Partida Rol por web

Iván simplemente se encogió de hombros.

—Salvatore es un poco bicho raro, pero por muchos aires que se de es inofensivo. Y desde luego sus pinturas no son tan malas como para invocar a criaturas semejantes. Hazme caso, maese peregrino. Yo he tratado con alquimistas bastante reputados tanto en la Academia como en la Universidad. Todos una panda de chiflados, sí, pero ninguno de esos deformes homúnculos se compara al horror que había en ese claro. La magia es impredecible y peligrosa, pero habría que ser un hechicero muy torpe para provocar un desastre tan sobrecogedor.

Uno de los porteadores escuchaba la conversación, así como alguien entre las sombras*. A pesar de la gravedad en las palabras del anciano gnomo, la escena parecía la de un abuelo aconsejando a su nieto.

—Por lo visto no tenéis mucha idea de las artes arcanas, ¿no es así, mi buen Iván? Un engendro de esa clase no es precisamente un accidente, lleva muchas horas crearlo, y se hace con una función muy concreta. En cambio un accidente mágico es poco más que un desafortunado aborto que solo es capaz de sentir un dolor insoportable durante su corta y miserable vida, que con suerte no pasa de unos minutos. Es precisamente por eso que me llama la atención que mencionéis que el enjendro se parece a los cuadros de Salvatore. Conozco [ejem, muy someramente] su obra, y no es un aspecto para nada accidental.

La descripción de Iván fue lo suficientemente escueta para que la viva imaginación de Tancredo construyese a su antojo. Un "engendro" podía ser casi cualquier cosa, por supuesto. Sin embargo, el tono grave del gnomo invitaba a pensar en un tipo de criatura bastante concreta.

Como brujo, Tancredo había oído hablar de mutaciones. Personas que desgraciadamente habían entrado en contacto con algo que no debían. La esencia misma de la magia es el cambio, o al menos así lo sostienen algunos chiflados con túnicas vaporosas y los ojos apagados. Un metamorfosis tan bestial solo podía estar causado por una exposición prolongada o breve pero muy intensa a una fuente de poder realmente absurda. O, al menos, eso era lo que decían esos charlatanes.

El heraldo se quedó tan atónito que los ojos parecían salírsele de las cuencas. Su rostro enrojeció a medida que una vena palpitaba en su cuello de forma amenazante.

—¡¿Disculpe?! Perdone usted[1], pero yo soy un mago académico bastante reconocido. ¿Se pensaba que solo era un licenciado en heráldica? En todo caso debería preguntarle cómo es que está usted tan enterado en artes arcanas siendo poco más que un monaguillo —dijo exasperado y estirándose todo lo que podía. Un par de soldados se miraron, valorando si debían intervenir en el entuerto.

- Ummf.

Babaccar iba a añadir algo pero Orrghk'Grooghk interrumpió sus pensamientos ayudando al pequeño gnomo con el poder de su dios ante la mirada interrugante del druida.

- Interesante- convino mientras veía como las heridas se iban cerrando- creo que gracias a los cuidados de nuestro amigo no vas a tener demasiados problemas. He visto muchas heridas como estas y me sorprendería que fueran ya un problema. No obstante- se detuvo un momento- me intriga el comportamiento hostil y temerario de las arañas. No suelen atacar a seres tan grandes, prefieren presas fáciles como pajarillos o quizá pequeños roedores.

Era esa inusual agresividad combinada con el episodio que acababan de vivir le decía que algo turbio estaba oscureciendo la serenidad del bosque, algo oscuro, algo que necesitaba ser resuelto.

- No creo en los hechos aislados ni en las casualidades- añadió- y hoy hemos vivido dos episodios desde luego fuera de lo común. Algo está enturbiando la paz del bosque, destruyendo su equilibrio. Mi deber me obliga a restaurar el equilibrio del bosque, debo saber qué está ocurriendo.

