Partida Rol por web

Tancredo salió en tropel del estudio, tirando del pobre Golyav y con un puñado de hongos en la mano. Desgraciadamente, no tuvo demasiado tino a la hora de ejecutar su brillante plan. El inquisidor había logrado incorporarse el tiempo suficiente para ser embestido por el apresurado brujo. Ambos chocaron, haciendo que algunos hongos cayesen e inundasen parte de la estancia con aquellas esporas mágicas. Las pupilas de los tres se dilataron irremediablemente.

El Hermano Arcadio gemía atormentado por un ejército invisible de jinetes pesados que lo ensartaba con lanzas y lo castigaba por sus innumerables pecados. Tancredo soñaba con ondinas que le arañaban la piel con conchas rotas y trozos afilados de coral, riendo con voz cantarina ante sus aullidos de agonía. Golyav soñó con un grupo de encapuchados que le colocaban sanguijuelas por el cuerpo y lo obligaban a consumir un extraño cieno negro.

El primero en abrir los ojos fue el Hermano Arcadio. Era un hombre que había sido entrenado por la Inquisición y, aunque ese no había sido su mejor día, no tenía intención de caer en el consumo de alucinógenos —por muy dinámico que pareciese ser su proveedor—.

Realmente la noticia de los auxiliares invisibles le sorprendió. Y se le notó en la cara un breve momento. ¿Es que acaso sabían de su presencia allí? Claro, él nunca vio a nadie que lo viera, aparte de Samuel, pero seguramente algún auxiliar lo había visto. ¿Por qué no le habían dicho nada? Tenía que averiguarlo...

Miró a Hugo un momento y se acercó, luego de asentir con la cabeza al encargado que le negó abrir la ventana. Lo entendía, era lógico y coincidía totalmente.

-Creo que Hécate quiere decirnos algo... yo seguiré buscando, creo que puedo avanzar- le dijo en un murmullo al tiempo que parecía buscar algo en uno de los libros que tenía el fray.

Acto seguido, se dio vuelta con un giro rápido y medido, para acercarse de nuevo al Decano.

-Sería un gran honor para mí que me ayudara a encontrar lo que busco. Seguramente la familiaridad que tiene con esta biblioteca agilice la búsqueda, además de poder compartir más tiempo con usted en quien he encontrado una grata compañía. Pocas veces se encuentran personas ávidas de conocimientos como uno- su sonrisa era sincera, consideraba seriamente volver más adelante a conversar más ampliamente con el Decano -Hace mucho tiempo que no deambulo y disfruto de la compañía de libros...-

Le Maison vio el choque entre Tancredo y el inquisidor Arcadio. Esto olía a problemas a menos que consiguiera tranquilizar rápidamente al hermano Arcadio, así que apresuradamente le dijo mientras que les ayudaba a recuperar el equilibrio a ambos:
- Hermano Arcadio, este estrafalario personaje es en realidad uno de los elegidos por la propia Lineras para erradicar las abominaciones que pueblan estas tierras. En su nombre te ordeno que le dejes ir con tus bendiciones.

Al Decano parecía agradarle el entusiasmo y el amor al conocimiento del bardo. Su rostros e abrió en una sonrisa de profesor orgulloso, en una expresión que contrastaba con el carácter agrio con el que los había recibido.

—No esperaba menos de alguien como usted, que cultiva tanto letras como el noble arte de la música. Ya lo imaginaba con pluma como la suya. Para mi es todo un halago que confíe en mí para ayudarle en todo lo que busque, maese Kaleb, siéntase libre de consultar todos los tomos que deseé. Esta es una biblioteca universitaria y tenemos temas que cubren todas las necesidades educativas de nuestros alumnas y profesores, pero tanto el señor Bragnes como yo mismo procuramos que haya una amplia selección de temas. El campo que más me apasiona es el del ocultismo y el folklore, como probablemente habrá escuchado en la corte con tanto trino y cacareo, y creo que precisamente es el que a usted le puede interesar.

Estuvieron un buen rato recorriendo estanterías y acumulando tomos encima de una de las mesas de estudio. Kaleb recordaba todavía el sistema de catalogación de la biblioteca [1], pero la ayuda de Lapierre fue inestimable para poder guiarse por aquella marea de nombres, fechas y siglas[2]. Cuando lograron apilar una cantidad considerable de bibliografía, la investigación comenzó.

Hugo asintió al comentario de Kaleb, pero continuó con su infructuosa búsqueda a través de cientos de lomos y títulos. Había optado por la sección dedicada a ritos de exorcismo y defensa contra entes malignos. Solo muy de vez en cuando echaba un vistazo rápido al hermoso ave que los observaba con atención desde la ventana.

Me pregunto en qué clase de líos andará metido el trapalleiro este, parecía decir la expresión del exorcista.

