Partida Rol por web

Kaleb sonrió ante la respuesta de la ninfa. No podía ser de otra forma: clara y misteriosa al mismo tiempo. Ojalá él pudiera usar esos métodos en sus crónicas, romances y canciones, pero era un formato que se le negaba.

Y el mejor remate se lo llevó el ruiseñor. Básicamente, lo que estaban por hacer, era un viaje (¿onírico tal vez?) en donde todo lo que vieran tendría que ser sujeto a reflexión. ¿Pero quien se querría perder una oportunidad así?

Siguiendo el ejemplo de Tancredo, Kaleb se desvistió y se adentró en las aguas de a poco, como si la ninfa fuera su amor, y él su gentil amante.

La Hermana Inmaculada... algo se trae, algo se trajo, y algo se traerá... y me gustaría completar lo que sé de ella...

Su rostro, estoico, apareció en su mente como un conjuro...

El agua estaba mucho más tibia de lo que había imaginado. Abrir los ojos fue como despertar de un largo sueño, pero no tardó en marearse. ¿El suelo había estado siempre tan abajo?

Todo esto dejó de tener importancia en cuanto se dio cuenta de su poder. Su cuerpo era ágil y flexible, pero musculoso al mismo tiempo. Estaba entrenada para matar. Estaba entrenada para ser implacable y no mostrar ni la más mínima flaqueza. Pero al fin y al cabo era una mujer humana, con debilidades. Sangraba, lloraba y sentía miedo. Hasta los témpanos de hielo más poderosos pueden llegar a derretirse.

—Esto es demencial, Inmaculada, no puedes seguir haciendo esto.

La voz aterciopelada de Gerard sonó a su espalda, empañada por una amarga nota de preocupación.

El agua tenía una temperatura agradable, pero toda sensación se apagó en cuanto entró por completo en la laguna. 

Marcel abrió los ojos como si despertase de un largo sueño. Notó el peso de la túnica ceremonial, que ondeaba teatralmente sobre su oculto uniforme de la universidad. Se encontraba en las Catacumbas, junto a otros estudiantes ataviados de manera similar. 

Después de pasear la mirada por toda aquella sala circular —aparentemente cerrada—, se percató del tembloroso hombre de mediana edad que temblaba como un flan a sus pies. Su piel, vagamente iluminada por las runas de la estancia, era muy pálida. Las sombras que proyectaban los cultistas bailoteaban ominosamente sobre su demacrado rostro.

Allí, ante sus mismos ojos, estaba Salvatore Surrel. El pobre diablo llevaba poco más de un mes sin ver la luz del sol. No obstante, Marcel sabía quién se ocultaba tras aquella máscara. El Hermano Teodoredo se lo había revelado entre susurros. El mismísimo Asciferes, demonio conocedor de todas las llaves y todas las puertas, entidad que les ayudaría a cumplir con su gran propósito, lloriqueaba como un niño.

—Estáis como jodidas cabras —dijo entre sollozos—. ¿Cómo pretendéis que abra el portal del todo? ¡Ya os he dicho que no poseo tal poder!

Kaleb, o más bien la Inmaculada, dudó un momento. Era extraña la sensación. Era y no era al mismo tiempo. ¿Dónde estaba? ¿Qué estaba sucediendo?

La Inquisidora miró alrededor, observó por un momento al hombre que la acompañaba, y luego desvió la mirada como si hubiese algo mucho más importante que observar.

-No sé por qué crees que es demencial...- su voz intentaba ocultar su fragilidad detrás de una cortina de hierro forjado, detrás de ser despectiva con aquel que quería cuidar de ella como si de una dama de la corte se tratara.

Marcel no se dignó a responder a aquel saco de quejas. Rebelaría su verdadera forma, le gustase o no. Aun sin sus conocimientos extraplanares, habían logrado crear un portal al Abismo por medio de los apuntes de un antiguo anuario. Así había comenzado a trazar su plan. Veritax lux mea había renacido bajo un nuevo lider, más fuerte que nunca.

Una de sus subalternas, Monique Blanchard, comenzó a hablar:

—¡Silencio! Pronto comenzarán los últimos preparativos. ¡Mañana será el gran día! La puerta cada vez se abre más gracias al influjo de las runas lunares. ¡Frère Jacques! Llévate al demonio de vuelta a su celda. Mañana será su última oportunidad.