—Yo... el peregrino pareció titubear por un breve instante, como si su mente estuviera vagando por lejanos espacios siderales. Entonces extendió su brazo y Hécate se posó sobre él, ululando levemente a medida que el peregrino la acariciaba. La hoguera se reflejaba en las pupilas de ambos, dándoles un resplandor anaranjado inquietante, que les dada cierto toque de teatralidad sobrenatural. Al fin y al cabo ambos, hombre y ave, actuaban en representación de fuerzas arcanas muy antiguas, aunque en el caso de Tancredo más por avatares del destino que por elección propia. En esa tesitura el a menudo bufonesco Tancredo parecía haberse metamorfoseado en algo bastante más solemne y grave, casi recordaba al cuento del Peregrino Oscuro, un siniestro personaje que recorría las aldeas y el mundo rural portando un viejo grimorio de magia negra a cuestas, obrando buenas o malas acciones según la ocasión, pero siempre asombrosas. Hasta su voz parecía más grave y hueca.  —...soy un séptimo hijo de un séptimo hijo, estoy marcado —prosiguió — y por circunstancias de la vida me he visto obligado a viajar, a veces escapando, otras por el mero ansia de ver mundo, y he sido testigo de algunas de las fuerzas que habitan en los rincones oscuros de este mundo. Aunque solo sea un humilde peregrino he visto más cosas que muchos eruditos de la academia durante toda una vida estudiando tomos muertos. Aunque solo sea por instruir a un hombre dotado, aunque con menos conocimientos que vos, por favor, dígame, Maese, ¿qué era aquello? 

El heraldo sostuvo la mirada de Tancredo. Por un momento, su expresión resultó indescifrable, pero terminó relajándose al cabo de un tiempo.

—Con que un hechicero rural, ¿eh? No puedo decir que respete demasiado vuestra praxis, pero somos compañeros al fin y al cabo. Te contaré más, pero ya te avisé de que no podido ver demasiado. Cuando llegamos, ellos ya habían despechado a esa bestia, ¿sabes? Lo más sorprendente es que llevaba ropa humana. Estaba destrozada y hecha un asco, pero juraría que se trataba de un niño bien —explicó Iván —. Ese tipo de chaleco no lo puede comprar cualquiera, que digamos. Pero ahí termina cualquier parecido con un ser humano, pues su craneo había reventado. En su lugar no había más que una lengua enorme y repugnante. Su brazo derecho parecía un amasijo azulado e hinchado y, como ya te dije, había vísceras por doquier. Ese tipo de mutaciones han sido causadas por algo muy poderoso y oscuro, Tancredo. 

—Eso es... fascinante, y terrible. De alguna manera presiento que es importante, y me siento mal por haberme quedado aquí embriagándome con los trabajadores en vez de ayudar. ¿Podríamos examinar el cuerpo? Bueno, no el cuerpo. El espíritu. Si era humano podría hablar con él, pues conozco el arte de hablar con los muertos.

—Nigromancia… ya veo. Mira, yo debo quedarme en el campamento por orden de la marquesa, pero podemos hacer una cosa. ¿Ves a ese soldado de ahí? —le dice señalando a uno de los hombres que habían llegado corriendo poco antes que la marquesa — Se llama Nuño. Dile que vas de mi parte y pídele que le guíe hasta la engendro.

Antes de que Tancredo pudiese darse la vuelta, Iván se sujetó una de las mangas.

—Ah, y ten cuidado. 

El brujo se acercó a hablar con el tal Nuño. Era un soldado bastante joven, pero alto y recio como un roble. Miró con desconfianza a aquel desarrapado peregrino hasta que explicó sus intenciones y de parte de quién venía. 

Cuando ya lo tuvieron todo listo, se internaron en el bosque. Ya era la segunda vez que Nuño se internaba en aquella floresta y parecía que no apartaba la mano de la empuñadura de su espada.

—Manténgase alerta, maese Tancredo. Podrían haber arañas gigantes o cosas peores rondando estos bosques. 

