Partida Rol por web

Volk paseó por entre los soldados, acercándose todo lo que pudo a la zona donde ahora reposaba el palanquín. Los porteadores se habían sentado a descansar y estaban ahora jugando a las cartas mientras se pasaban una petaca entre ellos. Solo cuatro soldados se habían quedado para proteger la zona mientras el resto se había alejado para buscar leña y contar el campamento. Por su parte, el consejero se había marchado a supervisar a los caballos tras compartir unos murmullos con la ventana del palanquín.

Procurando no llamar demasiado la atención gracias a su talento como ladrón, se coló como pudo e intentó captar furtivamente la conversación de alguno de los soldados o algún ruido dentro del palanquín: nada. 
Antes de darse por vencido, decidió pegar la oreja a los comentarios de los porteadores. Por suerte, parecía que lo que fuese que contenía la petaca los volvía más parlanchines.

Porteador 1: ¡Joder, tengo la espalda molida! ¿Falta mucho para llegar a esa condenada ciudad?
Porteador 2: Creo que Salvatore dijo que mañana a medio día ya estaríamos allí. Luego podrás gastarte el jornal en el burdel.
Porteador 3: Mateo, tienes que darme tus dos mejores cartas, que ahora eres el Rey de los trasgos.
Porteador 4: ¡Agh! Justo cuando me tocaba el As de estrellas. ¿Y se puede saber qué pinta la señora en Montnoir?
Porteador 2: Creo que es un asunto relacionado con la Universidad, tal vaya a visitar a su hermana.
Porteador 3: Pues yo he oído mencionar las catacumbas. ¿Y no había un tipo que había desaparecido?[1]
Porteador 1: Sí, me suena. Eso explicaría la urgencia con la que hemos acudido.
Porteador 4: Claro, puede que se tratase de ese peregrino que rondaba por... ¡Un momento! ¿Hay alguien ahí?

Para cuando los porteadores se levantaron para examinar los alrededores, Volk ya había desaparecido sin dejar rastro. No tardaron en rendirse y continuar con su partida. "Habrá sido alguna ardilla" dijo uno de ellos. El ladrón maldijo aquella rama que había pisado en un descuido por haber estado demasiado absorto en la conversación. Pero había tenido suerte. Aquellos hombres se habían pasado el día bajo los susurros de la marquesa y su consejero, por lo que habían unos cuantos trinos bastante interesantes.

Silbando una cancioncilla y acompañado por Alek y Orgh, Arnault avanzó por el bosque que ya se conocía como la palma de su mano, a veces parándose para cortar o recoger algún leño que le pareciese lo suficientemente bueno. Tas un rato, y una vez lo suficientemente alejado del campamento, sacó y empezó a prepararse una pipa para fumar mientras descansaba con la espalda apoyada en un árbol cuando se dirigió a sus acompañantes. -Cuando os invitamos a compartir una hoguera no me esperaba que fueseis tantos, pero bueno, supongo que tendremos que hacer unas cuantas más, jejeje...- Echó la cabeza atrás mientras pensaba en voz alta. -No me gusta el tipo de la mascara, me da mala espina. ¿Por qué creéis que la lleva? ¿Estará horriblemente desfigurado, o es tan feo que parece que lo está?-

Kaleb sonrió amablemente y le puso una mano en el hombro.

-Siempre listo para ayudar a jóvenes entusiastas- dijo guiñándole un ojo -Hablaré con el Patricio, seguramente le hará falta algún guía para sus partidas de caza...- hizo una pequeña pausa para verter en su boca un poco de su bebida y miró hacia el campamento que rápidamente se iba armando.