El grito del caballero desorientó unos instantes al Hermano Arcadio, quien miró a los lados. Parecía todavía algo confuso por la droga que acababa de ingerir, pero parecía listo para saltar como un resorte ante la menor provocación. Cuando enfocó su mirada en Le Maison, este pudo ver como el inquisidor llevaba su mano hasta el pomo de un puñal que ocultaba entre sus ropas.

—¿Qué? ¡Usted! ¿Pero qué dice? ¡Este hombre acaba de atacar a un miembro de la Santa Inquisición! ¡Ayúdeme a arrestarlo en nombre de la Diosa!

—¡Merde pour ta bouche![1] ¡Le Maison, este individuo viene a asesinaros, lleva una daga envenenada escondida! ¡Defendeos, por lo que más queráis!

Ante lo desesperado de la situación aprovechó para golpear al inquisidor a traición con la esperanza de ayudar o al menos crear confusion, pero Tancredo no era un buen luchador, ni siquiera uno decente. Nunca recurría a la violencia y no tenía ni la menor idea de cómo propinar un puñetazo o un puntapié dónde doliese.

Le Maison quedó helado ante el nuevo rumbo de los acontecimientos. Atacar a un miembro de la Santa Inquisición, aunque le repugnaran sus métodos, era un acto penado con la muerte, precedido habitualmente de una larga tortura por sus agentes.

Tras ello desenfundó la espada y adoptando una pose defensiva miró a uno y otro interlocutor diciendo. Podéis explicaros? Ambos estáis del lado de la Diosa, no entiendo nada.

—¡A MÍ LA GUARD… Ugh! —comenzó a vociferar el Inquisidor hasta que Tancredo le golpeó.

Arcadio había subestimado las capacidades del brujo y este se había aprovechado de ello. Mientras el Cuervo intentaba invocar la ayuda de Le Maison, Tancredo le propinó un puñetazo en el vientre.

—Este hombre… acaba de usar… su brujería contra un hombre de la Diosa. Debe ser apresado y… ajusticiado —dijo entrecortadamente y con un hilillo de voz.

—Ne lui prêtait putaine attention[1], Le Maison! ¡Quieren al vagabundo para hacerlo callar! ¡Estamos bajo las órdenes del patricio, y no de la puta inquisición!

El peregrino alzó su callado por encima de su cabeza, como si fuese a propinar un gran garrotazo en la cara al inquisidor, y este se preparó para evitar ese golpe, pero la intención de Tancredo no era partirle la cabeza al tal Arcadius, faltaría más. Usó aquel movimiento para distraerlo y meterle una señora zancadilla que lo mandó de bruces al suelo, y ¡oh, sorpresa, se le cayó un puñal al pobrecito inquisidor! Se supone que un pobre monje no va armado, y menos con un arma como aquella, diseñada para asesinar por la espalda.

Aprovechando que el inquisidor estaba en el suelo, Le Maison se colocó entre ambos y le dijo a Tancredo con los labios *Corre* pero sin pronunciar palabra, no fuera que el hermano Arcadio le escuchara.

Tras ello dio la espalda a Tancredo y se giró de nuevo hacia el hermano Arcadio, ayudando a levantar al inquisidor mientras que esperaba que Tancredo huyera a toda velocidad. Tras ello recuperó el puñal caído y se lo devolvió al inquisidor a la vez que preguntaba -¿Estáis bien? ¿Qué era eso de un puñal envenenado?

El Inquisidor, que todavía no había terminado de recuperar el aliento, se desplomó en el suelo. En medio del revuelo, algo cayó en el suelo provocando un estruendo metálico. Se trataba efectivamente de un estilete.

—¡Arg! —se quejó —No os preocupéis por mí. El brujo no debe escapar, ¡es preciso que le interrogue!

Sus ojos ardían de ira mientras intentaba ponerse de nuevo en pie. No pensaba dejar escapar a aquel —evidentemente— enemigo de la Inquisición, ¡y menos después de saber que decía actuar en nombre de Laforet!

—¡Le Maisón, escuchadme, por Lineras! —dijo mientras forcejeaba con el inquisidor y trataba de apartarlo del estilete agarrándolo por las piernas. —¡Ni siquiera sabía que yo estaba aquí, porque... [jadeo] no debería de estarlo, ¿recordáis? Yo... [resoplido] estaba en la catedral, así que no viene a por mi, ¡viene a por vos, porque yo le dije dónde estabais! ¡Tenemos... [uff]... que impedir que de la alarma! —Al final consiguió darle un gran puntapié a Arcadius en sus partes, si es que las tenía, y dejarlo quieto en su sitio. —¡Reste inmobile, fildeputaine![1] —exclamó el peregrino, aliviado, mientras trataba de cachearlo. Seguro que llevaba una nota incriminatoria, una orden escrita o algo, pero aquella túnica no tenía bolsillos y todo se guardaba en los pliegos, era complicado buscar.