Partida Rol por web

Cuando intentas concentrarte, descubres que tu mente se pierde por derroteros insospechados. Maldices por lo bajo. Inevitablemente recuerdas aquellas veces que, por el cansancio u otras distracciones, eras incapaz de seguir un libro. Volvías una y otra vez al mismo párrafo, con la sensación de no haber leído nada.

Estas a punto de darte por vencido cuando te percatas de que Homero te mira fijamente. ¿Es una coincidencia o realmente puede ver sin sus ojos? Entonces te guiña un ojo. 

Quizá deba dejarme llevar, piensas, aunque no sabes muy bien cómo has llegado a esa conclusión. Aún así, intentas interpretar de nuevo los dibujos de la túnica. Una vez más notas la irritante sensación de estar vagando por el palacio vacío e impoluto de tu cabeza. Negro, negro, negro, niebla oscura y densa, destellos que palpitan débilmente; después, las luces dibujan algo que estaba oculto entre las tinieblas: un pastor que canta, una madre que nutre y enseña, y un majestuoso león blanco. 

Entonces, los versos de una antigua canción resonaron como un eco por los salones de su palacio mental:

Al comienzo no había nada, solo la larga noche.
Luego fueron tres.
El primero le cantaba a las estrellas y su fulgor le cegó.
La segunda amamantó a los animales, a las plantas y a los hombres.
Y el tercero bramó con la rabia de un trueno.
Luego fueron doce.
Tres seres que ardían como un sol.
Tres seres que flotaban junto a los astros.
Tres que dormían en las profundidades.
Un guardián
que terminó consumido por la puerta que guardaba.
Y dos gemelos
el puente entre dos mundos. Uno a cada lado,
como la luna y el sol.
Luego fueron muchos.
Luego fueron dos veces siete.
Siete hermanos y siete hijos.
Y llegará el tiempo en que los ecos dejen de resonar.
La torre se derrumbará.
El guardián dejará de proteger la puerta.
Y el león lo consumirá todo
para que el pastor y la madre vuelvan a sembrar.

Aquella era una de las transcripciones que habías encontrado en el Codex Ater Viatoris. La primera vez que la leíste lo achacaste a un extraño poema sobre la creación y un final que desembocaría en un eterno retorno. Ahora comienzas a atar cabos. Aquellas palabras coinciden verso por verso con la canción que solían cantarle los ruiseñores cuando apenas eras un retoño. 

Ogma, la que nutrió el mundo y enseñó a los hombres a sembrar y a cazar para obtener sustento; Homero, el pastor ciego que inventó la música y las historias; y Dragón, el avatar de todo lo salvaje,;de la muerte y el renacimiento. Eran los dioses arquetípicos de los que hablaban muchas leyendas.

Y luego, las doce bestias primordiales. Reconoces algunas de ellas. Los ecos de su existencia se extienden por los hilos del tiempo. Tres, como las brujas, las edades o los estados de la materia. Tres veces tres, y el guardián y los gemelos. ¡Los gemelos!

—La oscuridad es donde mora Dragón, nuestro hermano —contesta sin apenas inmutarse —Después de bailar todo el día junto al sol, baja hasta los campos para descansar. Sus sueños son el verdadero peligro. Por eso la mayoría de los seres vivos se ocultan y se duermen cuando cae la noche. Solo los vástagos de la muerte vagan en las tinieblas.

Cuando Ogma terminó de hablar, Homero hizo un gesto con ambas manos. Las sombras que proyectaban los candelabros de la cocina comenzaron a temblar y a transformarse en murciélagos, buhos y otras criaturas nocturnas.

—¡Espera! ¿Has dicho "sol"? Juraría que había dos soles la última vez que miré había dos —comentó genuinamente confundido.

Aunque el Zork siempre lucía una única estrella blanca y reluciente, había dado por hecho que en aquel "mundo" aquello sería diferente.

—Entiendo tu confusión —respondió con tono divertido —. El segundo sol que visteis es Dragón, el que sueña. Como a dicho Ogma, somos tres hermanos: el que narra, la que vigilia y enseña, y el que escucha y juega. Espero que tengáis hambre, porque la cena ya está lista.

El pastor sirvió cuatro cuencos humeantes, de una especie de sopa a base de cebolla y zanahorias. También dejó una fuente con costillas de cordero embadurnadas con una salsa dorada muy similar a la miel. Cuando terminó de colocar los platos, apartó algo de comida para que Aquiles pudiese acompañarles desde el suelo. Ahora que se fijaban mejor, era un animal extraordinario, muy similar al mastín de Alek, pero con el pelaje completamente negro.

