Partida Rol por web

El bardo y sus acompañantes decidieron seguir en dirección a la fuente del sonido. No les resultó demasiado difícil seguir el camino, pues daba la impresión de que alguien había despejado la zona.

Tardaron un poco más de lo esperado, en parte debido a la desafortunada herida de Kaleb, pero no tardaron en divisar a un grupo de soldados más adelante. También les pareció oír una serie de voces familiares. Al bardo le pareció escuchar al joven Arnault y al caballero, pero también habló una voz femenina que no reconoció. Sin embargo, los soldados parecieron cuadrarse, visiblemente nerviosos.

Cuando Babaccar recogió el anillo y lo observó antes de guardárselo, se percató de que había un símbolo grabado en la amatista. Era fácil pasarlo por alto, pero al rozar la piedra pudo notar el relieve. No se parecía a ninguna runa o glifo que hubiese visto inscribir a enanos o elfos. Parecía un ojo sin pupila o quizá la representación primitiva de una boca[1]:

Lo ocultó sin demasiados problemas entre sus ropas, pues parecía que los demás estaban demasiado distraídos debido a la presencia de la marquesa.

El caballero del Santo Pendiente sintió de pronto una enorme carga sobre sus hombros. Esa era la marca de tener la atención de la Diosa; la elección de un camino a seguir para luchar en su nombre.

Lineras despejó la mente de su paladín y lo libró de necesidades mundanas como el sueño, el hambre y la sed. En su lugar, mantuvo las heridas causadas por la criatura, como un recordatorio constante de su promesa. Aunque curase sus rasguños[1] los estigmas permanecerían grabados en su piel, pues esa era su voluntad.

La marquesa pareció aprobar la enérgica respuesta de Le Maison, pues asintió con respeto. No obstante, decidió no añadir nada más para centrar luego su atención en el resto de la compañía.

Doña Lorena recorrió al joven Arnault con la mirada, y no se le escaparon las manchas de sangre y fluído corrupto en la espada del guerrero.

—Ser caballero es sin duda una aspiración muy noble, maese Arnault. Si tenéis el arrojo como para presentar batalla ante una bestia como la que yace hoy aquí, entonces os auguro un futuro muy prometedor —dijo con una sonrisa curva —. Si acudís a liza cuando os llame y lucháis en el nombre de mi casa, tened por seguro que sabré tenerlo en cuenta.

Escuchó las palabras del druida, y asintió en silencio. No obstante, permaneció oculto todavía, esperando que su amigo se diese cuenta de que por el momento permanecería en las sombras, tratando de averiguar algo más tarde.

Rodeó a sus compañeros acercándose más a doña Lorena y su séquito, pero permaneciendo a una distancia prudente, sin querer llamar la atención.

Kaleb renegó con su pierna todo el trayecto. La sentía dormida, aunque sin dolor, y eso era un alivio. Y cuando escucharon las voces, se alegró. De todas formas, no se le pasó la forma en que se cuadraron.

-¿Milady?- les preguntó a los soldados -Al menos no se escuchan gritos, vamos...- instó el bardo acercándose a las voces.

Se miró por un momento las ropas y supo que ya había perdido parte de su decoro. Al menos podía decir que había tenido problemas, porque si se hubiese caído o algo así, tendría que haber mentido para mantener el estatus.

A Volk le sonaba la insignia. Se trataba de uno de los emblemas usado por las fraternidades de la Universidad de Montnoir. No fue capaz de precisar cual, pero resultaba evidente: la edad, el tipo de chaleco, el diseño... Puede que fuese por aquella vez que tuvo que robar a unos novatos despistados (robar a un profesor o a cualquier alumno experimentado puede ser una temeridad).

Respecto al juego, no había mucho que pudiese decir. La mayoría de los que involucraban a universitarios consistía en beber alcohol o realizar obscenidades entre ellos. No se le ocurría qué clase de divertimiento podía conllevar efectos tan horripilantes, más allá de vomitar hasta el hígado o contraer la sífilis. No podía jurarlo, pero puede que tuviesen más suerte preguntándole a alguien experimentado en ciencias ocultas.

Iván también parecía haber reconocido las voces. Se giró para indicarles a Nuño y a su compañero que podían regresar al palanquín si lo deseaban, pues no parecía haber peligro y si los encontraban desobedeciendo una orden de Doña Avellaneda tendrían que dar muchas explicaciones.

