Partida Rol por web

Tancredo y Golyav estaban de vuelta en las Catacumbas. El brujo se concentraba en que su pequeño sortilegio para crear luz fuese lo suficientemente intenso como para leer el mapa, pero no lo suficiente como para llamar la atención. Desperdigados por los muros, había rastros de musgo que brillaba de manera tenue, así como antiguos glifos que parpadeaban tristemente como la llama de una vela.

El mapa que le había dibujado el monje de la Catedral era bastante esquemático. Había varios caminos que parecían terminar en callejones sin salida o en puntos indeterminados, pero había un par de salidas además de las que había visto antes. Las más claras eran la de la Catedral y el monasterio de la Universidad, sí; sin embargo, había un símbolo con forma de craneo negro, acompañado por signos de exclamación. También había una especie de puerta indicada con un signo de interrogación. No parecía demasiado claro, pero era algo. Volver a la Catedral no parecía buena idea de todos modos, era probable que la Hermana Beatriz volviese por allí.

Mientras se decidía por qué camino debía continuar, notó un extraño cosquilleo en la F que la Inquisición le había marcado en el antebrazo. ¿Se estaba volviendo paranoico o acababa de vibrar?

—¡Ese malnacido se escapa! ¡Hay que hacer algo!— gritó desquiciado el Inquisidor, apuntando con su dedo hacia la habitación por la que se acababan de escabullir —¿Es que se va a quedar usted ahí parado a que llegue la guardia?

Antes de que el caballero pudiese siquiera contestar, alguien llamó a la puerta de entrada del monasterio:

TOC TOC

"Me están rastreando con esta cosa... perfecto. ¿Y ahora qué? Debería de arrancármelo, quemarlo  o algo" —Pensaba para sus adentros.
En cuanto al mapa, no estaba muy seguro, era brujo, no cartógrafo. Sospechaba que la calavera negra podría ser una entrada a La Tournerie, la Torre Negra, un lúgubre lugar en el que vivió un brujo llamado Arístide Torccia. Lo de torccia sonaba a antorcha, así que seguramente era un apodo porque lo quemaron, pero lo de Arístide... eso era un viejo eufemismo para referirse al Diablo con mayúsculas. Inquietante, —pensó. Su laboratorio fue purgado por la inquisición tiempo ha, y él quemado en la pira. Era una historia bastante conocida entre los magos de la ciudad. No estaba seguro de si quería o no ir allí, parecía un sitio peligroso. Por otro lado era probable que nadie los buscase en un sitio tan así, ¿o sí? ¿Y si aquella marca era el laboratorio dónde retuvieron a Golyav? ¿O era en el interrogante? Pfff, de tener que hacerlo, era mejor beber de un frasco marcado con un interrogante que de uno marcado con una calavera, eso seguro. Decidió aplicar el mismo principio aquí.

—Lo primero es lo primero. —Dijo, malhumorado. —Golyav, ayudame. Tengo que quitarme esta mierda de marca cuanto antes, creo que me rastrean con ella. Aquí tengo varias pócimas curativas, que me van a hacer falta. Cuando la cortes la meteremos en un vial vacío y dejaremos que se lo lleve la corriente y las ratas. Se van a pegar horas persiguiendo un frasco con un puto trozo de piel.

Extendió el brazo arremangado, y se hizo un improvisado torniquete con su cinto, que era solo un cacho de cuerda. La maldita F de felón, fornicario o lo que significase esa odiosa inicial  le latía y picaba cada vez más, así que esos hijos de mala madre no debían de estar muy lejos. Sacó el corcho a una de sus pociones y lo escupió, listo para beberla cuando fuese necesario, mientras mordía la correa de su zurrón, y le entregó al rushyiano un pequeño pero afilado cuchillo que él usaba para comer y le dijo, con el brazo extendido:

—¡Confía en mí, saldremos de esta, pero venga, hombre, no te eternices! 

Le Maison se giró al hermano Arcadio apretando los puños. Los caballeros del Santo pendiente respondían sólo ante sus superiores y ante la propia Lineras, no ante ningún inquisidor, pero pensó que no era el momento de recordárselo, así que le contestó lo que el inquisidor quería oir.