Una de las figuras encapuchadas se aproximó, arrastrándose pesadamente, inundando las fosas nasales de Marcel de un olor nauseabundo. La túnica apenas cubría aquel maltrecho cuerpo. A través de la ropa raída podía apreciarse un cuello tan hinchado como el de un batracio a punto de croar, hasta el punto en que ya era casi traslúcido. De algunos poros sobresalían hilillos transparentes que parecían moverse con voluntad propia, a modo de tentáculos, y gran parte de su piel lucía quemaduras considerables. Y coronando aquella masa desagradable estaba la cabeza. Un pequeño craneo sobresalía a uno de los costados de aquella hinchazón, luciendo una expresión bobalicona y con apenas un par de mechones de pelo.

Aquel era Frère Jacques, uno de los primeros estudiantes que trató de huir de la hermandad. Marcel se encargó de demostrarle al resto de sus acólitos lo que pasaba con los desertores y los traidores. Durante una de las aperturas del portal al Abismo, colocó al joven sin la túnica protectora. Por supuesto, su cuerpo comenzó a mutar de inmediato, irreversiblemente. Desde entonces, su verdadero nombre cayó en el olvido. "Frère Jacques" no era más que el apodo que le pusieron debido a la estúpida cancioncilla que ahora tarareaba el engendro.

El archidiácono escogió sus palabras con cautela. Sabía lo irascible que podía ser la suma inquisidora si uno se interponía en sus planes. Los asuntos de la fe son sagrados para un clérigo, pero todavía más para un miembro del tribunal del santo oficio.

—Todo ese asunto de la Peste de Medianoche… Mira, entiendo que quieras mantener ciertos secretos sobre tus acciones. Los Inquisidores son la sombra que trae la luz, pero no puedo evitar pensar que quizá estéis metidos en algo demasiado gordo. Hoy uno de los monjes me habló de lo que la Hermana Beatriz estuvo haciendo en plena Catedral. 

Tancredo trataba de memorizar todos los detalles que veía a través de aquellos ojos que no eran los suyos, especialmente los nombres de los participantes y los detalles del lugar, ya que los rostros encapuchados no le eran muy accesibles.

Marcel Derain, Monique Blanchard... si pudiera acceder a los registros de la universidad... Él no, desde luego, pero alguno de sus compañeros tenía manga ancha en la universidad y con el rector. Más o menos.

La inquisidora podía prácticamente olfatear el miedo, como aquellos perros de caza rhusiyanos. Estaba entrenada no sólo para detectarlo, sino además para infligirlo en dosis suficientemente precisas como para hacer que las lenguas se aflojen. Pero no esperaba percibirlo, de esa forma, justamente de Gerard.

Pero ahora había que saber qué es lo que se había filtrado. Alguien recibiría un castigo...

-¿Qué es lo que se dice que hizo la Hermana Beatriz?- preguntó con aquella mirada suya que suministraba, como un alquimista, la justa medida de intimidación que lograba maravillas -Y quién fue que te dijo eso...-

Gerard sostuvo la mirada desafiante e inquisitiva de la Suma Inquisidora.

—Sabes perfectamente que los servidores de Lineras solo alzamos nuestras voces para deleitar a la Diosa, jamás para delatar a los nuestros. Pero la Hermana Beatriz trata de intimidar a los pobres feligreses de la Gran Catedral siempre que tiene oportunidad. La vieron persiguiendo a un brujo dentro de la casa de la Diosa, y luego conspirando contra un caballero de la orden del Santo Pendiente. Es evidente que algo os traéis entre manos, Inmaculada. No es necesario que me reveles nada si no quieres, pero prométeme que estarás bien.

Era perfectamente normal que el archidiácono se preocupase. Los inquisidores siempre suelen trabajar con artes oscuras y personas peligrosas, pues es parte de su trabajo. Los caballeros llevan la justicia y protegen las fronteras, los clérigos purifican las almas y ofrecen apoyo espiritual, el tribunal del Santo Oficio es la mano que castiga. Los inquisidores y los exorcistas no son tan diferentes. Ambos deben ensuciarse las manos para luchar contra un mal mayor, pero solo los primeros son lo suficientemente atrevidos como para llegar a los límites más ponzoñosos.