Omga, por su parte, también acercó unos vasos de barro y una jarra de vino especiado.

—Ahora sí. Qué aproveche, hijos míos.

El pobre brujo estaba bastante confuso. Generalmente entendía sus propias visiones y sueños bastante bien, pero los trances y visiones no autoinducidas escapaban del conocimiento de su propio imaginario, y solo podía suponer cosas. Ni corto ni perezoso preguntó, llevándose una costilla a la boca:

—Buscamos a unos gemelos, pero por lo que parece vosotros sois trillizos. ¿Da lo mismo?

Ogma terminó de dar un sorbo de su jarra antes de contestar con aire risueño.

—¡Oh! No, ninguno de nosotros somos "gemelos". Ninguno sabe exactamente cuándo apareció el otro. Pero antes de que la vida apareciese, la larga noche y la leche de mis senos dio vida a doce estrellas. Dos de ellas crecieron demasiado juntas y se convirtieron en hermanas inseparables: Asciferes y Hérpetos. Uno al filo del amanecer y otro al filo del atardecer, donde la noche y el día se juntan, siempre al lado del otro. Quizá sean ellos a los que buscas.

—¿La Araña y la Serpiente? Cada vez estoy más confundido... ¿Esas dos estrellas tienen avatares en Zork?

Esta vez fue Homero el que tomó la palabra, clavando su mirada vacía en el brujo:

—¿Qué ocurre cuando gritas desde las colinas? Las colinas te responden, con el eco de tu propia voz distorsionada. Como cuando la luz arroja sobre la pared una silueta imperfecta de ti mismo. Todos nosotros emitimos sombras y ecos en diferentes superficies, ¿por qué no en otros mundos o en otras mentes? Las ideas, las leyendas, provocan reflejos que resuenan a lo largo de las eras. Tal vez en Zork exista una versión de los gemelos, de la misma forma que podría haber otro Tancredo en otro confín del Multiverso.

Ogma asintió.

—Exacto. Los gemelos son muy antiguos, casi tanto como nosotros. Tanto Homero como yo somos ecos en vuestras mentes ahora mismo. Pero una vez existimos, pervivimos y fuimos olvidados. Nadie en el Multiverso recuerda hoy al pastor, la madre y el león. 

En aquel momento, sus dibujos parecieron volverse difusos, como si un liquido empezase a borrarlos. Antes de retomar la palabra, su voz comenzó a parecerse más a la voz de las tres brujas.

—Tancredo, por favor. Encuentra a Asciferes y a Hérpetos. 

Apenas pudieron digerir la escena, la realidad comenzó a desestabilizarse. Todo a excepción de Orrghk y Tancredo se distorsionaba como la superficie de un lago cuando alguien arroja una piedra. Unos instantes antes de que una densa oscuridad los engullese, la voz de Homero les llegó como un susurro:

Os dijeron que cada carta abría una de las tres puertas. Os dijeron que las cartas eran llaves y que tras las puertas hallaríais vuestras respuestas. Pero debéis recordar que un buen ladrón, con las herramientas adecuadas, puede abrir cualquier puerta con cualquier llave.

* * *

Esta vez la oscuridad era diferente. Había algo tangible en aquella negrura, y definitivamente estaban despiertos. Sus ojos comenzaron a distinguir algo que emitía luz, a lo lejos; algo muy tenue.

Decidieron acercarse para observar más de cerca. Para su sorpresa, descubrieron que la luz provenía del suelo, de un grupo de lagunas. Cada una de ellas parecía reflejar un momento y un lugar. En la más cercana pudieron distinguir a Volk, en las catacumbas de Montnoir, hablando con una serpiente. En otra estaba Le Maison, en una mansión que parecía bastante lujosa, defendiendo a un criado del ataque de un desmejorado Kaleb. También vieron a Arnault junto a una linda muchacha y dos enormes lobos negros. 

Siguieron caminando, tratando de encontrar algún sentido a aquel lugar. Otras lagunas mostraban a un Tancredo más joven, en Rhusiya, rodeado de soldados y mercenarios. También vieron varias escenas de Orrghk, borracho como una cuba. 

¿Dónde habían ido a parar?

Era obvio, al menos para Tancredo, que los estanques eran las Fuentes de la Memoria, aunque nadie vivo sabía donde estaban exactamente. Tal vez a medio camino entre el mundo de los sueños y el de los muertos, al borde mismo del olvido. Los muertos iniciados en los misterios de la brujería bebían de ellas para no olvidar y para aprender.