- ¿Está bien entonces? Voy a buscarlo a que dé explicaciones. Tras ello oyeron los ruios en la puerta:

-Espera ¿Oye eso? Tras lo que s se dirigió a la persona tras la puerta ¿Quien viene?

La Inquisición había sido atacada. Eso era un buen título para un capítulo de su crónica. Porque no podía ser de otra forma, ¿no es cierto? ¿Habría sido una represalia por las actuaciones de Hugo poco tiempo antes? ¿O era un hecho aislado? Tenía que averiguarlo...

Hacía tiempo que Golyav se dejaba llevar como un barco arrastrado por la corriente. Apenas había descansado, y en apenas una hora ya había huido de dos Inquisidores y estaban de vuelta en las siniestras catacumbas. La luz del hechizo de Tancredo proyectaba sombras ominosas en los contornos de las rocas y las facciones de un par de cráneos incrustados. 

El hombretón se estremeció al ver la marca de Tancredo. Aquella cicatriz en forma de F parecía estar en carne viva, vibrando con cada uno de los latidos del brujo. Con sumo cuidado, cortó la zona hasta arrancar la marca. Lograron contener la sangre gracias a una tira de tela que el rhusiyano había arrancado de su camisa —no era lo más higiénico, pero no había tiempo ni recursos para nada mejor—. Cuando la operación hubo terminado, el brujo apuró el contenido del frasco, haciendo que la piel se regenerase en apenas unos instantes. La zona cicatrizada todavía le escocía un poco.

Tancredo no podía imaginarse qué podían significar aquellas marcas —más allá de "peligro" o "muerte" y "misterio—, por lo que decidió seguir su instinto y dirigirse hacia la puerta de la incógnita.

Caminaron un largo trecho, deteniéndose a cada pocos pasos cuando escuchaban a grupos de gente merodeando. No eran los únicos que se movían por los subsuelos de Montnoir. ¿Serían sus perseguidores o se trataría de algo más? Fuera lo que fuese, no era prudente quedarse a averiguarlo. 

El camino se les hizo mucho más largo que el que les llevó hasta el campus, e incluso llegaron a pensar que se habían perdido. Era sumamente fácil perderse con tan poca luz y con un mapa tan esquemático. No obstante, Tancredo consiguió orientarse pese a todas las adversidades y, finalmente, llegaron a su destino. O, al menos, eso indicaba el trozo de pergamino. Allí no había ningún pórtico, sino un grupo de losas dispuestas en círculo. ¿Tumbas? Desde luego, no había ningún tipo de nombre, fecha o epitafio.

Por alguna razón, Tancredo comenzó a sentirse profundamente relajado, en paz y, de algún modo, totalmente despierto. ¿Había estado ya antes en aquel lugar? Había seis losas formando un circulo, en una sala cerrada y abovedada. Pero no parecía haber nada en el centro…

Arcadio volvió a su expresión fría e indescifrable de siempre y asintió. Recogió su arma y volvió a guardársela entre los pliegues de su hábito, revelando varias correas y un estuche con ampollas de cristal rellenas de líquido rojizo. 

—Gracias por tu preocupación, hermano. No son más que rasguños. Pero ese hombre es un criminal y está marcado por nuestra orden. Tiene la seña de la F impresa en su antebrazo, su libertad pendía de un hilo. Ahora es un prófugo. 

El Inquisidor se alejó de Le Maison para recolocarse sus ropas y sacudirse el polvo de encima.

Le Maison atravesó la capilla hasta llegar a la puerta principal. A medida que se acercaba a ella, habría jurado que escuchaba su propio nombre, ahogado por la pesada hoja de madera tallada. Cuando finalmente la abrió, tras el umbral se encontraba Hugo Belmonte.

—¡Le Maison! ¡Fuego! —fue lo único que dijo.

