Partida Rol por web

El gnomo interrumpió su dibujo para anotar, en otro cuaderno que sacó rápidamente, las palabras de Le Maison. Sonaban bien, y seguramente con apenas un par de retoques estarían perfectas.

-De acuerdo, cuando volvamos podrían contarme más...- agregó sin dejar de mirar el bien llamado engendro, y allí reparó en las palabras de Babaccar -Sí, creo que sería lo mejor...- opinó levantando fugazmente la mirada.

Él no cavaría. No sólo porque sería de poca ayuda, sino también porque tenía que terminar el dibujo.

-Baba... me atacaron unas arañas en el camino hacia aquí... se comportaron raro- le compartió sabiendo que él era el más adecuado para saber sobre el comportamiento de animales, aún como las asquerosas arañas gigantes.

Kaleb pensaba tocar una melancólica melodía durante el entierro del muchacho. No sólo acompañaría el rito, sino también podría aprovechar para aliviar las heridas de todos, tanto físicas como emocionales.

Orrghk'Grooghk simplemente miró mientras los acontecimientos seguían desarrollándose a su lado. La mujer noble, Alek ofreciendo cerveza y comida (-Orrghk'Grooghk recordará esto-), la melodía reparadora de Kaleb... desde luego, sus compañeros eran peculiares, pero también los acontecimientos.

Orrghk empezó a cavar cuando vio que todo había acabado. En otra situación habría meado encima del monstruoso cadaver, pero sus compañeros no lo habrían visto con buen ojo, y aunque no fuera el tipo de persona que le da excesiva importancia a las opiniones ajenas, prefería estar en buenos términos con sus compañeros.

- Que conste -dijo el semiorco al finalizar- que yo lo habría incinerado. Espero que ningún gusano se vuelva deforme por comer de este cadaver. ¿Y ahora qué, nos vamos?

Cuando llegaron al campamento vieron a algunos soldados colocando las tiendas. Dos de ellos estaba vigilando el palanquín, pero parecían tan sudorosos que cualquier habría jurado que habían estado corriendo. Tancredo estaba riendo, fumando, bebiendo y festejando con los porteadores [1].

La marquesa les dedicó una mirada gélida y estos se cuadraron enseguida. No tardaron en ayudar a preparar la tienda, no sin antes de darle un buen apretón de manos al brujo.

Un par de soldados aparecieron a toda prisa desde el bosque para retomar su posición junto al palanquín. El brujo ya estaba un tanto embriagado [1], pero reconoció al tal Nuño. ¿Qué habría sido de Kaleb y los demás? Uno de ellos miró a Tancredo y a los porteadores e hizo un gesto que no comprendieron en el momento, cosa que lamentarían más tarde.

El tiempo pasó. Vieron como otro de los pelotones regresaba con leña y comenzaba a preparar las tiendas. Un par de porteadores se miraron pero decidieron seguir con la juerga.

Finalmente, entendieron el signo del soldado. La marquesa, el consejero, el heraldo y un puñado de soldados entraron en el campamento. Doña Lorena, viendo que los porteadores estaban perdiendo el tiempo, les dedicó una gélida mirada.
Al parecer, eso bastó para que los hombretones se cuadrasen y se pusiesen manos a la obra; no sin antes estrecharle la mano y guiñarle un ojo al buen de Tancredo.

Doña Lorena se retiró a su palanquín, probablemente a la espera de que sus subordinados terminasen de montar las tiendas.

Por suerte, no tuvieron que esperar demasiado. El repiqueteo de los martillos y el entrechocar de la yesca con el pedernal fue sustituido por resoplidos, quejas y murmullos. Al parecer, se estaban repartiendo las guardias.

Iván se dirigió a Tancredo:
—Habéis tenido suerte, peregrino. La marquesa parece estar de buen humor. 

—Ehhh, disculpe. No hacíamos nada malo, Maese... [¿Cómo se llamaba el tío este?] Maese. Solo ponía en práctica la aplicación de algunos remedios naturales con mis nuevos amigos, pues algunos estaban algo doloridos y cansados por tantos trabajos. Soy un hombre del pueblo, y llevo mi ciencia allá dónde resulta más necesaria.

En cuanto Kaleb se acercó a ellos, notaron cómo le costaba bastante caminar. Una de sus piernas sangraba y parecía completamente dormida. Sin embargo, este no dudó en interpretar[1] una tonada que comenzaba con un tono fúnebre y pesado pero fue escalando hasta volverse más esperanzadora. Le Maison, quién estaba más cerca del bardo, comenzó a sentirse más aliviado. Habría jurado que las notas del cronista estaban impregnadas con una magia reparadora. Las heridas dejaron de molestarle, ya no se sentía apenado sino con fuerzas renovadas para cumplir su nuevo propósito.