—Así es, Kaleb —digo el heraldo mostrándole con cuidado la figura que acababa de hablar —. Esa es la marquesa, doña Lorena de Avellaneda. Parece que ha encontrado a tus amigos antes que tú. Pero, ¿dónde esta... 

Antes de que pudiese terminar de formular la pregunta, la respuesta hizo acto de presencia ante ellos. Por suerte, Nuño y el otro soldado ya se habían esfumado.

—¿Puedo ayudarles en algo, caballeros?— preguntó Salvatore saliendo de la nada —Les hacía bastante más lejos de aquí.

La ominosa figura del consejero les observó en silencio, esperando una respuesta. Estaba bastante calmado, pero cualquiera habría jurado que su máscara ocultaba una sonrisa oscura y burlona.

Kaleb asintió ante las palabras de Iván, era mejor que se fueran los soldados.

-Gracias, muchachos, sin ustedes ahora sería comida de araña forestal- dijo con una sonrisa y un gesto de su sombrero -Nos vemos en un rato-

-Claro... el consej...- y tuvo que interrumpirse porque había aparecido el susodicho como el Demonio en persona.

-¡Vaya! ¡Qué habilidad!- exclamó el gnomo con una sonrisa, ocultando su sobresalto inicial -Salvatore, ¿verdad? Sí, estábamos bastante más alejados, en el campamento para ser más precisos, junto a sus queridos soldados y nuestro compañero peregrino... pero el sobresalto de mis compañeros y mi intuición me hicieron pensar que tal vez la Señora Lorena y/o/u alguno de mis compañeros podía estar en peligro... sabe que el bosque está complicado hoy en día... no es como cuando Iván era joven, que el bosque era tranquilo y apacible... bueno, eso me han dicho, porque yo no estaba por aquí, pero sí me han contado diversas fuentes que corroboran dicha información...- se dio cuenta que volvía a estar verborrágico -Es más, unas arañas gigantes pensaron que sería buen almuerzo para ellas- agregó señalando sus heridas y las ropas desgarradas -Hay que cuidarse de todo, ¿no cree, Don Salvatore?-

Comenzó a caminar hacia donde estaban sus compañeros.

-¿Usted? ¿Qué hacía por aquí sin protección?- preguntó amablemente, con una sonrisa en el rostro.

Salvatore permaneció impertérrito tras su máscara.

—Alguien como yo no necesita armas para defenderse, pero nadie ha dicho que vaya indefenso —dijo, dando un golpe en el suelo con su bastón —. Además, están los soldados... y la marquesa. Tenéis suerte de no haberla visto en combate. Le aseguro, maese Kaleb, que doña Lorena no tiene nada que envidiar a su padre.

-Entiendo, su Excelencia, veo que tiene conocimientos que no todos tienen... ¿consideraría compartirlos con un Cronista que haría su fama llegar a lejanas ciudades?- dijo respetuosamente Kaleb haciendo un gesto con su sombrero -Y me alegro que la Marquesa sea una digna descendiente de su padre, no lo vería como algo malo verla en combate. Todo lo contrario, creo que me sería muy provechoso. Es más, creo que para la misma marquesa sería algo bueno- le guiñó un ojo -Imagina lo que pensarían los enemigos de su Casa si supieran por historias escuchadas por diferentes lugares sobre la habilidad de ella-

Kaleb sabía que era bueno mantener buenas relaciones con todos. Realmente creía en que se podía estar en paz con Dios y con el Diablo, como se decía en algunos parajes. Hasta era bastante bueno haciéndolo. Por algo había logrado ser el Bufón de la Corte.

Salvatore pareció considerar de buen grado la propuesta de Kaleb, aunque nunca se sabía detrás de aquella máscara.

—Me halagáis, maese Kaleb, pero yo no soy más que un vulgar mago académico. Las historias que podríais cantar sobre mi señora serían mucho más interesantes para una corte... A no ser que hablemos de mis pinturas, claro —dijo con un leve deje de arrogancia.