¿Represalias por las acciones de Hugo? Belmonte tenía cierta relación con la Inquisición, pero si alguien quería vengarse de él, habría atacado directamente el monasterio de Vorspiel. ¿Para qué arriesgarse tanto a quemar un edificio de la Santa Inquisición? Que los Inquisidores llevaban tiempo conspirando contra Lord Laforet no era ningún secreto, ¿habría alguna relación? 

¿Losas o lápidas? Nunca había oído hablar de lápidas en círculo, pero si de piedras en círculo. Puede que aquello fuese un portal, un pasadizo o incluso un lugar de poder. Se arriesgó a proyectar un poco más de luz para examinarlas. ¿Tenían inscripciones? ¿Se activaban de alguna manera o en algún orden? ¿Reaccionaban a la magia? Tocó y rebuscó, canalizó magia hacia las piedras y de vuelta, sin tener mucha idea de lo que hacía. La verdad es que no tenía ni puñetera idea, nunca había visto nada igual, y para colmo estas piedras no venían con manual de instrucciones.

—Golyav, ¿sientes algo especial o te suena de algo este lugar? Yo noto una sensación extraña, como un deja-vu, y solo estuvimos aquí cuando robamos aquel relicario, así que no veo otro nexo... Estas piedras están mudas, pero presiento que encierran un gran misterio, o un poder oculto. Están aquí por algo, ¿o somos nosotros los que estamos aquí por algo?

¿Sería que Laforet hubiese querido tomar cartas en el asunto? ¿O era el Alférez Maasdam? Ese violento, represor y arrogante, sólo quería congraciarse con el Lord, y estaba seguro Kaleb que podría estar dispuesto a hacer cualquier cosa. Una vez le compartió ideas bastante radicales en cuanto a ese enfrentamiento silencioso... ¿sería esa la razón del incendio?

Intentó buscar con la mirada a ese hombre de bigote enrulado y sombrero de ala ancha, estaba seguro que si él estaba detrás de esa acción, querría verlo con sus propios ojos.

De todas formas, había suficientes distracciones como para que no pudiera detenerse demasiado. Además, tenía que asistir a una reunión, y antes ameritaba un baño y cambio de ropa. Por ello, dio media vuelta y se retiró hacia la zona de la Universidad a cumplir con sus anhelos de una sensación de mayor higiene. Sería un buen momento para dejar decantar todo lo vivido hasta ese momento, reflexionar... seguramente de algo se daría cuenta.

Volk avanzó con cautela. Doña Avellaneda y su escolta habían tomado atajos que no siquiera el conocía. Incluso habría jurado que alguna de las callejuelas se movía de forma inusual, abriendo escalones que parecían no llevar a ninguna parte o conectando dos calles que, aparentemente, jamás tendrían que haberse tocado. No le cabía duda de que estaban utilizando el famoso barrio de los magos: una compleja red de caminos que servían para acortar distancias innecesarias o llegar a lugares ocultos. Había visto a Tancredo usarlo antes, e incluso a algunos de sus antiguos compañeros de gremio cuando intentaban robarle los anillos a un nigromante.

No era capaz de ver a Iván, el heraldo, por ninguna parte. Junto a la marquesa viajaban cuatro soldados y Salvatore.

Estuvo a punto de perderles el rastro. Intentó seguirles la pista cuando giraron una de las impredecibles esquinas y, sencillamente, desaparecieron sin más. No descubrió lo que había pasado hasta que no se detuvo, frustrado, y detectó algo con el rabillo del ojo: había un portal invisible en uno de los muros. Cuando uno lo miraba directamente, podía confundirlo con una grieta entre los ladrillos. Pero él había visto cómo era la entrada en realidad. 

Con decisión pero cautela, se introdujo dentro de aquella apertura.

Oscuridad. Llevó su mano a uno de sus bolsillos hasta que sintió la piedra de Katarina entre sus dedos. El guijarro se iluminó con un ligero resplandor cuando se lo llevó a los labios, susurrándole lo que le habían dicho. Aquello le permitiría avanzar sin llamar demasiado la atención —o eso le habían dicho—. Ante él bajaba una vieja escalera de piedra que se perdía entre las tinieblas.

«Seis».