—¡Santa Oscuridad! ¡Son los estanques de Mnemusine! ¡Hay que aprovechar para espiar a la inquisición, rápido, Orrghk!

—¿Crees que esos memos tendrán mi maza? —preguntó Orrghk, algo intrigado por aquellas lagunas —¡Eh, mira! ¡Soy yo! Mi primera birra en el garito de Mac.

Tancredo continuó serpenteando por entre las aguas de la memoria, buscando con la mirada aquella que le llevase a la Inquisición. Cuando le pareció captar el oscuro hábito de los cuervos, una figura femenina emergió frente a él. Su cuerpo parecía tan sólido como el de una muchacha real pese a estar hecho de aquel extraño líquido.

¡Ah! Con una de las mnemosides hemos topado. Las ninfas de la memoria y musas de la nostalgia.

Sobresaltado, el brujo se giró en busca de la fuente de aquella voz. Prevenía de su hombro. Donde antes solía posarse Hécate, ahora había un ruiseñor albino de ojos completamente nublados. 

La ninfa se acercó a Tancredo y movió los labios. Una voz resonó en su mente, suave como el murmullo de un riachuelo:

¿Deseáis adentraros en las Fuentes de la Memoria? Podréis revivir vuestros momentos más prósperos, solucionar entuertos que no pudisteis deshacer en el pasado por falta de madurez o recordad algo que creíais olvidado. O quizás prefiráis perderos en el árbol del sueño y ver a a través de los ojos de otras personas. ¿Cual será vuestra decisión?

Según te vas acercando, descubres que las formas que resplandecían eran lagunas. Pequeñas masas de agua, lisas como espejos, que reflejaban escenas de la ciudad. Kaleb pensó que tendría que haberse mareado al verse a sí mismo de joven. También pensó que tendría que haberse extrañado de reconocer aquellas figuras como a Tancredo y a Orrghk, que hablaban con una silueta vagamente femenina.

—Tenemos visita. ¿Es amigo tuyo? —le susurró Homero al oído, con voz cantarina.

Cuando volvió la cabeza, le sorprendió ver al cronista del patricio observando con curiosidad las lagunas.

Kaleb daba por hecho de que había muerto. El dar por hecho es un decir, porque apenas consciencia tenía, pero una vez su deambular onírico-inconsciente se detuvo, y vio esas dos figuras que le eran tan conocidas, supo (o quiso saber) que no estaba muerto.

Que era también una suposición tal vez apresurada, ya que no tenía seguridad alguna de que el peregrino y el semiorco estuvieran vivos; o que fuera realmente cierta la teoría de aquel filósofo Ademarco que afirmaba que la muerte no distaba de la vida común y silvestre, ya que al fenecer, el espíritu recrea otra vida, con aquellos que conocimos, y así sucesivamente a medida que morimos y renacemos.

Si había muerto, y estaba siendo consciente de ello, podría cronicar una saga como ninguna. Además, no podía esquivar el reflejo que le devolvía aquella superficie impoluta. No era precisamente viejo, pero tampoco consideraba que tenía la edad que aparentaba tener en aquel reflejo. ¿Qué significaba aquello?

Pero antes que nada, tenía que probar una teoría que le daba mucha ilusión corroborar: que no estaba muerto, y que "solamente" su consciencia se había trasladado a otro lugar. Por lo que el gnomo, usando sus dotes de pequeño curioso, se fue acercando hasta donde se encontraban las figuras que tanto le recordaban a Tancredo y Orrgkh. Seguramente ellos, fuesen lo que fuesen, sabrían más de lo que estaba sucediendo allí.

-Amigos... qué gusto verlos- dijo Kaleb una vez estuvo más cerca, como para no tener que elevar la voz y se notara el nerviosismo que sentía -¿Alguien sabe a dónde estamos?-

Y finiquitado su labor, se dedicó a observar la silueta femenina que había visto de lejos. ¿La reconocía?

Daba la impresión de que el cuerpo de la muchacha estaba hecho de aquel extraño líquido, pero a la vez tan sólido como ellos mismos.

Con voz acuosa, la mnemoside*, ninfa de la memoria y musa de la nostalgia, repitió:

Saludos, viajeros. ¿Acaso deseáis adentraros en las Fuentes de la Memoria? Podréis revivir vuestros momentos más prósperos, solucionar entuertos que no pudisteis deshacer en el pasado por falta de madurez o recordad algo que creíais olvidado. O quizás prefiráis perderos en el árbol del sueño y ver a a través de los ojos de otras personas. ¿Cual será vuestra decisión?