-Entonces podrían ser ambas cosas: las hazañas de su señora, y las pinturas de su talentosa obra- respondió sin dudar -Creí haber escuchado rumores de sus pinturas, pero nunca pensé que le daría tiempo suficiente para aconsejar sabiamente a la Señora Lorena, estudiar sus profundos conocimientos arcanos y además elaborar arte con sus propias manos. Estaré encantado de vislumbrar sus obras, si a usted le parece bien. ¿Es acaso la fama como artista la que usted busca?* Tal vez es demasiado humilde al ocultar tal hecho-

Arnault respondió con una pequeña reverencia y sonrisa a la señora. -Por supuesto. Cualquier hombre habría de ser un idiota para no acudir cuando le llamáis.- Esperó no haber sonado demasiado atrevido, la verdad es que esto nunca se le dio demasiado bien. Se rascó la cabeza, y se tomó un momento para observar el cielo. -Se está haciendo tarde. Si queremos tener energía para el camino mañana deberíamos ir volviendo al campamento.-

Salvatore tardó unos instantes en responder al bardo. Pese a su máscara, a Kaleb casi le pareció notar cómo aquel extraño hombre se abandonaba a la nostalgia.

—Quiero lo mismo que los monarcas y aquellos que luchan por la gloria. Quiero aquello que persiguen los señores enanos que esculpen su historia en vetustos muros de roca o los granujas que se proclaman reyes entre los ladrones. Quiero que mi nombre sea recordado. No caer en el cruel y frío olvido, maese bardo. Eso es lo que quiero. Eso y nada más.

Sus palabras resonaron potentes y directas. Por un instante, al bardo le pareció que Salvatore tenía mucha más edad que la que Iván decía. Podía ser grandilocuente y teatral, pero era sincero.

—¿Y vos? ¿Qué asuntos trae a un cronista ante una compañía tan extravagante de peregrinos?[1]

Doña Lorena curvó sus labios en una inquietante sonrisa. Parecía satisfecha con la respuesta del joven Arnault. Se percató entonces de que su consejero estaba más atrás, manteniendo una conversación con alguien y llamó por un segundo su atención.

—Sea pues, maese Arnault. Mis hombres también están agotados y les vendrá bien descansar ya. Ha sido un placer contar con su presencia y hablar con ustedes, pero he de pedirles que mantengan la prohibición. Mi consejero y yo tenemos asuntos que discutir y no son para los oídos de cualquiera. Espero que lo entiendan.

Dicho aquello, se inclinó levemente en una breve reverencia y se despidió.

Volk, que había sido testigo de la aparición de doña Lorena desde su escondite, se preguntó si no sería posible escuchar algo interesante entre la conversacion de la Marquesa y su consejero, al menos mientras estuvieran más accesibles.

Aprovechó el terreno para acercarse sigilosamente todo lo que pudo para captar todo lo que fuera posible.

El escurridizo Volk hizo honra a su fama y se escabulló sin ser detectado. Por las calles de Montnoir se decía que aquel ladrón rhisiyano era capaz de sustraerle su arma a un soldado y que este no se diese cuenta hasta volver al cuartel. Sea verdad o no, lo cierto era que su destreza y reflejos eran bien conocidos por el gremio.

No le fue especialmente difícil, pese a la cantidad de hojarasca y maleza que cubría el suelo, pues los soldados parecían bastante cansados y la marquesa estaba más interesada en vigilar a su consejero. Cuando dirigió su mirada hacia Salvatore, se percató de que estaba hablando con Kaleb, el risueño cronista del patricio:

—Salvatore: (Sus palabras resonaron potentes y directas) Quiero lo mismo que los monarcas y aquellos que luchan por la gloria. Quiero aquello que persiguen los señores enanos que esculpen su historia en vetustos muros de roca o los granujas que se proclaman reyes entre los ladrones. Quiero que mi nombre sea recordado. No caer en el cruel y frío olvido, maese bardo. Eso es lo que quiero. Eso y nada más.
¿Y vos? ¿Qué asuntos trae a un cronista ante una compañía tan extravagante de peregrinos?

La risa, la juerga y el licor corrían junto al humo de pipa en el campamento. Tancredo estaba disfrutando de la fiesta en su honor. Era evidente que aquellos porteadores necesitaban algo de diversión después de tantas horas cargando con aquel palanquín. ¿Por qué viajar en un medio tan estirado cuando podrías ir perfectamente en un carruaje?

A Tancredo le empezaba a preocupar que no apareciesen sus compañeros, sobretodo porque el sol ya se estaba ocultando en el horizonte. A saber qué andarían haciendo esos mangurrianes.