—Tranquilo, buen soldado. Tan solo buscamos el cuerpo del engendro. En cualquier caso, si algo sale mal no dudes en salir corriendo y pedir ayuda a mis camaradas. Sé por experiencia que este tipo de rituales pueden torcerse, aunque espero que este no sea el caso.

Parecía que en el claro estaba congregado el grueso de aventureros, cada uno dedicándose a lo suyo, cuando de repente llegó Tancredo, escoltado por un soldado. Extrañamente esta vez no estaba encadenado, como venía siendo lo habitual, si no que el soldado parecía que estaba encargado de protegerlo.

—Ejem, buenas noches, hermanos. Espero no haber llegado demasiado tarde. Estooo... ¿este es el engendro? Tengo que hacer una cosa, si me disculpáis. Por favor, procurad prestar atención a todos los detalles porque puede que no recuerde nada de esto, pero no me interrumpáis, por lo que más queráis.

Sin mayor demora, el extraño peregrino se arrodilló, sacó su gastado grimorio, un poco de incienso y una campana, la cual comenzó a tañer con un ritmo monótono, carraspeó para aclararse la voz y comenzó a entonar un profundo cántico a medida que se contoneaba siguiendo el ritmo y entraba en trance.

Tancredo apareció en el claro acompañado de uno de los soldados. Era un joven fuerte, alto y recio que Kaleb reconoció enseguida como Nuño. El brujo parecía ligeramente achispado pero intentando mantener la seriedad de un profesional que está a punto de realizar una operación delicada.

Es resto estaban terminando de enterrar el cadáver del engendro mientras Alek ayudaba al bardo a montarse en Tarannis, el enorme mastín de tundra. La escena era particularmente dantesca teniendo en cuenta la cantidad de sangre azulada que manchaba por doquier hierba y helechos. Al parecer, había realizado un trabajo a conciencia para no dejar vísceras desperdigadas por la zona.

Tancredo abandonó el bosque junto con uno de los soldados hasta que Volk ya no pudo oírles. Tenía algo más importante que hacer, aunque parecía que su objetivo también se había parado a escuchar al brujo y al heraldo.

Lorena: parece que ese brujo sospecha de ti, amigo mío.
Salvatore: eso me ha parecido, y no me gusta un pelo. ¿Qué tendré que ver con aquellas mutaciones? Ya me gustaría tener ese poder. Así podría transformarte en oveja y conseguir que me dejases en paz.
L: se te olvida con quién estás hablando, querido. Por cierto, ¿dónde está tu hermano? Ya debería estar aquí.
S: ¿Lenguaraz? Ya sabes que se toma su tiempo. Puede que sea un poco mordaz, pero te aseguro que es muy eficiente… cuando quiere. Ahora mismo debe estar al caer. Puedo sentir cómo se acerca.

Volk se sobresaltó cuando escuchó un ruido a su espalda, demasiado cerca. Por un momento pensó que era una persona, pero enseguida se percató de que no eran pasos sino algo que se deslizaba: una serpiente. Una sierpe de escamas de color bronce que despedía destellos iridiscentes a la luz de las antorchas que los soldados había empezado a colocar en el campamento. El ofidio se coló deslizándose sinuosamente en por una pequeña apertura del palanquín.

—Voy a contactar con el espíritu de este muchacho; o, al menos, con lo que quede de él. Este ritual atará su ánima a mi cuerpo para que podáis hacerle tres preguntas. Ni una más, ¿entendido? Cuando terminéis, será libre. Esta obligado a contestar de forma honesta, pero tenéis que ser concretos— explicó el brujo antes de comenzar su cántico.

* * *

Hécate, el majestuoso buho de Tancredo, comenzó a ulular de modo escalofriante. La luna pareció iluminar el claro con una luz blanca y espectral a medida que el silencio comenzaba a reinar en aquella región apartada del bosque. Toda la floresta parecía expectante mientras el brujo terminaba de recitar su misterioso cántico. Sus ojos se quedaron en blanco y comenzó a zarandearse suavemente como una rama quebradiza.