Sin embargo, la canción también pareció afectar al sensible Tarannis, que comenzó a aullar quejumbrosamente[2]. Babaccar, que era el que tenía los oídos más desarrollados debido a su extraña naturaleza, comenzó a sentirse mareado[3].

- Ummmf- Babaccar sintió que se le iba un poco la cabeza.

El druida se detuvo un momento, apoyándose sobre el cayado mientras se frotaba las sienes con la mano.

- Kaleb- pensó- las arañas.

Todavía algo confuso, el druida se acercó al bardo para preguntarle acerca de aquellas arañas que le había comentado con anterioridad. Tras el asunto de la entidad demoniaca resuelto, ese asunto de los animales con extraños comportamientos no le gustaba ni un pelo.

Arnault estrecho contento la mano del rhusiyano. Le dijo que había una posada en Montnoir a la que le tenía bastante aprecio. "El Trovador Borracho". Esperaba que tuviese suficiente habitación para todo el grupo. Tras separarse de el, se detuvo a apoyarse contra un árbol mientras el grupo terminaba de enterrar a la aberración. Visto lo visto, de momento lo mejor sería que se mantuviesen todos juntos esta vez, ya que el bosque había probado ser aún menos seguro de lo que suponía. Asintió frente la afirmación de Orrghk. A él también le pareció que quemar el cadáver hubiese sido lo más seguro.

Antes de partir hacia el campamento, se acercó a Kaleb y Babaccar. -Supongo que la respuesta fácil al ataque es que había una aberración demoníaca y estaban asustadas. En fin, eso no es lo más preocupante- dijo, poniendo el brazo sobre el hombro de Kaleb, con cara de preocupación. -Lo peor es el daño que puedan hacer, y si te afecta su veneno. No soy doctor, pero he visto lo mal que pueden dejar a alguien sus ataques. Tengo vendas y una dosis de antitoxinas, ¿crees que las necesitas?- 

Kaleb se dio cuenta del efecto que tenía la música en el perro, y le sorprendió. Siempre había pensado que la música tranquilizaba a las bestias, o eso había leído alguna vez. De todas formas, agradeció haberse dado cuenta ahora y no cuando estuviera tocando para calmar a una manada de lobos hambrientos.

Cuando el druida se acercó y le habló, creyó entender a dónde iba con aquellas palabras.

-¿Estás bien?- le preguntó mirándolo desde abajo, como si de esa forma pudiera diagnosticar lo que le sucedía -¿Qué pasa con las arañas? Fueron cinco, grandes como perros, y creyeron que sería buena idea probar carne de gnomo... me picotearon bastante- miró sus heridas, aún supurantes.

Le daba un poco de asco, y a la vez, se sentía incómodo con aquel entumecimiento.

-Ogro...- llamó al clérigo -¿Crees que podrías curar mis heridas? Creo que me estoy mareando...- e hizo un gesto como si estuviera por caerse, aunque era sólo para llamar su atención, para que entendiera lo que tenía. Siempre había pensado que no era muy rápido de entendimiento.

Le Maison al ver tambalearse a Kaleb se acercó rápidamente a él. - Espera pequeño amigo, a ver si puedo arreglarte un poco-  Rezó una breve plegaria a su Diosa e impuso sus manos sobre él, pero el milagro no se produjo. No sabía aún si su Diosa lo estaba castigando por su inacción anterior o todavía estaba afectado por lo que había visto, pero en todo caso tendrían que buscar otra solución.

- Por favor Orrghk prueba tú a ver dijo mientras se apartaba del grupo y se sentaba en la posición del loto para reflexionar qué había hecho mal.

- Eso no tiene buena pinta, Kaleb.

Babaccar, algo rudo como las costumbres del bosque, cogió el brazo del bardo mientras observaba las heridas supurantes con ojos experto. Había pasado muchos años en su tierra natal, los Eriales Condenados, allá donde las arañas gigantes son casi tan frecuentes como los gorriones por las tierras que ahora pisaban. Es posible que la distancia hubiera creado distinciones entre diversas especies de arañas pero sin duda habría muchas cosas comunes.