—No, no estás muerto, cabeza de chorlito. Solo te has desmallado después de sufrir un ataque de licantropía. Siempre deberías de llevar puesta una camisa de cicuta, para que no te pasen esas cosas. Seguro que tienes sangre feérica, o eres el séptimo hijo de un séptimo hijo, o algo así, y no lo sabes.

Asombrosamente, el brujo se tomó la presencia del mediano sin ninguna sorpresa, ya que compartía su conciencia con aquel pájaro grande y viejo llamado Hécate, y a pesar de estar dormido, había presenciado como Kaleb se abalanzó contra Le Maison cuando el influjo de la luna llena se apoderó de él. Era como un soñar despierto, pero al revés. 

Eso sí, en este mundo onírico estaba absorto en los estanques, que parecían espejos luminosos. Los escudriñaba sin apartar la vista, y apenas miró a Kaleb un segundo, cuando de repente apareció la mnemoside. 

—¡Claro que sí, ninfa! ¡Quiero ver por los ojos de Salvatore, de Marcel y de la Hermana Beatriz!

Kaleb miró a Tancredo sorprendido hasta el tuétano. ¿Cómo sabía que tenía esas dudas? ¿O acaso había estado hablando todo ese tiempo y no lo supo? También podía ser que Tancredo no fuera Tancredo, sino sólo una proyección de su alma, que claramente sabía lo que pensaba. O tal vez era magia. El gnomo sonrió. Casi le había soprendido más eso que el hecho de que dijera que había sufrido un ataque de licantropía.

-¿Licantropía? No, que yo sepa no...- dijo el Cronista aún confundido con aquella situación tan surreal, y más aún con lo que les dijo la mnemoside.

¿Cómo elegir tan rápido como lo había hecho Tancredo? Él podría estar una enternidad decidiendo qué hacer. ¿A través de quién vería la vida? ¿Sería por siempre o temporalmente? ¡Podía ser cualquiera! ¡Podría ver la historia a través de los protagonistas! O tal vez... tal vez... ¿qué sucedía si intentaba salvar al reino rhusiyano? ¿Podría o era algo que ya estaba escrito e inamovible? Además, si se enfocaba en lo más actual, Tancredo ya había elegido con creces. El que especialmente le interesaba era Marcel, el que parecía ser el protagonista de todos estos hechos.

¿Y qué sucedía si elegía ver a través de los ojos de Tancredo? ¿Vería a través de los "ojos" o de la "vista"? Pero dejó de pensar en ideas innecesarias en ese momento y pensó seriamente qué debería elegir. El pasado, era pasado. ¿Qué consecuencias podía tener cambiarlo? Impensables. Además, si la gente anduviera cambiando el pasado todo el tiempo, él perdería todo trabajo y futuro. No, el pasado tenía que quedar donde estaba y cómo estaba, después de todo, tenía que aprender a vivir con sus dolores y arrepentimientos.

-Querida mnemoside, si nos asomamos a la mirada de otra persona, ¿será en este presente o será en cualquier otro momento?- preguntó adelantándose un poco.

No podía con su curiosidad, tenía que saber qué alcance tenía esto. Tenía curiosidad, indecisión, confusión, y adrenalina por saber cómo sería eso.

La mnemóside observó sin ojos, pero sí con mucha curiosidad, a Kaleb.

Lo que ha pasado. Todo lo que hayan visto tus ojos o los de cualquier otro, o quizá aquello que creen haber visto. 
Si ya habéis escogido un recuerdo por cada uno de los que estáis aquí presentes, decidid por qué ojos queréis mirar y adentraos sin miedo en las aguas de la memoria.

El agua se volvió entonces completamente opaca e inmóviles. Fríos espejos que aguardaban expectantes a que alguien penetrase en su superficie, sumergiéndose en las profundidades de lo desconocido. La propia ninfa volvió a fundirse con una de las lagunas.

Homero, el ruiseñor del hombro de Tancredo volvió a intervenir:

Los recuerdos son un auténtico fastidio. Hasta la más bella de las canciones puede ver erosionados sus versos con el paso del tiempo, pues la memoria es un espejo demasiado borroso. Tened cuidado con lo que miráis y no os creáis ni la mitad de lo que escuchéis.

Las aguas de la memoria no le parecían tan procelosas a Tancredo como afirmaba el pajarillo, así que se quitó el sombrero y la túnica, dejó sus cosas en un montón y procedió a zambullirse mientras pensaba en Marcel.