-He escuchado que la marquesa sale sólo para casos importantes...- dijo despreocupadamente, pero un brillo en sus ojos indicaba la curiosidad por el conocimiento -¿Qué hace con tanto séquito por estos lares?-

Todo lo que estaba ocurriendo le era tan ajeno a Orrghk'Grooghk ​como las heráldicas que exhibían los soldados o los libros de los cuales hablaba su compañero, ese de lengua tan vivaraz llamado Kaleb y apodado "El Grande". A decir verdad, no parecían gente interesante ni divertida, excepto el hombre de la máscara. Probablemente ocultara bajo ella alguna deformidad... o quizá quisiera ocultar su identidad por ser de alguna minoría étnica. O quizá simplemente quisiera parecer intimidador. En cualquier caso, Orrghk'Grooghk ​lo tenía claro: prefería alejarse de estos problemas, y, a ser posible, del perro.

El humo de la pipa de Arnault invadió sus fosas nasales, sacándole de su estupor.

-Oh, por el amor de dios. Cómo puedes llevarte eso a tu pecho? Esa mierda te va a matar algún día-, dijo mientras pegaba un buen trago de cerveza de otro pellejo que llevaba un poco más oculto en la mochila. -Creeme, no hay nada como el alcohol para embotar los sentidos. El tabaco de pipa solo tiene un efecto, oscurecer tu voz y tapar tu rostro. Y para eso, una máscara hace mejor trabajo. Respecto a tus comentarios, no lo se, pero no me resulta agradable estar tan cerca de esta soldadesca, ni de la marquesa de las narices. Y no es por faltar al respeto-, continuó mirando a Alek-, pero no tengo ningún aprecio hacia las clases sociales. Mis antepasados arreglaban sus disputas mediante el tamaño de sus puños, no de sus carteras ni de sus títulos nobiliarios, los cuales arrebatan la nobleza, irónicamente hablando. Por cierto, gustáis?-, terminó, señalando a sus dos improvisados compañeros con el pellejo de cerveza. Caliente, por supuesto.

El anciano gnomo tuvo que reprimir una carcajada a duras penas imaginándose a Alek en la corte.

—¿Ese muchacho sirviendo al estirado de Laforet? ¡Eso sí que me gustaría verlo! Y ese maldito chucho suyo no vale ni para cazar moscardones, ahuyenta a toda criatura viviente con sus ladridos, jajaja— rió sonoramente —. Pero bueno, me fío de ti. Me quedo más tranquilo sabiendo que está en buenas manos.

Iván dejó de reír en cuanto Kaleb mencionó a la marquesa. Su ceño se frunció, dándole un aspecto sombrío a su semblante.

—Tienes razón, pero no es extraño ver a doña Lorena atender sus asuntos ella misma. Es igualita que su difunto padre, que los dioses lo tengan en su gloria. Enrique también gustaba de estar en primera linea— dijo, dirigiendo su mirada hacia el palanquín —. Estoy seguro de que, de no ser por el protocolo, yo no estaría aquí. Ni siquiera sé con certeza qué la ha empujado a dejar el marquesado, pues solo se comunica con Salvatore. Tengo entendido que tiene que ver con la Universidad y poco más. ¿Te lo puedes creer? ¡Soy el heraldo y el mayordomo de la familia desde que la señora era una renacuaja y me tengo que enterar por terceros!

El guía, que había escuchado las preguntas del joven Arnault, negó con la cabeza.

—¿Qué va a estar desfigurado? Lo que pasa es que es un pomposo vysokomernyy y le gusta, ¿cómo lo decís vosotros? Sí, eso: darse aires. Pero es normal que os de mal agüero. A mi no me parece trigo limpio, ni a mi ni a Tarannis— contestó.
 

Normalmente cualquiera hubiese contemplado con asco la posibilidad de beber del mismo pellejo[1], pero Alek aceptó el trago de cerveza con gusto. Él, al igual que muchos rhusiyanos, había pasado por innumerables penurias y el rechazo de sus semejantes. Pese a su aparente jovialidad, en su rostro se dibujaban arrugas que evidenciaban una vida dura y un camino lleno de obstáculos.

—¡Ah! ¡Spasibo, moy drug!— contestó cuando tomó el odre —Solo un tupoy rechazaría cerveza de abadía.

