trato de favor[1]. 

La experiencia en aquellos bosques del joven Arnault, le hizo reconocer enseguida que aquellos movimientos frenéticos pertenecían a arañas gigantes[1] o criaturas similares. Sin embargo, aquel comportamiento parecía impropio de aquellos animales, ¿habría algo más ocultándose entre los árboles y la maleza?

Agudizando su famoso oído, el bardo no tardó en escuchar el tintineo de pequeños huesos y conchas. Era evidente que debía tratarse de Babaccar y parecía dirigirse hacia el campamento. ¿A qué vendría tanta prisa?

Parcialmente ofendida y ofuscada, Hécate salió volando en dirección al bosque. Parecía que el brujo no quería atender a razones y ella no estaba dispuesta a perder más tiempo con él.

Tancredo agradeció la paz de no tener que aguantar aquel estridente ulular nervioso y buscó junto a Filemón/Hugo un lugar donde sentarse y descansar. A lo lejos, llegando por la pequeña loma junto al camino, aparecieron Iván y Kaleb.

Iván parecía bastante más animado y relajado después del paseo con el bardo. Cuando terminaron de acercarse a Hugo y a Tancredo, les sonrió.

—¿Y ese buho? ¡Qué animal tan magnífico!— exclamó maravillado el heraldo, al ver al ave —Y seguro que es más limpio que ese chucho de tundra.

Cuando se percató de que Babaccar seguramente estaría detrás de aquella corrida repentina, Kaleb se tranquilizó un poco. Ese viejo era extraño, y estando en un bosque, vaya a saber qué reclamo animal habría querido seguir. De todas formas, la curiosidad del gnomo buscaba respuestas.

-¿A dónde fue con tanta prisa?- preguntó el bardo al tiempo que iba sacando de su estuche su preciada y cuidada flauta.

Arnault tenía el entrecejo fruncido, y notó como una pequeña gota de sudor frio le resbaló por el cuello. Odiaba a las arañas con todo su ser, jamás fue capaz de soportar a esos seres peludos. Tragó saliva y preparó su escudo. Habló con un tono suave y flojo, como intentando no ponerlas nerviosas. -Vale... parecen ser arañas. Muchas de ellas, y les pasa algo raro, normalmente no son tan agresivas... Alek, intenta hacer una hoguera grande para asustarlas con el fuego, nosotros te cubrimos. Y si eso no funciona, intentemos replegarnos al campamento.-

—De acuerdo— dijo asintiendo el rhusiyano mientras comenzaba a juntar la hojarasca, las ramas y los troncos que había encontrado.

Poco a poco fue montando una pira improvisada a medida que el sonido de cientos de patas se acercaban cada vez más.

Justo cuando Alek estaba a punto de usar la yesca y el pedernal para espantar a las arañas, una voz surgió de entre los árboles.

—¿Quién anda ahí? ¿Madre? ¿Padre? Lo siento muchísimo, yo... tuve que hacerlo. No había, jejeje, no había otra opción, padre— dijo una voz distorsionada que sonaba vagamente similar a la de un chiquillo de no más de 16 años —. ¿Me querrás ahora, madre?

A medida que avanzaban, Babaccar, Volk y Le Maison sintieron un aleteo a sus espaldas. No tardaron en reconocer al buho que había aparecido junto a Tancredo.
Poco a poco, para su preocupación, comenzaron a notar un movimiento nervioso entre la maleza. Pero lo que más les disturbó fue la extraña y distorsionada voz de lo que parecía un muchacho. Estaba a demasiada distancia como para reconocer alguna palabra, pero era indudable que venía de más adelante.