Ese número resuena en tu cabeza. Por alguna razón, sientes que está incompleto.

«Seis».

¿Falta algo, no? En tu vida siempre ha tenido mucha importancia otra cifra: el Siete. 

¿Es posible que sea ese el problema? Eres el Séptimo hijo de un Séptimo hijo. ¿Está ahí la clave?

¿Y las losas? Si las losas no son tumbas, es posible que sean otra cosa… ¿Has probado a moverlas?

Tancredo musitaba para sí algo que conocía bien, era un pequeño ensalmo, en realidad un truco mnemotécnico que se usaba para aprender los valores simbólicos de los números:

"Una son la llave y la puerta
Dos las caras de la moneda
Tres las madres sagradas
Cuatro las estaciones y las edades del hombre
Cinco los lados del pentagrama
Seis son los libros sagrados de las leyes 
Siete los días de la semana y los planetas"

—¡Eureka! Golyav, no te metas dentro del círculo ahora, creo que ya sé cómo funciona.

Los libros sagrados tienen estabilidad porque son 2, 3 y 6, 2 veces 3, pero a la vez están incompletos porque no llegan a 7, así que su estabilidad se transforma en estancamiento, están cerrados y no aceptan nuevos contenidos. Si aquello era una puerta, como Tancredo sospechaba, y solo había 6 losas era porque estaba estancada, es decir, cerrada. Para abrirla haría falta ponerla en marcha, es decir, completarla para que avanzase.
Hay seis libros sagrados, pero son rígidos, hieráticos, hace falta completar su conocimiento con lo profano, que está representado por la astronomía y la magia. ¿Quien era el único mago allí? Evidentemente, Tancredo.

Las losas no estaban bien colocadas, faltaba una porque no podían colocarse de manera que sumasen 7 según la numerología; (6+1), (5+2), (4+3), y tampoco se veía ninguna losa suelta por ahí, así que la única opción era moverlas de manera que dejasen espacio para una séptima losa; Tancredo, el mago, el profano, que venía a acabar con el estancamiento. Así lo hizo, y se colocó en el hueco vacío, esperando con expectación que sucediese algo en el centro del círculo, a la vez que intercambiaba miradas nerviosas con el rushyiano. Y entonces... nada.

—Vale, lo pillo. No soy un libro.

Tomó su grimorio y lo colocó en el hueco que antes había ocupado él. Y otra vez... nada.

—¡Joder, chico! ¡Qué complicado eres! Vale. Ya sé lo que pasa. ¿Por qué nunca hago las cosas tal como me enseñaron?

Hacía falta sostener el libro abierto y leer directamente de él, ABIERTO. Esa era la clave, para abrir el portal, o lo que fuese aquello, era necesario abrir el libro. Esta vez se colocó en el hueco, con el libro abierto y comenzó a leer:

"Una son la llave y la puerta
Dos las caras de la moneda
Tres las madres sagradas
Cuatro las estaciones y las edades del hombre
Cinco los lados del pentagrama
Seis son los libros sagrados de las leyes 
Siete los días de la semana y los planetas
ÁBRETE DE UNA PUTA VEZ, JODER"

Nada.

Tancredo había esperado cualquier efecto mínimamente indicativo de que había resuelto aquel acertijo. Porque era un acertijo, ¿verdad? Las losas formando un círculo, la sala cerrada y abovedada… ¡Lo tenía todo!

Frustrado, cayó de rodillas con el libro todavía entre las manos.

Nada.

Ni humo, ni runas brillando, ni estatuas girándose. Ni siquiera un silbido melodioso y triunfante.

Estuvo a punto de rendirse y soltar mil y un infiernos por la boca, hasta que se fijó en las paredes. Toda la estancia parecía igual que antes, con los pesados bloques de granito; pero había algo que había cambiado. No era capaz de verlo directamente, pero por el rabillo del ojo[1] distinguía una hendidura por la que podría introducirse sin demasiado problema. ¿Había estado siempre ahí?
Además, como si alguien hubiese dejado la puerta de una pastelería abierta, la estancia comenzó a inundarse con un olor dulzón a té y magdalenas.