Mientras Alek echaba un buen sorbo a la cerveza que le ofrecía el clérigo, comenzaron a oír movimientos nerviosos entre los árboles. Infinidad de ramas crujieron a su alrededor mientras oteaban sorprendidos las profundidades del bosque.

Babaccar, que merodeaba pensativo por la loma en la que iban a montar el campamento, se giró alertado. Parecía haber oído algo en el bosque que le había llamado la atención. Como un animal sorprendido por un ruido extraño, corrió en la dirección que habían tomado Arnault y Orrghk para ir a cortar leña.

Le Maison, Tancredo y Volk, observaron como su amigo les dirigía una mirada fugaz, como instándolos a que lo acompañaran.

Kaleb e Iván escucharon a alguien correr y alejarse de la zona. Parecía provenir de la loma sobre la que planeaban montar el campamento y se perdía entre la espesura. Se preguntaron qué diablos podía haber sido, pues sonó lo suficientemente lejos como para descartar que alguien los estuviese espiando. ¿Habría pasado algo en el campamento?

—¡Qué diantres!— exclamó Hugo cuando el druida se lanzó a la carrera —¿Qué mosca le habrá picado? ¿Tú sabes algo de esto Tancredo?

El resto de guardias apostados alrededor de los porteadores y el palanquín hicieron caso omiso. Su misión era proteger a su señora, aunque más de uno miró extrañado a Babaccar y al resto de "peregrinos". Salvatore, por su parte, sí que parecía interesado en su extraño comportamiento. 

Un pequeño mapa con la situación de cada grupo en la encrucijada, para evitar confusiones.

—Ni lo sé ni me importa, solo quiero descansar un poco, que ya es tarde. Déjalo que camine como él camele.

La indiferencia y pachorra del peregrino era total. Se dispuso a sacar su pipa para fumar y una bota de vino especiado.
 

—¡Uuuu! ¡UuUuú! ¡Úuu!

La gran hermbra de búho orejudo parecía nerviosa.

—¿Callarás de una vez, pesada?

El monje se encogió de hombros, mostrándose de acuerdo con Tancredo. Él también estaba cansado y deseaba hacer un alto junto al fuego y comerse la ración que le había preparado el hermano Francis.

—Tranquila, bonita— dijo dirigiéndose a Hécate, mientras le ofrecía una galleta de avena que había sacado de uno de sus fardos —, ¿quieres una galletita, preciosa?

Aranult sonreía esperando a coger el siguiente turno del pellejo y dar su ilustrada opinión sobre la nobleza y sus esperanzas de que la marquesa fuese una muchacha hermosa cuando escuchó los sonidos procedentes del bosque. Tal vez fuese paranoia, pero pensaba que esta vez no serían viajeros amigables con los que compartir comida y bebida. Instintivamente se llevó la mano a la espada para desenfundarla lentamente, con el objetivo de no alarmar a quien -o qué- les acechaba desde el bosque. Con la misma lentitud y midiendo sus movimientos, se acercó a los otros, apagando y guardando su pipa. Habló en tono muy bajo. -Mantengámonos juntos, obviamente hay algo en el bosque y será mejor que no nos pille desprevenidos. Quedaos detrás mía y proteger la cerveza, que si no nos atacan voy a querer un trago.-

Mintras tanto, observó la linea del bosque. intentando discernir si iba a ser atacados, y si así fuese, desde donde.

Babaccar volvió a mover las orejas, deteniéndose en seco en su carrera. El bosque hablaba y debía escuchar.

Recostado contra un roble, Tancredo trataba de encender su pipa sin quemarse los dedos o los pelos de la barba con uno palo muy fino y largo que metía en la fogata, a modo de fósforo.

—No le deis porquerías al pájaro, Hermano Filemón. Es un carnívoro, solo come roedores y otros pájaros. Cambiando de tema... Dioses, ese idiota estirado de Salvatore... ¿que impresión os causa?