De pronto, los ojos de Tancredo volvieron en sí. Algo en sus facciones había cambiado ligeramente. A pesar de la espesa barba negra, su rostro parecía mucho más aniñado y rollizo. Su respiración estaba agitada y, cuando habló, su voz también sonó mucho más aguda, como la del muchacho antes de su horrorosa transformación.

—¿Do-dónde estoy? ¿Qué ha pasado? Vosotros…, creo que me sonáis de algo. ¿Quiénes sois?

- Aquí cada uno dice la suya - comentó Orrghk -, pero estamos perdiendo el tiempo. Si hubiera algo más que investigar en el bosque, los dioses nos lo habrían hecho saber -.

Así habló el semiorco tras oír las palabras de Babaccar. Sin embargo, la llegada de Tancredo y sus extrañas actuaciones con el cadaver le dejaron sin palabras, aparte de un pequeño y musitado "Pero qué demonios...". Tras atender el extraño ritual, el semiorco por fin entendió que el espíritu del infante estaba siendo canalizado a través del cuerpo de Tancredo, lo cual era algo ciertamente inusual pero no tan extraño como para asombrarse. Y consciente de que debían formular una serie de preguntas, se aclaró la voz y habló:

- Niño, engendro, o lo que diablos seas. ¿Qué te ha pasado? -.

Así lo dejó, pensando que quizá el resto de compañeros tendrían más cuestiones, y sabiendo que las preguntas serían limitadas, para que quizá alguien pudiera preguntar algo más concreto.

Babaccar torció el gesto a ver a Tancredo. No era alguien con el que simpatizase pero por todos los dioses del bosque que había hecho bien en mantenerse lejos del combate, el charlatán no hubiese durado ni un asalto frente al engendro.

Su mirada se volvió interrogante al observar al soldado tras él y pronto pensó que el hombre había vuelto a meterse en problemas y, por ende, ellos también. No obstante el soldado no hizo gesto alguno por lo que parecía que, o bien venían juntos, o bien el soldado estaba asignado para protegerle... o para vigilarle.

El brujo se acercó con determinación al cuerpo exánime del engendro y, para su sorpresa, empezó a realizar alguna especie de ritual arcaico y peligroso que derivó en una quietud antinatural. Una quietud rota por las palabras de Orrghk'Grooghk que formuló una pregunta que dejó descolocado a Babaccar hasta que entendió lo que había ocurrido. El ritual iba a permitirles hablar con el muerto a través de Tancredo.

El druida estaba acostumbrado a hablar con los animales y los espíritus del bosque pero... esto, era repugnante. No obstante, permaneció con los oídos bien abiertos, pues la respuesta del espíritu era de su interés, y mucho.

Volk decidió permanecer inmóvil, juzgando que no merecía la pena arriesgarse al veneno de una serpiente a cambio de seguir a la Marquesa. Decidió aguardar a que el reptil se deslizase lejos de él, y si todavía podía seguir a doña Lorena, lo haría, en caso contrario volvería al campamento con sus compañeros.

Volk decidió quedarse quieto, era demasiado profesional como para dejarse asustar por un reptil. Sin embargo le intrigó no oír ningún grito desde dentro del palanquín. En su lugar, casi parecía que estuviesen esperando al ofidio.

Salvatore: ¿lo ves? Aquí está? Te dije que no tardaría en aparecer. ¿Traes noticias, Lenguaraz?
Lorena: (Resoplido).
Lenguaraz: (Con voz sibilante). Ya puedes dejar de resoplar, mocosa. Le he encontrado.
Lorena: ¿en serio? Ya era hora. ¿Dónde tienen a ese infeliz?
Lenguaraz: esos insensatos van a despertar a la Boca del pozo. O al menos así lo llaman.
(Silencio).
Lorena: con que así era. Eso explica muchas cosas.
Salvatore: así es. Deben haberle confundido conmigo. Los rumores que difundiste han resultado ser efectivos, pero me sabría mal que fuese a costa de la vida de ese hombre.
Lorena: ya… tienes suerte de que todavía le necesitemos.