Se trataba de una mordedura de araña gigante. Son criaturas bastante comunes en bosques como este, al menos por esta zona. Lo extraño es que solo suelen atacar a gorriones o mirlos que vuelan distraídos. Es posible que su inusual comportamiento se debiese a la presencia del engendro del caos, de hacho hacía tiempo que no se oía ningún sonido insólito entre la maleza. 

La razón detrás de la cojera de Kaleb estaba en el veneno que aquellas arañas usaban para cazar. No es letal, pero podría paralizar con éxito a un animal pequeño o el miembro del cuerpo que estuviese afectado. Lo más adecuado sería tratar la herida para evitar que se infecte, pero hay poco que hacer respecto a la parálisis (aunque esta se pasa al cabo de un tiempo). Puede que unas vendas limpias y alcohol basten.

Orrghk'Grooghk estaba deseoso de proseguir con el viaje, y apenas le dedicó un minuto a Kaleb... hasta que este le llamó ogro. Al oir la palabra, Orrghk se dio media vuelta, apartó a Le Maison, que parecía estar intentando aplicar sus poderes, y a Babaccar, que exploraba las heridas, agarró a Kaleb del cuello y lo atrajo violentamente hasta juntar narices. Resopló fuertemente un par de veces, dejando que su aliento de orco inundara las fosas nasales del gnomo, y, escupiendo más que hablando, dijo:

- Ash'dautas vras, batlat, ak grom'gol... nar udautas [1]-.

Tras asegurarse de haber sido lo suficientemente amenazador, lo soltó, dejando que cayera en la tierra, y miró a su alrededor.

- Orrghk'Grooghk no es un ogro. ¡Ni tampoco sus padres! No es tampoco un orco. Es mucho más civilizado. Y como muestra de ello, no he matado al gnomo por su insulto. Porque se que no es culpa suya ser un ignorante vestido con ropa de gala. Pero ahora ya estais avisados. Al próximo que me llame ogro, me lo cargo. Probablemente por la espalda y sin honor. ¿Entendido? -.

Antes de que nadie contestara, se agachó de nuevo al mediano, pero esta vez sin tanta hostilidad, y apoyando su mano sobre la cabeza, intentó canalizar la energía de su caprichoso dios, esta vez con mucho más éxito que la anterior.

En voz baja, volvió a hablar a Kaleb: - No me caes mal, gnomo. Pero nunca llames ogro a un semiorco. Es... racial. Como insultar la barba de un enano, o las trenzas de un elfo, supongo. Venga, que no se diga que hoy no has aprendido nada nuevo -, tras lo cual le agarró de la cintura y lo levantó, esperando que pudiera tenerse en pié tras la curación. 

El peregrino se dirigía hacía el gnomo para preguntarle qué había pasado en el bosque, pues aunque tenían poco en común le había caído en gracia, cuando de pronto tuvo que retroceder ante la escena que se acaba de producir, la cual observó con cierta nerviosismo y fascinación con sus ojos extrañamente enrojecidos.

—¡Madre mía! ¡Por un momento creí que te iba a comer! Ufff, que hambre...
Decidme, mi buen gnomo, ¿qué pasó en el bosque? Noté una presencia extraña, pero mi gran sentido de la responsabilidad me impidió dejar nuestro campamento sin vigilancia.

Kaleb logró hacer un trabajo medianamente decente a pesar del dolor y de tener dos miembros completamente dormidos[1]. Esperaba que Nuño tuviese razón y el efecto se le pasase al cabo de un tiempo, ¿qué iba a hacer si no podía volver a tocar la flauta? Un bardo sin su música es como un panadero sin manos.

Sus compañeros también parecían bastante preocupados por su estado. El caballero del Santo Pendiente intentó acudir a su diosa, pero parecía volver a desoír sus plegarias[2]. Finalmente, fue Orrghk el que, con su poco ortodoxo salmo reparador, alivió las heridas de su compañero. Debía ser la primera vez que el bardo se sentía tan bien después de haber sido zarandeado como un trapo. Las mordeduras habían cicatrizado por completo, pero todavía notaba sus miembros algo entumecidos. Nada que un buen descanso no solucionase.

El guía rhusiyano también se acercó al gnomo, maravillado por los efectos de los "cariñosos" cuidados del semi-orco, pero todavía preocupado por la parálisis que aquejaba al bardo.

—¿Necesitas que te ayude a volver al campamento, moy drug? No pareces muy pesado, creo que tanto Tarannis como yo podríamos cargar contigo. ¿Verdad, Tarannis?