La Inquisidora reprimió una pequeña sonrisa que casi aparece en su fina boca. Gerard siempre se preocupaba por ella, aunque sin sobrepasar su lealtad hacia sus compañeros. Más de una vez había intentado sonsacarle información sobre algún que otro investigado secretamente, y pocas veces había logrado traspasar las barreras de la lealtad que erigía a su alrededor.

Se acercó y le apoyó la mano sobre la de Gerard.

-Por supuesto que estaré bien- dijo con voz casi dulce -Lineras me protege a cada paso-

Con esas palabras no sólo quería tranquilizarlo, sino también esquivar el tema que él proponía tratar. Lo que la Inquisición se traía entre manos era de la incumbencia solamente de la Inquisición. La mano dura muchas veces no era para todos, y Gerard podía ser muy blando a veces. Incorruptible no era Inflexible, y a veces pecaba de ser flexible.

-Te prometo que hablaré con la Hermana Beatriz- soltó luego de un breve silencio -Pero sabes cómo es ella-

—Rezaré por tu alma —respondió simplemente.

Su rostro comenzó a esfumarse. Después la habitación, las luces y hasta el propio cuerpo de la inquisidora. Pero aquella "excursión" todavía no había terminado, pues Kaleb todavía sentir la voz de la mnemóside murmurándole:

Parece que la Suma Inquisidora se prepara para asistir a la cena que da el patricio en su palacete. ¿Qué deseas hacer, Kaleb? ¿Hurgarás más profundamente dentro de sus recuerdos? ¿Visitarás los recuerdos de otra persona? ¿Te atreverás a vivir tus propios tiempos pretéritos?

Antes de que puedas contestar a la ninfa, sientes que vuelves a desvanecerte. Te percatas de que hasta ahora eras liviano, casi etéreo, pero ahora notas como te vuelves cada vez más pesado.

Tu mente se aleja cada vez más de la sedosa voz que murmuraba al fondo de tu mente. Y viajas de vuelta. Sin atravesar puertas, o siquiera caminar para alejarte de aquella ensoñación tan real.

¡No! ¡Espera! ¡Aún no! Tengo más cosas por saber... ¡tengo tanto por descubrir! ¡Esperaaaaa!

Pero el sueño comenzaba a desvanecerse y un dolor en su alma le hizo saber que acababa de perder una oportunidad única...

El brujo comenzaba a atar cabos, no en cuanto a cual era el objetivo de aquella pandilla de locos, pero sí sobre sus identidades.
Tal vez sería buena idea tratar de averiguar con quien se relacionaban, o qué lugares frecuentaban. Si la visión pudiera encaminarse en esa dirección sería un golpe de suerte magnífico, podría tratar de hacerse pasar por alguno de ellos con un hechizo de mímesis, y ellos mismos le revelarían la información que necesitaba.

Marcel salió por la puerta oculta en la capilla del campus eclesiástico. Había entradas a las catacumbas por todo Montnoir, aunque eso era algo que sabía todo el mundo. No obstante, pocos se atrevían a adentrarse en ellas por miedo a lo que pudiesen encontrar ahí abajo. Bandas de ladrones, hordas de ratas, trampas antiguas, o simplemente tomar el pasillo equivocado y perderse en la húmeda oscuridad.

Lo más útil era disponer de mapas o de algún guía. Los estudiantes de historia, que solían interpretar cientos de planos antiguos de la ciudad, eran los mejores en este aspecto. Marcel se vanagloriaba precisamente de sus resultados académicos, razón por la que fue escogido para liderar aquel plan. Todo el mundo salía ganando: la Iglesia de Lineras, la Inquisición, e incluso él mismo. El poder y el conocimiento estaban a un día de distancia. La noche del día siguiente serían el momento de gracia.

Embebido en sus pensamientos como estaba, saboreando las prematuras mieles de la victoria, no se percató de que alguien le estaba siguiendo. Se trataba del señor Bragnes, que carraspeaba para llamar su atención. Bragnes era el gnomo secretario del decano Lapierre. Se preguntó que diablos querría.

—Buenos días, monsier Derain*. Sabía que le encontraría saliendo de la capilla a Lineras. El decano desea hablar con usted en su despacho.