El mastín ladró afectuosamente como respuesta a la pregunta de su dueño. En efecto, cualquiera de los dos era lo suficientemente corpulento como para llevar a cuestas a Kaleb.

—Ya... "sentido de la responsabilidad". Yo también suelo tener ese "sentido de la responsabilidad" en mis noches libres, sobretodo si mi paga me permite costearme "responsabilidad" de una buena cosecha —contestó el viejo heraldo enarcando una ceja —. ¿Tus amigos? La verdad es que no lo he visto, pero tengo entendido que terminaron con un verdadero engendro. No he podido apreciar gran cosa, pero juraría que aquella cosa había sido humana antes de transformarse de forma tan grotesca. Había sangre y tripas por todas partes; un espectáculo digno de los últimos cuadros de Salvatore. Por cierto, nuestro amigo Kaleb consiguió camelárselo. Estos artistas...

Cuando el caballero se acercó, agradeció en su interior ya que no sería la primera vez que recibiría la gracia de su diosa. Pero su expectativa se vio frustrada, al no recibir el alivio que había sentido en algún momento en el pasado. Pudo notar el pesar de Le Maison.

-No te preocupes- dijo despreocupadamente, aunque en realidad le dolía todo el cuerpo, y la preocupación crecía en intensidad -Seguramente estás muy cansado, descansa un poco y verás que todo está bien-

Kaleb intentaba que el caballero no perdiera los ánimos. ¿Qué hazañas haría un hombre desmoralizado? ¿Qué gestas podría llevar adelante cuando podía llegar a sentir el desamparo de su diosa?

-Lo sé...- le respondió a Babaccar en voz baja, y acercándose un poco, para que Le Maison no escuchara -¿Crees que estará todo bien?-

Pero lo que más le sorprendió fue la reacción de Orrghk'Grooghk. Dentro suyo no podía negar que se había sentido asustado por un momento. Se sentía vulnerable, y que lo levantaran de esa forma, con los escupitajos malolientes del semiorco, y con aquella gutural lengua que había aprendido a fuerza de voluntad, no ayudaba a que se sintiera mejor. Aún sabiendo que lo que le había dicho era algo que debía valorar.

-Está bien, mis disculpas hacia tí, yo...- le dijo intentando levantarse y en ese momento el alivio descendió sobre su maltrecho cuerpo.

Resultó ser una sensación extraña. Había sido amenazado, zangoloteado, soltado sobre el suelo estando con una pierna muy entumecida... y aún así, casi, podía agradecerlo. Tal vez todo eso era una forma de ritual, no lo sabía realmente, pero la calidez que sintió a continuación no tenía parangón. ¿Es que eso sentían los esclavos curados por sus captores? Síndrome de... Sinrazón de... ya se le ocurría algún nombre adecuado para esa situación extraña, donde el captor o sujeto de violencia podía ser, al mismo tiempo, sujeto de placer o alivio.

El gnomo se dejó ayudar para levantarse, y aunque el entumecimiento aún continuaba, podía sentir un profundo cambio.

-Gracias, Orgk... fue por tu nombre que me confundí y dije una palabra que no debería, pero haré todo lo posible para que no se te llame de esa forma, es más, intentaré crear un buen nombre para tí, que no sea ofensivo- dijo solemnemente acomodándose las ropas, para luego mirar a Alek y finalmente a Tarannis.

Una sonrisa apareció en su rostro.

-En otras circunstancias declinaría tal oferta- comenzó -No por desprecio de su amabilidad, sino por decoro- hizo una pequeña pausa mirando a todos por un breve momento, para detenerse en Alek -Pero en este caso extraordinario, donde he recibido demasiadas heridas de arañas gigantes que sólo gracias a mi habilidad con el estoque he logrado rechazar, debo admitir que esa ayuda será de gran ayuda para mi envenenado cuerpo- e hizo una leve reverencia -Gracias, tovarish-

Lo cierto era que le daba no sólo curiosidad sino también nostalgia el poder subirse a un perro y usarlo como montura. Su niñez arremetió con fuerza en su mente, recordando juegos y travesuras con sus hermanos y hermanas menores. Una efímera lágrima escapó de la prisión de sus ojos, para ser desplazada hábil y disimuladamente por una pequeña mano de gnomo.

—¿Eh? ¿Lo qué? Eso tiene que ser por fuerza algún tipo de abominación mágica. No son seres que surjan de un rincón oscuro del bosque porque hay luna llena, se hacen en un laboratorio. ¿Y dices que recuerda a las pinturas del tal Salvatore? ¿Eso no os da qué pensar?